Límite a las diatribas e infamias

Por Juan Bolívar Díaz
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Nunca he ocupado los espacios periodísticos en que intervengo para enjuiciar el trabajo individual de los demás comunicadores, por respeto a la diversidad y entendiendo que no me pagan para eso, y he rehuido responder los frecuentes ataques e infamias de otros convertidos en sicarios de la palabra. Pero como todo tiene su límite, esta vez quiero poner en su lugar algunas de las infamias lanzadas esta semana por mi testimonio sobre el asesinato del inolvidable periodista Gregorio García Castro (Goyito), hace 43 años.

No sé de dónde sacó el comentarista Alvaro Arvelo que en ese trabajo, titulado “A Goyito García Castro lo matan por combatir crímenes políticos”, se insinuaba que el periodista César Medina fue quien realizó la llamada telefónica que condujo al Jefe de Redacción de Última Hora hacia su carro, para ser asesinado. Dije que al despedirme de Goyito a las 8 de la infausta noche del 28 de marzo de 1973, lo dejé con Medina en la redacción, pero precisé que a las 8.30 ya aquel había quedado solo y que tras recibir una llamada no cerró la puerta como hacía el último en salir. Consigné que “he vivido hilvanando hipótesis sobre el gancho que movió a un periodista tan astuto”, lo que quiere decir que hasta ahora no lo sé.

Nunca he dicho ni he pensado que César Medina fuera el autor de la llamada telefónica, porque no apelo a la infamia, porque no lo he creído capaz de una acción tan horrenda, y porque siempre supe que Goyito fue víctima del sector militar-policial que adversaba al general Neit Nivar Seijas, con el que ambos mantenían vínculos.

Deploro y rechazo enérgicamente las diatribas que durante varios días me ha dirigido el periodista embajador Medina en su columna diaria del Listín Diario. Pero sobre todo por poner en boca de Goyito palabras infames que nunca pronunció, abusando del forzado silencio de ese mártir del periodismo.

No salí despedido de Última Hora ni de los dos diarios que luego dirigí, como inventa el columnista. Me fui del vespertino en mayo de 1974, días antes de la farsa electoral reeleccionista por la censura que impuso a mis trabajos personalmente el presidente de la editora, Moisés Pellerano. Hasta ahora nunca me han botado de un empleo en 55 años de trabajo, los últimos 29 como ejecutivo periodístico de Teleantillas.

Virgilio Alcántara dirigió Última Hora con absoluta profesionalidad, en armonía con Goyito y con todos los que integramos la redacción, todos afortunadamente vivos. Ambos integraron a Aníbal de Castro, Guarionex Rosa y a mí, a iniciativas propias de sus responsabilidades. Nos dieron confianza para planificar, investigar y ejecutar, y entre nosotros no hubo la menor fisura. No teníamos unanimidad de criterios, a lo que ninguno aspirábamos, pero sí pleno respeto profesional y una gran fraternidad.

Cuando asesinan a Goyito estuve entre los que dedicamos tiempo a investigar. Me tocó el triste encargo de pronunciar el panegírico en su funeral. Del 29 de marzo al 13 de abril el espacio de su columna “En un Tris” apareció vacío en Última Hora. Virgilio me encargó escribir su despedida el día 14.

En Última Hora nunca tuve problema alguno con César Medina, el reportero policial, y más de una vez, Goyito me encargó corregir algunos de sus trabajos. Ya entonces en torno al vespertino yo tenía un taller donde concurrieron varios incipientes periodistas que luego descollarían. Y recorría el país, a nombre del Sindicato de Periodistas Profesionales, junto al padre Villaverde, Núñez Grassals, Quiterio Cedeño, Luis Minier y Alvarez Vega, elevando la formación profesional de los corresponsales.

Donde sí tuve problemas con Medina fue en Teleantillas, a poco de haber yo asumido su dirección de prensa en 1987. Me llegó trasladado desde HOY y le encargué la jefatura de Información. No pudo ajustarse al equipo y algunas semanas más tarde me desafió a pelear. Como yo nunca resuelvo las diferencias a golpes, ese mismo día quedó despedido. Entiendo que se enemistara conmigo, pero no que a casi tres décadas persista en fabular e inventar infamias, contando siempre con mi renuencia a discutir mezquindades.

