El continuismo es endémico en RD

Juan Bolívar Díaz

La República Dominicana registra el 36 por ciento de las 14 reelecciones presidenciales ocurridas en América Latina en los últimos 40 años, duplicando a los otros siete países donde se han producido, y Joaquín Balaguer es el líder indiscutible con cuatro, con un intervalo de ocho años, seguido del peruano Alberto Fujimori, quien logró dos.

Más de un centenar de presidentes latinoamericanos se han retirado definitivamente tras cumplir sus períodos de gobierno, mientras apenas una decena logró retornar al poder tras uno o más períodos de alternabilidad.

Muy pocas reelecciones.  Cuando se pasa balance al proceso político latinoamericano de las últimas cuatro décadas se comprueba que, contrario al planteamiento nacional de que el poder no se abandona, las reelecciones presidenciales han sido mas bien excepciones que norma, y sólo República Dominicana y Brasil y Perú registran más de dos.

De dieciocho países latinoamericanos, excluyendo a Cuba, donde no ha habido comicios con más de un partido, sólo en seis se han producido reelecciones de los presidentes, ninguna de ellas en las naciones centroamericanas, donde más de 50 mandatarios se han retirado tras cumplir períodos de cuatro años de gobierno.

La República Dominicana es la líder en el reeleccionismo latinoamericano de las últimas cuatro décadas, cuando se ha fortalecido la tendencia a elegir sus gobernantes, aunque varios países, particularmente sudamericanos, pasaron por regímenes militares, el más prolongado en Chile donde se extendió por 17 años.

Joaquín Balaguer encabeza con amplia ventaja la lista de los gobernantes que han sido reelectos en esos 40 años, habiéndolo logrado en dos etapas, la primera en 1970 y 1974, y tras un intervalo de 8 años fuera del poder, nuevamente en 1990 y 1994. A esas cuatro hay que sumar la conseguida en el 2008 por el presidente Leonel Fernández, para totalizar cinco, que son el 36 por ciento de las 14 reelecciones ocurridas en la región.

Brasil y Perú son los otros países de la región donde se han registrado más de una reelección. En el primer caso por los presidentes Fernando Henrique Cardoso, que gobernó entre 1995 y 2003, y Luiz Inácio Lula da Silva, quien el año próximo concluye el período iniciado en el 2003. El peruano Alberto Fujimori es, aparte de Balaguer, el único que ha conseguido dos reelecciones consecutivas, aunque no pudo concluir su tercer mandato, habiendo gobernado del 1990 al 2001.

Los otros cinco presidentes que consiguieron una segunda elección consecutiva (una sola reelección) fueron Raúl Menem en Argentina (1989-99), Álvaro Uribe en Colombia (2002-10), Evo Morales en Bolivia (2005-15), Rafael Correa de Ecuador (2007-13) y  Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013). Este tiene en realidad tres elecciones consecutivas, porque acortó su primer período a dos años tras una nueva Constitución.

Los que regresaron.   Son apenas diez los presidentes latinoamericanos que han logrado retornar al poder entre el 1970 y el 2010, después de por lo menos un período de intervalo. El primero en lograrlo fue Juan Domingo Perón, en Argentina,  el que más tiempo tardó en volver, del 1955 en que fue derrocado al 1973, pero para morir un año después. Le siguieron los venezolanos Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, quienes iniciaron sus segundos períodos en 1989 y 1994. Habían concluido sus primeras gestiones en 1979 y 1974, respectivamente.

Oscar Arias, de Costa Rica, retornó en el 2006, tras haber gobernado entre 1986 y 1990. El peruano Alan García salió del poder en 1990 para retornar en el 2006 y Daniel Ortega salió también en 1990 y volvió en el 2007. En Bolivia Gonzalo Sánchez de Lozada fue presidente entre 1993 y 97 y volvió a ser electo en el 2002, pero fue desplazado al año siguientes  por una asonada popular. Jean Bertrand Aristide y René Préval, en Haití,  también registran dos elecciones con intervalos cada uno, el primero en 1991 y 2001 y el otro en 1996 y 2006. El décimo que volvió fue Leonel Fernández, quien lo consiguió sólo 4 años después de haber salido del poder en el 2000.

