Francisco: el hombre del año

Por Juan Bolívar Díaz

No hay la menor duda. El papa Francisco es el hombre del año 2013, como lo acaba de proclamar la revista Time, no solo por los aires de renovación que ha significado en una institución tan anquilosada como la Iglesia Católica, sino también por su discurso de inclusión, amor, tolerancia y mansedumbre, después de cuatro décadas de pontificados absolutos, de unanimidad que silenció a más de un centenar de teólogos y de un discurso excluyente que planteaba que fuera de la catolicidad no hay salvación.

La elección del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, como sumo pontífice de la Iglesia Católica, fue lo mejor que le pudo pasar al mundo del 2013, urgido de nuevos liderazgos inspiradores y renovadores de las fuerzas espirituales generadoras de progreso en la convivencia humana.

Desde el primer día de su asunción en marzo, el nuevo Pontífice sorprendió al mundo optando por el nombre de Francisco de Asís, referente de un pastor sencillo, que dedicó su vida a los más pobres, encarnando un evangelio de amor y humildad. Como el que predicó Jesucristo. Sacó el papado de los palacios para llevarlo a las calles y ubicarse en el centro de las discusiones de su época, como planteó la editora de Time.

La llegada de Bergoglio al papado, justamente a 50 años de la partida de Angelo Giuseppe Roncalli, mejor conocido como Juan XXIII, el papa bueno, es lo mejor que podría haberle ocurrido a una iglesia triunfalista, excluyente y centralizadora como la que encarnaron Juan Pablo II y Benedicto XVI, que renegaron del aggiornamento y la renovación del Concilio Vaticano II.

Negado a habitar en los palacios vaticanos, el nuevo papa ha evadido la tentación del rey para estar cerca de la gente, sin filtros intermediarios, renunciando al oropel y a los signos tradicionales de poder, para acercarse al humilde rabit de Galilea. Y como este ha predicado y practicado la mansedumbre, la compasión y la fraternidad.

El primer papa latinoamericano ha sorprendido no solamente por sus declaraciones espontáneas y entrevistas, sino también por la profundidad de sus homilías y especialmente por su exhortación apostólica Evangelli Gaudium, o la Alegría del Evangelio, donde plantea una ”conversión del papado” para dar paso a una iglesia más colegial, más abierta a la pluralidad y la diversidad, más cercana de los excluidos y necesitados de solidaridad, con mayor participación de los laicos y, entre ellos, de las mujeres y los jóvenes.

Las líneas fundamentales del Papa Francisco se pueden leer en la carta que envió recientemente al Arzobispo de Santo Domingo para presentar a su nuevo Nuncio en la cual plantea que “La Iglesia no quiere privilegios, no tiene intereses políticos, no busca alianzas estratégicas. Quiere servir, servir a todos, y por eso trabaja por el bien común, la paz, el progreso, la libertad, la justicia, la solidaridad y el desarrollo integral de los dominicanos. Allí donde se promuevan estas iniciativas, allí se encuentra la Iglesia, dispuesta a ofrecer lo mejor que ella tiene: la gracia y la paz que nacen del corazón de Cristo crucificado”.

Ampliando su exhortación, el papa decía que “La experiencia nos enseña que cuesta cumplir los ideales. Siempre existe el peligro de la “mundanidad”, de dejarse llevar por el espíritu de este mundo, de actuar por el propio interés y no por la gloria de Dios. Y esto nos expone no pocas veces al ridículo, sobre todo a los pastores. Por eso, es necesaria la permanente conversión personal, que solo se puede lograr con una relación constante con Jesús, ayudados en este propósito por la fuerza interior de la oración. Rezando, siendo humildes, reconociendo que todos cometemos fallos y meditando la Palabra de Cristo nos será más fácil mantenernos en una fidelidad cotidiana a su llamada y llevar a cabo muchas obras de caridad, expresión elocuente del amor de Dios entre los hombres”.

Francisco ha despertado una nueva primavera, una gran ilusión de cambio en la vetusta Iglesia Católica y en un mundo necesitado de nuevos paradigmas que den coherencias a los valores espirituales, éticos y morales.

