¿Y tu abuela dónde está?

Por Juan Bolívar Díaz
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El reconocido antropólogo e historiador dominicano Carlos Esteban Deive tomó prestado el nombre de un poema del poeta puertorriqueño Fortunato Vizcarrondo, popularizado por el declamador anfroantillano Luis Carbonel, “¿Y tu abuela dónde está?” para titular uno de los más valiosos compendios sobre los conflictos étnicos culturales que se han anidado históricamente en el alma de la nacionalidad dominicana.

Es un libro de 400 páginas, publicado en junio pasado por la Editora Nacional, tras ser galardonado en el 2012 con el Premio Nacional de Ensayo Sociopolítico Pedro Henríquez Ureña. De prosa fluida, fácil lectura y ameno, ha cautivado la atención de los lectores, que lo hemos recomendado enfáticamente a quienes quieren entender y superar los conflictos que han separado a los haitianos y dominicanos, magnificados por los intereses políticos de los sectores dominantes en las dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo.

Desde la introducción el autor describe “un claro y definido objetivo, reivindicar la participación del negro en la historia y la cultura dominicanas como sujeto protagónico de ellas”, protagonismo que les ha sido sistemáticamente negado por los historiadores de tendencia conservadora y racista. Y sostiene que los negros desempeñaron un papel relevante en los acontecimientos más trascendentes del país, contribuyeron en gran medida a la fundación de la nación y padecieron los efectos de los prejuicios y discriminaciones a que fueron sometidos por la clase dominante.

Deive logra reconstruir los componentes africanos de la cultura dominicana, a partir del tráfico de esclavos que se extendería hasta el siglo 18, dejando su impronta en la música, el baile, en las creencias mágiAfco-religiosas, ritos funerarios, en las relaciones de ayuda mutua, cocina, léxico y literatura oral. Particularmente en la alimentación, que incluye productos traídos directamente de África como el guandul y el ñame.

La obra sostiene la existencia de racismo y prejuicios raciales desde la colonización de la isla hasta nuestros días y muestra cómo los sectores dominantes, de origen español, inocularon complejos de inferioridad en negros y mulatos “aunque los prejuicios raciales de los dominicanos tienen su origen en el período colonial, la rebelión de los esclavos de Saint-Domingue, al trastocar de arriba a abajo el orden que hasta ese momento se creía establecido por la naturaleza, lo acrecentó”.

Es la introversión de los complejos de inferioridad que aún padece una alta proporción de la población dominicana lo que explica el esfuerzo por blanquearse, y esa gama de expresiones raciales con que se auto designa: indio claro, canelo y oscuro, indiecito, trigueño, jabado, desteñido, jojoto, lavado. Los prejuicios se expresan en que el negro es malagradecido, ingrato, haragán, bruto, ladrón, indecente, comida de puerco, tiene el pelo malo, los labios bembudos, la nariz chata y huele a berrenchín de chivato.

El análisis de Deive conduce a través de historiadores, intelectuales y gobernantes, mostrando cómo han reproducido el racismo, pretendiendo que este es el pueblo de más raigambre hispánica del continente, como forma de negar los ingredientes culturales africanos y por contraposición de Haití, ya que este el único país del continente que no se independizó del colonizador, lo que generaría el antihaitianismo. Para ello hubo que descontextualizar la historia, ocultando que fueron Toussant y Boyer quienes proscribieron dos veces la esclavitud en la parte oriental de la isla, magnificando los encontronazos de la guerra de independencia, y ocultando que los haitianos luego apoyaron a los restauradores de la República.

Vale recordar que Carlos Esteban Deive es español naturalizado dominicano, para que no lo hagan sospechoso de haitianofilia, ni acomplejado porque sostiene que los viejos prejuicios raciales de la época colonial se han perpetuado en muchos nacionales, aún en aquellos cuya fisonomía delata su raigambre negroafricana.