Durante las cuatro décadas indicadas la República Dominicana, Colombia, Guatemala y Costa Rica son de los que más elecciones con intervalos regulares han tenido, 11 en cada caso. México y Venezuela registran menos porque sus períodos presidenciales han sido de 6 años en el primer caso, y de 5 y ahora 6 en el segundo.

Han sido muy escasos los que han fracasado en el intento de volver tras un intervalo fuera del poder. Más de un centenar se resignó a un solo período. Por ejemplo en los seis países de América Central, incluyendo a Panamá,  ha habido 53 presidentes electos y sólo Arias y Ortega se repostularon y volvieron después de haber dejado el poder.

Puro providencialismo.   El continuismo que hasta mediados del siglo pasado fue una epidemia política en América Latina, está fundado en el providencialismo. Comienza siempre proclamando imprescindible al gobernante de turno, que al principio se sonroja, luego deja correr la pelota y al final entra al juego, a menudo incentivado por temor a que su partido pierda el poder y le pasen cuenta por malversaciones y hasta crímenes.

El primer pretexto para alentar las ondas reeleccionistas es que si el mandatario se acoge a la Constitución y proclama que no se va a repostular, “lo dejan solo” y se debilita el gobierno. Eso obliga a sus partidarios a hacer el coro o por lo menos guardar discreto silencio para no caer en desgracia, mientras se prepara el escenario para la continuidad.

Cientistas sociales como Daniel Zavatto, quien ha venido múltiples veces al país, atribuyen el continuismo a las debilidades institucionales, la personalización de la política y al hiperpresidencialismo. Siempre tiene un costo institucional, democrático y hasta económico, pues se practica abusando de los recursos del Estado.

En el caso dominicano el continuismo invade todas las instituciones y los funcionarios y líderes no conciben el retiro. Don Antonio Guzmán no pudo pasar la prueba de la descompresión del poder y prefirió suicidarse. Hipólito Mejía intentó continuar en medio de una terrible crisis financiera cuando muy pocos lo veían posible, y ya está en ajetreos para retornar. Balaguer, ciego, quería volver a los 94 años, y Juan Bosch fue candidato con dificultades mentales y casi nonagenario.

Pero la renuencia al retiro supera la política y se constituye en una endemia cultural en el país. Por eso los actuales jueces de la Suprema Corte interpretaron que no se les puede aplicar la ley de carrera judicial que plantea su retiro a los 75 años, aún cuando le garantiza el 90 por ciento de su salario, como justa compensación. Tres extraordinarios directores de periódicos, Don Rafael Herrera, Germán Ornes y don Mario Álvarez, murieron en sus puestos de mando, pese a sufrir largas enfermedades. Y glorias del béisbol como Samuel Sosa y Pedro Martínez han rehuido proclamar su retiro.-

El tercero traumático

El planteamiento de que un tercer período de gobierno consecutivo es dañino se convierte en un axioma, a la luz de la historia latinoamericana. En el caso de Joaquín Balaguer desde su primera reelección en 1970 medió la fuerza militar y el abuso total del poder. Lo mismo ocurrió en 1974. Esas dos elecciones no catalogan como democráticas. Y la siguiente, en 1978, concluyó en derrota y una grave crisis política cuando intentó desconocer por la fuerza ese  resultado.

Lo mismo ocurriría en el segundo período de gobiernos balagueristas, con sus reelecciones  de 1990 y 1994, ésta última derivada en la peor crisis política nacional tras la guerra civil y la intervención norteamericana de 1965.

