Regular la inmigración requiere voluntad política

Por Juan Bolívar Díaz

Compelido por el escándalo internacional generado por la sentencia que desnacionaliza a decenas de miles de personas, el Gobierno del presidente Danilo Medina comienza a mostrar la voluntad política que faltó a sus predecesores para regular y controlar la intensa inmigración haitiana.

La suspensión temporal de las deportaciones es una demostración de valentía, que los ultra nacionalistas no entienden, para crear un clima de confianza que abra espacio al Plan Nacional de Regularización de los Inmigrantes que se trata de implementar con muchos años de retraso.

Varios pasos adelante. Tras el escándalo internacional producido por la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional que en septiembre avaló el despojo de la nacionalidad a decenas de miles de descendientes de extranjeros nacidos en el país, el Gobierno parece encaminado a afrontar el plan regulador de inmigrantes dispuesto por la Ley de Migración del 2004, incluido en la Estrategia Nacional de Desarrollo de 2012 y demandado por decenas de entidades sociales.

En apenas un trimestre se han emprendido acciones fundamentales como el decreto 327-13 que establece el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros, se puso en vigencia el Consejo Nacional de Migración, se dio curso al Instituto Nacional de Migración, y se nombró como su directora a la doctora Flor Rojas Rodríguez, con vasta experiencia en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados y Migrantes, y se dispuso la suspensión temporal de las deportaciones.

Al mismo tiempo el Gobierno ha procurado la asistencia técnica y financiera de organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Unión Europea, al tiempo que abrió un diálogo con las autoridades de Haití que incluye los desafíos migratorios, además del comercio bilateral, la seguridad fronteriza y medio ambiente.

Los organismos recién implementados están contemplados en la Ley General de Migración promulgada en agosto de 2004 por el presidente Hipólito Mejía, cuyo reglamento debió ser adoptado a los seis meses, pero el Gobierno del presidente Leonel Fernández lo dilató por más de siete años, hasta octubre de 2011.

También los contempla la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo y fueron incluidos en el “Compromiso Social y Político por un Nuevo Modelo de Gestión de las Migraciones” de mayo de 2013 asumido por 140 instituciones sociales y no gubernamentales, empresariales, sindicales, religiosas, académicas y comunitarias.

De la algarabía a la eficiencia. La voluntad política manifiesta por los voceros oficiales indica el propósito de rebasar la algarabía y la denuncia antihaitiana para concentrarse en un trabajo eficiente en dos direcciones, primero regularizar los extranjeros indocumentados que ya residen en el país, y segundo controlar y racionalizar el flujo, reduciéndolo a lo que demande el desarrollo nacional.

Tanto el presidente Danilo Medina como sus principales ejecutivos saben que no es fácil cambiar la tradicional política frente a la inmigración, 87 por ciento de haitianos, primero porque se trata de una frontera terrestre, permeable por múltiples recovecos, pero sobre todo por los intereses económicos que la han alentado durante un siglo, especialmente de los empresarios agrícolas y del propio Estado que han preferido disponer de una abundante mano de obra barata en incapacidad de reclamar, a la cual no se le reconoce ningún aporte al desarrollo dominicano. A ello se suma los beneficios del tráfico de personas, obtenidos por militares, policías, políticos y autoridades locales.

Sin embargo, el mandatario parece convencido de que urge pasar del discurso y la algarabía antihaitiana a las realizaciones positivas, que den fruto, lo que no ha ocurrido en la última década cuando no solo la dirección de Migración, sino también el Consejo Nacional de Frontera, dirigido por Norberto Rondón, han estado en manos del partido que encarna el ultranacionalismo, como lo resaltó el historiador Bernardo Vega en su artículo “Es Culpa Nuestra”, HOY del 17 de enero.

