Tendrán que reformular el pliego

Por Juan Bolívar Díaz

Todo parece indicar que las organizaciones empresariales tendrán que reformular y moderar consistentemente su pliego de reclamos, si quieren conseguir algunas de sus demandas que parecen razonables, como la reducción del costo de la prestación de cesantía que para pequeñas y medianas empresas puede constituirse en insostenible, pero ni eso conseguirán si no reconocen la vulnerabilidad de los empleados y de un modelo económico social que concentra excesivamente el ingreso.

Desde que integró el año pasado una comisión oficial multisectorial para conocer y recomendar sobre las demandas de reformas al régimen laboral, el Gobierno las condicionó al consenso entre empleadores y trabajadores. Y recientemente el presidente Danilo Medina lo ratificó tajantemente, lo que obliga a un mayor esfuerzo de concertación si se quiere conseguir algo del amplio pliego de reclamos empresariales.

No está descaminado el Gobierno sobre los reclamos empresariales, pues no hay razón que justifique abandonar la búsqueda de consenso y los acuerdos obrero-patronales y gubernamentales sobre los que durante años se edificó el Código de Trabajo, a principio de los noventa y la ley que en el 2001 instituyó el Sistema Dominicano de Seguridad Social.

Como la democracia, el consenso representa dificultades y hasta lentitud en las decisiones. Siempre ha sido más fácil la imposición que la concertación. Pero nadie renuncia voluntariamente a los avances o derechos adquiridos durante años sino en un proceso de racionalidad e intercambio de concesiones.

Desde que se conocieron las demandas empresariales, algunos consideramos que eran tan excesivas que parecía que habían seguido el equivocado modelo sindical de pedir mucho para conseguir poco. Por ejemplo, cada discusión de aumento salarial comienza con demandas del 50 y 60 por ciento para quedar en 10 o 15 por ciento.

El primer error de los empresarios es que no han logrado aclarar suficientemente si sus promesas de no afectar conquistas establecidas, implica que las reformas que reclaman solo se aplicarán a las contrataciones laborales futuras, como se debe asumir, dada la irretroactividad de la ley.

En segundo lugar el pliego parece inspirado en lo ocurrido en naciones desarrolladas donde se ha hecho pagar a los trabajadores el costo de la crisis estructural del capitalismo y de la voracidad de los ejecutivos y magnates financieros. Pero el nivel del bienestar social alcanzado en algunos países permite reducciones sin agravar demasiado las condiciones de vida de la población.

La cuestión es diferente en países de tanta desigualdad, como la República Dominicana, donde tres cuartas partes de los asalariados no reciben lo equivalente al costo promedio de la canasta familiar, y donde más de medio siglo de crecimiento económico no han logrado una reducción significativa de la pobreza, por la concentración del ingreso, como lo han documentado los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y recientemente del Banco Mundial.

Por ejemplo, es una torpeza plantear el aumento de la jornada laboral de 44 a 48 horas semanales, reduciendo conquistas de principios del siglo pasado.

Mucho menos viable en un país donde una alta proporción de los empleados tienen un segundo trabajo, formal o informal, con jornadas diarias totales que alcanzan hasta las 16 horas.

Los empresarios tienen cierta razón en cuanto a la cesantía que es una carga que casi duplica el costo de sus aportes a las pensiones y que, en muchos casos, quiebra empresarios, sobre todo pequeños y medianos, e incentiva la informalidad y las evasiones. ¿A cambio de más aporte al sistema de pensiones o un seguro de desempleo?

También tienen razón en que en muchos sectores, el agropecuario y la construcción por ejemplo, es impracticable la cuota de 20 por ciento de extranjeros, y debe ser racionalizada. Pero que abandonen la extensión del horario diurno hasta las 10 de la noche y el trabajo sin límites los fines de semana.

 

La mano de obra haitiana en el país

Por Juan Bolívar Díaz

Una encuesta realizada el año pasado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) muestra con toda claridad el incremento de la mano de obra haitiana en la industria de la construcción dominicana durante la última década.