Milito en el periodismo libre

Por Juan Bolívar Díaz
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Unas semanas atrás agradecí al dilecto colega Juan Taveras Hernández que me dedicara un artículo, junto a dos grandes periodistas, Orlando Martínez y Radhamés Gómez Pepín, donde se refería a la dependencia de muchos que se dicen independientes y ponderaba el periodismo comprometido, distanciándose de los que se lavan las manos ante las inmundicias sociales y de los que medran en el poder.

Cumplo hoy la promesa que hice a Juan TH, con cuyos planteamientos al respecto coincido, de precisarle mi posición frente a la “independencia periodística”, que ciertamente no existe, por lo menos en sociedades de tanta inequidad e iniquidad, de exclusiones de muchedumbres y violencia, donde las instituciones del Estado son adorno y la Constitución y las leyes apenas sugerencias.

Más de dos mil estudiantes que se cruzaron conmigo en las aulas, durante los 20 años que impartí la asignatura “Periodismo Interpretativo”, son testigos de mi criterio de que no hay comunicación ni periodismo independiente, que detrás de la “independencia” se han escondido históricamente los peores intereses sociales, económicos y políticos. Es también un recurso de buenos profesionales que no quieren tropezar con los grandes intereses dominantes, y prefieren el juego suave.

He hablado de periodismo objetivo, en dos direcciones; primero, que persigue causas, que tiene como objetivo el bien común, la justicia social, la libertad y la dignidad humana, y segundo, que parte de la identificación de la realidad tal como es, objetiva, no de lo que quisiéramos que fuera, sin pretender manipularla, ni siquiera en aras de lo mejor.

Milito en el periodismo comprometido, por mi formación profesional, porque estudié en escuelas cristianas de verdad, y mis primeros trabajos fueron en medios católicos de aquí, México y Estados Unidos, donde me inculcaron el compromiso social como esencia de la comunicación. Y porque salí de la pobreza del batey cañero para trabajar por el progreso, los derechos y la dignidad humana.

Pero nunca he estado comprometido con un partido ni un gobierno, ni siquiera en los dos años en que fui embajador en Perú y Bolivia (1984-86), cuando no escribí un solo artículo ni emití una declaración política. Lo más cerca que estuve alguna vez fue del original Partido Revolucionario Social Cristiano y su ala izquierda del camilismo. Aunque he tenido siempre vínculos, más o menos duraderos, con todos los partidos y grupos que de alguna forma han luchado por mejorar el país, incluyendo a los de Juan Bosch y Francisco Peña Gómez, y a los de la izquierda, particularmente del Movimiento Popular Dominicano.

Nunca entregué mi independencia a Bosch, a Peña, a Antonio Guzmán ni a Jorge Blanco. Tampoco a Miguel Cocco, Rafael Chaljub Mejía ni a Leonel Fernández, estos tres últimos con los que más relación personal he sostenido. Pero también me relacioné con reformistas como Fernando Álvarez, Carlos Morales y Jacinto Peynado, y muchos otros líderes nacionales.

Soy practicante del periodismo comprometido, pero soy un ser humano libre, consciente de sus limitaciones y de las que impone la sociedad, pero amante de la libertad. Por eso nunca he pedido favores a ningún gobierno ni a ningún líder. No busqué el cargo de embajador, que luego he rechazado varias veces, tampoco la designación de mi esposa en un consejo de administración en el 2004, (entonces honorífico) lo que hizo la Junta Monetaria sin que ella lo solicitara a nadie, por su condición profesional. Y pagué hasta los postgrados en el extranjero de mis hijos, entre el 2001 y 2012.

Como Miguel Hernández para la libertad, sangro, lucho, pervivo, y por la libertad de los demás seres humanos ejerzo la comunicación, que es social o no es nada.

 

Don Julio Scherer García

Por Juan Bolívar Díaz

Tirso

Don Julio te va recibir a las 12 del día el próximo viernes, me anunció por teléfono mi caro profesor Miguel Angel Granados, entonces asistente personal y encargado de las páginas editoriales de Excélsior, reputado entonces como “el diario de América Latina”, y con mucho el gran diario de México, donde soñaban trabajar gran parte de los que ejercían el periodismo caliente de los tremendos años sesenta y setenta.

