No habrá Haití sin los haitianos

Por Juan Bolívar Díaz
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La solidaridad internacional con el pueblo de Haití tiene su mayor desafío cuando se celebre el próximo miércoles la reunión cumbre convocada por las Naciones Unidas con el objetivo de reunir los enormes fondos que requiere la reconstrucción de la vecina nación, tras la trágica devastación provocada por el terremoto del 12 de enero.

El momento ya es más que oportuno para que la comunidad internacional aterrice a la realidad del pueblo haitiano y no sólo aporte el financiamiento necesario, sino que también cree los mecanismos para administrarlo tanto en el ámbito mundial, como en el Estado y la sociedad de Haití.

El Gobierno y la sociedad dominicana, que han ofrecido tan firmes muestras de sensibilidad y solidaridad con el hermano vecino, deben ser los más conscientes de la magnitud del esfuerzo que será preciso para la tarea de reconstrucción, pero sobre todo de que es imprescindible estimular las energías de ese pueblo para que sea quien asuma el mayor protagonismo. Más allá de las carencias y las precariedades sociales e institucionales de Haití, tenemos que partir del planteamiento fundamental de que nunca podrá haber un Haití en desarrollo sin contar relevantemente con los haitianos.

Ese planteamiento parecería una perogrullada, pero es necesario elevarlo ante las voces que aquí como en otros ámbitos han llegado al extremo de considerar que tendremos que constituir un supra gobierno para la vecina nación. Un importante político dominicano llegó a reclamar dos puestos para la República Dominicana en una especie de comité o fideicomiso para dirigir la reconstrucción integrado por cinco personalidades internacionales.

El peor error que pudiéramos cometer los dominicanos es pretendernos tan superiores como para dirigir los esfuerzos que corresponden a los haitianos. Más tarde o más temprano nos caería la responsabilidad por los problemas que puedan persistir o los nuevos que puedan emerger en el proceso.

Hasta las autoridades haitianas han aceptado que será preciso crear un comité internacional para administrar y fiscalizar los fondos que requiere la reconstrucción, para ayudar a la planificación y ejecución, pero partiendo del pueblo haitiano, desde sus autoridades hasta sus instituciones y grupos sociales organizados, contando con sus debilidades y fortalezas.

El primer ministro de Haití, Jean-Max Bellerive, lo planteó certeramente durante la Conferencia Técnica  preparatoria de la Cumbre Mundial, celebrada hace dos semanas en esta capital, cuando reclamó que el futuro de su país “sea construido esencialmente por los haitianos”, aunque con la ayuda internacional. “Haití tiene que tener el liderazgo, que es una tarea muy importante, no se trata de un discurso nacionalista de soberanía, sino de un discurso sobre eficacia y eficiencia, que es la única forma en que podremos tener éxito, y lo repito sin ironía: Haití es la institución para preparar el Haití del mañana”, apuntó el funcionario que ha mostrado credenciales suficientes para encabezar la histórica tarea.

Afortunadamente el ministro dominicano  de Economía, Planificación y Desarrollo, Temístocles Montás, y su equipo técnico que ha estado colaborando con las autoridades haitianas en la preparación de un Plan de Reconstrucción, son conscientes de que no habrá nunca un Haití floreciente sin los haitianos. Es sobre esa piedra que habrá que levantar el nuevo habitáculo material y social, promoviendo la organización del pueblo haitiano y el fortalecimiento institucional.

Ya un grupo de 26 instituciones de la sociedad civil haitiana se ha quejado de exclusiones en la elaboración de ese plan, proclamando que “Para construir un nuevo modelo de desarrollo se requiere una extensa, constante y amplia movilización de los sectores populares…”  Y en una carta pública con motivo de la Conferencia de Donantes, las organizaciones sociales de Haití plantean “un alto grado de participación activa, libre y significativa, en el desarrollo, implementación y supervisión de los proyectos de ayuda, por parte del espectro entero de la sociedad Haitiana…”

La cumbre de esta semana en la sede central de las Naciones Unidas tiene que marcar el salto definitivo. Llega con buenos augurios tras la petición del presidente Barack Obama para que el Congreso de Estados Unidos apruebe ayuda a Haití por 2 mil 800 millones de dólares, suma que debe ser triplicada por el resto de la comunidad internacional.