Según la Encuesta Nacional de Inmigrantes, realizada por la Oficina Nacional de Estadística, el 38.6 por ciento de los 524 mil 632 ingresadas al país habían llegado entre 2010 y el 2012, cuando se hizo la investigación. Como el 23.6 por ciento dijo haber inmigrado en el período 2006-09, y el 18.5 por ciento entre el 2000 y 2005, hay que convenir que dos terceras partes ingresaron en los 8 años consecutivos del gobierno de Leonel Fernández, cuando los ultranacionalistas dirigieron los organismos claves de control migratorio y protagonizaron el antihaitianismo. Y los siguen dirigiendo, aunque en las últimas semanas parecen relegados.

Un discurso hipócrita. En principio se traficó y alentó la inmigración haitiana para la agroindustria azucarera, que luego se fue desplazando a la agricultura en general y a la industria de la construcción, mientras los dominicanos se iban en yola a Puerto Rico para encabezar allí el trabajo en esos mismos sectores. Pero en los últimos años ha invadido la informalidad de los chiriperos, el trabajo doméstico y de vigilancia y comienza a ser visibles hasta en los hoteles turísticos.

Con un discurso hipócrita, muchos de los explotadores de esa mano de obra figuran entre los que denuncian “la invasión pacífica haitiana”, incluyendo familias de clase media que los tienen dentro de sus propias casas, como trabajadores sin horario, seguridad social ni vacaciones. En un almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio hace varios años un empresario denunció la documentación ilegal de haitianos, y cuando se le preguntó cómo lo había determinado, él mismo dijo que por uno de sus trabajadores haitianos. En una reunión de profesionales un religioso proclamó que los haitianos odian a los dominicanos, pero no pudo explicar cómo, con esa convicción, él tenía una haitiana dentro de su casa y preparándole la comida.

Solo la complicidad gubernamental explica que el presidente Fernández casi agotara sus últimos 8 años de gobierno para promulgar el reglamento a la Ley de Migración y que no diera vida a los organismos que instituye, como ahora hace su sucesor. Su ministro de Agricultura Salvador Jiménez aceptaba que ya más del 80 por ciento de la mano de obra rural es de origen haitiano. Y el constructor del tren subterráneo de Santo Domingo, Diandino Peña, proclamó que no había forma de construir esa obra sin emplear haitianos.

Más allá del Plan de Regularización, las autoridades tendrán que rescatar la disposición del código laboral que limita a 20 por ciento la contratación de trabajadores extranjeros, por lo menos en las obras públicas, para dar ejemplo y reducir a mediano plazo la inmigración y verificar por qué crece el empleo de haitianos en los servicios turísticos, y si es que también en esos ámbitos los dominicanos son renuentes al trabajo.

Mientras tanto, es un pecado capital confundir la regularización de inmigrantes irregulares, con la desnacionalización de los descendientes de extranjeros que nacieron en el país desde 1929, como dispuso el Tribunal Constitucional. Según la Encuesta de Inmigrantes serían 244,151, de los que 209,912 descienden de haitianos. El 55 por ciento dicen poseer acta de nacimiento dominicana.

Pretender cambiarle el estatus por una naturalización puede reducir el escándalo internacional, pero como ya advirtió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no librará al país de condenas por violentar un derecho tan fundamental como el de la nacionalidad.

 Prioridad del Gobierno

La importancia que el Gobierno confiere a la regulación de la inmigración queda de manifiesto en el hecho de que la política al respecto ha sido asumida desde el Ministerio de la Presidencia, cuyo titular Gustavo Montalvo no ha vacilado en defender la suspensión de las deportaciones, fundamental para crear el clima de confianza para que los extranjeros indocumentados respondan la convocatoria a regularizar su estatus.

Es lo que se ha hecho en múltiples países para regular la inmigración en aras del interés nacional, porque se asume que si están deportando indocumentados, estos no tendrán confianza en presentarse ante las autoridades, lo que no implica que siga el flujo de inmigrantes, por lo que al mismo tiempo se ha dispuesto multiplicar la vigilancia para impedir que siga su curso.