Aunque sólo contaba 45 años de vida, a Julio Scherer García ya le decían don Julio en reconocimiento a la brillante carrera que había desarrollado en el periodismo, desde que comenzó a los 18 años como muchacho de mandado de la redacción de Excélsior, mientras estudiaba derecho y filosofía. Descolló como reportero nacional e internacional, jefe de información, subdirector editorial y auxiliar de la dirección hasta alcanzar en 1968 la dirección general del periódico de tres ediciones diarias, fruto de una de las cooperativas que florecieron en los años de influencia de la revolución mexicana.

Cuando regresé autoexiliado al México que me había hecho periodista tres años antes, numerosos profesores y compañeros de aulas trabajaban orgullosamente en Excélsior y me decían que allí era donde yo tenía que fajarme. Que me recibiera Julio Scherer era entonces la gran noticia personal.

Concurrí temprano a la cita y Granados me presentó con una de las asistentes que habría de introducirme al reino. No podía creerlo cuando aquel señor del que decían que era el segundo más poderoso de México, después del presidente Echeverría, salió en dos ocasiones al antedespacho primero para decirme que tenía como 20 minutos de retraso, y luego que en unos diez minutitos me recibía.

En efecto a la media hora el hombre me buscó personalmente y me mostró su despacho, pero advirtiéndome que no iba a revestir de formalidad aquel encuentro con un joven periodista dominicano tan bien recomendado. Me llevó al balcón del Paseo de Reforma, desde donde se divisaba una de las intercesiones más nerviosas de la ya gran urbe. De inmediato me preguntó por Santo Domingo y sus dolores, por Juan Bosch, Caamaño y Peña Gómez, evocando la invasión militar de 1965, de la que había dado testimonio periodístico.

Mi relación con Excélsior fue efímera porque opté por el trabajo que me ofrecían en el departamento latinoamericano de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos en Washington. Pero Scherer García quedó para siempre como mi periodista favorito. En esos días de 1971 le escuché contar cómo había hablado con el presidente Echeverría, entonces iniciando su sexenio, sobre las limitaciones de la libertad de prensa en México. Y que el mandatario le respondió: Julio, la libertad de prensa es de ustedes, cójansela.

Desde entonces se dedicaron militantemente a acabar con el periodismo complaciente y servil. Excélsior se convirtió en la catedral del periodismo latinoamericano y se tomó tantas libertades que meses antes de concluir su gobierno Echeverría mismo le auspició un golpe de estado a Scherer García quien, echado a la fuerza del periódico, desfiló junto a sus 200 reporteros por el Paseo de Reforma.

Eso fue en junio de 1976 y en noviembre ya don Julio y parte de sus fieles fundaban la revista Proceso, donde se iban a dar gusto haciendo periodismo libre, de investigación y profundidad hasta el día de hoy. Los reconocimientos a Scherer son incontables. Sus méritos incluyen haberse retirado de la dirección de la revista a los 20 años de su fundación, quedándose en su consejo editorial y volviendo a ser reportero. Su férreo compromiso ético, su universalidad, su devoción por todas las causas libertarias le confirieron dimensión continental entre los grandes cultores de la comunicación.

En estos días en que trascendió le debemos homenaje, junto a los grandes del periodismo mexicano, de Excélsior y de Proceso: Granados, Vicente Leñero, Carlos Monsiváis, José Álvarez Icaza y Alejandro Avilés, que también se han marchado en los últimos años. Ellos dieron testimonio de que el periodismo es pasión y compromiso por la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad.

 

La generación periodística de la década de los sesenta

Por Juan Bolívar Díaz
PERIODISTAS

Tengo que dar gracias a Dios y a la vida por todos los premios recibidos en una existencia que se aproxima peligrosamente a la curvita resbaladiza de los setenta. Tendría que dar gracias a tanta gente que es imposible identificarlas, como a todas las compañeras y compañeros del ejercicio periodístico de ya 46 años. Siempre he querido vivir acompañado, en proyectos colectivos, ya que no me ajustan los botes salvavidas individuales, convencido como José Agustín Goytisolo de que “un hombre solo/ una mujer/ así tomados de uno en uno/ son como polvo/ no son nada”.

