Siempre con las riendas tensas

Por Juan Bolívar Díaz
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Estoy obligado a expresar la gratitud que me embarga por el homenaje  del que me hizo objeto el viernes la comunidad académica del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), conjuntamente con cuatro de los mejores colegios secundarios de esta capital, y al que se sumaron tantos colegas y amigos para satisfacción de mi familia allí presente.

 El reconocimiento fue tan cálido e intenso que arrancó lágrimas a muchos de los presentes durante su largo discurrir de casi cuatro horas, especialmente por las representaciones teatrales y artísticas de alumnos de los colegios Santa Teresita, Babeque Secundario, Triumphare y Lux Mundi, elaboradas a partir de entrevistas de apenas hora y media, conversaciones con familiares y amigos y consultas de artículos.

 Lo más impresionante fue cómo me interpretaron teatralmente, cómo captaron las esencias de mis orígenes y vida personal y profesional, así como criterios esenciales introduciendo la música de los bateyes de donde provengo, con la indumentaria de los guloyas y hasta de las desafortunadas Estrellas Orientales que tanto me han enseñado a persistir en la batalla por los “sueños utópicos” labradores de progreso. Incluyeron poemas y canciones preferidas, salteadas de testimonios de compañeros y familiares.

 Tengo que dar crédito al histrionismo humano y teatral de esos muchachos y muchachas, y por supuesto a los directores de sus grupos que son conocidas figuras de las tablas nacionales, así como a directores y profesores de esos centros docentes que tomaron con tanto entusiasmo el “Día del INTEC con Juan Bolívar Díaz”, en la XVII celebración de un programa que persigue el “reconocimiento y promoción de las acciones y los valores más enaltecedores, encarnados por destacadas personalidades del quehacer intelectual, artístico, científico, tecnológico y empresarial”.

 Mi gratitud al Consejo Académico, al Rector Rolando M. Guzmán, a la decana de Ciencias Sociales y Humanidades Migdalia Martínez y a profesores y estudiantes que hicieron posible este homenaje que ellos motivaron en lo que estiman “significativo aporte al periodismo nacional de radio, prensa y televisión, así como al desarrollo de la sociedad civil, los valores de la democracia y los derechos humanos en el país”.

También agradezco a los comunicadores que se asociaron al homenaje, en particular a los que participaron en un panel testimonial: Lidia Ariza, Silvio Herasme Peña, Ramón Emilio Colombo y Rafael Toribio.

 Si bien este reconocimiento pudo haber sido extemporáneo, puesto que sigo activo y en plenitud de salud y decisión de continuidad, me alienta y reafirma el compromiso con los valores esenciales que pautan la comunicación y la hipoteca social del periodismo. Por de pronto me hizo de nuevo habitante del tiempo ido, de caminos y sueños compartidos y de esos “tantos hermanos que no los puedo contar, en la loma y el llano, en el campo y la ciudad”.

 Me gratificaron hasta niveles inmerecidos y me hicieron recordar a Goytisolo en sus palabras para Julia, cuando nos dice que “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada”. Muchachas y muchachos rescataron mi devoción por León Felipe al recordar que “la cuna del hombre la mecen con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos”, mientras abrían armónicamente los paraguas amarillos del 4 por ciento del PIB para la educación.

 De nuevo volví  a enarbolar el testamento leónfelipiano que convertimos en afiche en los días gloriosos del diario El Sol, al final de los setenta, cuando obligamos a la Gulf and Western a devolver 38 millones de dólares que correspondían al pueblo dominicano: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, que lo que importa no es llegar solo y de prisa, sino con todos y a tiempo”.

Tres anécdotas distintas…

Por Juan Bolívar Díaz

Hubo que ponerle puntos suspensivos porque el título era demasiado largo: Tres anécdotas distintas y una sola explicación verdadera.