El protagonismo en la aplicación del plan correspondería a la Dirección General de Migración, cuyo titular José Ricardo Taveras es dirigente del pequeño partido (0.73 por ciento en la elección presidencial del 2012) que encarna la ideología ultranacionalista, la Fuerza Nacional Progresista, y fue responsable de un intento de regularización que en el último año y medio apenas logró registrar a 200 inmigrantes, en gran medida por conferirle un carácter más recaudador que regulador.

Solo por la emisión del carné Migración estableció una tasa de 15 mil pesos que hubo de reducir a 12 y luego a 7 mil 500 pesos, como para que nadie se regulara.. Empresarios agrícolas y de la construcción estimaron que el costo total de regular un trabajador extranjero pasaba de 34 mil pesos (más de 700 dólares), haciéndolo inviable.

El proyecto de regulación elaborado originalmente por Migración fue modificado fundamentalmente por iniciativa de la Presidencia de la República para hacerlo viable, privilegiando el interés nacional en regularizar a más de medio millón de extranjeros inmigrantes que habría en el país de acuerdo con la Primera Encuesta Nacional de Inmigrantes publicada el año pasado por el Gobierno.

 

Oración por los domínico-haitianos

Por Juan Bolívar Díaz
http://hoy.com.do/image/article/729/460x390/0/0343A225-434E-4543-9DA3-55D0BBC20CB7.jpeg

En los ámbitos de defensa de los derechos humanos es cada vez más frecuente la interrogante sobre qué tendrá que ocurrir para que en este país acabemos de comprender que hay domínico-haitianos, como domínico-españoles, domínico-chinos, domínico-americanos y muchas otras extensiones de la nacionalidad.

Mientras  se expande  vigorosamente el rechazo a la política que niega la expedición de copias de sus actas de nacimiento a miles de ciudadanos ya reconocidos, muchos de ellos desde hace décadas.

Ya en octubre pasado, un alto ejecutivo de una de las más reputadas universidades de Washington, tras reconocer las dificultades que impone la inmigración masiva tanto en Estados Unidos como en República Dominicana, concluía señalando que había que aceptar que hay millones de méxico-americanos, o italo-americanos o domínico-americanos, para preguntar por qué no podíamos entender que hay también  domínico-haitianos.

Se refería el académico a la denuncia, llevada hasta una audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por una coalición de organizaciones dominicanas y americanas que defienden los derechos de los miles de domínico-haitianos a quienes por una circular de la Junta Central Electoral desde el 2007 se les niega la expedición de copias de sus actas de nacimiento.

Se trata de una decisión administrativa que aplica retroactivamente la Ley de Migración del 2004 y la Constitución del 2010, que restringieron el derecho a la nacionalidad dominicana a los hijos de residentes ilegales aunque nazcan en territorio nacional.

Aunque muchos no compartan la restricción constitucional, se entiende dotada de legitimidad, pero de ninguna forma puede aceptarse su aplicación retroactiva a quienes nacieron cuando la Constitución no establecía tal restricción. Y mucho menos para aquellos a quienes ya se les había reconocido.

Esa aplicación retroactiva choca con preceptos de la misma Constitución dominicana, por demás generalizados en las constituciones de todo el mundo, así como con los códigos de derechos humanos y en  tratados y convenios internacionales.

Esa práctica inhumana ha sido denunciada en las últimas dos semanas en los informes sobre derechos humanos de Aministía Internacional y del Departamento de Estado de los Estados Unidos, y acaba de serlo por el Quinto Encuentro Regional de Migración y Movilidad Humana, al que asistieron obispos y religiosos de América Central, el Caribe, México y Estados Unidos, celebrado esta semana en esta capital.

