El fenómeno López Obrador liquida el partidismo tradicional en América Latina

Mexico's President-elect Andres Manuel Lopez Obrador gives a press conference in Mexico City, Thursday, July 5, 2018. Lopez Obrador is proposing former Mexico City Mayor Marcelo Ebrard to be the country's next top diplomat. (AP Photo/Moises Castillo) (AP Photo/Moises Castillo)

AMLO no es un izquierdista emocional y su MORENA sienta ejemplo e interpreta la agobiada sociedad mexicana para una barrida electoral, venciendo a dos partidos de 90 y 80 años de vigencia y a todos los poderes fácticos que durante 12 años le cerraron el paso

                                 Por Juan Bolívar Díaz

Con la inmensa victoria electoral del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que lleva a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia de México caen los dos últimos vestigios del partidismo político latinoamericano, con 90 y 80 años de vigencia, en un laborioso proceso que superó el veto de los poderes fácticos tradicionales.

Aunque su partido tiene menos de cinco años, López Obrador no es un improvisado, sino un tenaz y vigoroso contendiente que rompe paradigmas y ensambla su poder desde la estructura municipal, comprometido con las mayorías, con un testimonio y discurso contra la corrupción y la descomposición social en acertada interpretación de las frustraciones mexicanas.

Vencen todos los poderes

La victoria de López Obrador y su MORENA ha sido tan contundente que sólo tiene parangón con las décadas de dominio absoluto del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sólo perdió en uno de los 32 estados de México, incluido el capitalino Distrito Federal,  alcanzando desde la oposición el 53 por ciento de los votos para ganar no sólo la presidencia de la nación, sino también mayoría en ambas cámaras legislativas, en muy diversa alianza con el Partido del Trabajo,  de izquierda, y el Partido Encuentro Social, de conservadores evangélicos.

Han desplazado a los dos partidos dominantes del último siglo mexicano, el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), que el próximo año tendrán 90 y 80 años de fundados. De paso dejaron en la insignificancia al Partido de la Revolución Democrática (PRD) creado en 1988 y que fue la plataforma de lanzamiento del liderazgo de AMLO. Esta vez el viejo PRI sólo ha ganado la gobernación del Estado de Yucatán, tropiezo histórico sin precedente.

Pero no sólo han sido vencidos los partidos tradicionales, López Obrador logró superar el veto de los poderes fácticos, especialmente del gran capital y sus medios de comunicación que, como Televisa y TV-Azteca lograron cerrarle el paso en 2006 y 2012, cuando perdió por escaso margen, especialmente en la primera cuando el panista Felipe Calderón fue proclamado presidente por una disputada diferencia de 0.56 por ciento, tras dos meses y 4 días de graves denuncias de fraude electoral.

Los esfuerzos por cerrar el paso a AMLO llegaron en mayo al extremo de que grandes empresarios reunieron a sus trabajadores para advertirles “los peligros” que representaba el candidato de la Coalición “Juntos Haremos Historia”, pero esta vez la oposición de los poderes fácticos obró en sentido adverso, ya que en medio año pasó del 40  al 53 por ciento.

Un fenómeno llamado AMLO

No se debe simplificar el fenómeno llamado AMLO, que no es un improvisado en la política ni un izquierdista tradicional, como lo han presentado para arrinconarlo, y si algo lo define es la coherencia con que ha actuado desde que en los ochenta abandonó el PRI, junto a un grupo disidente generado por la represión de 1968 y la institucionalización de la corrupción. Entre los fundadores del PRD para los comicios de 1988, partió desde las bases para hacerse con la jefatura del Distrito Federal en las elecciones del 2000, y fue ahí donde sembró su poder político con una brillante gestión que mejoró notablemente la gran urbe mexicana, administrando un presupuesto entonces similar al de República Dominicana, sin que nadie le imputara actos de corrupción.

Otro factor del éxito ha sido su tenaz persistencia. La victoria de ahora no se puede entender sin el arrojo con que se enfrentó a los partidos dominantes en las dos elecciones anteriores, obligando a reformas políticas importantes que esta vez no le permitieron al presidente López Nieto meter al Estado en la campaña como hizo Vicente Fox en el 2006. Ni al duopolio televisivo repetir la campaña sucia, ni a sus contrincantes gastar miles de millones de pesos como en las ocasiones anteriores.

