El incremento de la violencia

Por Juan Bolívar Díaz
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Es frecuente escuchar alarma de dominicanos y dominicanas por la horrorosa violencia homicida que sacude a México, sin darse cuenta que la tasa de homicidios de la República Dominicana es proporcionalmente muy superior, registrando un incremento sostenido en los últimos tres años.

La tasa de homicidios se mide por cada cien mil habitantes, la nuestra pasó de 24 en el 2009 a 25 en el 2010 y alcanzó 26 el año pasado. Mientras la de México se situaba en 18, a pesar de la terrible guerra contra el narcotráfico en las zonas fronterizas con Estados Unidos, especialmente en el norte y el golfo de México. La violencia mexicana se concentra en Ciudad Juárez, con tasa infernal de 147, Acapulco con 127, Torreón, Chichuahua y Durango.  Pero cae abruptamente en gran parte de ese país de 110 millones de habitantes, incluyendo la mega capital, que concentra unos 22 millones de habitantes, donde la tasa de homicidios es de 10 por cien mil, cerca de la tercera parte de los que registra el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo, donde se concentra una alta proporción de la criminalidad dominicana.

Sin que lo advirtamos suficientemente, estamos en el promedio de América Latina que es justamente 26 por cien mil, en el segmento medio. Por encima de nosotros están Honduras, que lidera el mundo, con tasa de 82, El Salvador con 66,  Jamaica 60, Venezuela 49, Guatemala 41 y Colombia 33. Pero superamos con creces a casi todas las naciones de Sudamérica, algunas de las cuales, como Argentina y Uruguay, están por debajo de 5. Las cifras son del 2011 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que ha resaltado que en América Latina se produce el 40 por ciento de los homicidios mundiales, lo que se atribuye principalmente a las extremas desigualdades económico-sociales.

En nuestro caso es relevante que el incremento de la violencia haya sido tan alto duplicándose en lo que va del siglo, ya que en el 2000 se registró 13.09 por cien mil habitantes. A pesar de los programas que se han puesto en vigencia y de las promesas de las autoridades que múltiples veces han proclamado “tolerancia cero” con la delincuencia y el narcotráfico.

Llama la atención que durante los años 2006 y 2007 nuestra tasa de homicidios cayó en 3 y 4 puntos, cuando descendió a 23.56 y 22.07, en relación al 26.40 que había alcanzado en el 2005 y que ha sido hasta ahora la más elevada. Ese descenso se relaciona con la implementación del programa Barrio Seguro, y la caída con el hecho de que no se hizo la inversión requerida para darle continuidad ni profundizarlo.

La violencia sólo se mide en homicidios, porque si pudiéramos cuantificar los heridos y golpeados, los asaltos, atracos, violaciones físicas y de domicilios, encontraríamos razones más que suficientes para la alarma. A lo mejor serviría para convencer a nuestras autoridades sobre la necesidad de invertir en la seguridad, en la disminución del crimen, en la educación para la convivencia y la tolerancia.  Esa inversión es mucho más necesaria por cuanto tenemos al turismo como la principal fuente de divisas y una de las mayores de empleo.

Una de las tareas que no hemos emprendido es la de una campaña sistemática por todos los medios de comunicación para rechazar la violencia e incentivar la convivencia. No sería tan costosa si el Estado la elabora y pide la colaboración de la radio y la televisión. Podría pagarse un precio módico por mensaje, para incentivar su multiplicación. Alcanzaría con la décima parte de la publicidad que hace el gobierno para promover sus obras.

No deberíamos esperar que pasemos a competir con la violencia centroamericana, catalogada hoy como la región más violenta del mundo.

 

Dilma y Pepe dan envidia

Por Juan Bolívar Díaz
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Cuando se leen las informaciones sobre el estilo y las normas de austeridad y transparencia que están imponiendo los nuevos presidentes de Brasil y Uruguay, Dilma Rouseff y José (Pepe) Mujica, lo menos que se siente es envidia y deseos de vivir un proceso similar.

El diario El País de Madrid daba cuenta el miércoles pasado de cómo la novísima presidenta brasileña está imponiendo su propio estilo de austeridad, eficiencia y aprovechamiento del tiempo, con una reingeniería del gobierno, distante aún de su antecesor y propulsor, el presidente Lula Da Silva, aunque éste concluyó sus dos períodos de gobierno con una aprobación del 80 por ciento.

Brasil se cuenta ya entre las diez mayores potencias económicas del mundo, todo un continente al que no le falta ninguna riqueza natural, pero la presidenta ha establecido reuniones ministeriales los viernes para evitar que los altos funcionarios se apropien de ese día laborable y ha impuesto un régimen de austeridad destinado a reducir la malversación de lo público con severas normas de ética y limitaciones en el uso de automóviles y aviones del Estado.

La presidenta da ejemplo de austeridad personal, de puntualidad y dedicación al trabajo, evadiendo los discursos y apariciones en público con la única excepción de una visita a la región afectada por inundaciones que han cobrado cientos de vidas.

Uruguay es un país mediano, pero que aparece en los primeros escalones en todas las evaluaciones latinoamericanas en educación y salud, seguridad, respeto al orden y la institucionalidad democrática, y en distribución equitativa del ingreso. Pero su presidente Mujica se empecina en seguir trasladándose en un cepillo Volswaguen de los ochenta, en el que llegó al palacio de gobierno, lo que ya fue un adelanto, porque años antes había acudido a ocupar una curul de senador montando una motocicleta.

Se dirá que Dilma y Pepe son exguerrilleros que no quieren aceptar las normas que imponen el protocolo y la seguridad. Pero es mucho más que eso, quieren ser coherentes con lo que predicaron desde sus organizaciones revolucionarias y respetar la memoria de los miles de compañeros que vieron caer en las luchas contra las dictaduras militares que resultaron tan caras al cono sur latinoamericano en las décadas de los setenta y ochenta.

Mujica aceptó ponerse un saco para su juramentación presidencial, pero no ha dejado de ir casi solo a los restaurantes y cafeterías donde frecuentaba antes de llegar al poder y nadie se atreve a dejar de pasarle  la factura correspondiente o a pagarle una cuenta.

Nada de eso le ha impedido establecer un régimen moderno, ni abrirse al capital nacional y la inversión extranjera, ni adoptar medidas innovadoras para promover un mayor y más equitativo desarrollo y mejorar las posibilidades de competir en el escenario internacional.

Seguramente que muchos dominicanos considerarán que esos estilos son radicales, casi imposibles de materializar en un país como éste tan cerca de Europa y de Estados Unidos. Aunque la verdad es que los funcionarios norteamericanos y europeos son verdaderos monjes al lado de los nacionales, en salario, gastos discrecionales, malversación de los recursos estatales, viajes, vehículos y demás facilidades.

En octubre pasado estuve sólo un día en Montevideo y salí con envidia de aquella capital que parece detenida en el tiempo, por su singular limpieza y orden institucional y legal. Alguna vez volveré a pasar unas vacaciones para vivir intensamente el ambiente de renovación real y autenticidad que ha impuesto Pepe Mujica.