¡Qué pena Sonia, qué pena!

Por Juan Bolívar Díaz
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A Sonia Pierre no tuve oportunidad de tratarla a fondo. No era el tipo de persona que confluía en mis ambientes sociales o profesionales. Fuera de seis o siete entrevistas de televisión en casi dos décadas, sólo una vez tuve oportunidad de conversar largo con ella, frente a frente en su oficina del Movimiento de Mujeres Dominico-Haitianas, a raíz de la penosa resolución de la Junta Central Electoral que discrimina la expedición de copias de sus actas de nacimientos a los dominicanos de origen haitiano.

 Durante casi dos horas escuché sus planteamientos y tuve la impresión de que estaba frente a una persona de profunda tristeza, que se le salía por los ojos, con un esfuerzo visible para contener las lágrimas. La última vez que escuché su voz fue en los días anteriores a la audiencia celebrada en octubre pasado en Washington por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el genocidio civil que implica la negativa a expedir copias de sus actas de nacimiento a los dominicanos descendientes de haitianos.

Me resultó obvio que ella no quería dar una entrevista, que no se sentía cómoda con el papel de enemiga de su país que le querían endilgar por el pecado de ser consecuente con sus orígenes. Llegó a decirme que esa no era una causa personal señalando que la llevaba una coalición de más de veinte instituciones.

En los últimos años sus luchas habían sido reconocidas por la Fundación Kennedy, por el Departamento de Estado norteamericano que la declaró Mujer Coraje, por Amnistía Internacional, por universidades e instituciones internacionales que la invitaban a exponer su causa, lo que no siempre podía aceptar.

Me hizo confidencias sobre las amenazas e intimidaciones de que era víctima, y le mortificaba especialmente por cuanto incluían a sus cuatro hijos y dos nietos. Y aunque le restaba importancia, sufría porque en los últimos años se había llegado al extremo de tratar de despojarla de la nacionalidad.

En una ocasión le hice contar por Teleantillas cómo había sido su infancia, tras haber nacido en 1963 en un batey de Villa Altagracia, casi en la capital dominicana. Y  cómo se levantó para hacerse profesional y luchar toda la vida. Todavía al morir muchos la trataban de haitiana 48 años después de haber sido declarada dominicana.

Como la Constitución  que regía cuando ella vino a este mundo cobijaba a todos los nacidos en el país, excepto los hijos de diplomáticos y de los extranjeros en tránsito, y como no de eran de los primeros, los declararon en tránsito. Y era cierto, Sonia como sus padres transitó hacia el fondo del terruño nacional.

A ella no se atrevieron a negarle la expedición de copias de su acta de nacimiento, pero la vergonzante sentencia de la Suprema Corte de Justicia que avala el despojo de la nacionalidad a decenas de miles de dominicanos descendientes de haitianos la golpeó en lo más recóndito del alma. Su corazón no pudo resistir la nueva embestida y apenas días después dejó de latir abrumado por la pena.

La intempestiva partida de Sonia Pierre nos deja un nudo en el alma y representa un rudo golpe al sentimiento humanitario de los hijos de esta tierra donde tantos llegaron sin visa desde que los europeos nos invadieron hace  más de cinco siglos, lo que no impidió que los recibiéramos y acogiéramos para convertirlos en dominicanos de ascendencia española, africana, libanesa, palestina, china, judía, japonesa o cocola. Pero también de donde más de un millón han partido para ser ciudadanos del mundo. Ellos mismos y sus descendientes son hoy dominico-americanos, dominico-españoles y un largo etcétera.

Qué pena Sonia que nos resulte tan difícil entender y aceptar que también puede haber y hay dominico-haitianos, lo que debería ser lo más natural del mundo dado que compartimos una pequeña isla dividida precisamente por los que llegaron sin pedir ni recibir autorización hace medio milenio.

¡Ay Sonia Pierre que el subsuelo de esta tierra tan perturbada te resulte más leve y que algún día podamos reivindicarte como lo que fuiste: un monumento humano de dignidad, coherencia y coraje! ¡Cuánta pena acumulaste y cuántas penas nos dejas ilustre hermana dominicana!