Si lo que hoy se me reconoce generosamente es el trabajo y un ejercicio profesional respetuoso de la ética y consagrado a los principios fundamentales de la comunicación, que empiezan por hacer común los bienes, los sueños y las luchas de los seres humanos, entonces este premio tiene muchos propietarios.

Del carril y sus cicatrices. Lo que he podido ser y hacer se lo debo en gran medida a mis orígenes junto a “la caña, la yerba y el mimbre”, con los desfiladeros de miel y cristales marineros de los pueblos pequeños y vírgenes, que certificó el poeta nacional Pedro Mir. De esos carriles y sus cicatrices salió mi impulso inicial. Y si sigo habitado por la insatisfacción y la decisión de luchar por lo que entiendo el bienestar colectivo, debe haber sido por herencia de la rebeldía que corrió por la llanura oriental en la sangre de aquellos que, como Gregorio Urbano Gilbert, dieron ejemplo de auténtico sentimiento nacionalista. Aunque los manipuladores de la historia los llamaron gavilleros.

Me forjaron los ejemplos familiares, los maestros y sacerdotes que me tocaron, y aunque me hostilizaron en el seminario Santo Tomás por persistir en escuchar, sí religiosamente, las charlas radiofónicas de Juan Bosch, 1961-62, de allí salí dispuesto a militar en el equilibrio de los dos mandamientos, amar a Dios y al prójimo.

El compromiso definitivo me lo impuso la revolución constitucionalista. En ella dirigí mi primer periódico, el semanario Diálogo, cuando culminaba el primer año universitario, mediante el cual los jóvenes católicos defendimos los anhelos democráticos de nuestro pueblo y la soberanía mancillada por la invasión extranjera. De aquella sangre, de esos días aciagos de dolor e impotencia, nacieron y se reprodujeron las energías libertarias de la generación periodística de los 60, de la que sería parte. México puso ingredientes importantes en mis esencias, especialmente cuando caí en la Escuela de Periodismo, la Carlos Septién García, fundada en 1949 por periodistas católicos, comprometidos con un ejercicio ético y social. En el bosque de Chapultepec escuché a León Felipe, el sublime poeta español del éxodo y del llanto, predicar: “nadie fue ayer/ni va hoy/ni irá mañana hacia Dios/por este camino que yo voy/para cada hombre guarda/un rayo nuevo de luz el sol/y un camino virgen Dios”.

Primer tropiezo con el poder. De regreso al país, al comenzar el 1968, se me abrieron generosamente los caminos. Los periodistas profesionales eran solo unos puñados salidos apresuradamente de la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y yo era el primer dominicano que había completado una carrera de periodismo en el exterior.

Apenas tomaba el pulso al país cuando tuve el primer tropiezo con el poder. El presidente Balaguer celebraba la mitad de su primer Gobierno y en una rueda de prensa televisada se me ocurrió recordarle sus dos compromisos básicos de campaña, que devolvería la paz al país y reduciría el costo de la vida, indicándole que los continuos asesinatos políticos y la elevación del costo de la vida me inducían a preguntarle si alcanzaría sus dos objetivos básicos “en los dos años que le quedan”. El mandatario reaccionó iracundo tratando de aplastarme. Creo que lo que más le molestó fue la impertinencia de decirle que le quedaban dos años de Gobierno. Aquel incidente me lanzó de repente al estrellato periodístico, porque me paré dos veces para sostenerle un animado diálogo, y al día siguiente muchos andaban preguntando de dónde salió el muchacho, 23 años tenía, que sacó de quicio a Balaguer. René Fortunato, en su documental La Violencia del Poder, sintetizó el impasse, que me dejaría un sello.

Debo reconocer aquí que durante casi todos los años de sus gobiernos, Joaquín Balaguer ofreció ruedas de prensa, a veces hasta dos por semana, y con frecuencia se le planteaban cuestiones conflictivas. El presidente Medina batea para un anémico promedio de una en dos años, la de ayer, y parece que no le fue mal, por lo que debería replicarla siquiera a una por mes.

