A Goyito García Castro lo matan por combatir crímenes políticos

Por Juan Bolívar Díaz
03_04_2016 HOY_DOMINGO_030416_ El País13 A

Los represores del régimen balaguerista supieron muy pronto que fui yo quien entrevistó a Toribio Peña Jáquez, tras el desembarco del grupo de Francisco Caamaño en 1973, por lo que me persiguieron en esos días, y Goyito García Castro no pudo oponerse a la publicación, como se ha escrito, pues se enteró cuando ya estaba en prensa.

Cuando lo mataron, García Castro llevaba más de tres años denunciando los desmanes y crímenes de la banda terrorista auspiciada por el sector más duro del balaguerismo militar policíaco y terminó siendo víctima de la lucha de poderes entre los grupos que encabezaban los generales Enrique Pérez y Pérez y Neit Nivar Seijas.

Un persistente equívoco. Al evocar al brillante periodista Gregorio García Castro (Goyito), en el 43 aniversario de su asesinato, el colega Chichí de Jesús Reyes (HOY del lunes 28 de marzo) incurre en el persistente error de vincular ese vil crimen con la publicación de la entrevista que hice a Toribio Peña Jáquez, miembro del núcleo guerrillero encabezado por la figura histórica de Francisco Caamaño Deñó, que desembarcó por Playa Caracoles, Ocoa, al comenzar febrero de ese año para combatir la cuasi dictadura de Joaquín Balaguer.

Peña Jáquez contaría cómo quedó extraviado en la oscuridad del desembarco y optó por venir a Santo Domingo, donde halló protección. A través de él los líderes de la izquierda y del Partido Revolucionario Dominicano supieron de la imprevista llegada al país del heroico Caamaño y sus ocho valientes compañeros para lo que en dos semanas concluiría en una inmolación, excepto Hamlet Hermann y Claudio Caamaño, que lograron sobrevivir hasta su reciente muerte este año.

Al día siguiente ya el aparato represivo del Gobierno sabía que uno de los guerrilleros había llegado a la capital, creyéndose erróneamente que Caamaño lo había enviado para procurar respaldo, por lo que arrancó una intensa búsqueda, con allanamientos y encarcelamiento de opositores, aunque no tuvieran vínculos ni compromisos con el líder de la revolución constitucionalista. Hasta Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, que no tenían compromiso con el foco guerrillero, tuvieron que ocultarse para no ser encarcelados.

Entrevista casi suicida. Como reportero investigador que trabajaba en Ultima Hora y que tenía amplias relaciones con la oposición al régimen, emprendí también la búsqueda de Toribio para entrevistarlo, lo que vino a ocurrir diez días después de sellada la suerte de la insurrección con el asesinato de Caamaño, tras ser capturado herido el 16 de febrero. Solo el director del periódico, Virgilio Alcántara, y Aníbal de Castro, entonces asistente de Goyito en la jefatura de redacción, fueron enterados del proyecto. Se preocuparon por mi seguridad, pero compartieron su valor periodístico, más aún cuando todavía hasta Bosch discutía en público si era cierta la presencia de Caamaño o si lo habían traído ya muerto.

Fue la entrevista más difícil, casi suicida, de mi vida profesional. Y no la hubiese realizado de haber sabido con anticipación que se haría dentro un automóvil dando vueltas por una ciudad militarizada con miles de soldados y policías buscando al entrevistado. Me citaron para recogerme en la calle Wenceslao Alvarez. Raúl Pérez Peña al volante de su Lada me invitó a ocupar el otro asiento delantero y noté que en el trasero iban dos hombres.

Creía que nos dirigíamos al refugio del guerrillero hasta que el Bacho Pérez me dijo que empezara la entrevista pues quien iba detrás de mí era Peña Jáquez. Al voltearme reconocí al técnico que arreglaba los teletipos cuando comencé como director de Prensa de Radio HIN en 1968. Grabamos durante más de una hora, cruzándonos varias veces con patrullas militares y policiales en vehículos artillados con ametralladoras. Luego sabría que Peña Jáquez y su acompañante del asiento trasero portaban armas y granadas.

Moisés Pellerano opuesto. Con Alcántara y De Castro analizamos el rico material periodístico. Despejaba todas las dudas sobre la incursión de Caamaño, con lujo de detalles sobre la travesía, el desafortunado desembarco y los planes guerrilleros. Toribio, a quien el genio titulador de Goyito bautizaría como “el guerrillero sin montaña”, sostuvo que el cadáver mostrado a la prensa no era de Francis Caamaño, dejando alguna confusión. Por elemental discreción no informamos a nadie más, ni siquiera a Goyito, pese a ser el jefe de la Redacción. Decidimos no involucrarlo precisamente porque ya arrastraba múltiples amenazas y tensiones a causa de sus opiniones en su columna En un Tris y en su programa diario televisivo.

