Desafío a las nuevas generaciones

Por Juan Bolívar Díaz

Los niveles de descomposición y corrupción que se perciben en la sociedad dominicana y que se constituyen continuamente en escándalos hacen temer que estamos llegando a un punto en que se hace necesaria una emergencia verdaderamente revolucionaria para ponerle límites y revertirlos.

Pero al mismo tiempo se tiene la sensación que la generación que gestiona la nación tanto en los ámbitos públicos como privados ha fracasado, gran parte de ella porque se ha incorporado al proceso corrosivo de la moral individual y social, otra proporción porque se ha frustrado y perdió las energías para luchar, resignados ante lo que creen inevitable.

En la misma medida en que gana terreno el pesimismo y la resignación, aumentan las dificultades de orquestar un movimiento colectivo que reencause la nación, dejando espacio para la emergencia de respuestas autoritarias que terminan negando la democracia y la participación social que se invoca.

De lo que se trata es de generar nuevas expresiones organizativas, de sumar esfuerzos y energías, con innovaciones en las formas de hacer política, con imaginación y creatividad, sin reproducir los vicios que han maleado nuestras organizaciones políticas y sociales. Porque nadie se debe engañar, los partidos no tienen el monopolio de la corrupción. Si así fuera ya hubiesen sido desplazados y sustituidos.

Predomina en la sociedad dominicana una cultura del chanchullo, de la burla a la ley y las normas, de legitimación de la corrupción. El relajamiento de los principios éticos es escandaloso, con el agravante de que muchos lo justifican indicando que es así en todos los países.

Corrupción y descomposición hay por todas partes del mundo, pero los organismos de contención y la sociedad suelen reaccionar por lo menos cuando se producen escándalos y se reclama y obtiene sanción. Aquí avanzamos algo en sancionar la corrupción privada y la mejor prueba es que hay ejecutivos de cuatro instituciones bancarias en la cárcel o a punto de entrar en ella. Pero en el ámbito público la impunidad es casi total. No hay un solo político relevante ni siquiera sometido a la justicia.

Como fenómeno alentador se percibe últimamente un mayor rechazo a la corrupción y descomposición social, en la medida en que han quedado evidentes niveles escandalosos de involucramiento militar y policial en el narcotráfico y el dispendio y la malversación de los recursos públicos.

El Estudio de Percepción de la Corrupción en Hogares publicado esta semana viene a ratificar los altísimos niveles de percepción de corrupción y de impunidad que tiene la sociedad dominicana, sobre el 80 por ciento que marcó la reciente encuesta Gallup-HOY, mientras el  Indice de Competitividad del Foro Económico Mundial que abarca a 134 naciones vuelve a situar a República Dominicana entre los más corruptos. Escalón 132 en favoritismo en el gobierno, el 131 en despilfarro del gasto gubernamental y 127 en desvío de los fondos públicos. Eso quiere decir que en esos renglones sólo nos superan dos, tres y siete países, respectivamente. Para no dejar dudas, la evaluación nos coloca en el escalón 129 en confiabilidad de los servicios policiales y en el 121 en confianza en los políticos.

Esos índices nos deben llenar a todos de vergüenza y ratificar el desafío a la acción para cambiarla.

Es alentador que en los últimos tiempos se viene produciendo una significativa movilización de fuerzas juveniles que han tenido incidencia en las jornadas contra la corrupción y en defensa del medio ambiente.

Hay que celebrar la emergencia de grupos como La Lucha, Toy Jarto Ya, Autoconvocados, Juventud Caribe, Aquí es que Prende, La Multitud, Juventud Caamañista y Red Joven.

Ojalá sean indicativo de que la generación del 2000 está retomando las banderas de lucha social de los 60 y 70 que arriaron los muchachos de los 80 y 90. Bienvenidas sean todas esas energías.