Al concluir este 2013 que nos apagó a Nelson Mandela, tenemos que celebrar que nos trajera al Papa Francisco, y con él la memoria de quien predicó el mandato de amar al prójimo como a uno mismo.

Esperanza de resurrección

Por Juan Bolívar Díaz
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En este domingo conmemorativo de la resurrección de Jesucristo, acontecimiento que fundamenta la fe de los cristianos, hay motivos para renacer a la esperanza de renovación de la Iglesia Católica, con un nuevo Papa que reivindica el postulado de que el hijo de Dios no ha venido a ser servido, sino a servir, a ser uno entre todos, con sencillez, humildad y fraternidad.

El nuevo Papa, mezcla de jesuita y franciscano, que escoge el nombre de Francisco de Asís, reivindicando el voto de pobreza y la dedicación a los más necesitados de consuelo y solidaridad, despierta esperanzas de resurrección en toda la cristiandad y en un mundo urgido de un nuevo liderazgo que inspire un renacimiento de los valores éticos, de justicia y fraternidad.

Hay motivos para la esperanza con un Pontífice que renuncia al oropel y el lujo, que no se amarra a la frialdad protocolaria, que ya proclamado Papa hace su maleta y paga él mismo la cuenta de la residencia donde se hospedaba en Roma, que rechaza automóviles de lujo y pide que oren por él, que se propone cargar con la cruz de Cristo, salir de los palacios y mezclarse con la gente.

Pudiera ser pose de novicios, pero Jorge Mario Bergoglio, el Arzobispo de Buenos Aires, una de las diócesis más grandes del catolicismo, vivía con modestia,  andaba solo en el Metro y no frecuentaba las mesas de la abundancia. Hay razones para esperar que no se deje atrapar por el boato y el poder temporal tan contradictorios de la doctrina que predicó el inmenso profeta de Galilea.

Que Bergoglio no haya sido un obispo ni un cardenal progresista no es suficiente para descalificarlo ni para ignorar la posibilidad de que encarne una resurrección de los valores  fundamentales del cristianismo. Después del regresionismo que encarnó Juan Pablo Segundo, en ese cónclave no había ningún cardenal con el sello de progresista. Pero tampoco lo era en 1958 el cardenal Guiseppe Roncali, quien convertido en el Papa Juan XXIII, “el Papa bueno”, produciría la mayor renovación de la Iglesia en toda su historia, con el Concilio Vaticano II y las encíclicas Madre y Maestra y Paz en la Tierra.

 El Papa Francisco no ignora la responsabilidad que le ha tocado tras la abdicación de su predecesor, quien se declaró impotente para afrontar los retos de una Iglesia que “está en ocasiones desfigurada por las divisiones dentro del cuerpo eclesiástico”, que concluyó lamentando “la hipocresía religiosa, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación”, así como “el individualismo y las rivalidades.” Benedicto XVI tuvo la humildad de renunciar reclamando una resurrección: “La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios, renegando del orgullo y del egoísmo para vivir en el amor”.

 Los desafíos están a la vista de todos: una Iglesia que borre iniquidades y se purifique, que recupere la colegialidad, que sea ejemplo de transparencia, que renueve sus estructuras y se olvide de la monarquía y la exclusión para interiorizar la diversidad, la tolerancia, la democracia y la participación, para aproximarse a la gente común, para practicar el cristianismo apartando a los profanadores del templo.

El cardenal cubano Jaime Ortega ha publicado el manuscrito de una intervención de Monseñor Bergoglio en el cónclave antes de ser electo Papa: que “la evangelización es la razón de ser de la Iglesia, llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias”, que “cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial, una suerte de narcisismo teológico”, y que “hay dos imágenes de la Iglesia, la iglesia evangelizadora que sale de sí, o la iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”. Y que “esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas”.

Quiera Dios que no se apague la luz de esperanza de renovación, de resurrección, que ha encendido el primer Papa latinoamericano y jesuita.