Haití: gran desafío a los dominicanos

Por Juan Bolívar Díaz

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La brillante y reconocida solidaridad de la sociedad dominicana con el pueblo haitiano tras el trágico terremoto de enero tiene que extenderse a la búsqueda de los enormes recursos que demanda la reconstrucción del devastado país como objetivo estratégico nacional pero dentro del marco de las Naciones Unidas.

La coyuntura es también propicia para dejar atrás los históricos desencuentros y propiciar los largamente aplazados acuerdos sobre asuntos migratorios, intercambio comercial, de seguridad fronteriza y en tantos otros ámbitos en los que la indisoluble hermandad insular obliga a los dos pueblos.

Objetivo estratégico

Tal como lo ha planteado el Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Temístocles Montás, la reconstrucción de Haití es un objetivo estratégico nacional, razón por la cual el país tiene que contribuir a lograrla, buscando la más amplia participación internacional, sin la cual será imposible su financiamiento.

El gobierno dominicano ha mantenido la iniciativa tras una exitosa gestión de solidaridad desde el momento que se conoció la tragedia del 12 de enero, de la que ha sido parte casi toda la sociedad dominicana en sus más diversos estamentos. No podía ser de otro modo, dado que las dos naciones están atadas por la geografía, sin que ni siquiera los fenómenos telúricos pudieran separarlas, ya que las dos grandes fallas geológicas de la isla se extienden de oeste a este y ninguna de norte a sur.

Hubiese sido indigno de un pueblo noble, que los dominicanos no fueran los primeros que llegaran con todo lo que tenían a mano para dar su solidaridad frente a un drama escatológico que ha conllevado la pérdida de más de 200 mil vidas y que pasó tabla rasa a las infraestructuras del vecino dejando dos millones de personas sin vivienda, en lo que un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo considera el más destructivo de los fenómenos naturales de la era moderna, cuantificando el costo de la reconstrucción en 14 mil millones de dólares. El verdadero desafío a la solidaridad comienza ahora que la tragedia de Haití pierde preponderancia en el escenario internacional.

Nadie puede estar más interesado que los dominicanos en que no se abandone  al vecino a su suerte, porque sólo este país está indisolublemente atado a la tragedia y porque en la medida en que no se deje espacio a la esperanza los haitianos saldrán a buscarla expulsados como los pilotos de una nave en picada y su primera tabla de salvación no es el espacio extraterrestre ni el mar, sino el territorio vecino. Lo que ha invertido en la solidaridad inicial es ínfimo en relación a lo que podría tocar a la República Dominicana si no se produce un concierto de asistencia internacional proporcional a la devastación.

Urgente cooperación

Las circunstancias obligan más que nunca a transitar el camino de la plena cooperación para “construir un presente y preparar un futuro que sea ventajoso a los dos pueblos”, como expresaba la carta de los intelectuales haitianos. Ese objetivo hace tiempo que ha sido planteado por innumerables instituciones y personalidades dominicanas, de todos los sectores políticos, sociales, empresariales y religiosos, incluyendo relevantemente al Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP) y la Conferencia del Episcopado Dominicano en sendos documentos al respecto.

Probablemente la propuesta más integral para la cooperación bilateral es la contenida en el documento titulado “El Reto Haitiano en República Dominicana”, presentado el 4 de julio del 2008 por el CONEP, el cual reivindica la Comisión Bilateral y detalla diez aspectos básicos para la cooperación entre los dos países. “Con la esperanza de que simples desacuerdos y posiciones encontradas en el presente dejen de avivar los fuegos de la animosidad y de la exclusión. Las diferencias están llamadas a sustentar por fin el respeto mutuo y la colaboración de todos aquellos que viven y que ayudan a institucionalizar cada día más nuestro régimen democrático”.

