Hamlet, con las riendas tensas

Por Juan Bolívar Díaz
24_01_2016 HOY_DOMINGO_240116_ Opinión9 A

La siempre acechante muerte nos dio un zarpazo esta semana cuando nos arrebató sin el menor preaviso al eterno guerrillero Hamlet Hermann Pérez, poniendo una nota de desconcierto, inmensa desolación y tristeza en todos cuantos le trataron y apreciaron en él un combatiente por las mejores causas de la sociedad dominicana, transitando su propio camino, inconmensurablemente orgulloso y relevantemente digno.

No hay que mitificar la figura de este ser humano, que como todos tuvo sus imperfecciones, y aún en sus mayores virtudes llegaba a la exageración, a veces persiguiendo fantasmas y extremando purezas que podían llegar a la descalificación absoluta de aquellos que consideraba débiles.

Pero el balance humano de Hamlet es hermosamente positivo: su abnegación en la lucha por la independencia y el desarrollo nacional, su disposición al sacrificio, la coherencia con los principios que sustentaba, la fidelidad con el legado de los que entregaron la vida tratando de alcanzar las utopías de los sueños solidarios, su desprendimiento y honradez personal.

Desde los días finales de la tiranía de Trujillo, Hermann fue un combatiente por la libertad, en el movimiento Catorce de Junio, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la revolución constitucionalista donde se forjó una concepción ideológica profundamente anti-imperialista, hasta su compromiso con la aventura revolucionaria del 1973 del héroe de la resistencia a la invasión norteamericana de 1965, el coronel Francisco Caamaño.

Cuando le tocó ejercer una función pública, como creador y primer director general de la Autoridad Metropolitana del Transporte fue un ejemplo de verticalidad, eficiencia y honestidad, inflexible en el cumplimiento de su deber, desafiando demonios y originando tempestades. Cuando percibió señales de desviación, renunció al órgano directivo del partido que empezaba a rendirse ante el poder.

Como a tantos revolucionarios de los sesenta lo conocí en las lides universitarias, pero el contacto personal se inició cuando lo entrevisté en México, después que sobreviviera a la inmolación del puñado de valientes del desembarco de Caracoles en 1973, junto a Claudio Caamaño. Con ambos reconstruimos los pormenores de aquella gesta, en varias páginas del diario Ultima Hora, donde entonces trabajaba.

Intrépido, Hamlet se adelantó a la amnistía política de 1978 con la complicidad del general Omar Torrijos, en cuyo avión se apareció para la juramentación del presidente Antonio Guzmán. Yo entonces dirigía el diario El Sol y nos unió la defensa de sus derechos ciudadanos como la de todos los presos políticos y exiliados. Me convirtió en editor y prologuista de su primer libro Caracoles, la Guerrilla de Caamaño. No pude convencerlo de que cobráramos más de un peso por los 80 mil ejemplares que se imprimieron.

El guerrillero de la montaña se convertiría en guerrero de la palabra y deja un legado de una decena de libros que le permitieron alcanzar estatura de escritor, de investigador histórico, siempre aferrado a los principios políticos originarios, sin dar tregua a la mediocridad ni caer en la resignación. Fue refractario al acomodamiento y no hacía concesiones ni cuando lo buscaban de consultor para proyectos relativos al reordenamiento del tránsito, que fue una de sus últimas pasiones.

Hamlet levantó el paragua amarillo en su casa frente al Palacio Nacional clamando junto al pueblo por el 4 por ciento del PIB para la educación y no permitió que ningún general le arriara aquella bandera. Hace poco ofrendaba botellas de agua fría a quienes llegaban a su vecindario en cadenas humanas contra la corrupción.

La intempestiva muerte de Hamlet Hermann lidiando en el caos del tránsito urbano que pretendió vencer, en plenitud física que le elogiábamos sus amigos, cuando teniendo 80 y 81 años parecía en los setenta, no dejó de ser una ironía, para él socarrón, burlón, que todavía dedicaba dos horas diarias al ejercicio y la natación.