La declaración final del encuentro es una defensa solidaria de los migrantes en toda la región, rechazando la criminalización de la inmigración ilegal adoptada por legislaciones de los estados norteamericanos de Alabama y Arizona, y por el trato inhumano a migrantes haitianos en República Dominicana.

Se pronuncia específicamente en defensa a los dominicanos de ascendencia haitiana, prometiendo que proseguirán la lucha por el derecho a la nacionalidad dominicana de los descendientes de haitianos nacidos en el país antes del 2010.

Si la legislación adoptada en Alabama y Arizona ha sido rechazada firmemente en todo el mundo, por considerar un crimen la inmigración ilegal, mucho más lo será el despojo de la nacionalidad a los domínico-haitianos a quienes se las habían reconocido durante décadas.

Ahora que los obispos dominicanos han coincidido con sus colegas de la región y de Estados Unidos sobre los derechos de los migrantes, debe esperarse que la Conferencia del Episcopado Dominicano adopte una actitud de firme defensa de los domínico-haitianos, como lo viene haciendo hace años el Servicio de los Jesuitas para los Refugiados y Migrantes, el Centro Bonó, el Centro de Asesoría Jurídica de la Iglesia y otras entidades religiosas y sociales.

Varios obispos dominicanos se han manifestado individualmente en rechazo a ese atropello, pero el refuerzo colectivo de la Conferencia Episcopal debe ser un gran impulso al reclamo de justicia.

Hagamos una oración por miles de domínico-haitianos que reclaman copias de sus actas de nacimiento para acceder a educación, para sacar o renovar pasaporte y hasta para contraer matrimonio.

 

El fallo de la Suprema Corte

Por Juan Bolívar Díaz

Debo comenzar confesando mi pena y preocupación por la pobreza de la generalidad de los planteamientos formulados en torno a la reciente sentencia de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) sobre la constitucionalidad de la Ley de Migración. He echado de manos las opiniones de preclaros juristas y constitucionalistas dominicanos.

Comprendo que no quieran salir de su tranquilidad a enfrentar los insultos y calificativos que caracterizan las opiniones radiofónicas, televisivas, de Internet y periódicos de una mayoría -hay que reconocerlo- guiada por la emotividad y los prejuicios, incapaz de los mas elementales raciocinios, ya sean jurídicos, humanos o morales.

Entre las contadas reacciones jurídicas al fallo de la SCJ, hasta ahora la más completa y bien estructurada proviene de dos jóvenes abogados Ramón Emilio Núñez y Nassef Perdomo Cordero, a nombre del Instituto Caribeño para el Estado de Derecho (ICED), que ellos dirigen. No pretenden el monopolio de ninguna Biblia jurídica, y tal vez por ello argumentan y citan jurisprudencias.

Debo advertir que también he escuchado opiniones de reconocidos juristas dominicanos, quienes concuerdan en que el dictamen de la SCJ es penosamente político, hecho para complacer una corriente de opinión nacionalista, aunque para ello haya tenido que retorcer principios constitucionales e ignorar el muy reciente fallo de la Corte Interamericana de Justicia, la cual proclamó que la ilegalidad de los padres no puede ser heredada por los hijos.

El análisis del ICED llega a las siguientes conclusiones sobre el dictamen de la SCJ:

Reconoce al Congreso la facultad (inexistente e inconstitucional) de decidir por vía legislativa el contenido de la Constitución, lo que representa un peligro para la seguridad jurídica y para la idea misma de la supremacía constitucional;

Aplica directamente en el país la constitución haitiana, con el consiguiente debilitamiento de la capacidad normativa de nuestra propia Constitución;

Confunde las categorías relativas a la migración, llegando incluso a cubrir legalmente la inmigración ilegal;

Desconoce el derecho de miles de niños a que se les reconozca la nacionalidad dominicana que constitucionalmente les corresponde;

Deja el problema jurídicamente más confuso de lo que lo encontró.