En el 2006 López Obrador y sus fieles ocuparon durante 50 días la principal plaza capitalina El Zócalo e instalaron campamentos en otras avenidas, denunciando fraude y manipulaciones. Sus recursos se extendieron los cinco meses de la larga transición mexicana y Felipe Calderón tuvo que celebrar el acto de juramentación en la residencia presidencial de Los Pinos, porque el Congreso estaba sitiado por los opositores.

Los cuatro años de Morena

Tras perder por segunda vez en el 2012, con mayor diferencia, de 8 puntos, López Obrador consideró que el PRD se había convertido en una carga y en enero del 2014 fundaba un nuevo partido, con un nombre que subrayaba su proyecto: Movimiento de Regeneración Nacional, y a eso se dedicó con un vigor admirable, captando dirigentes comunitarios de base para competir en comicios locales y crear ayuntamientos modelos, como el de Valladolid, en Yucatán, cuyo ejemplo se expandió.

AMLO acarreó gran proporción de los diputados del PRD, bajo una mística de renovación y regeneración en dimensión inversa al deterioro del país. El rigor contra la corrupción y las incoherencias implicaron varios centenares de medidas disciplinarias y sanciones impuestas por su Comisión Nacional de Honestidad y Justicia, presidida por el antropólogo dominico-mexicano Héctor Díaz Polanco. Las sanciones alcanzaron a dirigentes nacionales y diputados, como el caso de Eva Cadena, a quien en el 2017 grabaron un video recibiendo dinero. El mismo día de la denuncia quedó separada de la bancada y posteriormente despojada de una candidatura a alcaldesa en Veracruz.

La vida personal de López Obrador fue convertida en ejemplo de austeridad y modestia, mientras recorría el inmenso país de casi dos millones de kilómetros cuadrados, 40 veces el territorio dominicano, y de 123 millones de habitantes, alcanzando zonas como la norteña, donde antes tuvo poco apoyo. Si algo le faltaba lo suplió con alianzas hacia la derecha y la izquierda. Desarrolló suficientes iniciativas y energías para vencer la dominación política de casi un siglo y sus poderosos opositores, sin puritanismo, acogiendo grupos provenientes de todos los sectores.

No podía haber más miedo

Esta vez la campaña del miedo a López Obrador no dio resultado. Hace meses que quedó en evidencia, porque la sociedad mexicana ya está saturada de miedo, a la inseguridad ciudadana, a la extrema desigualdad y a la crispación social, traducida en violencia de todo género.

La descomposición social y el derrumbe de la seguridad agobian a los mexicanos, con cerca de 100 homicidios por día, 21 mil 726 desaparecidos en el período de gobierno (6 años) de Peña Nieto que concluye, fruto de las bandas de narcotraficantes y otros géneros, que han operado cementerios clandestinos en la mayoría de sus estados, con casos tan dramáticos como la desaparición y asesinato de 43 estudiantes de magisterio en Ayotzinapa. Guerrero, cuatro años después en la impunidad.

A pesar del potencial de su inmenso territorio y un mercado interior de 123 millones de personas, la mitad menores de 29 años, México ha acumulado más de 50 millones de personas viviendo en la pobreza, pero es al mismo tiempo un país de grandes fortunas, algunas de las más grandes del mundo.

AMLO ha interpretado las carencias y frustraciones de las mayorías mexicanas, convirtiéndose en una esperanza, bajo la promesa de hacer la cuarta gran transformación, después de la independencia de 1810, la reforma de mediados del siglo 19 y la revolución en la segunda década del veinte.

Caen los viejos partidos

La magnitud de la derrota del PRI y el PAN, que juntos apenas sumaron 38.63 por ciento de los votos, el 73 por ciento del 53.17 por ciento y 30.4 millones de votos alcanzados por AMLO, viene a sellar la caída de los partidos más antiguos de América Latina, tras el derrumbe del peronismo en Argentina, del Aprismo y Acción Popular en Perú, de Acción Democrática y Copey en Venezuela, de Liberación Nacional en Costa Rica, y por igual las catedrales políticas de Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Chile, Guatemala, Panamá.