De manera que García Castro no tuvo oportunidad de oponerse a la publicación, de la entrevista, como se ha dicho. Y los tres sabíamos que él hubiese sido el más decidido partidario de realizarla. Aunque es cierto que él dijo en la redacción que seguramente se la atribuirían. Quien se opuso fue el presidente de la editora, Moisés Pellerano, que solo accedió con la incierta versión de que el guerrillero había venido a la redacción.

El sábado 3 de marzo salió, sin firma, la extensa entrevista en varias páginas de Ultima Hora, incluyéndose fotografías del equipo del guerrillero sobre el piso de la redacción, en una de las mayores tiradas del periodismo nacional. Con el material ya en proceso fue que enteramos a Goyito y a otros compañeros y acordamos “hacernos invisibles” hasta el lunes para evadir cualquier represalia.

El gancho en que no caí. Tres días después ya los aparatos represivos sabían quién había hecho la entrevista, y alguien me lo advirtió. Me allanaron la casa dos veces en una semana, y para mediados de marzo, a la medianoche respondí una llamada telefónica de una fina mujer que quería hablar con mi madre, llamándola por su nombre familiar “doña Juanita”. Me extrañó que una amiga llamara a mamá a esa hora, lo que le informé a la interlocutora que me instaló amable conversación, hasta que le pregunté si le podía ayudar en algo. Como quien no quiere la cosa dijo que quería avisarle a Juanita que le había dejado un paquete en la galería. Ya entonces empecé a despertar y le pregunté cuál de las amigas era que hablaba. Una de las vecinas, dijo. Y cuando le requerí cuál de las vecinas, cortó la llamada.

Al llegar al periódico aquella mañana, al primero que conté la ocurrencia fue a Goyito, quien celebró que no cayera en “ese gancho mortal”. Yo vivía muy alerta desde que tres años antes, el 19 de marzo de 1970, en la misma casa, en la calle Trinitaria a una cuadra del Palacio Nacional, me desperté con la explosión de mi primer carrito. Casi me explota el alma la trágica noche del 28 de marzo, cuando tras el asesinato de Goyito concluimos en que lo llamaron invitándolo a ir hacia su carro estacionado en la Mercedes, donde lo acribillaron. Solo él quedaba en la redacción, donde yo lo había dejado junto a César Medina a las 8:00 cuando mi novia me fue a buscar para llevarme hasta casa, de donde no salía en las noches. Cuando me despedí Goyito me dijo “cuídate que te están velando”.

A las 8.30 Goyito no se iba todavía. Dejó su bolígrafo en el escritorio, el saco sobre el respaldo de su asiento, la redacción abierta, aunque el último en salir le ponía llave, y le dijo al policía que cuidaba el Listín Diario en la acera del frente, que le echara un ojo a la puerta pues regresaría de inmediato. He vivido hilvanando hipótesis sobre el gancho que movió a un periodista tan astuto.

Los méritos de Goyito. Goyito tenía suficientes méritos para ganarse la persecución de los duros del balaguerismo. No atendió las advertencias de muerte porque creía que pesaría su antigua amistad con Balaguer, a quien ayudó a fundar el Partido Reformista en Nueva York en 1964. Aunque él había buscado distancia política tras la salida de Ultima Hora en 1970, criticando los crímenes y la represión del régimen, en especial al grupo terrorista parapolicial La Banda, cuya paternidad se atribuyó al grupo militar que encabezaba el general Enrique Pérez y Pérez.

En sus últimos años Goyito militó en la defensa de los derechos de asesinados, perseguidos, presos o exiliados. Como mantuvo la amistad con el general Nivar Seijas, cabeza del otro grupo que se disputaba la hegemonía policíaco-militar del régimen, pudo haber sido víctima de esa lucha de poderes. Balaguer designaría precisamente a Nivar como jefe de la Policía para que investigara el asesinato de Goyito.

¡García Castro hizo “suficientes méritos” para generar animadversión, incluyendo la personalización del liderazgo de los grupos más radicales de la represión. Solo hay que revisar sus últimas seis columnas “En un Tris”, hasta la del día de su muerte, para encontrar más méritos que el de haber publicado un relato de un hecho que ya era historia y no entrañaba peligro, dos semanas después de muerto Caamaño y liquidado su proyecto.

Y dejo constancia de que Goyito fue un extraordinario periodista, sensible, solidario y valiente en la defensa de principios, un incansable trabajador, amable con todos. Disfrutábamos de su compañía. A mí me protegió siempre, aconsejándome y, a veces, quitando mi nombre de trabajos que creía peligrosos para mi seguridad.

La desgarradora obra de Piero Gleijeses

Por Juan Bolívar Díaz
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A casi medio siglo de la revolución constitucionalista y la invasión norteamericana que la aplastó, el académico ítalo-norteamericano Piero Gleijeses presenta un apasionante y desgarrador relato,  contextualizado y profundo sobre ese relevante capítulo de la historia dominicana.

Basado en una extensa investigación que incluyó entrevistas con los principales actores y en documentación recién desclasificada por Estados Unidos, se proyectan heroicidades y miserias humanas, pero sobre todo la paranoia que pautó la política norteamericana tras el triunfo de la revolución cubana en 1959.