La esencia del asunto es que un grupo de instituciones sociales, no solo las integradas legítimamente por personas de ascendencia haitiana, como se quiere plantear para descalificarlo, sino también otras como la Comisión Jurídica de la Conferencia del Episcopado Dominicano, el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes y el Comité Dominicano de los Derechos Humanos, apelaron a la SCJ para que dijera si era constitucionales varios artículos de la Ley de Migración del 2004.

Fundamentalmente el párrafo 10 del articulo 36 el cual plantea que “Los no residentes son considerados personas en Tránsito, para los efectos de aplicación del Articulo 11 de la Constitución de la República”.

El ICED plantea que el Congreso carece de facultad para interpretar la Constitución, que la misma corresponde “exclusivamente” a la SCJ en virtud del articulo 67.1 de la carta magna, que es lo que hace al equiparar la categoría de los no residentes con las personas en tránsito, superando el texto constitucional.

La categoría persona en tránsito es legal y al que ingresa al país sin permiso se le considera ilegal, pero una interpretación arbitraria los equipara, sobrepasando el ámbito de lo migratorio para meterse en el de la regulación de la nacionalidad, que ya lo hizo con precisión la Constitución en su artículo 11.1.

De acuerdo con la interpretación de la legislación, ahora avalada por el máximo tribunal nacional, el acto de ingresar ilegalmente al país, es contagiado de padres a hijos. La constitución establece que es el nacimiento lo que determina la nacionalidad. El dictamen es contrario y atribuye a un recién nacido un segundo pecado original (el primero esta en la ortodoxia cristiana): llega a este mundo con un sello de ilegal.

Al equiparar la categoría de inmigrante ilegal con la de transeúnte, que es legal, la SCJ parece haber legalizado a todos los que entren al país sin documentación.

Dejo a los juristas establecer las consecuencias para la nación del hecho de que la SCJ desconoce el dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con una sentencia localista para resolver un problema coyuntural al estilo dominicano. Reitero lo que escribí a raíz del dictamen de la CIDH, que solo una reforma constitucional resuelve el problema, cambiando el principio del jus soli. Aunque de ninguna forma podría ser retroactivo.

La nueva ley de Migración: un híbrido cargado de contradicciones

Por Juan Bolívar Díaz

http://hoy.com.do/image/article/57/460x390/0/4A74997C-4187-4C54-AAC7-1A058A64C596.jpeg

Con la convocatoria del Consejo Nacional de Migración hecha por el presidente Leonel Fernández se intenta poner en práctica la Ley 285-04 del 15 de agosto del 2004, definida como un “híbrido cargado de contradicciones y visos de inconstitucionalidad”.

Dicha ley fue el resultado de una improvisación, cuando la mayoría senatorial perredeísta dejó de lado un proyecto de amplio consenso fruto de 15 años de intentos por adecuar la legislación en la materia a los requerimientos de la época, del derecho internacional y la sociedad dominicana.

La intención del gobierno es instituir una política nacional de migración, objetivo barajado sistemáticamente en las últimas décadas, pero que no ha logrado pasar de declaraciones altisonantes y rachas de deportaciones de haitianos, con escasa consideración de los derechos humanos.

Organos fundamentales

Hace dos semanas, tras una reunión en el Palacio Nacional con los organismos relacionados con los asuntos de migración, el presidente Leonel Fernández anunció la convocatoria del Consejo Nacional de Migración (CNM) instituido por la ley 285-04. La reunión está prevista para el lunes 18 de julio.

El interés del primer mandatario es el establecimiento de una política nacional sobre inmigraciones que provea al Estado de un instrumental de mediano y largo plazo con que regirse especialmente frente a la siempre ascendente presencia de haitianos que buscan mejores condiciones de vida.

