Trascendente y oportuno dictamen

Por Juan Bolívar Díaz

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Todas las tribunas nacionales deberían ponerse de pies para aplaudir y ponderar el dictamen del juez presidente de la Cámara Civil y Comercial del Juzgado de Primera Instancia de Santiago, que dispuso el retiro de la masiva propaganda política que desde hace más de un año ha saturado y degradado a arrabales las vías públicas de esa ciudad, en virtud de que se ha ignorado el período establecido en la Ley Electoral 275-97 para realizar esa actividad.

La sentencia dispone que el Ayuntamiento y la Junta Electoral de Santiago retiren de forma inmediata toda la propaganda electoral colocada en calles y avenidas hasta que comience la campaña electoral, lo que según la ley ocurrirá cuando la Junta Central Electoral (JCE) la proclame oficialmente con la convocatoria a las próximas elecciones, a más tardar 90 días antes de los comicios. Es lo que establecen los artículos 87 y 88 de la Ley Electoral, lo que ninguna autoridad se había atrevido a hacer cumplir.

La decisión del magistrado Samuel Guzmán Fernández establece un precedente que ojalá sea replicado en muchas otras instancias institucionales para ver si comenzamos a reducir el enorme costo de las campañas electorales, que paga un pueblo con la mitad de su población en niveles de pobreza. Porque si bien la tasa oficial de pobreza, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) es de 42 por ciento, el 52 por ciento de los hogares aún carecen de agua potable corriente, y la mitad de la población sufre de 4 a 12 horas diarias de apagones.

Es un hecho incontrovertible que gran proporción de los aspirantes a senadores, diputados y alcaldes gastan decenas de millones de pesos en precampañas y campañas electorales, que sólo excepcionalmente salen de sus propios bolsillos, que son sustraídos de las contribuciones de la ciudadanía, o provienen de actividades criminales como el narcotráfico.

En las democracias contemporáneas y en casi toda América Latina se han establecido regulaciones para evitar el encarecimiento de las elecciones y que el poder del dinero, especialmente el de origen ilícito, sea lo que determine quiénes son los representantes legislativos y los ejecutivos presidenciales o municipales. Un sistema político primitivo y desenfrenado se ha negado en el país a establecer una efectiva legislación para disminuir la extensión y costos de las campañas electorales. Como muestra están en el Congreso desde hace cuatro años los proyectos de leyes de Partidos y del Régimen Electoral sometidos por la JCE.

La decisión del magistrado Guzmán tiene otro aspecto positivo, por cuanto es fruto de la iniciativa de una entidad de la sociedad civil, la Fundación Masada, cuyo presidente el destacado jurista José Luis Taveras, la ha considerado “un fallo histórico y sin precedentes”, a la que se adhirió otro agrupamiento ciudadano denominado Santiago Somos Todos”. Esa circunstancia es un motivo de aliento para una inmensa cantidad de entidades ciudadanas que por todo el país sueñan con un mejor ordenamiento social, económico y político, las cuales han tropezado con la indiferencia, cuando no la hostilidad, del cada vez más corrompido y desacreditado sistema partidista.

Celebremos este dictamen judicial que, por demás, protege el medio ambiente y satisface a los santiagueros. Mario Fernández, presidente de Santiago Somos Todos, sostuvo que hace meses que en esa urbe “no cabe un afiche más y eso, poco a poco nos enferma, porque tenemos la ciudad agobiada”.

Un ejemplo a ser seguido por la JCE facultada por el Párrafo IV del artículo 212 de la Constitución de la República para “reglamentar los tiempos y límites en los gastos de campaña, así como el acceso equitativo a los medios de comunicación”.

 

Sacudida contra la corrupción

Por Juan Bolívar Díaz
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La convocatoria de la Fundación Masada, secundada por decenas de entidades sociales, ofrece una oportunidad a los dominicanos y dominicanas para comenzar una necesaria y urgente sacudida contra la falta de transparencia, la corrupción y la impunidad que se han anidado en esta sociedad pudriéndola a la vista de la gran mayoría que desea un ordenamiento en base a los principios universales de la convivencia.

Se trata de dar vigor este martes 9 de diciembre a la celebración del Día Internacional contra la Corrupción, instituido en el 2003 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que aprobó toda una Convención para luchar contra ese flagelo de la humanidad, generador de iniquidad y despojo en perjuicio de las mayorías.

Para instituir esta celebración, el máximo organismo mundial partió de la convicción de que la corrupción es un complejo fenómeno social, político y económico, que afecta, en mayor o menor grado, a todos los países, que se apropia de la riqueza común, que incentiva el despojo, socava las instituciones democráticas y vulnera el imperio de la ley. Comienza carcomiendo el sistema político sustrayendo recursos para financiar el acceso o mantenerse en el poder. De ahí se deriva al beneficio individual.

En nuestro país hace tiempo que la corrupción ha hecho metástasis en el cuerpo social y no solo pautan en gran medida la actividad política en una caricatura de democracia excesivamente costosa, sino que ha originado enormes fortunas, algunas de las cuales ya compiten con los capitales labrados a lo largo de décadas.

Se trata de un sentimiento generalizado, de bochorno e indignación para las personas más sensibles y educadas, que sin embargo ha tenido arraigo en amplios segmentos sociales que aspiran a beneficiarse de alguna forma de la malversación. Hay también una gran complicidad de empresarios privados que sacan partida del soborno y obtienen renta del financiamiento a candidatos en todos los niveles.

Pero sin duda el enorme despilfarro, el abuso de lo público que ha llevado del tradicional 10 por ciento de comisión a la duplicación de costos de obras, compras y contrataciones, la vulneración de las normativas de control y la rampante impunidad están provocando una saturación de la paciencia ciudadana que se expresa cada vez más en encuestas, consultas y opiniones.

Sería injusto desconocer que el actual gobierno ha hecho algunos esfuerzos por contener la corrupción, pero muy escasos por poner fin a la impunidad, y mientras no haya sanciones, ninguna fuerza política podrá revocar los niveles de contaminación, menos aún si se baraja entre compañeros de partidos y bajo la ley de la conveniencia política.

El último índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional ha vuelto a achicharrar al país con nota de 32 puntos sobre 100 en transparencia, colocándolo en la posición 115 de mayor corrupción entre 175 países evaluados, apenas superado por siete países de los 35 del continente. Y en los últimos años hemos llegado a ocupar los últimos tres escalones en malversación de fondos públicos y favoritismo de los funcionarios en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial.

Este 9 de diciembre es una oportunidad para que esta sociedad se sacuda y comience a romper la cadena de la corrupción y la impunidad. Todo lo que se nos pide es encender luces durante todo el día y la noche, de los automóviles, lámparas, focos o velas y acudir a plazas públicas a las seis de la tarde.

Sacudámonos de la indiferencia y el miedo. Rescatemos la vieja consigna de ¡basta ya! Basta de corrupción y de impunidad. Imperio de la ley. Respeto al patrimonio de todos. Dejemos de maldecir la oscuridad y encendamos alguna luz.