¡Por la salud de la patria!

Por Juan Bolívar Díaz
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Me cuento entre los que irán a Santiago este domingo para acompañar a los cibaeños en el nuevo capítulo de la lucha contra la corrupción y la impunidad que cada día se fortalece con la incorporación de los más variados segmentos de la población dominicana.

Después de tantos años escuchando que predicábamos en el desierto los que enarbolábamos la necesidad de una reacción colectiva frente a los niveles de descomposición social generados por la corrupción e impunidad, que se reproducen en delincuencia, arriba, por abajo y en todas las direcciones, tenemos que celebrar el sacudimiento que se produce actualmente en la conciencia social de los dominicanos.

Es muy alentador comprobar que las nuevas generaciones, especialmente de las clases medias más conscientes y menos dependientes de la ignorancia, las migajas del reparto y del temor, se están levantando para exigir un reordenamiento de este terruño, que es el único lugar donde no seremos nunca extranjeros, y porque las puertas de la emigración se están cerrando progresivamente.

Hay que repetirlo una vez más: ya no podremos enviar al exterior los dos millones de dominicanos que emigraron en el último medio siglo; ya Estados Unidos no volverá a otorgar residencia a un millón 305 mil dominicanos, como ocurrió entre el 1970 y el 2015, y la inseguridad no podrá ser contenida si no comenzamos una gran batida contra el robo del patrimonio colectivo, que al exhibirse impunemente se convierte en un patrón cultural de vida y un incentivo para que cualquiera salga a “buscarse lo suyo” sin respetar la menor normativa.

El ritmo ascendente en que se mantiene la demanda de poner fin a la impunidad es indiscutible y ya lo perciben hasta los mayores beneficiarios de la corrupción que por lo mismo hacen mayores esfuerzos por estigmatizar la movilización social, atribuyéndola a intereses empresariales y otorgándole un carácter sedicioso. Intentan intimidar con la amenaza de soltar paleros, pero saben que ese intento de remedio podría alimentar exponencialmente la llama verde que recorre el país.

Por otro lado, hay quienes apuestan al cansancio, a que el movimiento se frustre, incluso meten cuñas tratando de alentar posiciones irreflexivas que puedan espantar a los sectores menos acostumbrados a las luchas político-sociales. Sobre esto tienen que mantenerse alerta los líderes y voceros de la movilización. Su multiplicidad, variedad y espontaneidad, es su fuerza y al mismo tiempo su peligro.

La presión social por la sanción de los últimos escándalos de corrupción -OISOE, Tucanos, Odebrecht, CORDE, CEA- no puede cesar y todavía espera la incorporación de muchos ciudadanos y ciudadanas. La ausencia de respuestas gubernamentales y judiciales se basa en que el tiempo los beneficia. Pero eso mismo determina que hasta los más conservadores estén llegando a la convicción de que sólo elevando la presión se logrará alguna sanción. Y sobre todo que se generarán las reformas políticas e institucionales para poner límite a la malversación y a la putrefacción de la política.

Odebrecht tiene que marcar un punto de inflexión. La República Dominicana fue -proporcionalmente- el mayor escenario del escándalo de corrupción internacional más sonado de la historia, incluyendo a Brasil. Y sin este, que fue el exportador de los sobornos, el país registró 56 por ciento sobre el promedio de los otros diez países involucrados.

Ya lo escribió el miércoles en El Nacional el profesor del periodismo santiagués Carlos Manuel Estrella: “El Movimiento Verde hará historia en Santiago este 26 (hoy) en acción ciudadana por el fin de la impunidad. ¡Caminemos por la salud de la patria! Aunque llueva, como está pronosticado. La lluvia no paró ni redujo el movimiento de la marcha verde el 5 de marzo en Puerto Plata.