El caso de Alberto Fujimori en Perú es paradigmático. Logró una cómoda y fácil reelección en 1995, tras haber tenido suerte con la captura del líder de Sendero Luminoso Abimael Guzmán y con la estabilización de la economía que había encontrado maltrecha en 1990. Para repostularse la primera vez hubo de reformar una Constitución que la prohibía, instituyendo una reelección. Para buscar una segunda reelección sustituyó tres jueces del Tribunal Constitucional para conseguir una “Ley de interpretación auténtica”, según la cual con la nueva carta magna se contaba de nuevo y por tanto podía postular para un tercer período consecutivo. Es justamente lo que postulan aquí quienes plantean que las elecciones del presidente Leonel Fernández anteriores a la Constitución proclamada en enero no cuentan para la prohibición de la reelección inmediata que postula su artículo 124, lo que, según esa “interpretación auténtica”, le permite postularse de nuevo en el 2012.

Para lograr el tercer período consecutivo, Fujimori pervirtió no sólo el Tribunal Constitucional, sino muchas otras instancias democráticas, y Vladimiro Montesinos compró políticos, comunicadores y hasta empresarios y religiosos. Se impuso a todo costo, pero la explosión de los “Vladivideos”, desató una crisis política que lo obligó a huir del Perú cuatro meses después, en noviembre del 2000. Extraditado en el 2007 cumple condenas que suman 32 años de cárcel por latrocinio, matanzas, secuestros y abuso de autoridad.

 

Una oportunidad para Haití

Por Juan Bolívar Díaz

Me ha conmovido en los últimos días ver a jóvenes dominicanos de clase media vistiendo una camiseta con la inscripción “Give Haití a chance”, que podemos traducir como démosle una oportunidad a Haití.

La oportunidad viene a propósito de las elecciones presidenciales del próximo martes día 7, cuyo primer desafío es que puedan transcurrir en términos aceptables para la comunidad haitiana y la internacional, y que queden revestidas de legitimidad.

Nadie debe esperar un proceso perfecto ni nada parecido. Demasiado dificultades ha habido que sortear para llegar a estos comicios después de dos años de incertidumbres y cuatro aplazamientos, y en medio de un ambiente de creciente inseguridad, violencia y delincuencia de todo género, hasta el punto de que se han reportado más de una decena de secuestros por día.

Después será preciso que la comunidad política haitiana, al menos los partidos reconocidos y los líderes más responsables, sumen esfuerzos y restan ambiciones para respaldar a quien resulte electo presidente y constituir un gobierno de amplia base política que permita iniciar una nueva etapa en la sufrida y empobrecida nación hermana.

Ese es el gran desafío, de ahí depende en gran medida que Haití pueda aprovechar esta nueva oportunidad para borrar del escenario internacional esa imagen de nación inviable que ha proyectado especialmente en los últimos años. Muestra de que no es fácil es que a las elecciones de este martes concurren 32 candidatos, después de la muerte de uno y el reciente retiro de otros dos. El minifundismo político, el sectarismo y la ambición no pueden tener mayor expresión.

Dentro de esa treintena de candidatos los que encabezan las encuestas son René Preval, Leslie Manigat, Charles Henry Baker, Serge Gilles y Paul Denis, todos personalidades reconocidas. Con mucha ventaja figura Preval, quien fuera primer ministro y luego presidente y único electo que ha concluido un período y entregado a un sucesor, que en este caso fue el presidente Jean Bertrand Aristide, depuesto hace dos años, en medio del desprestigio y el rechazo de importantes sectores sociales.

La ventaja que han dado las encuestas a Preval, con más del 30 por ciento de las intenciones de voto y muy lejos del 10 por ciento que otorgan al segundo lugar ocupado por Manigat, parece definir el panorama electoral, aunque tal vez tenga que ir a una segunda vuelta el 19 de marzo, al no alcanzar más de la mitad de los votos válidos.

