Agradecimiento al embajador Fisher

Por Juan Bolívar Díaz
03_05_2015 HOY_DOMINGO_030515_ Opinión9 A

Los que no han leído el discurso del embajador del Reino Unido, Steven Fisher, en el desayuno de la Cámara de Comercio Británica el 28 de abril, deberían procurarlo en Internet. Seguro que algunos caerán en la reacción tradicional de rechazar esa “injerencia en nuestros asuntos internos”, pero la gran mayoría de las personas honradas terminarán agradeciéndole porque implica una invitación a reflexionar, proveniente de alguien que muestra mucho aprecio por el país, después de cinco años acompañándonos.

El texto tiene una redacción excelente, con perfiladas de buen humor, como cuando da cuenta de mensajes intercambiados por la embajada británica y su cancillería en los primeros días de la revolución constitucionalista, en uno de los cuales se cuestiona a las clases dominantes por su insensibilidad social y falta de visión, a lo que se atribuye aquel estallido socio-político, para concluir en la esperanza de que se hayan aprendido las lecciones. El entonces embajador Stafford Campbell consideraba que la injusticia social y la corrupción estaban frenando al país.

Tras ello el embajador actual se refiere a lo que ha crecido económicamente el país en los 50 años posteriores a la Revolución Constitucionalista, para preguntar si se ha abordado adecuadamente el tema de la desigualdad social, para responder que desde 1965 hemos tenido el mayor crecimiento económico de toda América Latina, pero con la menor reducción de la pobreza. Se fundamenta en un informe del Banco Mundial, según el cual en los últimos 20 años la pobreza disminuyó del 44 al 28 por ciento en América Latina, especialmente entre el 2006 y 2013, pero en el país sólo bajó del 44 al 41 por ciento. Ejemplificó: en Chile se redujo del 29 al 14 y en Perú del 49 al 25 por ciento.

Fisher recoge la impresión de turistas de que hay dos República Dominicana y aborda con delicadeza una serie de carencias nacionales que dificultan las inversiones, especialmente la corrupción, el narcotráfico y un sistema judicial que considera “lento, frustrante e injusto”. Pasa a “desenmascarar dos mitos”, primero el del supuesto complot internacional para fusionar las dos naciones de la isla, lo cual calificó de “totalmente falso”, agregando que “Nadie -Estados Unidos, Francia, Canadá, Reino Unido- ha considerado, ni por un segundo, promover una política tan absurda”. El segundo: que la comunidad internacional quiere que República Dominicana cargue con la carga de rescatar a Haití, lo que también estima absurdo. Reconoce los aportes dominicanos a Haití y los derechos a establecer su política inmigratoria y a deportar indocumentados, pero advirtiendo que con respeto de los derechos humanos.

El embajador británico anunció su próxima partida, que le gustaría que República Dominicana “siga siendo el único, especial y hermoso país que siempre ha sido”, que espera volver en el futuro y que le gustaría encontrar una sociedad integrada, con acceso justo y asequible a la justicia y sin impunidad, que el narcotráfico haya sido derrotado y los crímenes violentos, incluyendo el feminicidio, reducidos dramáticamente.

Espera que al volver la pobreza extrema y la otra pobreza hayan sido radicalmente erradicadas, que la mayoría tenga empleo y los salarios reales hayan aumentado, que los niños no mendiguen en las calles y castigados sus traficantes, que los discapacitados sean cuidados e integrados. También que no haya que recordar el día de inicio de clases, que la Policía esté bien pagada y sea eficiente y respetada, y que los inmigrantes sean bien tratados, sin abusos, sin deportaciones arbitrarias y sin ser forzados a pagar “peajes” para cruzar la frontera y que como trabajadores estén protegidos por el Estado y la ley.

Quienes hemos tratado al embajador Fisher lo reconocemos un diplomático profesional, discreto y propositivo, que reconoce los esfuerzos de las autoridades y de diversos sectores sociales. Pero su conferencia mostró también un ser humano sensible que quiso hacer un gesto de franqueza y compartir sus preocupaciones por nosotros. Confiemos que la mayoría de su auditorio lo haya escuchado y le ponga atención.

