De David Ortiz y Oscar Arias

Por Juan Bolívar Díaz
02_10_2016 HOY_DOMINGO_021016_ Opinión9 A

David Ortiz y Oscar Arias, dos personajes de tan distintos ámbitos, han dado ejemplos imperecederos para los dominicanos y latinoamericanos tan renuentes a reconocer la inconmensurable levedad de la condición humana y que como reza el Eclesiastés todo tiene su tiempo bajo el sol, que hay un tiempo para cada cosa y para cada obra. Y que todos van a un mismo lugar. Todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo.

Ortiz, el llamado Big Papi, es ya una leyenda del béisbol, del dominicano y del universal, y ha proclamado que 40 años es suficiente para un trabajo que requiere tanto esfuerzo físico, y decidió retirarse desde la cumbre, sin degradar sus esplendorosas realizaciones, sin esperar la decadencia, y hasta dejando el espacio para que otras luminarias se desarrollen y brillen.

Nos está diciendo el inmenso beisbolista que no podemos aspirar a eternizarnos, porque somos perecederos, y que lo mejor que podemos hacer es apartarnos cuando se acaban las fuerzas, pero también hacer espacio a las nuevas generaciones y en ese reconocimiento de nuestra levedad temporaria, buscar más profundas simbiosis con los que nos rodean.

Muchos dominicanos no tomaron en serio el anuncio del Big Papi y algunos insistieron hasta el final en pedirle que hiciera el ridículo, dejando atrás la palabra empeñada, que se quedara mendigando un puesto hasta que dejaran de contratarlo, como han hecho otras luminarias del deporte.

Este domingo asistimos a la gran despedida de David Ortiz, y debemos disfrutarla como propia, un regalo tan emocionante como fueron sus batazos que resonarán por siempre en los oídos de las multitudes, como ha ocurrido en los múltiples estadios y ocurrirá hoy en Boston.

Oscar Arias da una lección al liderazgo político universal, tan sonora como la que en su momento legó el gran Nelson Mandela, como él Premio Nobel de la Paz. Le pedían que buscara por tercera vez la presidencia de Costa Rica, y las encuestas indicaban que tenía muchas posibilidades de lograrlo.

Pero Arias dijo que no, que nadie es indispensable en una democracia; que no puede pensar en los próximos cuatro años para su país, sino por lo menos en los 40 venideros; que “una de las principales obligaciones de un líder político es propiciar nuevos liderazgos”; que “hay que darle espacio a los que vienen”; que hay muchas formas de trabajar por el pueblo; porque “el que solo sirve para Presidente, ni siquiera para Presidente sirve”.

Uno de los estadistas que más ha contribuido a colocar a Costa Rica en los más altos escalones del desarrollo humano, con contribuciones universales, nos invita a reflexionar: “Si no logramos elevar la calidad de la política, y el interés por el servicio público; si no logramos que los más capaces, los más preparados, los más honestos participen en la vida política, está en juego la sostenibilidad misma de nuestro sistema democrático”.

Oscar Arias cerró su mensaje de declinación, el 19 de septiembre, apelando directamente a las nuevas generaciones: “Los jóvenes deben ocupar el lugar que les corresponde en la toma de cisiones. Deben ponerse al timón, porque este barco que llamamos Patria va en la dirección de su compromiso, o de su indiferencia”. Al exhortarlos a participar en la vida pública, proclamó finalmente que “la política es el taller de los sueños donde quizás se hacen más realistas, más precisos, más concretos, pero también el lugar en que los sueños se vuelven verdaderos”.

¡Cuánto nos gustaría escuchar un mensaje similar de un presidente o expresidente dominicano! Casi todos han creído que su destino es el eterno ejercicio del poder. También de muchos líderes políticos, sindicales, empresariales y sociales que usurpan los espacios que corresponden a las nuevas generaciones, sin el menor respeto por las normas de convivencia democrática y humana.