Aquellos años fueron muy difíciles para el ejercicio del periodismo, y para la libertad de expresión. En un ensayo sobre la contribución del periodismo nacional a la democratización del país, sostuve que el arrojo de los periodistas que mantuvieron la libertad de información y opinión fue determinante de que la nación no cayera en otra dictadura, ya que se llegó a prohibir entrevistar por radio y televisión a Juan Bosch, Francisco Peña Gómez y Rafael Casimiro Castro. Y no había libertad sindical, ni de manifestaciones políticas, ni elecciones plurales. Contamos cientos de asesinatos y presos políticos y miles de exiliados, con fuerzas armadas y policiales politizadas y un férreo control del Congreso y la justicia.

Por la profesionalización. Aún cuando casi siempre realizaba labores ejecutivas, primero en la radio y luego en periódicos y televisión, nunca abandoné la militancia en el Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales (SNPP), que en realidad era una asociación. En esos años no levantábamos reivindicaciones laborales, y los conflictos en las empresas fueron más bien por razones éticas y del ejercicio periodístico. Éramos tan celosos de la ética profesional que en una asamblea destituimos la directiva porque recibieron apartamentos del ensanche Honduras de Balaguer.

En el Segundo Congreso Nacional de la Prensa, en 1974, lanzamos la plataforma de la profesionalización y colegiación de los periodistas y de un código de ética profesional. El reconocimiento del periodismo como profesión se había generalizado en el mundo occidental, y los colegios de periodistas habían contribuido a consolidar la libertad del ejercicio profesional y a elevar el nivel profesional y de vida de los periodistas. Convivían con los empresarios de la comunicación. Aquí hubo una oposición tan absoluta que dividió a los periodistas y a los periódicos, y durante años el sector no fue modelo de diálogo, hasta que tras la democratización que se inició en 1978 obligó a transar. La ley original de colegiación fue una transacción pactada, luego denunciada por la parte empresarial. Nunca hubo algo que impidiera la libre expresión y difusión. Solo se condicionaba a la graduación universitaria el ingreso como reportero o redactor. No así a ningún cargo ejecutivo, y jefes de secciones, ni a los articulistas, columnistas y colaboradores. Lo que predominaba era elevar la condición profesional, comenzando con los que estaban en ejercicio. No era exclusión, sino inclusión y superación, con normas éticas. Y además lo acompañamos de una contribución del 1% del ingreso publicitario para superación profesional y un instituto de protección social.

Perdida batalla de la ética. Me quemé en esas luchas, pues me tocó presidir la Comisión de Profesionalización y Colegiación del SNPP desde su constitución en 1974 hasta la Ley 148 de 1983. Pero los méritos fueron colectivos, como los de haber recorrido el país haciendo cursillos de fin de semana para elevar la capacitación de los periodistas.

Rindo homenaje a la memoria del padre Alberto Villaverde, al también jesuita José Luis Sáez, y a los colegas Rafael Núñez Grassals y Emilio Herasme Peña, así como a Juan Manuel García y al entonces novel Manuel Quiterio Cedeño que me acompañaron firmemente en esa misión formativa honorífica. Casi todos coincidíamos en el mismo propósito desde las aulas de la UASD, como lo atestiguan cientos de egresados que se multiplicaron en la medida en que el periodismo era reconocido como profesión y varias universidades abrieron la carrera.

Se alcanzó la profesionalización, pero hemos perdido la batalla por la prevalencia de los principios éticos. Hoy el periodismo está afectado por graves confusiones y dependencias de las relaciones públicas, incentivadas por partidos y gobiernos y por sectores empresariales. No es solo en la información sobre los poderes públicos y los partidos, sino también en ámbitos deportivos, del arte y las sociales. Una proporción significativa de los periodistas y comentaristas de los periódicos, TV y radio son asalariados del Gobierno, los ayuntamientos y otra instituciones estatales.

Una materia pendiente

Los periodistas son pluriempleados, con dobles y hasta triples jornadas de trabajo, porque la remuneración empresarial se quedó muy distante de la pública. Una encuesta de Adalberto Grullón y alumnos, con una muestra de los periodistas de los diarios y principales canales televisivos, arroja que el 39 por ciento tiene dos empleos formales y el 4 por ciento tres. El 29 por ciento trabaja 12 horas diarias y otro 20 por ciento algunas más. El promedio salarial de las reporteras de televisión es de 20 mil pesos. Pero cientos de ellos ganan entre 30 y 150 mil pesos en instituciones estatales.