Los diez aspectos señalados en el documento del empresariado son los referentes a la nacionalidad dominicana, el racismo en el país, la Ley General de Migración 285-04 (cuyo reglamento no se acaba de aprobar seis años después), la documentación civil,  repatriaciones y deportaciones, frontera, comercio, mercado y derechos laborales, medio ambiente y cultura.

No faltan quienes consideran que la coyuntura no es propicia para debatir  temas conflictivos, pero existe el temor de que la trágica situación que viven millones de haitianos dispare su migración hacia su salida más fácil, lo que obligaría a la adopción de disposiciones que podrían disipar el ambiente de reencuentro decretado por el terrible sismo. Podría ser preferible afrontar bilateralmente la contingencia, en el amplio espíritu de colaboración ahora existente.

Sin duda la debilidad actual del Estado haitiano, cuya gobernabilidad tendrá que abordarse dentro de pocos meses, hace más difícil la negociación bilateral. Hasta entre  dominicanos muy racionales se expresan dudas sobre la capacidad institucional del vecino, pero no habrá ninguna solución en Haití,  ni siquiera una restauración parcial, que no tenga como protagonista fundamental al pueblo haitiano, con todas sus debilidades y fortalezas.

Los protagonistas

El drama haitiano es mayor en cuanto el sismo se llevó también una considerable proporción de sus más capacitados recursos humanos, dejando casi inviable una nación que ya se consideraba fallida por su precariedad institucional, pobreza extrema y disolución, al extremo de que medio centenar de partidos y grupos se aprestaban a concurrir a los comicios parlamentarios que estaban programados para febrero y que ahora están en un limbo, al igual que los presidenciales que deberían celebrarse en noviembre próximo.

Tal como advirtió el presidente de Francia al visitar esta semana a Puerto Príncipe es al pueblo haitiano al que corresponder ser artífice de su recuperación. Lo dijo también el canciller de Brasil, como lo han manifestado cientistas sociales. Pero además ni los Estados Unidos ni ningún otro país, por más poderoso que sea, se va a echar sobre sus exclusivos hombros la responsabilidad de dar viabilidad a la nación haitiana.

En la perspectiva coyuntural internacional no se prevé ningún escenario mejor que  las Naciones Unidas para asumir la responsabilidad de la reconstrucción de Haití, por lo que es un acierto que al efecto se haya fijado para el 31 de marzo en su sede central de Nueva York  una reunión cumbre internacional. En ella deben concentrarse todos los esfuerzos dejando de lado cualquier intento de excesivo protagonismo, como sería la insistencia en celebrar otra cumbre mayor en Santo Domingo en junio próximo. Debe ser suficiente el encuentro preparatorio programado aquí para el 17 y 18 de marzo.

La Comisión Bilateral

Por el momento es un gran acierto la constitución de misiones técnicas de los gobiernos de Haití y República Dominicana para el diseño de un “Plan de Acción para Refundar Puerto Príncipe”, como anunciaron el día 13 el presidente Leonel Fernández y el primer ministro haitiano Jean Max Bellerive en una primera reunión efectuada en Santo Domingo.

La coyuntura parece más que propicia para dejar reactivada y hacer operativa la Comisión Mixta Bilateral Domínico-Haitiana creada en 1996, pero dejada en inanición después de unos pocos acuerdos no implementados. El 22 de mayo próximo se cumplen tres años de que el presidente Fernández emitiera su decreto 263-07 donde disponía una serie de previsiones para reactivarla.

Justamente al ocurrir la tragedia del 12 de enero se esperaba una fecha para una inminente visita del presidente René Preval, en tanto funcionarios de ambos gobiernos habían coincidido en la necesidad de reactivar la Comisión Bilateral. La iniciativa correspondió al gobierno dominicano, concretada en la visita que hizo a Puerto Príncipe el ministro Temístocles Montás el 18 de diciembre último.