Aquellos inmensos 7 días

Por Juan Bolívar Díaz
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Ella venía con su luna tucumana en el alma, grande y alto como ya era y sería siempre su canto: “yo no le canto a la luna porque alumbra nada más/ le canto porque ella sabe de mi largo caminar/ perdido en los cerrasones quien sabe vidita por donde andaré/más cuando salga la luna/ cantaré a mi Tucumán querido”.

Pero aquella noche del 28 de noviembre, sobre el Estadio Cibao de Santiago, la luna llena más grande del siglo se apoderó de Mercedes Sosa, quien no se conformó con hilvanar allí sus raíces tucumanas: “que en algo nos parecemos luna de la soledad/yo voy andando y cantando que es mi modo de alumbrar”. Lanzó al aire otro grito a la luna y la multitud quedó sobrecogida, Nadie sabe si tocó la sensibilidad de alguno de los policías que cercaban el estadio y obligaron a ir sacando los artistas que cumplían su cuota: “cuando tenga la tierra le daré a las estrellas astronautas de trigales, luna nueva/formaré con los grillos una orquesta donde canten los que piensan/cuando tenga la tierra me pondré la luna en el bolsillo/y saldré a pasear con los árboles y el silencio/y los hombres y las mujeres conmigo”.

Mercedes Sosa, como Víctor Manuel y Ana Belén, Pi de la Serra, Silvio Rodríguez, Noé Nicola, Guadalupe Trigo, Roberto Darvin, Bernardo Palombo, Danny Rivera, Lucecita Benítez, Antonio Cabán Vale, Silverio y Roxanna, Los Guaraguao y Estrella Artau vinieron de distintos confines a poner su canto entre nosotros. Y aquí se encontraron con los grupos Expresión Joven, Nueva Forma, Convite y Pueblo Nuevo en Alto, que eran la manifestación de un arte que trataba de unir la calidad musical y poética con el compromiso social y político.

Y se sumaron las grupos teatrales, rondalla universitaria y las orquestas populares de Johnny Ventura, Rafael Solano, Cuco Valoy y Wilfrido Vargas en un canto que hizo estallar las ansias de libertad tantas veces reprimidas. Que eso fueron los 7 días, un canto libertario, en solidaridad con la Central General de Trabajadores, en su más alta cumbre exigiendo libre organización sindical, bajo el liderazgo de Francisco Antonio Santos, Nélsida Marmolejos y Enrique de León, quienes junto a Cholo Brenes tuvieron capacidad para concitar el respaldo de tantos artistas internacionales y nacionales, de intelectuales, comunicadores, productores y una inmensa gama de colaboradores. Nadie pidió ni recibió uno de los pesos que pagaron quienes llenaron los estadios, incluyendo el olímpico y repetidas veces el Palacio de los Deportes, y la Casa de Teatro en Santo Domingo, además de los de Santiago y San Pedro de Macorís.

Los Siete Días con el Pueblo al final de 1974 sembraron energías que arrasarían en los años siguientes con la ignominia de cientos de presos políticos y miles de exiliados y abrirían una etapa de incubación democrática que todavía hoy no acaba de consolidarse. El grito repercutió en países de América Latina y España, donde se luchaba contra el imperio del militarismo.

Fueron también un gran aliento al arte dominicano, consagrando definitivamente a Sonia Silvestre, Luis Días, Víctor Víctor, Claudio Cohén, Ramón Leonardo, Manuel de Jesús y muchos más. Los que trabajamos por aquellos 7 días y los vivimos desde adentro, sobre la angustia de la represión y los cercos policiales, quedamos comprometidos por el canto hondo. Por eso tenemos que agradecer que el Ministerio de Cultura, encabezado por el cantautor José Antonio Rodríguez, haya rescatado esta semana, en su cuarenta aniversario, el significado del más trascendente evento artístico-cultural-político de nuestra historia. Nos inclinamos sobre la memoria de Chico González, Sonia Silvestre, Luis Días, Mercedes Sosa, Guadalupe Trigo, Roberto Darvin y Estrella Atau, que trascendieron.-