Recordaré siempre cuando lo convencí de que escribiera una columna en El Sol del final de los setenta. Con él y Ramón Colombo compartíamos muchas aficiones, entre ellas la devoción por León Felipe, el poeta español-mexicano del éxodo y del llanto. La titulamos “Con las riendas tensas”, tomándole prestado uno de sus versos emblemáticos: “Voy con las riendas tensas/y refrenando el vuelo/pues lo que importa no es llegar solo y de prisa/sino con todos y a tiempo”.

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero…, sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Las campanas doblan por todos

Por Juan Bolívar Díaz

Muchos asociarán el título de este artículo con la obra del inmortal Ernest Hemingway “Por quién doblan las campanas” que tiene como escenario la guerra civil española (1936-39) , pero él solo rescató el nombre de un poema escrito más de tres siglos antes por el británico John Donne: Las campanas doblan por ti.

“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Cuando junto a Huchi Lora decidimos denunciar ante la Procuradora Fiscal del Distrito Nacional la impresión de tres millones de panfletos “Boletín aéreo No. 1” por el cual se estaba pagando 390 mil pesos, no estábamos movidos por el temor sino por una preocupación sobre la suerte de esta nación, donde grupos organizados se dedican a pedir la muerte en el altar de la República y en plazas públicas, para quienes consideran traidores a su muy particular concepción de patria y nacionalidad.

Según la información que reunimos, la llamada Red Nacional por la Defensa de la Soberanía se proponía inundar las ciudades del país, lanzando desde avionetas los tres millones de panfletos en los que nos presentaban como traidores a la patria. Dado que acababan de promover una marcha en Santiago con gritos de muerte a los traidores, no hay que hacer mucho esfuerzo para entender que se estaba promoviendo nuestro asesinato, lo que en teoría está penalizado por nuestros códigos, aunque para algunos eso carezca de importancia.

Huchi y yo tenemos muchas cosas en común, entre ellas habernos iniciado juntos en el periodismo en 1968, y haber pasado por períodos de amenazas y muertes por el ejercicio de la libertad de expresión y el combate de la opresión. Somos sobrevivientes de atentados y encarcelamientos, y no porque guardáramos silencio, porque nacimos para la libertad.

También tenemos en común el nunca haber andado con guardaespaldas, ni siquiera de esos que se ofrecen al por mayor pagados por el Estado, especialmente a quienes hacen profesión de la extorsión, el odio, la infamia y la mentira. Porque vivimos de cara al sol, no conocemos el miedo.

Pero la denuncia corresponde porque creemos firmemente que las campanas están doblando por todos los que queremos una sociedad democrática y plural, con la inmensa riqueza derivada de la diversidad.

Esas amenazas pretenden infundir miedo, pero no a quienes hemos demostrado que no somos silenciables, sino a la mayoría, al resto de los que no se han afiliado a la concepción de uniformidad que promueven grupos minoritarios, pero de alta capacidad de chantaje e intimidación, que de ello derivan su poder, con la complicidad y la satisfacción de los otros que los utilizan para hacer el trabajo sucio que sus pruritos les impiden materializar con sus propias identidades.

Hace tiempo que venimos denunciando la progresiva intolerancia y los esfuerzos por uniformar la sociedad dominicana. Lamentablemente hay muchos que guardan silencio porque creen que las campanas no doblan por ellos. Ojalá que no les pese después no haber advertido un tañido fúnebre.

Si es por Huchi y por mí están perdiendo el tiempo y su dinero los empeñados en esta campaña. Y lo mismo se puede decir de los otros ciudadanos y ciudadanas que han sido identificados como traidores a la patria por este grupo desafiante.

Y nos sentimos satisfechos de que nadie nos pueda acusar de promover exclusiones y mucho menos la muerte. Porque hemos sido, somos y seremos siempre promotores y defensores de vida. Por eso nos empeñamos en defender las de las decenas de miles de personas, en su gran mayoría pobres y sin posibilidades de defenderse, a quienes algunos se empeñan en suspenderles la vida.