No me voy, estoy llegando

Por Juan Bolívar Díaz
08_03_2015 HOY_DOMINGO_080315_ Opinión9 A

El pasado domingo 1 de marzo culminó José –Pepe- Mujica su período de Gobierno de cinco años en ese paraíso de nación que es la República Oriental del Uruguay, y se marchó en olor y sabor de multitudes, sin que el mundo haya salido del asombro por las fuerzas espirituales de ese legendario hombre público que ha reivindicado la política en este tiempo de cólera.

La personalidad y las excentricidades de Mujica han dado la vuelta al mundo en todos los idiomas, recordando al ilustre Mandela que trascendió definitivamente hace 15 meses. Ambos encarnaron en su momento movimientos políticos que enfrentaban el orden o desorden establecido, padecieron largos años de prisión, tras lo cual alcanzaron el poder para ejercerlo con humildad, moderación y amplitud universal sin dejarse atrapar por la adicción a las alturas y la vanidad.

Fundador de los legendarios Tupamaros de los años sesenta y setenta, Mujica cayó preso cuatro veces, padeciendo unos 15 años de prisión, fue baleado una vez y sometido a brutales torturas, nada de lo cual venció su espíritu indómito y su decisión de luchar por colocar a los seres humanos como objeto de la política y la gestión gubernativa.

Pepe Mujica intervino en numerosos foros internacionales, como abanderado de un nuevo orden económico internacional, defensor de los más desprotegidos, predicador de la paz y el respeto entre pueblos y naciones, grandes o pequeñas. Gobernó con integridad, contribuyendo a la equidad socio-económica en una nación pequeña de población, apenas tres millones y medio son los uruguayos, aunque en un territorio casi tres veces mayor que el de República Dominicana.

La coherencia de este líder fue premiada por las multitudes que lo despidieron el viernes 28 de febrero, entre aplausos y vítores. También con llantos cuando le escucharon decir: no me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti. No dudes que si tuviera dos vidas las gastaría enteras por ayudar a tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de casi 80 años.

Y dos días después entregó el Gobierno y se marchó a su modesta casita en las afueras de Montevideo en el mismo carrito Volkswagen de 1987 en que había llegado, manejándolo él, seguido discretamente de una ligera escolta, como discurrió en sus años de gobernante, capaz de pararse en la carretera a dar bola a un caminante.

Porque Pepe Mujica ha sido un hombre libre, convencido de que “la verdadera libertad está en consumir poco”, que “a los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política porque si no, terminamos hipotecando la confianza de la gente”. Coherente hasta el hálito final, demostró que “el poder no cambia a las personas, solo revela lo que verdaderamente son”.

Mujica será recordado por su humildad y frugalidad, pero también por su franqueza, a veces alejada de la diplomacia, como cuando calificó de genocidio la última matanza israelí en la franja de Gaza, que cobró la vida de centenares de niños, mujeres y ancianos, o cuando, al referirse a la sanción impuesta al delantero uruguayo Luis Suárez en la última Copa Mundial de Fútbol, dijo que “la Fifa son una manga de viejos hijos de puta”.

Un Presidente ejemplar, un político trascendental que considera su mayor éxito haber dejado menos pobres y más educados en su país, que veló por el buen empleo de hasta el último peso de los uruguayos. ¡Salve Pepe Mujica! Ojalá pueda venir pronto a recibir el reconocimiento que le ha acordado la Universidad Primada de América y a renovarnos la fe en la política, que según Duarte, es la ciencia más digna, después de la filosofía, de ocupar las mentes de los humanos.-

 

 

Dilma y Pepe dan envidia

Por Juan Bolívar Díaz
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Cuando se leen las informaciones sobre el estilo y las normas de austeridad y transparencia que están imponiendo los nuevos presidentes de Brasil y Uruguay, Dilma Rouseff y José (Pepe) Mujica, lo menos que se siente es envidia y deseos de vivir un proceso similar.

El diario El País de Madrid daba cuenta el miércoles pasado de cómo la novísima presidenta brasileña está imponiendo su propio estilo de austeridad, eficiencia y aprovechamiento del tiempo, con una reingeniería del gobierno, distante aún de su antecesor y propulsor, el presidente Lula Da Silva, aunque éste concluyó sus dos períodos de gobierno con una aprobación del 80 por ciento.

Brasil se cuenta ya entre las diez mayores potencias económicas del mundo, todo un continente al que no le falta ninguna riqueza natural, pero la presidenta ha establecido reuniones ministeriales los viernes para evitar que los altos funcionarios se apropien de ese día laborable y ha impuesto un régimen de austeridad destinado a reducir la malversación de lo público con severas normas de ética y limitaciones en el uso de automóviles y aviones del Estado.

La presidenta da ejemplo de austeridad personal, de puntualidad y dedicación al trabajo, evadiendo los discursos y apariciones en público con la única excepción de una visita a la región afectada por inundaciones que han cobrado cientos de vidas.

Uruguay es un país mediano, pero que aparece en los primeros escalones en todas las evaluaciones latinoamericanas en educación y salud, seguridad, respeto al orden y la institucionalidad democrática, y en distribución equitativa del ingreso. Pero su presidente Mujica se empecina en seguir trasladándose en un cepillo Volswaguen de los ochenta, en el que llegó al palacio de gobierno, lo que ya fue un adelanto, porque años antes había acudido a ocupar una curul de senador montando una motocicleta.

Se dirá que Dilma y Pepe son exguerrilleros que no quieren aceptar las normas que imponen el protocolo y la seguridad. Pero es mucho más que eso, quieren ser coherentes con lo que predicaron desde sus organizaciones revolucionarias y respetar la memoria de los miles de compañeros que vieron caer en las luchas contra las dictaduras militares que resultaron tan caras al cono sur latinoamericano en las décadas de los setenta y ochenta.

Mujica aceptó ponerse un saco para su juramentación presidencial, pero no ha dejado de ir casi solo a los restaurantes y cafeterías donde frecuentaba antes de llegar al poder y nadie se atreve a dejar de pasarle  la factura correspondiente o a pagarle una cuenta.

Nada de eso le ha impedido establecer un régimen moderno, ni abrirse al capital nacional y la inversión extranjera, ni adoptar medidas innovadoras para promover un mayor y más equitativo desarrollo y mejorar las posibilidades de competir en el escenario internacional.

Seguramente que muchos dominicanos considerarán que esos estilos son radicales, casi imposibles de materializar en un país como éste tan cerca de Europa y de Estados Unidos. Aunque la verdad es que los funcionarios norteamericanos y europeos son verdaderos monjes al lado de los nacionales, en salario, gastos discrecionales, malversación de los recursos estatales, viajes, vehículos y demás facilidades.

En octubre pasado estuve sólo un día en Montevideo y salí con envidia de aquella capital que parece detenida en el tiempo, por su singular limpieza y orden institucional y legal. Alguna vez volveré a pasar unas vacaciones para vivir intensamente el ambiente de renovación real y autenticidad que ha impuesto Pepe Mujica.