Hay miles como Sonia Pierre

Por Juan Bolívar Díaz

Sólo nos falta que un día de estos se produzca una decisión revocando la nacionalidad de Sonia Pierre, defensora de los derechos de los que como ella son dominicanos de ascendencia haitiana. Es decir fruto de la inmigración de cientos de miles de ciudadanos que en el último siglo vinieron desde la vecina nación a ganarse la vida, con el sudor de su frente como mandó Dios.

Fue simbólico del furor y el odio de algunos fanáticos el que recientemente fueran desprendidas la fotografía y la biografía de la señora Pierre de la exposición en el parque Independencia sobre mujeres dominicanas distinguidas, de las artistas Nicole Sánchez y Giovanna Bonnelly, quienes ahora deben estar siendo consideradas por esos “fieles” sospechosas de “actitudes antidominicanas” .

Tengo entendido que Sonia nació en Villa Altagracia a principios de los sesenta, hija de dos ciudadanos haitianos, y como entonces no había sido reinterpretada la Constitución, todavía se documentaba a los hijos de extranjeros llegados a este mundo, independientemente del estatus legal de los padres. Así ella fue declarada y documentada como ciudadana dominicana.

Desde entonces ha vivido y se ha desarrollado aquí y, guardando el equilibrio emocional a pesar de las discriminaciones que ha tenido que enfrentar, decidió asumir la realidad de que es simbiótica expresión de la pobreza domínico-haitiana, el fruto de la migración tan vieja como los seres humanos.

Es consecuencia de una extensión de la nacionalidad dominicana, la domínico-haitiana, como existe también la domínico-español, domínico-chino y muchas otras variedades. En Estados Unidos hay cientos de miles que son domínico-americanos o américo-dominicanos. Como hay millones de méxico-americanos, con todas las consecuencias no solo legales sino también culturales y raciales.

Antes que Sonia Pierre ha habido en el mundo una inmensa legión de hijos de la migración que han asumido la defensa de los de su misma condición. Uno de los paradigmáticos fue César Chávez, legendario méxico-norteamericano nacido en Arizona, quien ayer 31 de marzo hubiese cumplido 80 años, de no haber muerto en 1993 minada su salud por las huelgas de hambre y otras formas de lucha que adoptó.

Al comenzar su lucha a mediados del siglo pasado Chávez consideraba que el 40 por ciento de los trabajadores campesinos eran mexicanos indocumentados. El, a quien no se le regateó la ciudadanía americana, asumió su defensa y en ello se jugó la vida. Tras su muerte, el presidente Clinton le confirió la medalla de la libertad.

Por cierto que el año pasado Sonia Pierre recibió el Premio de Defensora de los Derechos Humanos que otorga en Washington una fundación a la memoria de Robert Kennedy, quien tuvo el valor de defender a Chávez en los finales de los años sesenta cuando el líder era objeto de persecuciones e incomprensiones.

Al igual que hace la señora Pierre aquí, hay dominicanos y dominicanas que defienden los derechos de los hijos de nuestros emigrantes cuyo volumen también genera actitudes irracionales en Estados Unidos, Puerto Rico, en las islas del Caribe y en varias naciones europeas.

Ahora sólo falta que un día de estos nos tropecemos con una resolución que prive a Sonia de la nacionalidad dominicana, como ya algunos reclaman. El paso subsiguiente y lógico sería desconocer sus raíces territoriales y deportarla, no sin antes quitar también la nacionalidad a sus cuatro hijos.

Para ser justos y no andar con contemplaciones, tendríamos que hacer lo mismo que cientos de miles de domínico-haitianos a quien en el siglo pasado se les reconoció la nacionalidad dominicana por el jus-soli, es decir por haber nacido en el territorio nacional. Habría que desarraigarlos de familias, propiedades y vidas para echarlos del otro lado de la frontera.

De esa forma habremos “resuelto” gran parte del “problema haitiano” con el aplauso del mundo, y ya entonces no habrá ningún Movimiento de Mujeres Domínico-haitianas que se atreva a salir con alegatos sobre supuestos derechos humanos. Manos a la obra.