La responsabilidad de los jóvenes

Por Juan Bolívar Díaz
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Entre los grandes acontecimientos de los últimos años hay que ponderar el creciente protagonismo de la juventud dominicana que cada día con más entusiasmo está levantando las banderas de lucha por la creación de una nación de firmes bases institucionales, éticas y morales, donde quepan todos los sueños de justicia y solidaridad por los que tantos han dado la vida, desde los fundadores de la República.

 Como en todas las etapas de la humanidad y en todos los escenarios nacionales, son los jóvenes, y de la clase media, los que han encarnado las luchas frontales por la libertad, por la justicia, por la solidaridad humana. Con arrojo, entusiasmo, cantando y bailando en las calles, desafiando a los portadores de las inequidades e iniquidades.

 Ellos son los más arrojados cuando su formación intelectual les motiva a plantear nuevos estadios de convivencia, porque se resisten a aceptar lo obsoleto y apestoso, porque se sienten arquitectos de su propio destino y responsables incluso de la suerte de los que son víctimas de la ignorancia, de la manipulación, de la dependencia de los poderes establecidos. Liberándose ellos contribuyen a liberar a los demás.

 Los jóvenes de las clases medias, los estudiantes, los nuevos profesionales y activistas sociales y culturales son la sal y levadura de las sagradas escrituras, sin cuya acción responsable no hay progreso social. Jesús de Galilea dividió la historia humana y fue crucificado a los 33 años. Duarte y los trinitarios eran muchachos cuando emprendieron la independencia. Mandela era estudiante cuando inició la lucha contra el apharteid. No se conoce revolución alguna que no fuera obra de los ímpetus juveniles.

 Jóvenes fueron los que se enfrentaron a la tiranía de Trujillo y regaron con su sangre generosa los surcos de donde habría de brotar el árbol de la libertad y la reivindicación de la dignidad nacional. Tras la liquidación de la tiranía fueron los muchachos los que encabezaron las jornadas de lucha y aquella generación de los sesenta empezó a cambiar el país. No lograron asentar los mayores sueños sobre las astas nacionales, pero sembraron semillas e impidieron la restauración de la dominación absoluta.

 En algún momento de los ochenta-noventa los hijos de la generación de los sesenta-setenta como que recogieron las banderas. Muchos renegaron de las luchas de sus padres, considerándolas estériles, otros se asimilaron al sistema establecido y los más, rechazando el desorden de nación que heredaron, llegaron a la convicción de que su felicidad dependía de encontrar asiento en “los países civilizados”.

 Por esa ausencia la nación dominicana se ha mantenido en la adolescencia institucional, en la anomia social y en niveles de pobreza que avergüenzan, entre los últimos ocho de los 34 países del continente y en los últimos escalones de las evaluaciones de la educación, la seguridad y la salud, así como en el liderazgo universal en corrupción, malversación de lo público, falta de transparencia y de ahorro.

 Por múltiples razones, entre otras porque se van cerrando las fronteras migratorias, la juventud dominicana ha hecho consciencia de que este es el único lugar en donde no son extranjeros, que tienen una responsabilidad con sus ancestros, que no podrán prosperar con un sistema político tan inicuo.

 Hay que alentar la emergencia juvenil y dejarle suficiente espacio para que generen los nuevos liderazgos que necesita esta nación. Con la conciencia de que todas las luchas importantes son de largo aliento, que tienen que enlazar sus banderas con las de los sectores populares y las juntas comunitarias. Incluso con miles de jóvenes militantes de los partidos que se han ido formando en los últimos años con la esperanza de que les permitan construir un sistema político acorde con los mejores sueños de la sociedad dominicana. Sin sobrepasarse ni dejarse manipular, pero aprovechando las circunstancias, el movimiento juvenil tiene que fortalecerse para transformar las nación. Son muchos más los que tienen que sumarse. –

 

Cómo poner en crisis la crisis

Por Juan Bolívar Díaz
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Algunos quedaron impactados con el planteamiento de que hay que poner en crisis la crisis, lo que en definitiva quiere decir que nos enfrentemos decididamente con el pesimismo que la alientan, convencidos de que hay más belleza que fealdad y más generosidad que maldad en todos los ámbitos humanos.