Con la paga de las empresas periodísticas muy pocos pueden vivir dignamente, y el pluriempleo los empuja a la superficialidad, dificulta la investigación y degrada el periodismo. Con todo, muchos periodistas hacen esfuerzo por cumplir su misión profesional. La libertad de información y prensa están en grave aprieto por esta situación, que debe ser abordada francamente por los ejecutivos y propietarios de los medios y el Colegio de Periodistas.

Nunca predicamos neutralidad. Creemos, eso sí, en la objetividad, en el reconocimiento de la realidad más allá de nuestras preferencias, en el compromiso por desmenuzar los problemas y conflictos sociales, en el respeto por el derecho a la información, en la pluralidad y la diversidad. Proclamamos que todo comunicador tiene que promover la institucionalidad democrática, la justicia, equidad e inclusión social.

Dedico este premio a la legión periodística de los 60, en especial a sus mártires Orlando Martínez y Gregorio García Castro. Aunque espero vivir unos cuantos años más, estoy iniciando el retiro, por lo menos del cargo ejecutivo que hace más de 27 años ejerzo en Teleantillas, del que ya solicité relevo. Y no envejeceré ante las cámaras.

 

Propósitos para el nuevo año

Por Juan Bolívar Díaz

He querido aceptar la invitación del Obispo Emérito de la Iglesia Episcopal/Anglicana Dominicana, Telésforo Isaac, querido amigo desde los tiempos en que nos propusieron el ecumenismo y lo practicamos con entusiasmo y coherencia, para hacer mi meditación de comienzo de año, dejando atrás las rémoras, errores y mezquindades del tiempo superado para proyectarnos espiritualmente durante los próximos meses.

Isaac me premia frecuentemente enviándome sus artículos mediante esa inmensa posibilidad de hoy que es el correo electrónico. Debería tener un espacio fijo en algún periódico. Dejo que se exprese por este medio: “A principio del nuevo año secular, muchas personas hacen promesas, determinan objetivos, y fijan metas. Esto es muy buen ejercicio mental, aunque no se logra todo lo pensado y planeado. Hay sin embargo, un aspecto de la existencia individual y colectiva que no debe ser pasado por alto: es el semblante de la vida espiritual, el examen del alma, el reconocimiento de la condición de la existencia, y la relación que hay como ser humano, criatura de Dios, y ente social por naturaleza y necesidad.”

Este auténtico pastor de alma, descendiente de inmigrantes casi siempre indocumentados, nos recuerda que “El principio de año es tiempo propicio para la meditación, tiempo para preguntarnos, ¿Quiénes somos, cuál es la condición real de la vida? ¿Cómo se puede existir en esta sociedad y ser persona íntegra, sincera, amorosa, servicial, y de buen testimonio? ¿De qué manera se puede ser padre y madre ejemplares, vástagos disciplinados, ciudadanos cabales, emprendedores honestos, empleados/obreros justos? En fin, hagamos ruegos y compromisos de ser hombres y mujeres viviendo a la sombra del Omnipotente Creador, del Majestoso Salvador y del Santificado Espíritu Santo”.

Confieso que el pragmatismo salvaje, la ley de la conveniencia, el individualismo, el hedonismo y la corrupción que se han impuesto en nuestro país son tan apabullantes que propósitos como los enunciados por mi amigo Telésforo lucen como utopías, fruto de idealistas que se resisen a vivir la realidad de la vida.

Contra ese sentimiento frustratorio tenemos que rebelarnos, sobre todo los pastores de alma, los líderes de todos los estamentos sociales y muy especialmente quienes ejercemos la función social de la comunicación, quienes pretendemos ser candil de la calle, para lo cual es imprescindible que sepamos alumbrar nuestro propio camino, nuestros espacios personales, familiares y sociales.

El periodismo y la comunicación nacional precisan un gran reencuentro con los valores y principios éticos del oficio, que nos mandan investigar, profundizar sobre los problemas nacionales y universales de nuestro tiempo, para ayudar a quienes nos ponen atención a tomar las decisiones convenientes a su desarrollo integral, personal y social.