Este país necesita renovación

Por Juan Bolívar Díaz
22_03_2015 HOY_DOMINGO_220315_ Opinión11 A

Son muchos los que no han entendido mi renuncia a la dirección de Informaciones de Teleantillas, y no han faltado quienes piensen que estoy muy enfermo, que le estoy huyendo a la persistente campaña de estigmatización y odio de los últimos tiempos o que ha sido una fórmula elegante de evadir un despido. Nada de eso es cierto.

Desde que cumplí un cuarto de siglo en ese cargo, hace tres años, presenté mi renuncia, fundamentada en que yo necesitaba emprender nuevos proyectos que me renovaran, que incluyen unas memorias de ya casi medio siglo de ejercicio periodístico. Y al mismo tiempo expresaba mi convicción de que a la empresa misma le convenía una renovación, pues sentía que yo estaba cayendo víctima de la rutina, la terrible pátina del tiempo.

No puedo ocultar que también me mueve la necesidad de reducir mis horas de compromiso laboral, después de 56 años de trabajo, la mitad de ellos en Teleantillas, porque tengo derecho a viajar un poco más por el mundo, lo que ha sido mi único lujo, antes de que se me acabe de hacer tarde.

También me ha movido la convicción de que todos estamos llamados a abrir espacio a otros, a no pretender eternizarnos en un cargo. El hecho de que no ha habido garantía de una pensión digna para la inmensa mayoría de los trabajadores, públicos y privados, ha contribuido a la generalización del criterio de que hay que trabajar hasta la muerte.

La cuestión es más complicada cuando se trata del liderazgo, de cargos y posiciones que dan distinción o poder económico o social. Ahí, generalmente, hay garantías de recursos para solventar los gastos de la vejez. Pero no queremos desprendernos de las posiciones, no damos paso a las nuevas generaciones, nos hacemos los eternos e imprescindibles. De eso no se libra el liderazgo político, el sindical, religioso, empresarial, deportivo o social. Baste observar el liderazgo sindical, o cómo nuestras mayores glorias del béisbol -Juan Marichal, Pedro Martínez, Sammy Sosa o Manny Ramírez- a diferencia de Mariano Rivera o Derek Jeter, no se retiraron, hasta que nadie quiso contratarlos.

Hace pocas semanas cuando le pregunté por televisión a Hipólito Mejía por qué persistía en buscar una nueva candidatura presidencial, con tan alta tasa de rechazo en las encuestas, tras haber sido presidente hace 15 años, y perder dos elecciones consecutivas. Su respuesta fue que Balaguer y Bosch se postularon hasta la muerte. Le dije que también Santana, Báez, Lilís, Horacio Vásquez y Trujillo, y que Leonel iba por el mismo camino. Ya en otra ocasión el mismo personaje me había dicho que yo también me mantenía indefinidamente en un cargo. Le di la razón, aunque le advertí que ya lo estaba dejando.

Aquí se ha hecho un principio fundamental el predicamento de que el poder no se cede, y hay quienes lo profesan como mandato constitucional. Peor aún, está arraigado en la cultura del dominicano, aún de los que nunca han tenido poder alguno, que cultivan el presidencialismo, del que reciben migajas clientelares. Los liderazgos insustituibles son fruto del atraso social, del analfabetismo integral que afecta a la mitad de la población, de la hipoteca de la dignidad y la autoestima.

Busquemos por todo el mundo a ver si encontramos otro Leonel que con tres períodos de gobierno anda sin rumbo buscando un cuarto. O si aparece un Hipólito pretendiendo una tercera postulación tras dos fracasos consecutivos.

Este país necesita urgentemente una renovación de su liderazgo. Yo empecé a dar el ejemplo, y espero no detenerme. Ya lo he advertido, tampoco envejeceré ante las cámaras de televisión. Confío en que otros me relevarán hasta con mayor éxito. Como nos legó Machado: “Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.

