Con Zoé y Rose en el corazón

Por Juan Bolívar Díaz
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Se trata de dos bellas y talentosas mujeres dominicanas que ocupan espacios importantes del arte, la farándula y la moda internacional, habiendo alcanzado altos escalones de éxito pese a la desventaja competitiva de ser de un país pequeño donde los prejuicios y complejos raciales tronchan tantos sueños.

Ellas tienen en común que son negras, no indias, y están dotadas del talento suficiente para competir y triunfar en cualquier escenario internacional, sin renegar de sus orígenes, más bien reivindicándolos con orgullo, conscientes de la diversidad y la pluralidad que adornan el mundo.

Zoé es ya conocida de todos los dominicanos y dominicanas, tras una década de éxitos que comenzaron en el teatro y la televisión y se han extendido a la cinematografía, habiendo participado en una decena de películas, cada vez en papeles más relevantes hasta alcanzar el estrellato. Versátil bailarina y actriz, proyecta una impresionante imagen de seguridad  que le augura los  mayores éxitos en su exigente campo profesional.

Rose Cordero es una debutante modelo internacional a la que “conocí” gracias a una crónica de Alfonso Quiñones publicada en Diario Libre el pasado viernes. A sus 16 años ya apareció en la portada de la edición parisina de la revista Vogue, tras haber causado sensación en las pasarelas de la moda de Milán, Londres y París.

Zoé nació en New Jersey, hija de puertoriqueña y dominicano, pero le tocó iniciar sus vuelos viviendo en Santo Domingo. Rose salió del batey Palavé, del apagado ingenio Haina, volando sobre los océanos, pese a ser hija de un recolector de basuras y una barrendera municipales.

Rose todavía no ha tenido tiempo para disertar sobre sus orígenes, pero a las alturas en que se mueve no tiene dudas  de su identidad, puesto que la llaman “la cenicienta negra” y la consideran como “la modelo negra más famosa del momento”.  Zoé ya alcanzó la madurez que le permite venir a entregar donaciones para socorrer al pueblo de Haití, confesando su orgullo de ser  “de raíces dominicanas con un poquito de herencia haitiana”, según otra crónica del mismo Quiñones, del mismo periódico, fecha y página.

Cualquier desprejuiciado que observe a estas muchachas quedará encantado de su belleza, que remite a cientos de miles y millones de dominicanas a las que sólo les falta escuela y pasarelas para abrirse paso, pero que deambulan sin conciencia de su identidad racial y cultural, tratando de aparecer como indias o indias claras para que las reconozcan como seres humanos y les den alguna oportunidad, siquiera en una tienda de la Duarte, y las privilegiadas que han podido concluir carreras universitarias sueñan con una oficina en un banco o en una entidad gubernamental de atención a  gente tan de ”pelo malo” como ellas.

Como nunca se ven en la publicidad dominicana y muy pocas veces en las páginas y espacios sociales de los medios de comunicación, desprecian sus orígenes y raíces, tratando de transfigurarse mediante artificios. Muchas de ellas se trasmutan tanto que viajan a Estados Unidos o Europa para descubrir allí que no son ni blancas ni indias, sino mestizas caribeñas, fruto de la mezcla europeo-africana, pues lo indígena en este país, como en todas  las islas del Caribe, sólo quedó como recuerdo sublime de la belleza de Anacaona.

Una de las mayores urgencias para el desarrollo del ser dominicano y dominicana es limpiar la educación y los medios de comunicación de todos los vestigios racistas excluyentes y promotores de complejos raciales para que todas nuestras muchachas puedan sentirse tan orgullosas y seguras como Zoé y con tantos vuelos como Rose. Y para que un orgullo nacional a quien le sobra de todo, como Sammy Sosa, no intente blanquearse, huyendo de la herencia racial del dominicano y la dominicana promedio.