No hagamos como el avestruz…

Por Juan Bolívar Díaz
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Cada vez con más frecuencia los dominicanos y dominicanas pasamos la vergüenza de leer o escuchar denuncias y evaluaciones reveladoras de nuestras miserias  institucionales, altos niveles de corrupción, malversación y falta de transparencia, y precariedad de los servicios fundamentales determinada por la ausencia de prioridad en las inversiones públicas.

Ya el informe de competitividad internacional del Foro Económico Mundial nos ha calificado como  campeones universales en malversación de los fondos públicos y en desconfianza en la policía, y competimos por los últimos peldaños en calidad de la educación, embarazos de adolescentes, muertos a manos de la policía, en favoritismo de los funcionarios públicos y en otros renglones.

Lo peor es que nos hemos acostumbrado a las denuncias y ya nada parece conturbarnos ni conmovernos. Nada nos espanta ni quita el sueño. Hemos perdido nuestra capacidad de asombro y entendemos que genéticamente estamos incapacitados para cumplir la Constitución y las leyes y cualquier norma que nos demos. La reacción es de indignación y descalificación de quienes nos desaprueban, creyendo que resolvemos el problema apelando a la soberanía nacional y a un nacionalismo hipócrita y dicotómico que la globalización universal sepultó.

Fuimos tan lejos en el salvajismo institucional que pasamos cuatro años negando las actas de nacimiento a miles de ciudadanos porque son descendientes de haitianos. Aquí no valieron ni las sentencias judiciales en contra y no rectificamos hasta que en la OEA, en el Departamento de Estado norteamericano, en el Congreso de los Estados Unidos y en la Universidad George Washington nos dijeron casi al unísono  que eso es inaceptable, que así como hay méxico-norteamericanos, dominico-americanos y dominico-españoles, puede también haber dominico-haitianos.

Esta semana el embajador de Gran Bretaña, al hablar en un evento oficial ante las máximas autoridades judiciales, incluyendo al presidente de la Suprema Corte de Justicia y al Procurador General de la República, y en el recinto sede de estas instituciones, denunció la corrupción, que se expresa en el tráfico de influencias y la extorsión, como dañino para la imagen de la nación y la inversión extranjera.

Debe estar demasiado motivado el embajador Steven Fisher para denunciar en ese escenario que por “inconvenientes asociados a la corrupción una importante empresa británica se fue hace poco del país”, y que otra ha sido objeto de una “tentativa de soborno muy grande”.

No se trató de una declaración improvisada. El embajador Fisher pronunciaba una conferencia en un evento que se supone parte de los esfuerzos que se realizan ante las Iniciativas Participativas Anticorrupción que promueven organismos internacionales, por las que este 2011 que declina fue denominado como “Año de la Transparencia y la Institucionalidad”.

Pero el mismo día, miércoles 23 de noviembre, el embajador de Estados Unidos, Raúl Izaguirre,  pronunciaba otra conferencia ante la Cámara de Comercio Dominico Americana, en la que retaba a esta sociedad a superar graves deficiencias como las de educación y electricidad, el clientelismo político y la precariedad energética.

En la misma jornada la prensa recogía los resultados de una auditoría que muestra la malversación de 700 millones de pesos en el Instituto Agrario Dominicano, y daba cuenta del piquete realizado por canjeadores de cheques al Consejo Estatal del Azúcar, cuyo director anterior -ahora en otro cargo gubernamental- les dejó con cheques sin fondos por 15 millones de pesos, que tres meses después no han podido recuperar.

Ya se ha producido la clásica indignación contra el embajador británico,  cuando lo procedente que el titular del Departamento de Lucha contra la Corrupción, allí presente, le pidiera una cita para iniciar una investigación. ¿Cuántos creen que lo hará y que terminará en sanciones? Algunos son tan descarados que se atreven a sugerir que Fisher se inventó esa denuncia para “dañar el buen nombre de la nación”. Y en vez de indignarse contra el pecado y los pecadores, lo hacen contra el conferenciante invitado.