Es posible que esa iniciativa fuera la respuesta silenciosa que diera el presidente Fernández a la carta de principios de noviembre en la que 30 reconocidos intelectuales haitianos le expresaron preocupación por la seguridad de sus compatriotas residentes en el país. Le sugerían “reactivar, con el Ejecutivo haitiano, los mecanismos binacionales de cooperación para plantear, en la serenidad, todos los problemas y contenciosos no discutidos”, incluyendo “la obligación de nuestro país (Haití) de controlar su flujo migratorio hacia la República Dominicana con la finalidad de no superar un límite máximo manejable por las autoridades dominicanas”.

 

Sostenida solidaridad con Haití

Por Juan Bolívar Díaz
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A medida que pasen los días y la inmensa catástrofe que ha sufrido Haití sea desplazada del primer plano de la información internacional, comenzará a disminuir la gran solidaridad que se ha manifestado con ese pueblo hermano y corresponderá  a los dominicanos el mayor esfuerzo para que se mantenga viva la necesidad de contribuir a la reconstrucción de ese país.

Es generalizada la satisfacción por las amplias muestras de solidaridad que han mostrado los dominicanos de todos los estamentos sociales, encabezados por el gobierno y particularmente por el Presidente Leonel Fernández, quien supo interpretar con rapidez la urgencia y procedencia de la participación nacional.

Estamos llamados a mantener en alto la solidaridad con Haití, evitando que las legítimas preocupaciones por la posibilidad de que se incremente el flujo migratorio hacia la República Dominicana, ocupen el primer plano del debate nacional. Más que la tradicional algarabía, procede una actuación inteligente, implementando medidas efectivas, con discreción, evitando herir sensibilidades.

Un resultado positivo de la tragedia debería  ser que por fin la nación comience a ejecutar políticas adecuadas para contener la masiva inmigración haitiana, incentivada por intereses locales, tanto de empresarios aprovechadores de mano de obra barata e incondicional, como de traficantes buscadores de fortuna ilegítima. También se debe esperar que definitivamente aprendamos a negociar y a entendernos con los vecinos.

 La masiva asistencia dominicana en alimentación y asistencia médica debe extenderse todo lo posible, conscientes de que es una cuota ineludible por nuestra condición de hermanos siameses, con tantos vasos comunicantes que no pueden ser ignorados ni suprimidos. Por eso fue tan acertada la iniciativa del gobierno nacional que el pasado lunes reunió en esta capital al Presidente de Haití, René Preval, y a representantes de múltiples estados y de organismos internacionales llamados a tener papel relevante en los aportes para la reconstrucción del devastado país.

El objetivo fundamental es la pronta celebración de una conferencia internacional  que elabore un “Plan Estratégico para la Reconstrucción de Haití que, más allá de las ayudas de emergencia, contribuya a reforzar en el mediano y largo plazo la viabilidad y la estabilidad social, económica y política de Haití”. Un comité promotor creado al efecto deberá tener su primera reunión mañana lunes en Canadá.

No hay tiempo que perder. Hasta el momento gobiernos y organismos internacionales han anunciado ayuda por más de mil millones de dólares para Haití, pero esa suma tendrá que ser multiplicada a la luz del inmenso desastre, que obligará a una reconstrucción casi total de Puerto Príncipe y de otras ciudades. El gobierno dominicano estimó en 10 mil millones de dólares la meta de recaudación pero hay quienes creen que esa cifra es conservadora.

 La conferencia internacional sobre Haití tiene que ser apresurada, antes de que el mundo comience a acostumbrarse y a resignarse ante la tragedia y de que otros acontecimientos trascendentes concentren la atención. Después de Haití ningún país puede tener más interés en ese objetivo que República Dominicana, por solidaridad, pero también para reducir el costo ineludible del desastre.

 Mientras tanto hay que evitar planteamientos como el de que los organismos internacionales deben reponernos lo que hemos invertido en solidaridad o que por eso no podremos cumplir el reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, formulados por funcionarios gubernamentales. Debemos evitar desbaratar con los pies todo lo que hemos ganado con la gran solidaridad ante la tragedia haitiana.

