El intento continuista sacude los viejos cimientos del PRD

Por Juan Bolívar Díaz

Por primera vez en 64 años el partido blanco enfrenta la prueba de un presidente que busca reelegirse y en condiciones muy difíciles 

            Tal como se había advertido, la decisión del presidente Hipólito Mejía de lanzarse tras la repostulación ha detonado una profunda crisis en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) que por primera vez enfrenta un definitivo intento interno por vulnerar el principio antireeleccionista que ha sustentado desde su fundación en 1939.

            Aunque previsible desde el momento en que sus parciales auspiciaron una reforma constitucional para restablecer la posibilidad de la reelección, la repostulación del mandatario después de decenas de afirmaciones en sentido contrario, deja mal parada su imagen y devaluada la credibilidad de un político que insistió una y otra vez en que era “un hombre de palabra”.

            Por el contundente rechazo que la repostulación ha encontrado en el presidente del partido, Hatuey de Camps y, por lo menos, en la mitad de los que buscan la nominación presidencial, se pueden esperar grandes confrontaciones que sacudirán los simientos del perredeísmo y repercutirán sobre la actual gestión de gobierno, sarandeada por los problemas económicos, lo que alejará sus posibilidades de mantenerse en el poder más allá de los próximos comicios.

Devaluación de la palabra

            Apenas dos semanas después de haber reafirmado ante los precandidatos de su partido que no aceptaría una repostulación, y tras más de 40 declaraciones públicas en el mismo sentido, el presidente Hipólito Mejía devaluó su propia palabra cuando la noche del domingo 27 de abril anunció que buscaría de nuevo la nominación presidencial.

            A pesar de sus empecinadas negativas, la decisión sorprendió a muy pocos, puesto que desde las primeras semanas de su ascenso al poder, los dirigentes de su grupo polítuico intrapartidario, todos ellos altos funcionarios de su gobierno, dedicaron demasiado energías a crear condiciones para el intento continuista.

            La generalidad de los pocos que se negaban a aceptar que el mandatario anduviera por el camino al continuismo trataban de fortalecer el valor de su palabra y de evitar una decisión que, como ha ocurrido siempre en la historia nacional, pondría en jaque el proceso democrático.

            Todo comenzó desde el momento en que el agrónomo Mejía fortaleció la estructura del grupo que lo impulsó a la candidatura presidencial, cuyo nombre habla por sí solo: Proyecto Presidencial Hipólito (PPH).

            En vez de asumir el liderazgo del PRD, como pudo haber hecho desde que ganó la nominación con el 74 por ciento de los votos de sus militantes, Mejía prefirió seguir al frente de un grupo que apenas 4 meses después de iniciado su gobierno iniicó las gestiones para restaurar la reelección prohibida apenas 6 años antes como parte esencial del programa perredeísta.

            Como grupo sectario al fin en ningún momento trató el PPH de proponer una discusión interna para convencer al partido blanco de que las circunstancias habían cambiado tan significativamente como para adoptar el reeleccionismo presidencial, al amparo del cual se han realizado todas las mascaradas electorales y se incubaron las peores dictaduras de la historia nacional y latinoamericana.

            Por el contrario, el PPH se dedicó a sonsacar dirigentes y legisladores para modificar la Constitución, apelando a la compra de conciencias, cuando no al chantaje y las presiones, que fueron denunciados por los mismos perredeístas. Hasta el punto de que de 34 diputados que firmaron un comunicado antireeleccionista, al momento de la votación definitiva sólo quedó la cuarta parte.

            Resultó paradigmático el testimonio de la diputada Eulogia Familia, una meritoria sindicalista, que en programas de televisión y derramada en lágrimas, denunció las presiones que tuvo que evadir para mantener su voto anticontinuista.

            Muchos fueron los que advirtieron la contradicción de que el propio grupo del presidente, integrado además por sus más cercanos ministros y colaboradores del gobierno, invirtiera tanto esfuerzo, 19 meses y cuantiosos recursos en restablecer una reelección que el mandatario juraba y perjuraba que no aceptaría, al mismo tiempo que se sembraba el desconcierto en el propio partido y en la nación.

Muy pobre justificación

            ¿Qué ocurrió para que el presidente Mejía adjurara de su propia palabra, de sus juramentos, cuando llegó a decir que ya tenía callos en la lengua de tanto reafirmar su rechazo al proyecto continuista?

            Debió haber ocurrido algo verdaderamente significativo para que don Hipólito Mejía se contradijera de esa forma, habiendo llegado al grado de molestarse con amigos y analistas políticos que le señalaron la contradicción entre su palabra y la de su propio grupo político.

               De acuerdo a sus palabras al anunciar la decisión de buscar la repostulación, lo que lo determinó no fue la necesidad de continuar una determinada obra de gobierno, afectada por adversas circunstancias internacionales, ni el interés de la nación, ni la salvación de su propio partido.

