El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) arriba esta semana a su cuadragésimo aniversario convertido en una poderosa maquinaria de poder político, electoral y económico, cada vez más alejada de los objetivos con que lo concibió su fundador, el profesor Juan Bosch.
Con un proyecto de dominación política proyectado para las próximas tres décadas por su reconstructor ideológico, Leonel Fernández, el PLD pasa por momentos de gran tensión por la emergencia de nuevos actores que le disputan la primacía a partir del fuerte apoyo popular que recibe el presidente Danilo Medina.
Gran maquinaria política. El PLD alcanza su cuadragésimo aniversario convertido en una maquinaria de poder político y económico, que ha vencido en las últimas cinco elecciones nacionales y controla a su antojo todos los poderes del Estado, y cuyo predominio es proyectado hasta por más de tres décadas por su refundador ideológico, el expresidente de la República Leonel Fernández, quien el 14 de julio pasado dijo que gobernaría por otros 20 años, pero esta semana lo proyectó hasta más allá del 2044.
Aunque tanto optimismo no cuenta con las grandes insatisfacciones que prevalecen en una población con 42% de pobreza, desde el punto de vista de maquinarias electorales no parece descabellado, ya que el partido morado ha desarrollado una enorme capacidad para comprar todo lo que se mueve en el mercado con políticas clientelistas y repartos del patrimonio público que le han asegurado una alianza de hasta 14 partidos políticos.
Dejando atrás su andamiaje ideológico fundacional, el PLD se abanderó con las posiciones conservadoras para desplazar al Partido Reformista Social Cristiano que las había encarnado durante tres décadas, y terminó absorbiendo gran parte de su liderazgo y cuadros medios, gracias a un reparto de cargos públicos y organismos estatales. Y las habilidades políticas han alentado la división en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), secuestrado por una minoría encarnada en el empresario Miguel Vargas Maldonado, quien tras perder las elecciones presidenciales del 2008 firmó un pacto político con el entonces presidente Leonel Fernández, único beneficiario del mismo.
Bajo la égida de Fernández, el PLD también neutralizó a gran parte del liderazgo sindical, y segmentos del empresariado, de la intelectualidad y los organismos profesionales y sociales, y creó un enorme entramado comunicacional con el desbordamiento de empleos de altos salarios, becas, contratos y pensiones privilegiadas, mientras en los niveles bajos repartía más de dos millones de tarjetas para diversos “programas para combatir la pobreza”, a costa de déficits fiscales por 400 mil millones de pesos y duplicación de la deuda del Estado en los últimos seis años.
Un ejemplo ilustrativo. Un ejemplo de la degeneración ideológica del partido que quiso tener Juan Bosch se encuentra en la política de desnacionalización de decenas de miles de descendientes de extranjeros nacidos en el país, en su mayoría de haitianos, donde han asumido la posición nazi-fascista del vinchismo, a costa de un segmento muy pobre.
La confusión es tan grave que aunque sus dos máximos líderes, el presidente Danilo Medina y Leonel Fernández, cuestionaron el carácter retroactivo de la sentencia del Tribunal Constitucional, los presidentes de las cámaras legislativas, casi todos los dirigentes del partido y hasta los funcionarios del Gobierno, se asimilaron más bien a la posición de la minoría ultranacionalista.
Es increíble que casi nadie reivindicara la posición del presidente Medina, quien poco después de la sentencia se reunió con representantes de las víctimas, y les pidió excusas por los sufrimientos que les han causado, planteando que se trata de un problema humano al que debían buscar solución. El inmenso andamiaje mediático peledeísta asumió las posiciones más radicales.
En la medida en que se han convencido que buena parte del país y todo el mundo externo rechaza el genocidio civil, con la amenaza de condenas internacionales, tanto el presidente Medina como Fernández favorecen una solución, pero aparentemente no encuentran un bajadero, presionados por sus aliados y propios voceros. Con la agravante de que la relación entre los dos líderes parece cada vez más conflictiva y se señalan responsables de haber metido al Gobierno en una pendiente resbaladiza.
Muy parecido al PRD. El PLD se va pareciendo cada vez más al PRD que era su negación. Tras su derrota electoral en el 2000, decidieron transformarlo en partido de masas, suprimir los círculos de estudio y hacer incompatibles los cargos en el Gobierno con la dirección del partido, pero eso fue suprimido tan pronto recuperaron el poder en 2004.