Este libro es una invitación a un viaje de introspección para espantar los maleficios racistas que acomplejan a tantos dominicanos, que nos confunden como pueblo, y nos restan capacidades para superar el atraso y la pobreza. Un pueblo que no se reconoce difícilmente pueda desarrollarse.

 

Publicidad excluyente y discriminatoria

Por Juan Bolívar Díaz
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Es insólita la frecuencia con que nos encontramos con encartes y suplementos publicitarios que parecen hechos para los países con inmensa mayoría de pobladores blancos, pero dirigidos a esa amalgama de razas, a ese crisol policrómico que es la sociedad dominicana, donde lo que predomina es el mestizaje.

En estos días observábamos un suplemento de un centro comercial, encartado en periódicos de amplia circulación, cuyas instalaciones están precisamente en barrios y poblaciones donde lo que predomina es la población mestiza y negra. Sin embargo, de unas 116 fotografías de modelos de ambos sexos que contenía, sólo una correspondía a una mujer mestiza, por cierto que de cabello lacio. Ni ella representaba el promedio de la dominicana. Las otras 119 eran blancos y rubios, obviamente adquiridos de paquetes publicitarios hechos para naciones nórdicas. Un negro no había ni de muestra.

 Conversando con alguien vinculado al mundo publicitario escuché que hay empresas que no permiten la presencia de un negro ni de un mestizo en su publicidad, a no ser esas “indias de pelo lacio y finos rasgos” que se contonean sabrosamente en algunos de los spots publicitarios que promueven productos de consumo masivo.

Sea responsabilidad de los anunciantes o de los publicistas, se parte del criterio de que ese es el modelo al que aspira la generalidad de los dominicanos y las dominicanas. Y no les falta algo de razón, porque en nuestra sociedad hay un profundo complejo racial y una dramática confusión cultural que rechaza todo lo que tiene raíz en la negritud, aunque reconocemos que “todos llevamos el negro detrás de la oreja”.

Pero esa publicidad es nociva ya que refuerza la confusión cultural  y el complejo racial que reduce las potencialidades de una alta proporción de nuestra población. Un pueblo que no se reconoce, que reniega de sus raíces culturales y raciales, es un conjunto de acomplejados y por lo tanto genera serias dificultades para desarrollar y explotar sus potencialidades.

La confusión se expresa en el hecho de que todavía los organizadores del Festival Nacional de Atabales que se celebra exitosa y masivamente cada noviembre desde hace tres décadas en Sainaguá, San Cristóbal, tienen dificultades para cubrir sus costos, porque anunciantes y publicistas rehúsan asociar sus productos con esa manifestación cultural.

Son muchos los que creen que los atabales son de origen haitiano, ignorando los asentamientos de negros que hubo en la parte oriental de la isla que luego empezó a identificarse como nación dominicana. Pretenden ignorar también que los atabales se tocan en todos los puntos cardinales del país, incluyendo las zonas de mayor presencia blanca, y que están asociados a las celebraciones religiosas católicas.

La publicidad que excluye a los negros y mestizos en un país donde los blancos son apenas un doce por ciento es en esencia racista, excluyente y discriminatoria, inaceptable en un mundo que hace tanto esfuerzo por superar esos atavismos, donde se legisla para proteger a las minorías raciales, religiosas  y culturales o a los grupos humanos en desventaja como las mujeres, los indígenas y los discapacitados.

En términos raciales y culturales nuestra población está urgida de reconocerse y aceptarse, abandonando los eufemismos de indios, indios claros, indios oscuros, indios canelos y liberarse de los equívocos de pelo malo o bueno, o de las falsas expectativas de hacer “avanzar la raza”. Es fundamental para el desarrollo humano y social.

Los empresarios y los publicistas deberían proscribir la publicidad excluyente y discriminatoria. Mientras tanto, ya es tiempo que los educadores y los líderes sociales y políticos y, desde luego, los gobernantes hagan conciencia de lo nocivo que es reforzar las concepciones de inferioridad racial y contribuyan a erradicarlas.-