            Mejía dijo que buscará la repostulación y luego la reelección para demostrar que “no soy un árbol caído”, porque gente de su propio partido lo quiere destruir, porque “hay gente que ha querido sacar las uñas antes de tiempo y replicar la experiencia de Antonio Guzmán y Salvador Jorge Balcno, la que no voy a aceptar, porque no estoy dispuesto a eso, porque soy una persona de mucho respeto a los grupos antagónicos dentro del PRD”.

            En la medida en que se acercaba el momento de convocar la elección primaria perredeísta, hubo quienes se preguntaban cuál sería la escalera que utilizaría Hipólito Mejía para bajarse del sitial antireeleccionsita en que él mismo se había colocado.

            Cuando se inició la guerra contra Irak en marzo, hubo proclamas en el PPH de que esa circunstancia “obligaría” al presidente a tratar de continuar en el poder. Otros creían que su grupo incentivaría una gran confrontación entre los precandidatos declarados para justificar la irrupción del mandatario.

            Lo que nadie sospechó es que el argumento sería tan simple, que renegaría de las cuarenta veces en que juró ser antireeleccionista y del credo y los programas del PRD bajo el pretexto de que sus compañeros lo consideraban un árbol caído.

            En otras palabras que “el guapo de Gurabo” fundamentó en una guapeza una decisión tan trascendental, como esa de convertirse en el primer presidente perredeísta que escoge el camino del continuismo.

            Si era cierto que Mejía no estaba con la reelección, él ha sido presa de su propio grupo, no del partido. Ha sido el presidente perredeísta que menor contradicción ha tenido que enfrentar del propio partido, incomparable con la que tocó a don Antonio Guzmán y a Salvador Jorge Blanco, en cuyos períodos de gobierno los enfrentamientos llegaron al punto de la ruptura y generaron el ambiente para el suicidio del primero y para la derrota electoral y la prisión del segundo.

Previsible resistencia             

            Como era de esperarse, la decisión del presidente Mejía ha generado un contundente rechazo en el PRD, especialmente en el presidente del partido, Hatuey de Camps y hasta en la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch, así como en otros precandidatos como Enmanuel Esquea, Ramón Alburquerque y Rafael Flores Estrella, por lo menos.

En sus declaraciones públicas y privadas, esos dirigentes perredeístas entienden que la precandidatura del primer mandatario rompe el compromiso histórico del partido, siembra la división y aleja las posibilidades de ganar las elecciones a celebrarse en un año.

La posición de los otros precandidatos, como Rafael Suberví Bonilla, Pedro Franco Badía, José Rodríguez Soldevilla y Rafael Abinader es menos beligerante, aunque todos han dicho que mantendrán sus aspiraciones. Con algunos de estos el agrónomo Mejía podría llegar a algún género de acuerdo.

Pero quien se ha lanzado al medio de la calle es Hatuey de Camps, desde su poltrona de la presidencia del partido, pronunciando tres discursos por televisión y rescatando el legado histórico antirreeleccionista del perredeísmo.

De Camps se creció “reviviendo” algunos de los discursos del desaparecido líder perredeísta José Francisco Peña Gómez en los que fundamentó el antirreeleccionismo entre las esencias del partido blanco desde su fundación. Reactualizó los programas de gobierno en los que sistemáticamente apareció el rechazo a la reelección presidencial, como fuente de imposiciones antidemocráticas.

Para el presidente perredeísta están vigentes resoluciones del Comité Ejecutivo Nacional que rechazan la reelección, por lo que considera improcedente la inscripción de la precandidatura de Mejía, tornando crítica la situación interna del partido blanco.

Parece difícil de cocretar un frente antireeleccionista que involucre a todos los precandidatos, sobre el cual no ha habido acuerdo en lo inmediato, aunque se discute, pero podría unificar a la mitad de ellos complicando en extremo las posibilidades de acuerdos sin fractura.

La situación podría complicarse más para el presidente precandidato cuando la vicepresidenta Ortiz Bosch haga realdiad su anuncio de retirarse de la secretaría de Educación para dedicarse a su campaña, por cuanto él mismo dijo el 5 de abril que los aspirantes a la candidatura tendrían que escoger entre la campaña y los cargos en el gobierno.

Por el momento, el lanzamiento del presidente Mejía tras la reelección ha sumido al PRD en una crisis inédita. El poder presidencial es tan grande que casi todos los analistas piensan que terminará imponiéndose. Pero no parece que le vaya a resultar fácil ni barato.

Ya luego habrá que ver en qué condiciones queda el PRD de cara al electorado y con qué grado de credibilidad emprenderá el mandatario el desafío de los comicios del 2004, en perspectivas económicas tan adversas como las que han deteriorado la popularidad de su gobierno.

La imposición interna sembraría mayores incertidumbres sobre una reelección que en la historia dominicana ha sido sinónimo de prácticas antidemocráticas.Y ello también tendría repercusiones sobre el gobierno y la marcha de la nación.-