Un país en retroceso

Por Juan Bolívar Díaz

Importantes reformas democráticas han sido aniquiladas. Primero  se  puso fin a la separación de las elecciones, lo que augura el fortalecimiento del clientelismo y el arrastre. Luego sobrevino la repentina e inconsulta resolución de la JCE que elimina el  voto preferencial y reduce el poder de los votantes.

La repentina e inconsulta resolución de la Junta Central Electoral (JCE) que elimina el voto preferencial en la elección de los diputados se inscribe en un proceso de revocación de las reformas democráticas que se dio la sociedad dominicana en las últimas dos décadas.

La decisión contradice el artículo 79 de la Ley Electoral, que en 1997 instituyó las circunscripciones electorales fruto de consensos entre el sistema partidista y organizaciones sociales con el objetivo de fortalecer el sistema de representación al otorgar al ciudadano la facultad de escoger a sus representantes.

Golpe sorpresivo.  A diferencia de cuando fue instituido el voto preferencial con una resolución del 2001, esta vez la JCE no realizó ninguna consulta ni vista pública previa. Fue la primera decisión adoptada por los cinco recién designados  integrantes  del organismo rector del sistema electoral que por efecto de la nueva Constitución de la República ya no tiene funciones contenciosas.

 Es obvio que los funcionarios electorales contaban con el beneplácito de las cúpulas dirigenciales de los partidos, pero parecieron asumir que la revocación no contaría con las simpatías de las instituciones sociales que defienden los derechos de la ciudadanía, en este caso a elegir sus representantes en el Congreso Nacional. No dieron oportunidad ni tiempo a que se formularan objeciones.

Hace varios años que diversos dirigentes políticos venían  reclamando la eliminación del voto preferencial aduciendo que el mismo lesionaba la unidad de los partidos porque sus candidatos competían entre sí por obtener el voto ciudadano. Adoptada la decisión, los  dos partidos mayoritarios expresaron su satisfacción a través de sus delegados políticos ante la JCE.

Los integrantes de la JCE anunciaron su resolución poco después de adoptarla en una reunión efectuada el viernes 29 de octubre, aduciendo que “el voto preferencial “afecta la democracia interna y pone en riesgo el sistema de partidos políticos”, sin la menor consideración por el derecho ciudadano a elegir. Dijeron que si algún sector político o legisladores estaban interesados en mantener el sistema podían introducir un proyecto de ley. A la ciudadanía no le reservaron ningún recurso para reivindicar  un derecho que estuvo vigente en las tres últimas elecciones legislativas.

Logro democrático.  El voto preferencial por los diputados quedó establecido en el 2001, aunque fue una consecuencia de la reforma a la Ley Electoral de 1997, que instituyó las circunscripciones buscando “acercar los electores a sus representantes”. Pero como la JCE adujo que no había tiempo para implementarlo en los comicios de 1998, se dispuso que entraría en vigor a partir de 2002.

 Fue parte de una oleada democrática que se inició en 1993 con la concertación de la Fundación Siglo 21, auspiciada por el Proyecto Iniciativas Democráticas con participación de todos los partidos reconocidos y consultas a la sociedad civil, y que un año después culminó en un consenso para reformas políticas e  institucionales.

Como consecuencia de la crisis política en que devinieron las elecciones de 1994 se produjo una reforma constitucional que prohibió la reelección presidencial, separó las elecciones  congresionales y municipales de las presidenciales e instituyó la  mayoría absoluta en la elección presidencial, la doble nacionalidad, el voto de los residentes en el exterior y el Consejo Nacional de la Magistratura.

En los escenarios de la Comisión para la Reforma y Modernización del Estado, luego rebautizada como Consejo Nacional para la Reforma del Estado, incluyendo el diálogo nacional celebrado en 1997-98, se insistió en ampliar el derecho ciudadano a elegir a sus representantes al Congreso Nacional.