Desde que estudié comunicación, los maestros me enseñaron que no hay mensajes neutros, que toda comunicación conlleva un compromiso, primero con la verdad y la objetividad, y luego con la suerte de la comunidad. Nos está prohibida la manipulación, la exclusión de las opiniones y posiciones de los demás, el desprecio por la diversidad.

Se nos inculcó que el origen etimológico de la palabra de comunicación es del latín comunis, lo que implica hacer común las cosas, los bienes, las riquezas materiales y espirituales, las luchas, sueños y esperanzas. Por lo que el bien común constituye la hipoteca social del periodismo y la comunicación.

Comprendo que esta reflexión, que se constituye en propósito para el nuevo año, provocará risas y hasta burlas en algunos casos, pero me he atrevido a plantearlas siguiendo las pautas de monseñor Isaac, porque estoy seguro que acariciarán el alma de la mayoría de mis lectores.

 

Gratitud por reconocimientos

Por Juan Bolívar Díaz

Me siento en el deber de expresar mi gratitud a la Fundación Corripio por haberme otorgado su premio anual de estímulo a las comunicaciones sociales, esta vez en la categoría Periodismo, que recibí el martes 29. Celebro haber compartido el rconocimiento con las dirigentes del Instituto Oncológico Heriberto Pieter, el jurista Rafael Alburquerque y el actor Iván García. Agradezco a la familia Corripio que mantiene estos premios anuales, como al jurado que me hizo objeto del galardón.

Nunca me he autopromovido para ningún reconocimiento. Más bien durante dos o tres décadas, he sido jurado de premios periodísticos administrados o auspiciados por instituciones académicas, como la Universidad Católica Santo Domingo o el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, o internacionales como Unicef o Visión Mundial, y hasta de empresas industriales y de seguros.

Los reconocimientos son estímulo para la superación y el compromiso con la sociedad, y más cuando reafirman la hipoteca social del periodismo, que conlleva la obligación de perseguir la realidad, investigarla, descubrirla y exponerla, aunque los resultados no se correspondan con nuestras expectativas, o cuando van contra el sentir de amplios conglomerados o importantes intereses empresariales o políticos. Por simple ejemplo, soy militante en la denuncia de las ejecuciones policiales de muchachos pobres en los barrios, sean supuestos o reales delincuentes.

Durante más de dos décadas inculqué a mis alumnos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en múltiples charlas, que la objetividad es una meta a perseguir, colocando la realidad por encima de lo que hay en nosotros. Pero nunca para cruzarnos de brazos, sino para buscar transformarla en beneficio de la sociedad.

Nunca he predicado la neutralidad ni la independencia, sino la objetividad, como capacidad para percibir la realidad y exponerla sin manipulaciones, sin tratar de acomodarla a nuestros intereses o anhelos, por más sublimes que estos sean. Para luego luchar por transformaciones acordes con los sueños de la sociedad, que es plural por naturaleza. Los neutrales y los independientes viven al margen de la justicia social, no utilizan el poder de la comunicación para mejorar la repartición de los panes y los peces ni para crear instituciones que soporten la libertad, la democracia y la inclusión social.

Yo soy miembro de la generación de los sesenta, de los jóvenes que nos propusimos cambiar esta sociedad, que trataba de superar la tiranía trujillista de tres décadas, y un legado autocrático, de exclusión que fue siempre caldo de cultivo de la dictadura o de la anarquía. La guerra fría y la invasión norteamericana de 1965 frenaron el proceso, prolongando la autocracia y la exclusión en otras dimensiones.

Fui de los primeros dominicanos graduados de periodistas y luché por el reconocimiento de la profesión, por la defensa de los intereses de los periodistas, por la plena libertad de expresión y difusión, por el establecimiento de un código de ética por parte de los mismos periodistas.

Gran parte de esos anhelos están aún pendientes de materialización. Otros, como el código de ética, lucen casi imposible dada la perversión bastante generalizada de la comunicación y el periodismo nacional, pero hay que seguir enarbolándolos, por principio y a la espera de coyunturas más propicias para el mejoramiento social.