En caso de que el favorecido fuera Manigat estaríamos frente a un prestigioso intelectual y catedrático internacional, que tuvo un efímero gobierno en 1988, tras un conato electoral auspiciado por los militares, que en poco tiempo se mostraron insatisfecho y lo depusieron.

Tanto Preval como Manigat podrían encabezar un gobierno y tener el reconocimiento internacional, fundamental para que Haití reciba la ayuda de todo género que precisa para sacudirse de sus dolores ancestrales y emprender un nuevo viaje hacia la superación. Ambos tienen también suficiente claridad sobre la necesidad de establecer nuevas y más auspiciosas relaciones con la República Dominicana, que abran una nueva era de cooperación y entendimiento en esta isla bendita.

Todos los dominicanos y dominicanas debemos hacer augurios y hasta oraciones para que Haití aproveche esta nueva oportunidad. Otra frustración acabará por sembrar la anarquía y elevar la violencia, la miseria y la fragmentación a términos inconmensurables. Debemos esperar que la mayoría de los políticos haitianos lo comprendan.

Justamente las elecciones tienen lugar al conmemorarse 20 años del final de la dictadura duvalierista, que por tres décadas maniató al pueblo haitiano y aniquiló gran parte de sus energías vitales. Son 20 años en los que se han sucedido golpes de estado, intentos electorales, frustraciones como la de Aristide y su movimiento Lavalás y dos intervenciones extranjeras, la última de las cuales todavía se mantiene.

Roguemos porque Haití pueda sacudirse de sus viejos dolores y preparémonos para aprovechar cualquier brechita de esperanza que aliente el inicio de un período de arranque democrático y de fortalecimiento de sus instituciones básicas.

Más allá de prejuicios y diferencias, los más interesados en que Haití salga adelante como nación y ponga remedos a su pobreza tenemos que ser los dominicanos y dominicanas. Nuestra comprensión tiene que ser un aliento a los que del otro lado de la frontera luchan por superar rémoras ya históricas. Sí, alentemos el aprovechamiento de esta nueva oportunidad para Haití. Con la alegría, frescura y oportunidad que lo reclaman en sus pechos generosos muchachos y muchachas dominicanas.-

No dejen que Aristide se salga de las cuerdas

Por Juan Bolívar Díaz

Ni el amplio frente de oposición Plataforma Democrática, ni la comunidad internacional, ni el gobierno de Jean Bertrand Aristide pueden dilatar en el logro de un acuerdo que permita a Haití salir de la prolongada crisis política y social en que vive desde hace tres años, para impedir que la insurrección en marcha se apodere del país y marque el nacimiento de un régimen de bandoleros, llamado a generar nuevas tragedias.

La ausencia de un ejército, la pérdida de apoyo al gobierno del exsacerdote y la desesperación en que está sumido el pueblo haitiano han creado un clima propicio para lo que se está viendo: el fortalecimiento de la opción insurreccional, en la que confluyen elementos del bajo mundo provenientes del duvalierismo y del llamado Ejército Caníbal que bajo el liderazgo de Amyot Metayer cumplió misiones criminales para el gobierno de Aristide hasta el asesinato de este en septiembre pasado.

La falta de cohesión y el aislamiento nacional e internacional del gobierno haitiano hacen temer que la insurrección pueda extenderse a otras ciudades y culminar en una victoria de estos grupos que la generalidad de los dirigentes democráticos y los observadores consideran típicos bandoleros, con fuertes antecedentes criminales, de los cuales lo menos que se puede esperar es un gobierno tiránico, con abundante derramamiento de sangre.

Esa nueva amenaza que se cierne sobre Haití obliga a los sectores más conscientes, con la ayuda de la comunidad internacional, a buscar un rápido acuerdo que suponga un calendario específico para celebrar elecciones libres y establecer un nuevo gobierno, en un plazo que no debe exceder el año en curso.