La reforma de 1997 estableció en el artículo 79 de la Ley Electoral que “Las elecciones nacionales para elegir diputados y regidores se harán mediante circunscripciones electorales con el objeto de garantizar que los ciudadanos que  resulten electos en las elecciones generales del 2002 y subsiguientes, sean una verdadera representación del sector de los habitantes que los eligen”.

Aunque en principio se dijo que también habría voto preferencial para la elección de los regidores, la JCE nunca lo implementó. Los partidos que lo aceptaron con renuencia en el caso de los diputados primero sostuvieron que “el pueblo no sabría utilizar la preferencia. Después comenzaron a descubrir que la competencia interna por las postulaciones creaba tensiones.

El poder a las cúpulas
Al protestar la eliminación del voto preferencial esta semana, el movimiento cívico Participación Ciudadana, que fue de sus promotores, adujo que esa decisión “violenta el espíritu del artículo 79 de la Ley Electoral” y reduce la participación democrática de la ciudadanía. Durante años esa organización  y otros sectores de la sociedad civil han reclamado que el derecho al voto se amplíe para permitir que los electores no solo tuvieran opción a elegir su diputado preferido, sino también para eliminar el arrastre del senador, separándolo de los diputados.

La eliminación del voto preferencial por los diputados devuelve a las cúpulas dirigenciales de los partidos el poder de determinar quiénes pueden salir diputados en sus respectivas boletas, por el orden en que son inscritos, lo que es una fuente de privilegios y fomento del clientelismo que hasta el 2002 generaba conflictos.

De esa forma los que encabezan las listas en las circunscripciones pueden darse por electos desde que son inscritos en la JCE mientras los relegados a los últimos puestos “quedan de adorno”.

La reapertura de esa fuente de poder de las cúpulas dirigenciales atenta contra el derecho de la ciudadanía a elegir, y de los candidatos a recibir un trato igualitario, pues su suerte queda en manos de quienes establecen el orden de las propuestas de candidaturas.

No hay dudas de que la competencia se desbordó entre candidatos a diputados de los mismos partidos y que los que disponen de mayores recursos tendían a imponerse. Pero eso se controla en las democracias avanzadas limitando la inversión de cada candidato y la extensión de las campañas. Hay países donde sólo se les permite la promoción directa entre sus  electores, vetando la propaganda a través de los medios de comunicación masiva, como prensa, radio y televisión, para impedir la imposición del dinero, bien o mal habido.

Una cadena de retrocesos

La eliminación del voto preferencial por los diputados se inscribe en un proceso de revocación de los avances democráticos que se habían registrado en el país en las  últimas dos décadas, que ha incluido la reunificación en un mismo año de las elecciones presidenciales, congresionales y municipales dispuesta en la nueva Constitución a partir del 2016.

Ambas regresiones están llamadas a reflejarse en fortalecimiento del clientelismo y del arrastre por parte de los candidatos presidenciales y, por consiguiente, en reducción de la pluralidad del Congreso,  en subordinación de los legisladores ante el Poder Ejecutivo y en incremento del presidencialismo.

En el proceso de reducción de la democracia se inscribe el hecho de que la mayoría de los candidatos al Congreso y los municipios en las elecciones de mayo pasado fueron señalados por las cúpulas partidarias, en detrimento del derecho de los militantes a elegir y ser elegidos, ya fuere por convenciones locales, o mediante la votación primaria que había ganado terreno en los últimos torneos electorales.

Si a ello se une la reciente decisión del Comité Central del partido de Gobierno de auto prorrogarse, ¡y por 5 años!, el mandato que recibieron de sus militantes, parece haber razones para sostener que está en marcha una regresión democrática.

Por lo pronto la última resolución de la JCE reduce la competitividad democrática y el derecho a disentir de las cúpulas partidarias que inscriben las candidaturas. Tras el registro de las candidaturas para los comicios de mayo pasado hubo decenas de denuncias de alteraciones de derechos obtenidos en los casos en que hubo convenciones o votación de las bases. Y la Cámara Contenciosa de la JCE tuvo que disponer numerosas enmiendas para hacer respetar la democracia interna de los partidos, lo que terminó de colmar la paciencia de las cúpulas dirigenciales y selló la suerte que acaba de correr el voto preferencial. Muerto el perro se acabó la rabia.