Hay que reconocer y agradecer las expresiones de aliento a esta consigna del 2010, particularmente las que provienen de jóvenes que están tratando de retomar las banderas de lucha, de resistir y combatir los factores que generan pesimismo, que es a ellos a quienes corresponde en primer lugar, porque son los portadores de nuevas energías, los renovadores de sueños, aquellos a los que no pueden pesar las utopías que en todas las épocas han empujado la rueda del progreso y la superación.

No faltan quienes se reafirman en el inmovilismo y la frustración, señalando el terrible nivel de violencia con que ha comenzado el año, que en el feriado de año nuevo congestionó a Patología Forense con 27 cadáveres. Que dos docenas de personas fueron muertas violentamente, y otras tantas en accidentes de tránsito. Que un juez de paz asesinó a un vecino que le recriminaba por maltratar a una mujer, que otro mató a una mujer de un balazo en un ojo porque le pedía dejar de disparar al aire, que un despechado lanzó al mar un niño de tres años porque la madre no le quería, que vimos los dos primeros feminicidios del año y los primeros muertos en intercambios de disparos, que un desequilibrado mató a tres personas, que otras tres fueron ejecutadas.

También pudimos ver que fue incautado el primer cargamento de drogas del año, 92 kilos de cocaína hallados bajo la cama de un simple pescador en Verón, mientras nuevas revelaciones del escándalo Figueroa Agosto magnifican el nivel de penetración del narcotráfico en los organismos de seguridad del Estado.

Pero ese negativo inicio de la segunda década del siglo, en vez de paralizar y desalentar debería más bien ser un incentivo para combatir, para convencer a los indiferentes de que hay que tender un muro de contención y empezar a revocar el deterioro. No hay excusa válida, todo el que esté preocupado por el deterioro tiene que determinar en qué puede contribuir a revertirlo.

Primero hay que hacer como la cristalina y linda jovencita Crystal Fiallo Scanlon, quien ha publicado sus diez sueños para el 2010, comenzando “porque hagamos esquina a la transparencia”, que los partidos devuelvan la cabeza a sus miembros para que generen ideas revolucionarias y recuerden su electorado, caminar por las calles sin miedo y hasta sueña “que todos despertemos”.

En segundo lugar tenemos que abandonar la actitud de simples quejas en las reuniones sociales, creyendo que con eso nos inmunizamos y remediamos el país. Es mejor aprovechar los encuentros para discutir lo que podemos hacer, cómo crear los instrumentos organizativos necesarios o a cuáles de los existentes debemos respaldar activamente.

Tercero, inundar los ambientes de propuestas sin importar su exitosa viabilidad ni la receptividad que tengan, porque de lo que se trata es de un aguacero de ideas que barra con gran parte de la inmundicia que nos rodea. Es decir encender siquiera una velita para iluminar la oscuridad que nos atenaza.

Cuarto, atender los llamados a movilización, para que no sean sólo unos pocos cientos o miles los que manifiesten su rebeldía ante la corrupción o reclamen transparencia y derechos de ciudadanía. Hay que crear las condiciones para que decenas de miles salgan a las calles a gritar basta ya y así meterle miedo a los abusadores que creen que sólo unos “ilusos iluminados” están inconformes con sus desmanes.

Quinto, que abandonemos el discurso de “yo ya no leo periódicos ni veo noticiarios por sanidad mental”. Esconder la cabeza como el avestruz es la peor inversión. Es que la sanidad social reclama que nos informemos de lo que pasa y que nos indignemos.

Hay muchas formas más de poner en crisis la crisis, como cumplir con las normas sociales y las leyes y no cerrar los ojos ante las violaciones sistemáticas. Hay que rechazarlas y militar en su restauración. Lo mismo que renovar los sueños de justicia social, de mejor distribución del ingreso y sobre todo de solidaridad humana y social.