El CNM está previsto en los artículos 7 al 10 de la nueva ley para coordinar las instituciones responsables de la aplicación de la política nacional de migración. El mismo estaría integrado por la mayoría de los secretarios de estado: Relaciones Exteriores, Trabajo, Fuerzas Armadas, Obras Públicas, Salud, Agricultura, Turismo e Interior y Policía, quien lo preside. También por el presidente de la Junta Central Electoral y los presidentes de las comisiones de interior y policía del Senado y la Cámara de Diputados.

El Consejo debe reunirse ordinariamente cada seis meses y sus funciones básicas son, diseñar políticas, preparar planes quinquenales de políticas migratorias, así como estrategias de uso de mano de obra inmigrante.

Otro órgano, previsto en el artículo 11 de la ley, sería el Instituto Nacional de Migración, concebido como ente técnico asesor del CNM. Lo integrarían representantes de las Fuerzas Armadas, de la Policía, el director de la Oficina Nacional de Planificación, y delegados del empresariado, laboral y de la sociedad civil, presidido por el director general de Migración y con un director ejecutivo.

Un elemento fundamental para la aplicación de la ley de Migración es su Reglamento, que según el artículo 153 debía dictarse dentro de los 180 días de la promulgación de la ley, que ocurrió el 15 de agosto del 2004, lo que implica que el plazo venció hace 4 meses. Aunque el director de Migración ha declarado que trabaja en su elaboración, lo que sería materia fundamental de la reunión del próximo día 18.

Otra previsión importante de la ley 285, en sus artículos 151-154 es el Plan Nacional de Regularización Migratoria que debe preparar el CNM en el plazo de 90 días después de su constitución.

Consenso frustrado

El sociólogo Frank Báez, quien ha trabajado como consultor sobre Migraciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, da cuenta del largo proceso de 15 años y tres gobiernos que condujo a la ley aprobada hace 10 meses en un resumen que efectuó al efecto.

El primer paso específico se dio en noviembre de 1989 con la solicitud de una consultoría a la Organización Internacional de Migraciones (OIM), de la que a principios de 1991 resultó un “Proyecto de Estatuto Migratorio”. Aunque el presidente Balaguer y sus funcionarios estaban en plena faena antihaitiana, denunciando supuestos planes de fusión y la creciente inmigración, dejaron engavetado el documento.

Fue con el gobierno del Doctor Leonel Fernández que se reactivó el esfuerzo en 1996, retomando el proyecto para una revisión por parte de la Dirección General de Migración, de nuevo con asesoría de la OIM. Se fortalecieron los mecanismos de control y sanción y se introdujo el concepto de “tránsito” para los inmigrantes indocumentados, como forma de excluir a los descendientes de haitianos nacidos en el país de la condición de dominicanos.

El proyecto llegó entonces al Congreso Nacional, el 27 de febrero del 2000, en los finales del gobierno. Luego el canciller Hugo Tolentino, ya en el gobierno perredeista, auspicia una revisión del proyecto que dormía en el Congreso para lo que contrató a los sociólogos Frank Báez y Wilfredo lozano y a la abogada Carmen Amelia Cedeño. El resultado fue introducido al Congreso por el presidente Hipólito Mejía en el 2002.

Este proyecto fue objeto de discusiones y diferencias en una comisión congresional, que lo llevó a vistas públicas, quedando entrampado. Entonces el canciller Tolentino encarga una revisión para buscar consenso. La coordina Carmen A. Cedeño, con la participación de Lozano y Báez. Y se convoca y consulta a profesionales y especialistas, como Pelegrín Castillo, Flavio Darío Espinal, Alejandro González Pons, Carlos Dore, Plinio Ubiera, José del Castillo, Bernardo Vega, Eduardo García Michel y otros.

Este segundo proyecto fruto de la cancillería tampoco mereció la aprobación legislativa, pese a que el partido gobernante tenía el control de ambas cámaras. Por el contrario, el Senado con 29 de 32 miembros perredeístas, dejó de lado el consensuado y a través de una Comisión Especial elaboró un cuarto proyecto, mezclando elementos del último con el del presidente Fernández. Fue el aprobado al vapor sin vistas públicas ni discusiones para que pudiera ser promulgado por el agrónomo Mejía en su última jornada como presidente, el 15 de agosto del 2004.