El desafío es inmenso para López Obrador y su partido, con los graves problemas que heredan. Ha proclamado que “no levito y no voy a cambiar nunca”, que se mantendrá cerca de la realidad, hasta el punto de anunciar que no se mudará a la residencia presidencial de Los Pinos.

Tendrá que incrementar las habilidades que le permitieron vencer  a todos los poderes fácticos mexicanos, incluyendo la de haber escogido como jefe de gabinete a uno de los grandes empresarios de Monterrey, Ricardo Romo, y de haber anunciado medio año antes un gabinete de lujo, en paridad de hombres y mujeres, y estas en secretarías o ministerios importantes, como Economía, Gobernación, Energía y en la de Función Pública, Irma Sandoval, cuya especialidad es la investigación de la corrupción.-

Don Julio Scherer García

Por Juan Bolívar Díaz

Tirso

Don Julio te va recibir a las 12 del día el próximo viernes, me anunció por teléfono mi caro profesor Miguel Angel Granados, entonces asistente personal y encargado de las páginas editoriales de Excélsior, reputado entonces como “el diario de América Latina”, y con mucho el gran diario de México, donde soñaban trabajar gran parte de los que ejercían el periodismo caliente de los tremendos años sesenta y setenta.

Aunque sólo contaba 45 años de vida, a Julio Scherer García ya le decían don Julio en reconocimiento a la brillante carrera que había desarrollado en el periodismo, desde que comenzó a los 18 años como muchacho de mandado de la redacción de Excélsior, mientras estudiaba derecho y filosofía. Descolló como reportero nacional e internacional, jefe de información, subdirector editorial y auxiliar de la dirección hasta alcanzar en 1968 la dirección general del periódico de tres ediciones diarias, fruto de una de las cooperativas que florecieron en los años de influencia de la revolución mexicana.

Cuando regresé autoexiliado al México que me había hecho periodista tres años antes, numerosos profesores y compañeros de aulas trabajaban orgullosamente en Excélsior y me decían que allí era donde yo tenía que fajarme. Que me recibiera Julio Scherer era entonces la gran noticia personal.

Concurrí temprano a la cita y Granados me presentó con una de las asistentes que habría de introducirme al reino. No podía creerlo cuando aquel señor del que decían que era el segundo más poderoso de México, después del presidente Echeverría, salió en dos ocasiones al antedespacho primero para decirme que tenía como 20 minutos de retraso, y luego que en unos diez minutitos me recibía.

En efecto a la media hora el hombre me buscó personalmente y me mostró su despacho, pero advirtiéndome que no iba a revestir de formalidad aquel encuentro con un joven periodista dominicano tan bien recomendado. Me llevó al balcón del Paseo de Reforma, desde donde se divisaba una de las intercesiones más nerviosas de la ya gran urbe. De inmediato me preguntó por Santo Domingo y sus dolores, por Juan Bosch, Caamaño y Peña Gómez, evocando la invasión militar de 1965, de la que había dado testimonio periodístico.

Mi relación con Excélsior fue efímera porque opté por el trabajo que me ofrecían en el departamento latinoamericano de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos en Washington. Pero Scherer García quedó para siempre como mi periodista favorito. En esos días de 1971 le escuché contar cómo había hablado con el presidente Echeverría, entonces iniciando su sexenio, sobre las limitaciones de la libertad de prensa en México. Y que el mandatario le respondió: Julio, la libertad de prensa es de ustedes, cójansela.

Desde entonces se dedicaron militantemente a acabar con el periodismo complaciente y servil. Excélsior se convirtió en la catedral del periodismo latinoamericano y se tomó tantas libertades que meses antes de concluir su gobierno Echeverría mismo le auspició un golpe de estado a Scherer García quien, echado a la fuerza del periódico, desfiló junto a sus 200 reporteros por el Paseo de Reforma.

Eso fue en junio de 1976 y en noviembre ya don Julio y parte de sus fieles fundaban la revista Proceso, donde se iban a dar gusto haciendo periodismo libre, de investigación y profundidad hasta el día de hoy. Los reconocimientos a Scherer son incontables. Sus méritos incluyen haberse retirado de la dirección de la revista a los 20 años de su fundación, quedándose en su consejo editorial y volviendo a ser reportero. Su férreo compromiso ético, su universalidad, su devoción por todas las causas libertarias le confirieron dimensión continental entre los grandes cultores de la comunicación.