Por eso, cuando me entregan un reconocimiento como el de la Fundación Corripio, lo recibo con alegría y gratitud. Si me premian por un ejercicio profesional de calidad, comprometido con la sociedad, por la promoción de la democracia, y por labor docente, están reconociendo a cuantos desde el Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales, el Colegio de Periodistas y la Asociación de Periodistas Profesionales proclamamos y defendimos la hipoteca social de la comunicación. Agradezco también el acto de solidaridad del que fui objeto por cientos de colegas y amigos el 21 de agosto, tres días antes del accidente automovilístico del que aún lucho por recuperarme.

Los dilemas del periodismo

 

Por Juan Bolívar Díaz

Con motivo del Día del Periodista que celebramos en el país cada 5 de abril, la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Madre y Maestra convocó a cuatro profesionales para debatir sobre los dilemas y perspectivas del periodismo contemporáneo a la luz de los desafíos que suponen las nuevas tecnologías. Resumo a continuación mi exposición ante estudiantes y profesores de esa academia.

Cuando me inicié en esta profesión hace 45 años ya avanzaba el proceso de concentración de los medios, convertidos en una de las más dinámicas industrias contemporáneas. En México, donde tuve el privilegio de cursar la carrera, la cadena García Valseca tenía 38 diarios y televisa ya era un gran monopolio. En Europa todavía había regulaciones y la televisión y la radio eran en alta proporción estatales. Aunque en Estados Unidos había múltiples consorcios de medios, todavía se mantenían algunos límites a los monopolios,  lo que duró hasta comienzo de este siglo-milenio.

Los pragmáticos editores y propietarios de medios sólo se preocupaban por las nuevas tecnologías y las reingenierías empresariales. Pero los académicos y profesionales del periodismo enfrentaban los retos de una comunicación  demasiado al servicio de los poderes económicos y políticos, de la publicidad y la manipulación.

Asistimos al gran debate sobre el nuevo orden informativo internacional, con todo y el informe de la Comisión McBride de la Unesco, a consecuencia del cual esta institución fue extorsionada económicamente y obligada a capitular en las preocupaciones por un mayor equilibrio y libertad en las comunicaciones, tanto entre pueblos como entre profesionales y propietarios.

El progresivo fracaso del socialismo real fortaleció las tendencias neoliberales, que se impusieron en la economía, la política y la comunicación, derribando regulaciones y creando las condiciones para los abusos que generarían la gran crisis del capitalismo a partir del 2008.

En América Latina las dictaduras militares y la década pérdida en términos económicos, trastocaron el orden continental. El reinado de Reagan y la Tatcher aceleró el derrumbe del socialismo y el advenimiento de un mundo unipolar donde predomina un capitalismo salvaje.

La revolución tecnológica impuso su dominio en las comunicaciones, con todo su esplendor y sus sombras. Multiplicación infinita de la capacidad de comunicar, pero también de la banalidad y la superficialidad y elevación del costo de comunicar para beneficio de los grandes consorcios empresariales.

Los desafíos del periodismo siguen siendo los de siempre, desde el periódico mural a la internet: un intento de comunicación, de investigación de la realidad para difundirla a través de los medios disponibles. Periodismo para liberar de la ignorancia, para combatir la opresión, para sostener los sueños de justicia, la emancipación de los grupos y comunidades excluidas, para promover la fraternidad y la paz.

La misión del periodista es comunicar, hacer común las luchas por la superación humana, incidir en la sociedad mediante la investigación, deshaciendo entuertos y manipulaciones, contrastando las realidades sociales, explicando, educando para la libertad.

La Internet representa un gran desafío para los periódicos, que tendrán que abrirse cada vez más a la necesidad de comunicación, auspiciando un periodismo investigativo y libertario que en cualquier caso se realizará en la radio, televisión y en Internet. En esta con progresiva  atracción publicitaria, en la medida en que los periódicos sigan perdiendo lectores. Pero la interactividad no sustituirá el periodismo.

No morirán los periódicos ni los libros. Perderán terreno, muchos desaparecerán, pero otros se readaptarán auspiciando un mejor periodismo. En los periódicos habrá menos espacio para la superficialidad y la banalidad que ya se ejercerá con exceso en las redes. Y el periodismo seguirá siendo una de las mejores profesiones, un gran compromiso con la superación de la sociedad y las personas humanas.-