La representación de las minorías

Por Juan Bolívar Díaz

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La ley del Congreso Nacional que canaliza la representación de las minorías políticas en la Cámara de Diputados, instituida en el artículo 81 de la Constitución recién proclamada, viene a satisfacer un viejo reclamo democrático que fue parte de uno de los primeros consensos para reformas políticas pactados por el sistema partidista dominicano.

La propuesta está consignada en el documento titulado “Una Reforma Política para el Futuro Dominicano”, suscrito el 7 de abril de 1994 por 16 partidos políticos reconocidos, fruto de una concertación auspiciada por la Fundación Siglo 21 en el marco del Proyecto Iniciativas Democráticas.

Aunque participó del consenso tras siete meses de negociaciones, el Partido Reformista Social Cristiano fue el único que al final no suscribió el pacto, lo que se atribuyó a que, entre múltiples reformas, prohibía la reelección presidencial, a la que su caudillo, Joaquín Balaguer, sólo accedió en la transacción política que saldó la crisis en que derivó su último gran fraude electoral un mes después.

A pesar del atraso, conviene reivindicar la ley de representación de las minorías en la Cámara de Diputados, con la esperanza de que no pase mucho tiempo sin que se honren otros de aquellos acuerdos como una “Ley de partidos” para la cual se concretaron tres objetivos fundamentales: garantizar la democracia interna, establecer un sistema de financiamiento moderno y flexibilizar los requisitos de reconocimiento de los partidos, al mismo tiempo que mecanismos más rigurosos para mantener la personería.

Contrasta que esta reivindicación fue consignada en la nueva Constitución, la que al mismo tiempo eliminó la separación de las elecciones, que figuró también en el pacto de 1994, por lo que fue incluida en la reforma constitucional de ese año. El objetivo, ahora anulado, era fortalecer los poderes Legislativo y Municipal víctimas del arrastre por el voto presidencial. Es decir que ahora se da un pequeño paso adelante y otro grande para atrás.

La ley de representación de las minorías fue aprobada por las dos cámaras legislativas y promulgadas por el Poder Ejecutivo en tiempo récord de tres días, sin permitir  ninguna consideración ni análisis, lo que facilitó una vulneración de su objetivo básico, ya que el texto permitiría abultar la representación de las mayorías.

 En efecto, el artículo 4 dispone cómo se asignarían los cinco representantes de las minorías: el primero para el partido que sin haber logrado escaño en las circunscripciones obtuviera la mayor votación sobre el uno por ciento del sufragio, el segundo para el que le siga y así sucesivamente. Pero consigna que en caso de que no haya suficientes agrupaciones con más del uno por ciento, los escaños sobrantes se asignarán a los que sacaron más del uno por ciento a razón de uno por partido.

 Si la ley hubiese existido para las elecciones congresuales del 2006, de acuerdo con sus resultados la distribución hubiese sido el primer escaño para el Bloque Institucional Social Demócrata, que sacó el 2.53 por ciento, el segundo para el Partido Revolucionario Social Demócrata, que obtuvo el 1.56 por ciento. El tercero para la Alianza por la Democracia con 1.55 por ciento, y el cuarto para Partido de Unidad Nacional que logró el 1.16 por ciento. Como ningún otro sacó sobre el 1 por ciento, el quinto hubiese ido a parar al Partido de la Liberación Dominicana, que obtuvo la primera mayoría.

Con el creciente bipartidismo podría darse el caso de que la mayoría fuera a los partidos dominantes, revirtiendo el objetivo de la representación de las minorías. Más justo hubiese sido distribuirlos todos proporcionalmente entre los que no alcanzaren escaños en las circunscripciones. Así con un resultado como el del 2006 al BIS le tocarían dos. O declarar desierto el quinto.

 Pero todo esto era mucha sofisticación para la prisa con que se aprobó la ley, tras 16 años de espera.