Por Juan Bolívar Díaz
Tuve el privilegio de asistir a una premier del último documental del cineasta dominicano René Fortunado titulado La Violencia del Poder, Los doce años de Balaguer, que se estrena esta semana en Santo Domingo y Santiago, y confieso que salí conmocionado al revivir fílmica y documentalmente el drama nacional de aquellos años primigenios del balaguerismo.
Debo haber resultado más impresionado por cuanto en el documental aparecen algunos fragmentos de mi propia vida profesional, demostrativos del costo que implicó la defensa de la libertad para la generación de dominicanos y dominicanas que emergimos a la vida pública tras la primavera libertaria de 1961.
La Violencia del Poder se nos muestra con toda la crudeza y sin contemplaciones. Tal como se nos impuso tan bárbara e injustamente por fuerzas nacionales y norteamericanas desbordadas por el desafío de Fidel Castro y dispuestas a restaurar la insaciable sed de poder y dominación que se habían legitimado en las tres ominosas décadas del trujillismo.
El documental de Fortunato nos muestra la extraordinaria capacidad de Joaquín Balaguer para encabezar y dirigir aquellas fuerzas represivas que a veces parecían realmente incontrolables, pero que nadie como él supo modular, justificar y defender al nivel de las necesidades circunstanciales.
Durante dos horas reactualizamos una parte significativa del drama de los años 1966-74, no sólo con la extraordinaria violencia que lo caracterizó en la muerte de centenares de jóvenes, muchos de ellos, de lo mejor, más sano y soñador de la época, sino con las maniobras y manipulaciones de un régimen sin escrúpulos.
Revivimos la saña cruel que se encarnó en los palmeros de enero de 1972 encabezados por Amaury Germán, o frente al inmortal coronel Francisco Caamaño, héroe de la resistencia a la invasión norteamericana de 1965, y la criminalidad descarnada manifiesta en las innumerables tropelías de La Banda, entre 1970 y 1972.
Ciertamente que el Balaguer de los últimos años distó muchísimo del de los 12 años. Pero la impronta primigenia anula los reconocimientos que el oportunismo político y la falta de escrúpulos le confirieron en sus años finales.
Poco faltó para que entre 1966 y 1974 el régimen de Balaguer mereciera el título de dictadura. Se burlaron a diario casi todos los derechos básicos: el de la vida, con cientos de asesinatos; el de la libertad individual, con centenares de presos políticos; el de libre tránsito con miles de impedidos de retornar al país; el de organización política y sindical, pues todo reclamo reivindicativo era sinónimo de subversión que se pagaba hasta con la vida.
En La Violencia del Poder se nos recuerda que se llegó al grado de prohibir el uso de la radio y la televisión al profesor Juan Bosch, al doctor José Francisco Peña Gómez y a Pablo Rafael Casimiro Castro.
Por momentos la única diferencia con la dictadura la marcamos los periodistas que desde unas cuantas tribunas juramos impedir, a cualquier costo, que el reinado del silencio se impusiera de nuevo sobre la sociedad dominicana. Con razón Balaguer llegó a recomendar que escucharan la radio y leyeran alguos periódicos, a quienes le acusaban de encabezar un gobierno dictatorial.
El documental de Fortunato deja una profunda tristeza. Por todos los que perdieron la vida en flor de juventud en aquel terrible período. Pero sobre todo porque sin bien los métodos se han refinado, todavía la sociedad dominicana está lejos de haber superado las mañoserías y manipulaciones del poder.
Cuando se nos muestran las sinuosidades y abusos electorales de las reelecciones balagueristas, y la valentía de José Francisco Peña Gómez y sus compañeros para enfrentarlas, no podemos menos que sentir tristeza en este presente que se antoja regresivo y donde se reniega tan alegremente de los compromisos históricos. A veces con la participación de actores o descendientes de actores de aquellos capítulos de resistencia. En ese sentido el documental parece haber sido previsor.
Recomiendo ver y reflexionar sobre esta nueva obra fílmica de René Fortunato. A los que vivieron esos años para que no olviden. Y a las nuevas generaciones para que comprendan las decepciones políticas que hay en la vida nacional y sobre todo para que retomen las banderas de lucha por la libertad, la democracia y la justicia.
Se nos escurren algunas lágrimas, pero no caben las frustraciones, sino el respeto y la gratitud por toda la sangre derramada, que si bien no han generado el grado de perfección social que sus sembradores anhelaban, fueron una ofrenda para desarraigar el germen de la tiranía y la opresión.-