Nos toca la tragedia de Haití

Por Juan Bolívar Díaz

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Se agotaron las palabras para describir la inmensa tragedia que se ha abatido sobre el hermano pueblo haitiano, que nos toca profundamente en primer lugar por la condición humana, por la vecindad y también porque sus consecuencias están llamadas a repercutir en este lado de la frontera.

Las escenas de destrucción y desamparo, de muerte y horror a que hemos asistido esta semana constriñen el espíritu y obligan a esfuerzos para contener las lágrimas, mientras nos resulta difícil comprender cómo la naturaleza se comporta de esa manera con el pueblo más pobre de todo el continente.

La tierra ha sufrido enormes sacudimientos, incluso  con mucho mayor número de víctimas, pero pocas veces ha barrido con todo lo esencial de un país, sin perdonar la sede presidencial, el parlamento, la catedral, el arzobispado, las edificaciones de las Naciones Unidas y varias embajadas, los hospitales, las escuelas, los edificios de las empresas telefónicas y de los bancos. Todo, el vacío.

Y al ocurrir en una nación de tan débiles instituciones y tantas precariedades, el sufrimiento inicial, la impotencia para socorrer a los heridos y a los atrapados por los escombros, y hasta para recolectar y sepultar a los miles de muertos se potencian en una inconmensurable tragedia humana y social.

Nunca se sabrá cuántas personas, niños, adolescentes y adultos, de todas las condiciones sociales, han perdido la vida con el impacto inicial. Ni tampoco cuántos agonizaron bajo los escombros sin encontrar auxilio en un mundo de tantas comunicaciones y tecnologías.

Una vez más se demuestra lo lento que es el sistema humano para acudir en el rescate de las víctimas de los sacudimientos telúricos, en contraste con la rapidez de la tecnología de la muerte tan eficiente para competir en capacidad de destrucción y desolación.

Hay que ponderar la presteza y generosidad con que la nación dominicana ha asumido la tragedia haitiana, sufrida como propia, como corresponde a dos pueblos unidos por la geografía y también por la pobreza y las limitaciones institucionales, allá en mayor grado, pero presentes también en el lado oriental de la isla.

Esa generosidad tiene que extenderse más allá del sacudimiento inicial, aún cuando la nación tenga que adoptar medidas de contención para evitar una cuota desproporcionada de las consecuencias del drama humano y social que arroja este sacudimiento telúrico. Pero hay que hacerlo con pleno respeto a la dignidad, al dolor y a la sensibilidad de los hermanos, sin pretender que el país pueda salir sin mayor costo de esta tragedia.

Nos toca también en cuánto este sismo viene a ratificar las advertencias de los expertos que sostienen que la isla está atravesada por dos fuertes fallas geológicas que cada cinco o seis décadas disparan energías  capaces de devastar las construcciones de siglos.

Lo peor es que algunos de los expertos que han estudiado la sismicidad de la isla consideran que todavía estamos en período en el que se puede esperar un fenómeno telúrico de mayor proporción. Tendríamos que preguntarnos si en realidad estamos preparados para resistirlo. Si hemos construido todo nuestro desarrollo urbanístico con respeto al código sísmico. Las más de un centenar de escuelas agrietadas en diversos lugares de la geografía dominicana, donde el sismo no pasó de los 5 grados Richter, deja serias dudas sobre qué nos pasaría con uno de 7 ú 8 grados. Baste recordar que a raíz del mediano sismo que afectó a Puerto Plata hace seis años y que colapsó varias edificaciones, una comisión oficial formuló una serie de recomendaciones que han quedado en el olvido.

Para las élites gobernantes, empresariales, intelectuales y sociales de Haití, esta tragedia deja tremendos cuestionamientos y desafíos, para que abandonen los comportamientos miserables, el infinito fraccionamiento y las ambiciones desmedidas que impiden concertar energías para construir instituciones eficaces y superar la indigencia.

Nos toca, claro que nos toca y nos duele la tragedia haitiana, que pudo haber sido nuestra en toda su magnitud.-