La investigación, encargada por la secretaría de Trabajo, no deja dudas sobre la causa fundamental de la multiplicación de los haitianos que trabajan en la República Dominicana: explotación de una mano de obra mucho más barata, que realiza los trabajos más duros, sin límite de horario ni días laborables y con mucho menores capacidades de reclamo.

La muestra de la encuesta fueron 579 trabajadores localizados en 147 construcciones en el Distrito Nacional y otras diez provincias, incluyendo a Santiago. Veintisiete por ciento resultaron haitianos. El 73 por ciento dominicanos.

De los 156 haitianos encuestados el 66 por ciento vino directamente a trabajar en la industria de la construcción, lo que es un indicador de que ese sector está atrayendo inmigrantes con magnetismo propio, en su mayoría indocumentados, con varios ingresos al país. El gran flujo de esos trabajadores se produjo a partir de 1990 en un 88 por ciento. En la década anterior sólo el 12 por ciento. Sólo un 16 por ciento pasó previamente por los bateyes cañeros.

Los resultados muestran de forma contundente las diferencias salariales entre dominicanos y haitianos. Un peón indocumentado recibe un salario mensual promedio de 2 mil 921 pesos, 47 por ciento menor que los 6 mil 178 que se paga al dominicano. En el caso de los albañiles la diferencia es del 44 por ciento, y alcanza al 64 y 69 por ciento cuando se trata de yesero o del herrero.

Lo mismo han demostrado las investigaciones realizadas en el pasado en las labores agrícolas, ya de la industria azucarera, la recolección del café y el cacao o la siembra y cosecha del arroz, renglones en los que, por demás, la mano de obra dominicana es sumamente escasa.

Por eso cuando las autoridades desatan las periódicas deportaciones masivas de haitianos, sectores productivos sufren las consecuencias y han llegado a presentar reclamos. El dirigente reformista Luis Toral se quejó abiertamente por televisión hace cosa de un año de que las persecuciones de indocumentados en el sur lo estaban dejando sin recolectores de café.

Visto el problema migratorio en esa perspectiva, debemos concluir en que contrario al criterio más generalizado, no es que los haitianos nos estén invadiendo, sino que los buscamos desesperadamente para que contribuyan al desarrollo nacional, aportando mano de obra barata y supliendo la ausencia de millares de dominicanos que prefieren la aventura de la yola para Puerto Rico.

Se trata de una de las más grandes hipocresías dominicanas. Obviamente empresarios y autoridades prefieren el desorden inmigratorio antes que la documentación. Una importación organizada y limitada de obreros, para cualquier sector de la economía, tendería a incluir mayores derechos y salarios.

Y es relevante que muchos haitianos son importados directamente ya no para cortar caña, sino para la construcción, en plenas ciudades, desde Santiago a Punta Cana y Bávaro, pasando también por la capital. Lo fue para las zanjas del acueducto, para las carreteras y hasta para al anexo al edificio de la cancillería de la República, como mostró en su oportunidad el diario El Nacional.

En una oportunidad hubo que darle un “tapa boca” a un empresario del sector turístico que en medio de un coctel denunciaba la “invasión haitiana”, preguntándole cuántos obreros haitianos participaban en la construcción de los hoteles. Y por qué no prescindían de ellos y dejaban de estimular esa invasión.

A muchos les costará admitirlo, y algunos lo considerarán hasta temerario, pero en el crecimiento económico dominicano de la década del noventa hay mucho sudor y sangre de migrantes. De los inmigrantes haitianos que han puesto su trabajo para mantener bajos los costos de una mano de obra incondicional. Y de los emigrantes dominicanos que por decenas de miles, y a cualquier costo, se fueron al exterior para fortalecer nuestra economía remitiendo cada año más remesas.

Esas remesas cubren una buena proporción de nuestro creciente desbalance comercial y han contribuido significativamente a la estabilidad macroeconómica, con un crecimiento económico sostenido, especialmente en el sector construcción.

Si de justicia se tratara, deberíamos ser mucho más generosos con los emigrantes, los nuestros y los vecinos. No nos deben. Nosotros les debemos a ellos.-