Don Julio Scherer García

Por Juan Bolívar Díaz

Tirso

Don Julio te va recibir a las 12 del día el próximo viernes, me anunció por teléfono mi caro profesor Miguel Angel Granados, entonces asistente personal y encargado de las páginas editoriales de Excélsior, reputado entonces como “el diario de América Latina”, y con mucho el gran diario de México, donde soñaban trabajar gran parte de los que ejercían el periodismo caliente de los tremendos años sesenta y setenta.

Aunque sólo contaba 45 años de vida, a Julio Scherer García ya le decían don Julio en reconocimiento a la brillante carrera que había desarrollado en el periodismo, desde que comenzó a los 18 años como muchacho de mandado de la redacción de Excélsior, mientras estudiaba derecho y filosofía. Descolló como reportero nacional e internacional, jefe de información, subdirector editorial y auxiliar de la dirección hasta alcanzar en 1968 la dirección general del periódico de tres ediciones diarias, fruto de una de las cooperativas que florecieron en los años de influencia de la revolución mexicana.

Cuando regresé autoexiliado al México que me había hecho periodista tres años antes, numerosos profesores y compañeros de aulas trabajaban orgullosamente en Excélsior y me decían que allí era donde yo tenía que fajarme. Que me recibiera Julio Scherer era entonces la gran noticia personal.

Concurrí temprano a la cita y Granados me presentó con una de las asistentes que habría de introducirme al reino. No podía creerlo cuando aquel señor del que decían que era el segundo más poderoso de México, después del presidente Echeverría, salió en dos ocasiones al antedespacho primero para decirme que tenía como 20 minutos de retraso, y luego que en unos diez minutitos me recibía.

En efecto a la media hora el hombre me buscó personalmente y me mostró su despacho, pero advirtiéndome que no iba a revestir de formalidad aquel encuentro con un joven periodista dominicano tan bien recomendado. Me llevó al balcón del Paseo de Reforma, desde donde se divisaba una de las intercesiones más nerviosas de la ya gran urbe. De inmediato me preguntó por Santo Domingo y sus dolores, por Juan Bosch, Caamaño y Peña Gómez, evocando la invasión militar de 1965, de la que había dado testimonio periodístico.

Mi relación con Excélsior fue efímera porque opté por el trabajo que me ofrecían en el departamento latinoamericano de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos en Washington. Pero Scherer García quedó para siempre como mi periodista favorito. En esos días de 1971 le escuché contar cómo había hablado con el presidente Echeverría, entonces iniciando su sexenio, sobre las limitaciones de la libertad de prensa en México. Y que el mandatario le respondió: Julio, la libertad de prensa es de ustedes, cójansela.

Desde entonces se dedicaron militantemente a acabar con el periodismo complaciente y servil. Excélsior se convirtió en la catedral del periodismo latinoamericano y se tomó tantas libertades que meses antes de concluir su gobierno Echeverría mismo le auspició un golpe de estado a Scherer García quien, echado a la fuerza del periódico, desfiló junto a sus 200 reporteros por el Paseo de Reforma.

Eso fue en junio de 1976 y en noviembre ya don Julio y parte de sus fieles fundaban la revista Proceso, donde se iban a dar gusto haciendo periodismo libre, de investigación y profundidad hasta el día de hoy. Los reconocimientos a Scherer son incontables. Sus méritos incluyen haberse retirado de la dirección de la revista a los 20 años de su fundación, quedándose en su consejo editorial y volviendo a ser reportero. Su férreo compromiso ético, su universalidad, su devoción por todas las causas libertarias le confirieron dimensión continental entre los grandes cultores de la comunicación.

En estos días en que trascendió le debemos homenaje, junto a los grandes del periodismo mexicano, de Excélsior y de Proceso: Granados, Vicente Leñero, Carlos Monsiváis, José Álvarez Icaza y Alejandro Avilés, que también se han marchado en los últimos años. Ellos dieron testimonio de que el periodismo es pasión y compromiso por la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad.

 

Bienvenido Corominas Pepín

Por Juan Bolívar Díaz
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A un ser humano de la categoría de Bienvenido Corominas Pepín no se le puede decir adiós. Hay que retenerlo por siempre y enarbolarlo como bandera para reivindicar la rectitud, generosidad y entrega en un mundo tan signado por la mediocridad y el egoísmo.

 Al doctor Corominas lo traté durante cuatro décadas como parte de la familia periodística nacional, y lo recordaré con orgullo por el respeto que profesó al quehacer de la comunicación social, muy especialmente por su vocación por la libertad más allá de los intereses empresariales y políticos.

 Su debut en el periodismo fue durante la transición democrática de 1961 cuando le tocó dirigir el periódico La Nación y desde entonces se adscribió a las luchas por la constitución de una sociedad democrática. Por ello fundó el diario El Sol en su nativa ciudad de Santiago en 1971. Allí no hubo suficiente sustento para un periódico innovador, por lo que hubo de ser trasladado a Santo Domingo.

Me tocó dirigirlo durante 4 años, ya bajo otra propiedad, en el período l977-81 y fue entonces que estreché relación con el antiguo propietario, quien desde lejos siempre alentaba el tipo de periodismo que hacíamos. Disfrutaba el apogeo de El Sol como si siguiera siendo el propietario.

 Por eso cuando un grupo de comunicadores decidimos abandonar El Sol para iniciar una nueva aventura periodística, pensamos en él sabiendo que encontraríamos un firme aliado.  Y así fue, porque junto a Pedro Bonilla y Miguel Cocco (también fallecidos) constituyeron el respaldo fundamental al milagro cotidiano que fue El Nuevo Diario, tal vez la mayor utopía periodística de la historia. Salió con un capital de apenas 20 mil pesos.

 Corominas Pepín puso dinero y dedicación para ayudar a sostener el periódico y aún cuando muchos de sus fundadores fuimos capitulando ante las precariedades, él se mantuvo hasta su muerte respaldando a quienes quisieron seguir adelante.

Resistió presiones en aquellos primeros años cuando las campañas de El Nuevo Diario despertaron tantas ronchas que le ganaron la hostilidad de sectores empresariales y políticos.

Aquel emprendedor empresario pionero en seguros y tarjetas de crédito mantuvo su presencia en la empresa periodística sin que jamás sugiriera una  capitulación ni propusiera mediatización. Estaba convencido de que la sociedad dominicana necesitaba   periódicos contestatarios y que empujaran el desarrollo de las instituciones democráticas. Por eso en los últimos años se empeñó en la dignificación del magisterio a través de su Fundación Consuelo Pepín.

Conversar con el doctor Corominas fue siempre alentador. El sabía insuflar optimismo y esperanza, con una voz que a veces era como un susurro, pero con un finísimo sentido del humor, hasta en las circunstancias más difíciles.

Con mucho humor transcurrió nuestro último encuentro hace un par de meses aunque ya los malestares físicos le ganaban la batalla a su espíritu indomable y a los desvelos de su querida doña Carmen Peña de Corominas.

Creo que don Bienvenido Corominas partió satisfecho de haber vivido 84 años de plenitud, sembrando esperanzas e irradiando fe en los supremos valores humanos. Por eso quedará presente por siempre en su distinguida familia y entre quienes tuvimos el privilegio de recibir sus generosidades incondicionales.  No se le puede decir adiós, sino hasta siempre al más periodista de los empresarios dominicanos.