Hay que ayudar a Leonel

Por Juan Bolívar Díaz

En vez de rodearlo de homenajes, lisonjas y adulaciones como las que han abundado en los últimos días, al doctor Leonel Fernández hay que ayudarlo a pasar con éxito la prueba de la descompresión del poder, ahora que deberá abandonar el Palacio Nacional después de 8 años consecutivos y 12 de los últimos 16 años gobernando el país.

No le hacen nada bien los pronunciamientos como el del alcalde del Distrito Nacional, Roberto Salcedo, de que tomará la antorcha para el retorno al poder del doctor Fernández en los comicios del 2016, porque lo inducen a abrir una muy prematura lucha por el retorno, que hasta podría ser traumática en su propio partido.

Todos los que estiman al doctor Fernández deben ayudarlo a evitar el síndrome de abstinencia del poder  que ha llevado a su amigo Alvaro Uribe a un precipitado enfrentamiento a su sucesor Juan Manuel Santos en la presidencia de Colombia.

 Leonel Fernández será el primer presidente de la historia dominicana  en entregar el poder a otro de su mismo partido también electo  bajo formalidades democráticas, lo que evidencia la cultura de que “el poder no se cede y menos a uno del mismo palo”. Lo más conveniente es que complete ese mérito reconociendo que este es el tiempo de Danilo Medina.

 Ya hay muchas vallas que sugieren el retorno al poder del que todavía no acaba de entregar y eso no debe proseguir con pronunciamientos como el de Salcedo ni proclamándolo como el perínclito de la historia nacional o el mayor benefactor de las Fuerzas Armadas, como hizo recientemente el ministro del ramo.

 Tampoco se ayuda a Leonel advirtiendo de posibles ingratitudes y comparándolo con Jesús el Nazareno, al que solo uno de diez leprosos que curó (Lucas 17:11) volvió  para agradecerle el haberle devuelto la salud, como lo hizo el director de Prensa del Gobierno, Rafael Núñez, en artículo publicado en Diario Libre y reproducido esta semana en la Revista Semanal Palacio.

 Excesos como los indicados pueden inducir al mandatario saliente a creerse realmente imprescindible y a formular planteamientos como el de esta semana cuando volvió a recurrir a José Martí para referirse a quienes solo ven las manchas y no la luz del sol, considerándolos malagradecidos.

 Estimaciones como esa pueden llevar a un error garrafal, pues se estaría considerando como malagradecidos a la inmensa mayoría de los dominicanos empadronados que no sufragó por el partido de Fernández. No debe olvidarse que el Partido de la Liberación Dominicana solo obtuvo el 37.73 por ciento del sufragio de mayo pasado, que a su vez solo representó el 26.3 por ciento de los empadronados, ya que la abstención superó el 30 por ciento. La reducción de la votación del PLD, que obtuvo 200 mil votos menos que la principal opción de oposición, no parece ser fruto del mal agradecimiento sino de la insatisfacción y del cansancio.

Los seguidores de Leonel Fernández deben ayudarlo a comprender que él ha sido un favorecido excepcional del poder, pues figura entre un puñado de líderes de  la democracia universal que han conseguido ser electos presidentes más de dos veces: Franklin  Delano Roosevelt en Estados Unidos y Konrad Adenauer en Alemania son los únicos con cuatro elecciones. Felipe González en España, Hugo Chávez y Leonel Fernández en América Latina han ganado tres veces. José María Velasco Ibarra es el rey con cinco elecciones en Ecuador, aunque solo dos veces completó el período de 4 años y en otras dos solo lo dejaron gobernar por 11 y 14 meses.

 Sería una señal de prepotencia y sobre estimación que el doctor Leonel Fernández, quien obviamente aspira por lo menos a un cuarto período, saliera ahora considerando mal agradecidos a casi tres de cada cuatro dominicanos registrados en el padrón de electores. Como concluye Andrés L. Mateo: ¡Oh Dios!

