Por Juan Bolívar Díaz
Toda la humanidad debe ser convocada a una renovación de la esperanza, con firmes propósitos de enmiendas, en la aurora del 2021, después de un año terrible que nos deja sumidos en la peor crisis de salubridad, con repercusiones económicas y sociales que aún no podemos predecir en toda su magnitud, pero que requerirá de varios años de esfuerzos infinitos para alanzar la recuperación.
Las perspectivas lucen más aciagas para países como el nuestro, con marcados atavismos en la salubridad y la asistencia, con una estructura tan desigual y atrapado por el galopante endeudamiento de la última década, en el que se fundó un crecimiento económico con pies de barro. Ya este año, para ofrecer precaria asistencia a cientos de miles de desempleados y amortiguar el galopante empobrecimiento, hubo que incrementar el endeudamiento, y lo mismo se proyecta para el nuevo año, en términos que obligarán a profundas reformas para hacerle frente a partir del 2022. Hay quienes creen que ese nivel de subsidio, ya extendido al primer trimestre, no podrá sostenerse por más tiempo.
Es comprensible y hasta ponderable que las autoridades se hayan empeñado en proyectar optimismo para incentivar la reanudación de actividades económicas y nuevas inversiones que contribuyan a paliar el creciente desempleo. Pero lo que nos espera en los próximos meses es ciertamente una ingente tarea de concertación, con los máximos niveles de austeridad, comenzando por el gasto público, pero también el privado en todas sus dimensiones.
El desafío no es sólo al gobierno central, sino a todas las instituciones del Estado, las autónomas y descentralizadas, donde los gastos de representación, las dietas, los altos salarios y compensaciones alcanzan a menudo niveles de privilegios irritantes. Incluye también a los demás poderes del Estado, especialmente al Legislativo, donde se impone la supresión de barrilitos y cofrecitos clientelistas y de ventajismo político.
Los dominicanos y dominicanas podemos superarnos, y de hecho en el año que concluye, por encima de la pandemia que nos asola, la sociedad recogió energías suficientes para lograr lo que para muchos parecía imposible, imponer un proceso electoral donde prevaleciera la voluntad popular por encima de la inmensa maquinaria de poder que se había impuesto avasallando las instituciones y reduciendo la calidad de la democracia.
Al pasar balance no podemos olvidar que una gran proporción de la ciudadanía se movilizó clamando por poner límites a la corrupción y a la impunidad que le ha sido consustancial en dimensiones vergonzantes mostradas en todas las evaluaciones internacionales. A la sociedad dominicana se le arrebató inmensas partidas del erario que debieron contribuir a superar pobreza y generar riqueza colectiva.
El año termina con una renovación de la esperanza de que es posible un Estado mejor organizado, más transparente y con instituciones que operen por encima de los intereses políticos grupales y de las minorías privilegiadas, para beneficio de toda la sociedad.
Pero todos debemos ser conscientes de que la cultura política de la apropiación de lo público está muy arraigada, que tiene incentivos de sectores políticos y privados, y en cualquier momento reaparecerá. Por esa razón hay que seguir avivando la llama de las transformaciones, y mantener la cuerda tensa en defensa de un Ministerio Público independiente y de un sistema judicial que requiere transformaciones. Lo primero a vencer es la impunidad, si queremos poner límites a la corrupción, más difícil de eliminar por completo.
Recuperemos la vieja consigna de año nuevo, vida nueva, con seres humanos renovados. Urge que todo el mundo asimile la lección que ns ha dado la naturaleza con la pandemia del Covid 19, y se fortalezcan los programas de preservación del medio ambiente y se combata con eficacia y determinación las grandes fuentes de contaminación.
Será preciso también que aparezcan nuevos liderazgos internacionales en defensa del planeta y se reactiven las confrontaciones ideológicas, y no las de las armas ni el terror, para generar chispazos que permitan reducir la extrema concentración de la riqueza que amenaza la convivencia humana. Es tarea es más perentoria a la luz de las repercusiones que nos deja la pandemia cuando apenas asoma una esperanza de contención.-