Los organismos se han tornado inoperantes. La Comisión Política sesiona esporádicamente, y ni eso ocurre con el Comité Central. Los comités intermedios y de base prácticamente han desaparecido, lo mismo que la revista teórica Política y el periódico Vanguardia del Pueblo, que en los años de esplendor tenían que vender hasta los dirigentes nacionales.
En 2012 debieron elegir nuevos directivos de los dos organismos superiores, pero se auto prolongaron el período legitimándolo con un plebiscito. Ahora con su octavo congreso nacional compensarán ampliando la Comisión Política de 26 a 36 miembros, y el Comité Central de 400 a 556
La parcela del poder en beneficio de los miembros de los dos organismos superiores como de los aliados electorales es tan fundamental que la mayoría permanece en los mismos cargos, y aún 16 meses después del cambio presidencial del año pasado, pocos han sido movidos y menos dejados fuera del tren gubernamental.
Tensiones en el PLD. El PLD pasó por numerosas crisis antes de llegar al poder, como las que produjeron la expulsión de sus secretarios generales Tonito Abréu y Rafael Alburquerque y de los hermanos Fiallo al principio de los ochenta, y la de Max Puig, Nélsida Marmolejos, Onofre Rojas y otros en 1991. Ese año el mismo Bosch llegó a anunciar su renuncia al partido, considerando que sus líderes habían devenido tan ambiciosos y grupales como los perredeístas. Lo convencieron para que se quedara.
Durante los años de Gobierno, la criticidad ha sido una especie en extinción, pero las tensiones van en aumento entre seguidores del presidente Medina y los de Fernández, sobre todo en la medida en que se han impulsado algunos cambios, prioridades, mayor transparencia y austeridad, cuando se denunció el contrato con la Barrick Gold y se modificaron contratos de obras públicas
Como se da por hecho que Leonel Fernández aspirará de nuevo a la presidencia, él mismo dijo a mediados de año que “el león salía para las calles”, y los senadores Félix Bautista y José Rafael Vargas ya lo han proclamado y empezado a crear comités de apoyo, otros dirigentes y funcionarios como Temístocles Montás y Francisco Javier, se han lanzado en abierta campaña por la candidatura. Se abrió así una lucha por la sucesión cuando faltaban 3 años para las elecciones y el Gobierno apenas despuntaba, generando tensiones que harán mella en la gestión de Gobierno y en la disciplina partidista. De ahí planteamientos como el del senador Euclides Sánchez, quien favorece una nueva reforma constitucional para abrir puerta a la reelección de Danilo Medina, algo casi imposible por la fuerza de Fernández en el Congreso y el partido.
Bosch sufriría un infarto
Si el éxito político se mide siguiendo el planteamiento del profesor Bosch en 1962, cuando dijo que “un buen político es el que sabe mantenerse en el poder”, el PLD ha cumplido su misión a partir de 1996 cuando alcanzó el poder a los 23 años de fundado, la primera vez que llevó de candidato presidencial a Leonel Fernández y no a su líder-fundador para entonces casi vencido por el implacable paso del tiempo.
Sin embargo, cuando Bosch abandona el PRD para fundar el PLD, lo hace porque su pensamiento político había evolucionado, nutriéndose del marxismo para plantear un programa de liberación nacional. Fernández reconoció en artículo del 29 de julio en el Listín Diario que el partido creado en 1973 era “una organización política de naturaleza progresista, popular y moderna, cuyo objetivo es completar la obra de Juan Pablo Duarte y los trinitarios, mediante el fortalecimiento de la democracia, la libertad, la justicia, la inclusión social, la equidad de género, la protección del medio ambiente, la solidaridad, la paz y la defensa de la identidad nacional”.
Bajo esos postulados es que Bosch abandona el PRD para fundar el PLD convencido de que sus líderes solo buscaban cargos y riquezas, aunque apenas habían pasado 7 meses en el Gobierno, bajo su jerarquía. Por esa razón son muchos los observadores que creen que le daría un infarto si volviera a vivir y viera el boato y la riqueza acumuladas por gran parte del liderazgo peledeísta, y que sus fundamentos ideológicos coinciden hoy más con el balaguerismo y el vinchismo que proclamó Fernández, mientras persisten los graves problemas de pobreza, educación, salud, electricidad, empleo, agua potable y alcantarillado y de exclusión social. Son cada vez menos los peledeístas dispuestos a honrar el lema de “servir al partido para servir al pueblo”.