 

 

 

Salvador Jorge Blanco

Por Juan Bolívar Díaz
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En medio de las festividades  navideñas se apagó la vida del doctor Salvador Jorge Blanco, uno de los pocos presidentes dominicanos que salió del poder sin que tuvieran que sacarlo, con menos bienes materiales de los que llegó, viviendo en la misma casa sin el menor lujo hasta su hora final, sin una fundación, y sin una cuenta bancaria en el exterior, pero el único que fuera condenado por corrupción.

En la presidencia de la República durante el período 1982-86, no fue un dechado de virtudes, ya que se rodeó excesivamente por algunos que hicieron fortunas en negocios al amparo del poder y permitió que otros utilizaran recursos del Estado para actividades políticas. Por ello perdió parte de su brillo inicial  y decepcionó a quienes esperaban mucho más de un civilista como fue durante casi toda su vida. En alguna medida fue víctima de las expectativas que creó y a la que la sociedad dominicana tenía derecho en aquella transición a la democracia que él mismo había empujado como abogado y jurista, como político y senador.

Jorge Blanco fue un presidente humilde que no se aferró al poder y por el contrario quiso desmontar el aparataje que ha acompañado la gestión gubernamental desde los días de Pedro Santana hasta los de Leonel Fernández. Abriendo las puertas del Palacio Nacional, parando en los semáforos y acompañado por una discreta escolta. Presentó un proyecto de reforma constitucional para prohibir la reelección presidencial y constituir un tribunal de garantías constitucionales que las pasiones políticas de su propio partido relegaron.

Había tenido una vida pública coherente, renunciando a la Unión Cívica Nacional por el golpe de Estado contra el gobierno de Juan Bosch, defendiendo la soberanía nacional en 1965, y durante años su talento jurídico fue puesto al servicio de las mejores causas, incluyendo la defensa de los perseguidos políticos. En la presidencia del Senado en 1978 no vaciló en hacer aprobar la ley de amnistía que reivindicó los derechos humanos y políticos de cientos de prisioneros y miles de exiliados, en momentos en que el gobierno de su partido daba largas a aquel compromiso político.

Durante sus dos primeros años de gobierno, el presidente Jorge Blanco impuso un régimen de austeridad y honradez en la administración pública que lamentablemente se fue eclipsando en la segunda mitad. La poblada de abril de 1984 marcó indeleblemente su régimen, cuando unas 80  personas fueron muertas por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional en aquella desastrosa tarea de contener la poblada originada en uno de los terribles ajustes económicos que entonces imponía sin ningún amortiguamiento ni compensación social el Fondo Monetario Internacional.

Cuando le responsabilizamos en un editorial de El Nuevo Diario, nos llamó por teléfono para explicar que su pecado había sido no autorizar la militarización de las calles desde el primer día como le recomendaban los aparatos de seguridad del Estado. Lo hizo tarde cuando el saqueo y la violencia superaron la capacidad de la policía y ya entonces los militares hicieron lo único que se les había enseñado: disparar a matar.

Hay que recordar que Jorge Blanco gobernó en la plenitud de la llamada “Década Perdida”, cuando la única economía que se sostuvo fue la de Colombia, gracias al auge de sus exportaciones de drogas. Al final entregó el poder habiendo pagado el precio del saneamiento de la economía, con el peso a 2.80, tras haber llegado a 3.25 por dólar, para que Joaquín Balaguer lo llevara al 14 por uno cuatro años después.

Su peor pecado fue el de cobardía, el no haberse defendido enérgicamente del circo que montó Joaquín Balaguer desde el Palacio Nacional para garantizarse otros tres períodos de gobierno. Y parece que esta sociedad perdona hasta los peores delitos pero no la cobardía. Lo hundió aquel intento de asilo en vez de responder con valor ante un teniente-juez y una cohorte de incondicionales.

Pero el presidente Salvador Jorge Blanco no merecía la humillación ni la prisión vejatoria a que fue sometido como un peligroso criminal. Tarde fue reivindicado por una Suprema Corte que lavó la vesania política, la cobardía y la complicidad de otra. Merece el descanso y la paz que no logró en esta vida.