Permítaseme tomar prestado el título de la constitución pastoral del Concilio vaticano II, Gaudium et Spes, que se traduce como alegría y esperanza, para celebrar la designación de monseñor Francisco Ozoria como nuevo arzobispo metropolitano de Santo Domingo, expresión de la coherencia entre los actos y la visión pastoral del Papa Francisco.
Vale apelar al título de la constitución, aprobada en diciembre de 1965, que traza toda una pastoral sobre “la Iglesia en el mundo contemporáneo”, después que el nuevo arzobispo, en su discurso de agradecimiento, se autodefiniera como “un seguidor apasionado de la doctrina del Concilio Vaticano II”.
Aunque el mismo Ozoria consideró que su escogencia sería una sorpresa para todo el país, y que el primer sorprendido fue él, no debió ser así de haberse tomado en cuenta el perfil del obispo trazado por el Papa Francisco en su discurso ante el Consejo Episcopal Latinoamericano en Río de Janeiro, poco después de su consagración en el 2013, cuando proclamó que “el obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear. Los obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pa-cientes y misericordiosos.Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan psicología de príncipes, que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra. Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo.
El sitio del obispo para estar con su pueblo es triple: O delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado”.
El Papa Francisco ya tuvo una oportunidad de hablar directamente a los obispos dominicanos en su visita ad limina al Vaticano, en mayo del 2015 cuando les animó a “que su compromiso en favor de los más débiles y necesitados les ayude a superar la mundana tendencia hacia la mediocridad”.
En su pontificado de apenas tres años, el obispo Bergoglio ha abogado por los derechos de los inmigrantes en múltiples ocasiones, como lo hizo frente al episcopado dominicano, al que recordó que “la atención pastoral y caritativa de los inmigrantes, sobre todo a los provenientes de la vecina Haití, que buscan mejores condiciones de vida en territorio dominicano, no admite la indiferencia de los pastores de la Iglesia”.
Y los exhortó a “seguir colaborando con las autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados de documentos o se les niega sus derechos básicos. Es inexcusable no promover iniciativas de fraternidad y paz entre ambas naciones, que conforman esta bella Isla del Caribe. Es importante saber integrar a los inmigrantes en la sociedad y acogerlos en la comunidad eclesial. Les agradezco que estén cerca de ellos y de todos los que sufren, como gesto de la amorosa solicitud por el hermano que se siente solo y desamparado, con quien Cristo se identificó”.
En el país hay quienes creen que monseñor Francisco Ozoria no merecía ser arzobispo de Santo Domingo por haber sido un defensor compasivo de los derechos humanos de los inmigrantes haitianos y por haber reclamado justicia para los que fueron privados de la nacionalidad dominicana. Estaban equivocados, pues el prelado de San Pedro de Macorís ha sido bien coherente con el perfil del obispo planteado por el Papa Francisco. Y no faltan los que no se atreven a transparentar su prejuicio de que es “demasiado prieto” para ser arzobispo capitalino, aunque un estudio científico acaba de indicar que el dominicano promedio tiene un 49 por ciento de ADN de ancestros africanos.
Celebremos el ascenso de este humilde monseñor Francisco Ozoria y preparémosle una bienvenida con alegría y esperanza de que contribuya a dar vigencia a los principios fundamentales del cristianismo.