En estos días en que trascendió le debemos homenaje, junto a los grandes del periodismo mexicano, de Excélsior y de Proceso: Granados, Vicente Leñero, Carlos Monsiváis, José Álvarez Icaza y Alejandro Avilés, que también se han marchado en los últimos años. Ellos dieron testimonio de que el periodismo es pasión y compromiso por la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad.

 

El incremento de la violencia

Por Juan Bolívar Díaz
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Es frecuente escuchar alarma de dominicanos y dominicanas por la horrorosa violencia homicida que sacude a México, sin darse cuenta que la tasa de homicidios de la República Dominicana es proporcionalmente muy superior, registrando un incremento sostenido en los últimos tres años.

La tasa de homicidios se mide por cada cien mil habitantes, la nuestra pasó de 24 en el 2009 a 25 en el 2010 y alcanzó 26 el año pasado. Mientras la de México se situaba en 18, a pesar de la terrible guerra contra el narcotráfico en las zonas fronterizas con Estados Unidos, especialmente en el norte y el golfo de México. La violencia mexicana se concentra en Ciudad Juárez, con tasa infernal de 147, Acapulco con 127, Torreón, Chichuahua y Durango.  Pero cae abruptamente en gran parte de ese país de 110 millones de habitantes, incluyendo la mega capital, que concentra unos 22 millones de habitantes, donde la tasa de homicidios es de 10 por cien mil, cerca de la tercera parte de los que registra el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo, donde se concentra una alta proporción de la criminalidad dominicana.

Sin que lo advirtamos suficientemente, estamos en el promedio de América Latina que es justamente 26 por cien mil, en el segmento medio. Por encima de nosotros están Honduras, que lidera el mundo, con tasa de 82, El Salvador con 66,  Jamaica 60, Venezuela 49, Guatemala 41 y Colombia 33. Pero superamos con creces a casi todas las naciones de Sudamérica, algunas de las cuales, como Argentina y Uruguay, están por debajo de 5. Las cifras son del 2011 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que ha resaltado que en América Latina se produce el 40 por ciento de los homicidios mundiales, lo que se atribuye principalmente a las extremas desigualdades económico-sociales.

En nuestro caso es relevante que el incremento de la violencia haya sido tan alto duplicándose en lo que va del siglo, ya que en el 2000 se registró 13.09 por cien mil habitantes. A pesar de los programas que se han puesto en vigencia y de las promesas de las autoridades que múltiples veces han proclamado “tolerancia cero” con la delincuencia y el narcotráfico.

Llama la atención que durante los años 2006 y 2007 nuestra tasa de homicidios cayó en 3 y 4 puntos, cuando descendió a 23.56 y 22.07, en relación al 26.40 que había alcanzado en el 2005 y que ha sido hasta ahora la más elevada. Ese descenso se relaciona con la implementación del programa Barrio Seguro, y la caída con el hecho de que no se hizo la inversión requerida para darle continuidad ni profundizarlo.

La violencia sólo se mide en homicidios, porque si pudiéramos cuantificar los heridos y golpeados, los asaltos, atracos, violaciones físicas y de domicilios, encontraríamos razones más que suficientes para la alarma. A lo mejor serviría para convencer a nuestras autoridades sobre la necesidad de invertir en la seguridad, en la disminución del crimen, en la educación para la convivencia y la tolerancia.  Esa inversión es mucho más necesaria por cuanto tenemos al turismo como la principal fuente de divisas y una de las mayores de empleo.

Una de las tareas que no hemos emprendido es la de una campaña sistemática por todos los medios de comunicación para rechazar la violencia e incentivar la convivencia. No sería tan costosa si el Estado la elabora y pide la colaboración de la radio y la televisión. Podría pagarse un precio módico por mensaje, para incentivar su multiplicación. Alcanzaría con la décima parte de la publicidad que hace el gobierno para promover sus obras.

No deberíamos esperar que pasemos a competir con la violencia centroamericana, catalogada hoy como la región más violenta del mundo.