La verdad os hará libres

Por Juan Bolívar Díaz
opinion

Sin hipocresía hay que convenir en que las abundantes afirmaciones por radio y televisión del convicto narcotraficante Quirino Ernesto Paulino de que durante años financió las actividades políticas del expresidente de la República y presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) Leonel Fernández, que por dos semanas han acaparado la atención pública, constituyen uno de los más grandes escándalos nacionales.

Nadie debería dar categoría de palabra de Dios a las declaraciones de un narcotraficante, que no oculta su rencor hacia el doctor Fernández, porque entiende que le dio la espalda al extraditarlo a Estados Unidos, donde llegó a un acuerdo con las autoridades judiciales para cumplir una condena benigna de diez años de prisión, tras admitir sus responsabilidades en el tráfico de toneladas de narcóticos, pero también por identificar cómplices, suplidores y beneficiarios.

Más aún no se puede considerar culpable a nadie que no haya sido juzgado por los tribunales de acuerdo con los derechos universales a la defensa. Y eso vale para Leonel Fernández, como para su estrecho colaborador Félix Bautista y para el exministro de las Fuerzas Armadas general Manuel Florentino Florentino y su esposa Margarita Gómez, los principales denunciados por Quirino Paulino en lo que describe minuciosamente como multimillonario financiamiento o inversión política.

Pero tampoco se debe descalificar de antemano el testimonio del narcotraficante por haber admitido los graves cargos que conllevaron juicio y condena. Porque en cualquier sociedad siquiera de mediana institucionalidad democrática los investigadores ponen atención a las confesiones y procuran establecer cómplices y beneficiarios de los delitos.

La sociedad dominicana está dividida ante el escándalo, razón suficiente para que las acusaciones sean aclaradas. Fernández debe una explicación más allá de considerar “de alto orgullo y satisfacción el hecho de que el narcotráfico transnacional, utilizando la alegada identidad de un reconocido convicto por narcotráfico, ponga en acción una campaña de descrédito contra mi persona”, por la firmeza con que cree haberlo enfrentado.

Para muchos la reacción del doctor Fernández ha sido insuficiente, al no haberse referido a los abundantes nexos que el señor Quirino Paulino dice haber tenido con él y su entorno. No tomó en cuenta la sensibilidad por un narcotráfico que ha implicado hasta a los organismos de seguridad del Estado, y que otros convictos recientes como Figueroa Agosto y Arturo del Tiempo tuvieron nexos y negocios en altas esferas políticas y sociales durante su Gobierno. También ignoró que el mobiliario del nuevo edificio de la Suprema Corte de Justicia fue hallado en un almacén de Quirino tras su detención en 2004, y que un wikileaks de la embajada norteamericana publicado lo vinculó con el general Florentino.

La gravedad de las denuncias demanda explicaciones de un líder político que se reconoce como “favorito frente a cualquier candidato opositor para salir airoso en los próximos comicios presidenciales”. El doctor Fernández desperdició la oportunidad de desmontar el cargo específico de Quirino Paulino de que regaló a su Fundación Global una planta eléctrica de 600 kilos comprada por siete millones de pesos. Bastaba certificar la factura de compra, fecha y el medio de pago e invitar a comprobar sus especificaciones, antes de que corriera el rumor, tal vez infundado, de que ha sido sacada del edificio.

Pero ahora que Quirino Paulino ha aparecido por televisión disipando las dudas de su identidad, y que ha mostrado su disposición a ser interrogado por las autoridades judiciales dominicanas, hay una oportunidad para que resplandezca la verdad. También se puede buscarla solicitando a las autoridades de Estados Unidos copias de los interrogatorios y del acuerdo que pactaron con el narcotraficante. Se impone por respeto a la sociedad dominicana, aún presumiendo la inocencia del doctor Fernández y demás denunciados. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (San Juan 8:32).

 

Despedida al general Valdez Hilario

Por Juan Bolívar Díaz

Hago un alto en el camino para rendir homenaje al general Rafael Adriano Valdez Hilario, un militar de vocación y sentido del honor cuya responsabilidad y sensibilidad me obligó a revalorizar la carrera militar después de la deshonra de la tiranía de Trujillo y la autocracia de Balaguer.

Cargando el peso nonagenario, el general descansó definitivamente en la conmemoración de la Restauración de la República. Descanso que se había ganado y merecía desde que se le agotó la capacidad para hablar, convirtiendo en una tortura su persistente empeño por comunicarse con los demás, la mayor prenda de la condición humana.

Ya lo había despedido en mayo del 2011 cuando escribí: “Ahora que todavía está consciente debemos reconocer a don Rafael Adriano Valdez Hilario como el general de la transición democrática nacional”.

Me refería al estelar papel jugado por Valdez en el primer año y medio del gobierno del presidente Antonio Guzmán, cuando se inició la transición a la democracia, proceso que tres décadas y media después está todavía inconcluso debido a los atavismos autoritarios, a los arrebatos y a la imposición que han signado la vida institucional de la nación.

Recuerdo aquel período 1978-79 cuando la sociedad dominicana se ilusionaba con dejar atrás las etapas de la dictadura y la anarquía y Valdez se constituía en un soldado garante de la transición, con firmeza y visión de futuro, despidiendo al generalato que pretendía retener el pasado autoritario encarnado en un caudillo y doblegando la soberbia de los que se creían por encima de las instituciones nacionales. Y cuando a él mismo le relevaron, muy temprano, de la jefatura de las Fuerzas Armadas pidió su retiro  con dignidad y vocación institucional, porque eso es lo que mandaba su ley orgánica.