Objeciones a la ley

Justo cuando se anunció la convocatoria del CNM, 15 organizaciones de la sociedad civil y 9 abogados incoaron un recurso de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia, anunciado esta semana.

Los impetrantes piden que se declare la inconstitucionalidad y nulidad de 11 artículos de la ley 285-04, centrando su objeción en el 36 que se sobrepone a la Constitución de la República para establecer la categoría de “en tránsito” a todos los que vivan en el país sin estatus legal de residente.

Se trata del elemento más conflictivo de la ley, cuestión que en la práctica han venido ejecutando diversas autoridades en las últimas dos décadas, al negarse a registrar como dominicanos los descendientes de haitianos nacidos y residentes en el país, aunque sin documentación legal.

El artículo 11 de la Constitución dice que son dominicanos “Todas las personas que nacieren en el territorio de la República, con excepción de los hijos legítimos de los extranjeros residentes en el país en representación diplomática o los que estén de tránsito en él”.

El problema del “tránsito” en la ley es que es intemporal, puede ser eterno, del nacimiento a la muerte. Al amparo del artículo 11 de la Constitución ningún juez que se respete podría declarar no dominicano a un hombre o mujer de 20 o 30 años, nacido aquí y que no ha salido nunca del territorio nacional. ¿En tránsito para dónde puede ser declarado?

El recurso aduce violación del principio de igualdad ante la ley, vulneración de la inviolabilidad de la vida, represión de la libertad de tránsito, y desconocimiento del derecho al debido proceso.

Entre las entidades que han sometido el recurso de inconstitucionalidad están las integradas por domínico-haitianos o dominicanos de ascendencia haitiana. Pero también tres especializadas en la defensa de los derechos humanas, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, el Comité Dominicano de Derechos Humanos, y el Grupo Santo Domingo de Amnistía Internacional. También hay cuatro del mundo religioso, como el Centro Dominicano de Asesoría e Investigaciones Legales (CEDAIL), órgano de la Conferencia Episcopal Dominicana, la Pastoral Cristiana de los Derechos Humanos, el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes y el Centro de Estudios Padre Juan Montalvo.

Recomiendan revisión

Entre las incógnitas de la Ley de Migración está si su reglamento dará alguna oportunidad de normalizar su estatus migratorio y su nacionalidad a los hijos de haitianos cuyos padres residen en el país, miles de ellos por décadas. O si se pretenderá aplicar retroactivamente la legislación, al margen del precepto constitucional del jus solis.

Mientras tanto, se sabe que los sociólogos Frank Báez y Wilfredo Lozano recién prepararon un “Informe General sobre la nueva Ley de Migración” a petición de una Comisión del Centro de Estudios Dominicanos de la influyente Fundación Global, Democracia y Desarrollo.

En dicho informe no solo se señala el conflicto por el derecho a la nacionalidad, sino numerosas incoherencias, vacíos y confusiones de roles de los diversos organismos instituidos en el texto legal. Lozano ha dicho que la nueva ley “es un híbrido cargado de contradicciones y con visos de inconstitucionalidad”.

Tras considerar que “numerosos son los puntos críticos que deben señalarse donde la ley es incoherente, viola principios constitucionales o riñe con principios y compromisos de la nación en materia como derechos humanos, garantías del debido proceso, libertad de tránsito, etc”, el informe recomienda la creación de una comisión revisora de la ley, señalando más de una docena de asuntos específicos.

Las perspectivas no apuntan a un nacimiento suave del CNM y mucho menos al establecimiento de una política nacional migratoria, para la cual los sociólogos Báez y Lozano también han adelantado un proyecto por encargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores a partir del proyecto de ley del 2000.