¡Polvo somos, Silvio Herasme!

Por Juan Bolivar Diaz

Parado ante el féretro que contenía sus restos, no sabía si dejar fluir las lágrimas apenas contenidas, si sacudir la cabeza por la incredulidad, o dar gracias a Dios por tanta vida como la que se nos iba en el cuerpo, más no en el espíritu indómito, de Silvio Herasme Peña, colega del alma en las luchas democráticas durante casi medio siglo.

Él es un símbolo viviente de la etapa nacional, inaugurada en la primavera libertaria de los sesenta, tras el oscurantismo de los 31 años de la tiranía trujillista, combatiente de la vanguardia periodística, con una valentía que convocaba e inspiraba energías espirituales y sociales. Fue pionero de los egresados de la escuela de comunicación social que abrió la Universidad ya Autónoma de Santo Domingo, y se adscribió al periodismo comprometido con los grandes ideales sociales.

Porque no podíamos permitir que se repitiera, la generación de los periodistas de los sesenta, nutridos por la ofrenda sagrada de los miles que entregaron la vida luchando contra los nuevos sátrapas de 1965 y sus salvadores invasores norteamericanos, nos propusimos batallar para evitar el retorno de las sombras, y Silvio fue uno de los más persistentes inspiradores, presente en todos los escenarios donde el buen periodismo y la mejor política concertaban abrazos y redes para que el balaguerismo no volviera a trocar en oscura noche la vida nacional.

Herasme Peña se movía en los ámbitos del periodismo, pero también de la política, sin empeñar su libertad, de las organizaciones sindicales y sociales, de los clubes culturales y las nuevas generaciones intelectuales, que contaron siempre con los espacios que él supo abrir para la libre circulación de los proyectos y programas que invocaban la reivindicación de la verdadera soberanía y dignidad de la nación, amarrando donde quiera que había un hálito democrático.

Su valentía se hizo legendaria como reportero que denunciaba los crímenes y las extracciones de las riquezas nacionales, en años de contubernio entre los que nunca han creído en los valores de la nación dominicana y sus socios extranjeros. En una ocasión llegó a sacar de un cerco policial, en su propio automóvil, al líder del Movimiento Popular Dominicano Maximiliano Gómez. Aunque siempre lamentó haber llegado tarde al escenario donde fusilaron a Otto Morales en la calle José Contreras. Pagó sus atrevimientos hasta con cárcel.

Desde el Listín Diario en los años del golpismo y la revolución, en El Nacional de la cuasi dictadura de Balaguer, y en La Noticia de los años setenta y ochenta está escrita una inmensa carrera periodística que defendió la existencia de todos los perseguidos, de los exiliados y excluidos, en las luchas por reivindicar la riqueza nacional, como la que arrojó la nacionalización de la mina de oro de Cotuí o en la batalla para la recuperación de 38 millones de dólares de manos de la que la Gulf and Western.

Ante el féretro de Silvio me abrazaron todos sus combates y las partidas de dominó que durante décadas refugiaban la necesidad de botar el golpe, aunque tejíamos capicúas volviendo una y otra vez a las preocupaciones nacionales, hasta su vuelo final, que tal vez presentía cuando legó su último artículo publicado en el Listín Diario del domingo 21.

Bajo el título “¡Mire con atención, si puede!”, pasó rápida revista al “largo rosario de impunidad que subyace sobre los peores crímenes ejecutados en el país, todos investidos de carácter político”, para dejar la advertencia de que “Si no miramos con atención esa retahíla perversa de nuestra historia represiva de los últimos sesenta años, nunca tendrá este país un concepto claro, transparente, de los objetivos políticos de nuestra existencia”.

Silvio Herasme se llevó una parte de quienes fuimos sus compañeros, habiendo dejado dispuesto que lo revirtieran al polvo de donde provino, más de estrellas que de los caminos. Pero polvo, ceniza, como seremos todos aunque nos disfracemos de grandeza.

Silvio Antonio Herasme Peña

Por Juan Bolívar Díaz

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El Caonabo de Oro del Periodismo entregado al colega Silvio Antonio Herasme Peña por la Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores es un acto de justicia a uno de los más relevantes miembros de la generación periodística de los sesenta, que emergió tras la caída de la tiranía de Trujillo, pues es imposible pasar balance al ejercicio de esta profesión del último medio siglo sin registrar sus aportes.

Fue de los primeros que se inscribieron en la escuela de periodismo abierta en la primavera democrática, cuando la Universidad de Santo Domingo obtuvo su autonomía, como parte de los combates contra los remanentes del trujillismo. No necesitó completar los estudios universitarios para mostrar sus credenciales de reportero investigador, incorporado por don Rafael Herrera a la segunda vida del Listín Diario iniciada en 1963.

Silvio Herasme fue de los periodistas que militó en defensa del gobierno constitucional y contra los golpistas del 63, por lo que no sorprendió que estuviera en la trinchera del honor y la dignidad nacional en 1965, aunque tanto el Listín Diario como El Caribe, suspendieron sus ediciones. Laboró en el departamento de prensa del gobierno Constitucionalista de Francisco Caamaño, y le tocó escribir comentarios para la emisora Constitucionalista.

Fue de los primeros diez dominicanos que culminaron la licenciatura en Comunicación Social, en 1966, pues muchos avanzaron pero quedaron esclavos del exigente trabajo periodístico, y otros dilataron la presentación de la tesis profesional. También fue de los primeros que hizo cursos de especialización en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL), en Quito, Ecuador. Así mismo fue pionero en especialización en asuntos económicos.