Rafael Adriano Valdez abrió las puertas de los recintos militares a los comunicadores precursores de la democratización del país y proclamó la reconciliación de las Fuerzas Armadas con la población y el liderazgo civil, invitando al libre ejercicio de la comunicación, a la crítica constructiva, al respeto por la diversidad. Él, que se inició en la vida militar en plena tiranía y sufrió en silencio la intervención militar extranjera, se sabía protagonista de un salto histórico.

Aún en la cuasi dictadura de Joaquín Balaguer, Valdez Hilario ejerció con honorabilidad diversas posiciones militares y en funciones como la de director del Instituto Agrario Dominicano. Lo mismo haría posteriormente como embajador de la nación en Haití y Chile y como legislador.

Fue más generoso que la mayoría de sus compañeros de armas y más valiente que el liderazgo político cuando en el 2003 pidió públicamente al presidente Hipólito Mejía que reivindicara a los militares marginados y relegados por haber sido partidarios del gobierno y la Constitución democrática de 1963. Me consta que lamentó la cobarde  ingratitud de los beneficiarios políticos de la gesta constitucionalista de 1965, de la que él no fue parte.

Ahora que se ha marchado, su figura se agiganta en el recuerdo de quienes fuimos testigos y cronistas de la alborada democrática, por lo que me inclino reverente ante sus familiares, especialmente  sus tres hijas y su abnegada compañera de la segunda mitad de su vida, Rosario de la Mota. Su humilde mansedumbre, su altiva dignidad y su sentido del honor brillarán en la memoria de quienes escriban la historia de las Fuerzas Armadas dominicanas. ¡Salve Rafael Adriano Valdez Hilario, el mayor general de la transición democrática!

El general de la transición democrática

Por Juan Bolívar Díaz
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“Ayer protegí celosamente nuestro ecosistema. Hoy a mis 92 años  te invito a convivir en armonía con nuestro planeta. Aunemos esfuerzos”. Con este texto escrito sobre una bolsa de tela se hizo presente el mes pasado entre sus amigos el general de la transición democrática. En un lado de la bolsa el militar inspecciona manglares, del otro el ciudadano en mangas de camisa se rinde ante la belleza de unas orquídeas.

 En la pasada Navidad le visité y quedé impresionado por el esfuerzo que hizo para comunicarme sus sentimientos, pero las cuerdas vocales se negaron a obedecerle y  pude percibir el asomo de una lágrima, testimonio de que todavía mantiene alerta sus facultades cerebrales. Pero sin duda que se está agotando el general.

  Lo evoco en aquellos días de la transición democrática de 1978 cuando como secretario de las Fuerzas Armadas del gobierno del presidente Antonio Guzmán le correspondió la responsabilidad de iniciar la profesionalización de los militares, sacándolos de la actividad política donde los había instrumentado Joaquín Balaguer.

 El general Rafael Adriano Valdez Hilario entregaba bandejas de despedida a aquellos duros militares que encarnaron el poder represivo de los doce años, con firmeza y serenidad, consciente del histórico papel institucional que le tocaba desarrollar. No había en él prepotencia ni provocación, pero tampoco titubeos ni temor.

 A fin de cuentas ya había pasado por coyunturas difíciles, como la del ajusticiamiento de Trujillo, cuando fue apresado, torturado y puesto en retiro por su amistad con el entonces secretario de las Fuerzas Armadas, Pupo Román, involucrado en el tiranicidio. Sería reivindicado por el general Rodríguez Echavarría a quien se unió en la jornada del 19 de noviembre de 1961 que liquidaría los remanentes de la tiranía.

 Lo había conocido someramente a principios de los setenta cuando tomó muy en serio su designación como director del Instituto Agrario Dominicano y se comprometió  con la aplicación de las leyes que reivindicaban al agricultor, impulsando asentamientos arroceros que todavía hoy representan el mayor éxito del agrarismo dominicano.

 Pero fue en la transición democrática que lo conocí y aquilaté. Nos acercó la circunstancia de que el diario El Sol, que yo dirigía, lo salvó del retiro maquiavélico que le trataba de imponer Balaguer unos días antes de la juramentación de Guzmán, cuando trascendió que sería el secretario de las Fuerzas Armadas del nuevo régimen. Una denuncia firme y oportuna le permitió asumir el cargo y cumplir un rol estelar.

 No entendí por qué fue relevado del cargo apenas año y medio después. Pareció que no se prestó a las trapisondas que se impulsaron desde el Palacio Nacional para reducir el liderazgo de José F. Peña Gómez, cuando ya algunos vislumbraban que sería un obstáculo al continuismo. Con la dignidad que le caracterizó en su carrera militar de cuatro décadas, Valdez Hilario solicitó al presidente que lo pusiera en retiro, en atención a la ley orgánica de las Fuerzas Armadas y considerando que había cumplido su misión.

 Don Adriano fue dos veces embajador en Haití y otra en Chile y sus últimas funciones públicas fueron de diputado por dos períodos consecutivos, entre 1994 y el 2002 en representación del Partido Nacional de Veteranos y Civiles.

 Como prueba de su nobleza queda la carta que dirigió al presidente Hipólito Mejía en mayo del 2003 encareciéndole la reivindicación de los militares que asumieron en 1965 la defensa de la Constitución y la soberanía nacional, aunque él fue del bando contrario “obedeciendo designios ideológicos y de dominación”.

 Ahora que todavía está consciente debemos reconocer a don  Rafael Adriano Valdez Hilario proclamándolo como el general de la transición democrática nacional.