Afortunadamente todo indica que la Organización de Estados Americanos, Francia y otros países europeos, l os caribeños y Estados Unidos han comprendido la urgencia de la situación y presionan por una solución negociada a la crisis haitiana.

El marco de las negociaciones es el plan propuesto por los dirigentes de CARICOM, quienes median en la crisis desde diciembre pasado, tras los repetidos fracasos de la OEA, que se evidenció incapaz de arrancar suficientes concesiones al mandatario haitiano.

En esencia, ese plan supone elección inmediata de un nuevo primer ministro “neutral” o con suficiente independencia para encabezar un gobierno distante del interés continuista de Aristide, hasta la celebración de elecciones presidenciales en diciembre del 2005 para establecer nuevo gobierno al comenzar el 2006. Incluye la selección de un jurado electoral independiente, libertad de los presos políticos y cese de la represión contra los disidentes del régimen y comicios para elegir en corto plazo un nuevo parlamento.

Aristide ha expresado simpatía con el plan de CARICOM, aunque pocos le creen por las veces que en los últimos tres años ha frustrado las negociaciones, siempre con un discurso farisaico que habla de hermanos, de paz y comprensión, mientras auspicia que bandoleros desarrollen acciones criminales contra los opositores.

El descreimiento ha llevado a toda la oposición, encabezada por los partidos coordinados en Convergencia Democrática y por el Grupo de los 184 que integra las organizaciones sociales, coaligados ahora en la Plataforma Democrática, a rechazar toda negociaciones que no implique la salida de Aristide del poder.

Es evidente que la oposición democrática tiene sus razones y no puede ser ignorada, lo que obliga a la comunidad internacional a formular una salida intermedia, lo que al parecer favorece ahora Estados Unidos.

Esa salida podría ser forzar al presidente Aristide a adelantar la elección presidencial en un año, de manera que sea al comienzo del 2005 cuando se instaure un nuevo gobierno. Implicaría la elección del nuevo parlamento que sustituye al que cumplió su período en enero pasado sin que pudieran elegir sustitutos. Esta elección congresional serviría de prueba para un jurado electoral independiente que garantice una transparente elección presidencial.

Las condiciones están dadas para esa transacción. Aristide tiene que hacer alguna concesión más allá de escoger un primer ministro independiente. Y está obligado por el avance de la insurrección. Lo imperdonable sería que la comunidad internacional no sume sus fuerzas a la oposición democrática y permita que Jean Bertrand Aristide se salga de las cuerdas en que está atrapado. Seguro que la Plataforma Democrática aceptaría una trasacción.

El presidente Aristide ha demostrado que se convirtió en un politiquero más, portador de un nuevo caudillismo, autócrata y renegador de los principios que defendió en la oposición. Como casi todos los que llegan al poder en esta isla, sólo piensa en prolongarse en el mismo, a cualquier precio.

Los dominicanos también tenemos que poner nuestras piedras, aunque con mucho tacto, para contribuir a la edificación de una nueva opción democrática en Haití. No cabe la neutralidad ni la indiferencia, aunque tampoco la ingerencia.

Tenemos que ayudar a Haití

Por Juan Bolívar Díaz

Los acontecimientos de los últimos días parecen indicar que el régimen autocrático del presidente Jean Bertrand Aristide está tocando fondo en la vecina nación haitiana, empujado al abismo por un creciente movimiento popular de repulsa.

Cada vez más aislado internacionalmente, el gobierno abona el camino de la rebelión popular, pues ha perdido toda la credibilidad tras numerosos e infructíferos intentos de negociación.

La insurrección se ha ido incubando en las últimas semanas y, superando los límites de la capital Puerto Príncipe, se ha extendido por las principales ciudades, incluyendo a Cabo Haitiano y Gonaives, ésta última tomada en las últimas horas por militantes armados del llamado Frente de la Resistencia Revolucionario de la Artibonita, que también ha incursionado en las poblaciones cercanas de Estere y Ennery.