Su explosión profesional la alcanzaría en El Nacional de Ahora, cuando ese periódico y las principales emisoras radiofónicas encarnaron la dura lucha de la sociedad en los sesenta y setenta para evitar que la nación volviera a la noche oscura de la tiranía y la opresión. Pasó de reportero a editor económico y luego a Jefe de Redacción.

Tras el penoso conflicto que rasgó a El Nacional pudo encontrar apoyo y dar a luz al vespertino La Noticia en 1973, que también escribiría relevantes capítulos en defensa de las libertades públicas y los derechos sociales, políticos y económicos de los dominicanos. Durante los 13 años que estuvo como su principal accionista y director, en Silvio siempre pudo más lo profesional que lo empresarial. Allí encontraban cobija todos los reclamos sociales, políticos y y sindicales, y ese periódico, junto a El Sol, que me tocó dirigir entre 1977 y 1980, estuvo vinculado a las luchas por la democracia, a la denuncia de la corrupción, y a la defensa de la soberanía nacional, entonces bien limitada.

Me tocó concertar con Silvio batallas periodísticas, por la libertad de expresión, las libertades públicas y los derechos humanos, por los principios democráticos y el respeto a la voluntad popular, en esos años de la transición democrática. También la recuperación de 38 millones de dólares que la Gulf and Western tuvo que entregar al Estado, a través de una fundación creada al efecto y la que culminó en la nacionalización de la explotación de la mina de oro de Cotuí, por valiente decisión del presidente Guzmán.

Como a tantos periodistas en la historia, la diplomacia sedujo a Herasme, reduciendo su labor profesional, pero la nación ganó un digno representante cuando fue embajador en Haití, Colombia y Uruguay, entre 1997 y 2008, ejerciendo su responsabilidad sin convertiré en sectario propagandista político.

He celebrado este justo reconocimiento en plenitud de vida al compañero Silvio Herasme, quien ha sabido desafiar opresores, represores y concentradores, lo que le costó una abusiva prisión de 7 días en 1974, junto a Huchi Lora. Soldado de una etapa luminosa del periodismo dominicano, que a menudo añoramos.

Siempre con las riendas tensas

Por Juan Bolívar Díaz
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Estoy obligado a expresar la gratitud que me embarga por el homenaje  del que me hizo objeto el viernes la comunidad académica del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), conjuntamente con cuatro de los mejores colegios secundarios de esta capital, y al que se sumaron tantos colegas y amigos para satisfacción de mi familia allí presente.

 El reconocimiento fue tan cálido e intenso que arrancó lágrimas a muchos de los presentes durante su largo discurrir de casi cuatro horas, especialmente por las representaciones teatrales y artísticas de alumnos de los colegios Santa Teresita, Babeque Secundario, Triumphare y Lux Mundi, elaboradas a partir de entrevistas de apenas hora y media, conversaciones con familiares y amigos y consultas de artículos.

 Lo más impresionante fue cómo me interpretaron teatralmente, cómo captaron las esencias de mis orígenes y vida personal y profesional, así como criterios esenciales introduciendo la música de los bateyes de donde provengo, con la indumentaria de los guloyas y hasta de las desafortunadas Estrellas Orientales que tanto me han enseñado a persistir en la batalla por los “sueños utópicos” labradores de progreso. Incluyeron poemas y canciones preferidas, salteadas de testimonios de compañeros y familiares.

 Tengo que dar crédito al histrionismo humano y teatral de esos muchachos y muchachas, y por supuesto a los directores de sus grupos que son conocidas figuras de las tablas nacionales, así como a directores y profesores de esos centros docentes que tomaron con tanto entusiasmo el “Día del INTEC con Juan Bolívar Díaz”, en la XVII celebración de un programa que persigue el “reconocimiento y promoción de las acciones y los valores más enaltecedores, encarnados por destacadas personalidades del quehacer intelectual, artístico, científico, tecnológico y empresarial”.

 Mi gratitud al Consejo Académico, al Rector Rolando M. Guzmán, a la decana de Ciencias Sociales y Humanidades Migdalia Martínez y a profesores y estudiantes que hicieron posible este homenaje que ellos motivaron en lo que estiman “significativo aporte al periodismo nacional de radio, prensa y televisión, así como al desarrollo de la sociedad civil, los valores de la democracia y los derechos humanos en el país”.

También agradezco a los comunicadores que se asociaron al homenaje, en particular a los que participaron en un panel testimonial: Lidia Ariza, Silvio Herasme Peña, Ramón Emilio Colombo y Rafael Toribio.

 Si bien este reconocimiento pudo haber sido extemporáneo, puesto que sigo activo y en plenitud de salud y decisión de continuidad, me alienta y reafirma el compromiso con los valores esenciales que pautan la comunicación y la hipoteca social del periodismo. Por de pronto me hizo de nuevo habitante del tiempo ido, de caminos y sueños compartidos y de esos “tantos hermanos que no los puedo contar, en la loma y el llano, en el campo y la ciudad”.

 Me gratificaron hasta niveles inmerecidos y me hicieron recordar a Goytisolo en sus palabras para Julia, cuando nos dice que “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada”. Muchachas y muchachos rescataron mi devoción por León Felipe al recordar que “la cuna del hombre la mecen con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos”, mientras abrían armónicamente los paraguas amarillos del 4 por ciento del PIB para la educación.

 De nuevo volví  a enarbolar el testamento leónfelipiano que convertimos en afiche en los días gloriosos del diario El Sol, al final de los setenta, cuando obligamos a la Gulf and Western a devolver 38 millones de dólares que correspondían al pueblo dominicano: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, que lo que importa no es llegar solo y de prisa, sino con todos y a tiempo”.