 

¡Qué pena Manny, qué pena!

Por Juan Bolívar Díaz
http://hoy.com.do/image/article/610/460x390/0/6DA8E9C5-F91A-4EA9-8B18-2C0952D4F5F7.jpeg

Hoy no puedo evitar el escribir este artículo en primera persona, tratando de interpretar la frustración y la pena que han sentido cientos de miles de dominicanos seguidores del béisbol al saber la forma en que terminó uno de nuestros más grandes ídolos deportivos de todos los tiempos, Manny Ramírez.

Más allá de sus indiscutibles logros deportivos, de sus récords, con 555 jonrones, promedio de bateo de 312 y 1,831 carreras impulsadas durante 17 temporadas en el béisbol de más nivel del mundo, Ramírez ha sido también un representante de la diáspora dominicana, pues llegó adolescente a esa extensión del país que es el Alto Manhattan de Nueva York.

Se ganó jugando béisbol más de 200 millones de dólares y hasta donde conozco siguió siendo el muchacho retozón que una vez los ejecutivos de los Medias Rojas de Boston trataron de persuadir de que en la temporada muerta dejara de juntarse en las esquinas del barrio con la muchachada dominicana para abonar con cervezas las raíces de su dominicanidad.

Manny fue uno de los más grandes beisbolistas latinoamericanos de todos los tiempos y seguramente figura entre los cien más grandes de ese deporte. Y no sería justo que se lo atribuyéramos al uso de esteroides, pues hasta hace poco era generalizado en ese deporte al punto que se afirma que más de un centenar dieron positivo cuando en una temporada se hicieron pruebas generalizadas. Y a más del 90 por ciento eso no les significó el éxito del dominicano.

Durante años defendí a Manny de las embestidas de muchos colegas que no lograban respetar su timidez, porque rehusaba entrevistas y figureos, aduciendo que él hablaba con el bate. Es más yo disfrutaba de su sencillez y pedía que se respetara su decisión y carácter.

Sin embargo, fue grave que Ramírez diera positivo a esteroides para aumentar rendimiento en la temporada del 2009, cuando ya estaban prohibidos y sancionados. Casi imperdonable que se repitiera este año para terminar tan penosamente una carrera tan grande de éxitos y dejar desolados a sus admiradores.

Una triste expresión de la facilidad con que los dominicanos creemos que podemos burlar cualquier norma, aquí y en otros lugares del mundo, razón por la cual son nacionales una alta proporción de los jugadores que en los últimos años han sido sancionados por uso de esteroides, en las grandes y en las medianas ligas.

Manny ha sido víctima también de las dificultades de los dominicanos para aceptar el implacable límite del tiempo y retirarnos con dignidad hasta para dar paso a nuevas generaciones. Otro de nuestros grandes, Sammy Sosa, pasó dos años mendigando una nueva contratación cuando ya era obvio que habían concluido sus años de gloriosas hazañas.

 Y por ahí anda Pedro Martínez aferrado a la posibilidad de volver al escenario del que hará dos años quedó virtualmente excluido. Él, que con su tremenda inteligencia y arrojo deportivo concentraba como ningún otro las emociones y el orgullo nacional en cada lanzamiento en la década del noventa y principios de este siglo. Alguien debe convencerlo de que se retire con toda la gloria que acumula, sin exponerse a nada.

Justo en estos días falleció una reputada jurista, jueza de la Suprema Corte de Justicia, cuyas fuerzas físicas se le habían acabado hace tiempo, sin que tuviera el valor de acogerse al retiro digno que merecía.

En días de tristeza hay que recurrir al Eclesiastés para reconfortarnos: “una generación se va y la otra viene, y la tierra siempre permanece. El sol sale y se pone y se dirige afanosamente hacia el lugar de donde saldrá otra vez… Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol. Un tiempo para nacer y un tiempo para morir. Un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar lo plantado…”