La decadencia del régimen de Aristide es tal que la semana anterior se produjeron actos de rebeldía hasta en la localidad de Juana Méndez, fronteriza con Dajabón, como señal enviada al país de hasta dónde están dispuestos a llegar los que están cansados de la dictadura, aunque sea revestida de populismo.

Lo primero que resalta en la situación es que Haití parece al borde de la anarquía política y social, bañado en sangre en los últimos meses, con decenas de víctimas, con un presidente empeñado en mantenerse en el poder a cualquier precio y una oposición fragmentada hasta la saciedad.

La emergencia de este grupo armado no es la mejor carta de triunfo, y podría convertirse en un caballo de Troya dentro del campo de quienes luchan por abrir un espacio democrático a la sociedad haitiana.

Ese grupo tiene mala fama. Se le conoce como “Ejército Caníbal”, desde que emergió hace un par de años, integrado por elementos poco confiables de ese sector social que los sociólogos llaman como lumpen proletariado, bajo el liderazgo de Amyot Metayer, quien fuera asesinado en septiembre pasado.

Su muerte es atribuida a partidarios de Aristide, a quien ese grupo había servido y no precisamente en tareas democráticas. Desde su muerte se han declarado en rebeldía contra el gobierno. No han logrado la aprobación del amplio arcoiris de grupos políticos integrantes de la Plataforma Democrática, pero tampoco su rechazo.

Cansados de las trapisondas aristidianas, los dirigentes de los partidos democráticos están trancados a cal y canto, negados absolutamente a la negociación que en noviembre propuso la Iglesia Católica y que desde enero encamina la Comunidad Económica del Caribe, CARICOM.

El problema de la oposición democrática es su increíble fraccionamiento, aunque integran la Plataforma Democrática, que a su vez es resultado del acercamiento entre la Convergencia Democrática y el Grupo de los 184, una coalición de entidades sociales lidereadas por el empresario Andy Apaid, portador de posiciones conservadoras de grupos de poder económico.

La Plataforma rechaza la negociación con el gobierno d e Aristide, por considerar que es un tramposo, y recientemente llamó a la desobediencia civil, no pagando impuestos ni las tarifas de energía eléctrica, teléfonos y otras.

La Convergencia está encabezada por la Organización del Pueblo en Lucha, dirigida por Gerard Pierre Charles, e integrada por otros cinco grupos cercanos a la socialdemocracia. De estos los más reconocidos son el Congreso Nacional de Movimientos Democráticos (Conacón) de Víctor Benoit, y el Partido Nacional Progresista Revolucionario (Panpra) de Serge Gilles. Otros dos grupos son la Convención de la Unidad Democrática del exalcalde de Puerto Príncipe Paul Evans, y Generación 2004.

Por otros rumbos andan el Movimiento para la Instauración de la Democracia, que preside Barc Bazin, y casi solitario el expresidene Leslie Manigat.

Mayor dispersión no podía esperarse en una nación pequeña de espacio como de población. Como si fuera una maldición, mientras el país se cae a pedazos, sumido en la mayor de las miserias y la desesperanza.

Los dominicanos no podemos desentendernos de Haití. Estamos obligados a promover allí los cambios políticos, sociales y económicos, alentando a los amigos y relacionados a unir voluntades y superar sectarismos. Claro que en las actuales circunstancias dominicanas, con tan profunda como progresiva crisis en el sistema de partidos y bajo amenazas a la democracia, aparecemos con poca moral para dar lecciones a otros.

Pero por lo menos la opinión pública tiene que interesarse por Haití y promover allí la democracia. Que ya es tiempo, a casi 33 años de la muerte del tirano Francois Duvalier (abril de 1971) y justamente al cumplirse (ayer 7 de febrero) el décimo octavo aniversario de la huida de Jean Clude Duvalier, que tantas esperanzas despertó aquí como en la vecina nación.