1.- Hace seis o siete años disfrutábamos un fin de semana de las paradisíacas playas que “descubrimos” en los años setenta junto al precursor Frank Rainieri en el extremo este de Punta Cana, cuando aceptamos una invitación de la asociación de hoteleros de la zona para ver los problemas ambientales que les afectaban. Pronto arribamos al “Pequeño Haití”, un increíble caserío levantado justo al lado de una multimillonaria construcción hotelera.

Se quejaban los empresarios de que las autoridades no acababan de eliminar aquel foco de contaminación ambiental que aparentemente no tenía justificación ni explicación.

La pregunta lógica de un “veterano periodista” cayó como una pedrada: ¿y cómo ustedes permitieron que ese asentamiento llegara hasta nivel de una barriada?

2.- Aquel almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio transcurría sobre rieles. Los invitados disertaban alegremente sobre los problemas que causaba al país la descontrolada inmigración de haitianos, que ya cifraban sobre el millón de personas que invadían todos los espacios y hasta lograban documentarse como dominicanos. Uno de ellos, nacionalista puro, hasta sacó una cédula para sostener su afirmación.

¿Y cómo consiguió usted esa cédula?  Esta vez lo que goteó como una guanábana madura que se deshace al caer fue la respuesta: porque mi hermano es constructor y muchos de sus obreros son de esos haitianos.

3.- El grupo pluridisciplinario data de 1977 cuando empezó a reunirse cada semana alentado por los inolvidables Eduardo Latorre y José Turul. Con la persistencia de Rafael Toribio y Frank Castillo ha podido mantenerse con reuniones mensuales para reflexionar sobre la realidad dominicana. Hace unos años, discutiendo sobre la inmigración un reverendo proclamó que “el problema de los haitianos es que odian a los dominicanos”.

La afirmación sorprendió por provenir de un religioso que había promovido hasta intercambios con sus colegas de Haití y porque no acostumbraba a formulaciones tan categóricas. El ambiente quedó helado cuando él mismo reveló que tenía una cocinera haitiana. Impetuoso como no he podido dejar de ser, le espeté: pero usted está fallando al poner la comida de su casa en manos del enemigo.

Juro que las tres anécdotas son rigurosamente ciertas, y de ellas hay múltiples testigos, varios de los cuales pueden estar leyendo este intento de artículo. Las tres parecen fruto de la ficción, pero pudieran ser más, por ejemplo si agregamos la de aquel político con finca cafetalera en el Suroeste que disertaba en Teleantillas sobre la progresiva “invasión haitiana”, y le preguntamos qué porcentaje de sus obreros eran de esa nacionalidad. No tuvo más remedio que confesar que por lo menos ocho de cada diez.

En todos los casos hay una misma explicación: hemos incentivado la inmigración masiva de haitianos para beneficiarnos de una mano de obra que es responsable ya no sólo de la caña, sino de todos nuestros principales cultivos y de la construcción, y va disputando los espacios del chiripeo y del trabajo doméstico. Y somos tan cínicos que sostenemos que le pagamos “lo mismo que a los dominicanos”. En algunos casos puede ser cierto, pero los indocumentados trabajan sin horario ni día de descanso, sin derecho a sindicalización ni al menor reclamo para no afrontar el riesgo de que venga “la migra” y los deporte sin sus familiares, bártulos ni salarios pendientes de pago.

El Pequeño Haití de Punta Cana o Bábaro no se creó por obra y gracia del Espíritu Santo, sino porque había que construir hoteles, y como a la mano de obra disponible no se le ofrecía ni una barraca provisional para vivir, se les permitió levantar casuchas en el vecindario, donde criaron hijos y luego defenderían sus espacios. Y lo grande es que seguían allí porque todavía encontraban quien los necesitara.

Estas anécdotas vienen a colación por el planteamiento que formuló aquí esta semana el primer ministro de Haití Jean Max Bellerive, quien proclamó que ahora que se ha reactivado la comisión mixta domínico-haitiana, ha llegado el momento de abordar de manera seria el problema migratorio.

Como estas historias tienen múltiples y filosas aristas, prometo continuar el próximo domingo, si Dios lo permite. Amén.