Una extensa investigación.  El origen de La Esperanza Desgarrada se remonta a los finales de la década de los sesenta cuando el joven italiano Piero Gleijeses escogió la revolución constitucionalista y la intervención norteamericana como tema de su tesis doctoral en el Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza.

El autor vivió en el país por más de un año, realizando entrevistas a los principales actores de los acontecimientos que marcaron la vida dominicana tras la liquidación de la tiranía de Trujillo, logrando acceso a los archivos de varios de los principales y la colaboración de historiadores y académicos. La investigación fue publicada en inglés en 1978, cuando Gleijeses ya era investigador y profesor de la Escuela de Altos Estudios Internacionales de Johns Hopkins University en Washington, con el título La Crisis Dominicana. En 1982 fue editada en español en México.

Pero el académico nunca dio por concluida su investigación, sobre todo porque con el paso del tiempo se han ido desclasificando muchos documentos oficiales de la política estadounidense de esa etapa, por lo que La Crisis Dominicana se convierte en La Esperanza Desgarrada, publicada por primera vez en La Habana, en septiembre pasado. Gleijeses dice que lo que ofrece ahora, en la primera edición dominicana de su obra,  “no es un viejo edificio con una nueva mano de pintura, sino un edificio nuevo, una edición profundamente revisada”.  Pero advierte que sus conclusiones sobre lo que pasó en el país en 1965  “no han cambiado ni una jota”, aunque en torno a la política estadounidense se han modificado algo. “Los documentos desclasificados en los EE.UU. arrojan una luz muy intensa sobre la política de Washington hacia la República Dominicana y hacia América Latina. Esa política aparece más escuálida, etnocéntrica y, para hablar sin rodeos,  cruel y torpe de lo que había pensado”.

La paranoia política de EU.  Piero Gleijeses muestra cómo el desembalse libertario de 1961 pone en jaque el tutelaje y hace fracasar los intentos norteamericanos de “nicaraguización” de la nación dominicana, pero que tienen éxito en impedir el desmonte del armazón de dominación trujillista para terminar frustrando el ensayo democrático del presidente Juan Bosch, cuyo pecado fue reivindicar unos derechos fundamentales y unas normas democráticas que Estados Unidos no estaba en disposición de respetar. Ni siquiera en capacidad de asumir para sí, porque todavía entonces era una sociedad racialmente segregada.

La obra describe el pánico, la paranoia que se apoderó de la política norteamericana tras la revolución de Fidel Castro, lo que pautaría la vida dominicana por muchos años. El tutelaje se extendió por todo el hemisferio, pero ningún pueblo pagó tan caros los platos rotos de la revolución cubana como el dominicano.

Lo que nos muestra el autor tras la caída del Gobierno constitucional de Bosch es un andamiaje de intrigas y corrupción del régimen y las mafias militares del Triunvirato. A veces parece impiadoso, con los actores de esa etapa histórica, ya fueren los norteamericanos, los políticos y militares dominicanos, de la derecha, el centro o la izquierda, pero sobre todo de los que tuvieron en sus manos el destino de la nación.

Es patético el relato del estallido de la guerra, alentada por la paranoia norteamericana, del papel de Donald Reid Cabral, Elías Wessin, Rivera Caminero, Belisario Peguero. Juan de los Santos Céspedes, de Antonio Imbert y del infeliz Pedro Bartolomé Benoit, quien no parecía entender porqué lo pusieron a presidir una junta militar títere y a solicitar una invasión militar extranjera, que ya estaba en ejecución.

También es dramático el abordaje de la situación de los constitucionalistas el 27 de abril frente a los bombardeos de la Capital, con deserciones masivas, con los líderes perredeístas, incluyendo al presidente Molina Ureña y Peña Gómez buscando refugio en embajadas, y de aquel choque de los líderes militares con el embajador Tapley Bennett que empujó a Caamaño y Montes Arache hacia las inmediaciones del puente Duarte para desalojar a las tropas de Wessin que ya habían ganado varias cuadras pese a la heroica resistencia de soldados, cuadros políticos perredeístas e izquierdistas sin un líder que los aglutinara. Papel que desde entonces asumiría con integridad el coronel Caamaño al convertirse en comandante de una guerra nacionalista.

El pánico en San Isidro.  Entre los méritos de esta obra está la descripción del pánico que se apoderó de las huestes militares de San Isidro tras la batalla perdida el 27 de abril. Transcribe párrafos esenciales del mensaje del embajador Tapley Bennet a su Gobierno a las 5:16 de la tarde del 28 de abril, extraído de la biblioteca del presidente Lindon Johnson:

“Lamento informar situación deteriorándose rápidamente. Los pilotos de San Isidro están cansados y desanimados (…) El Jefe de la Policía Despradel informa que no puede controlar la situación (…) Wessin desanimado y diciendo que hacen falta más hombres. Rivera Caminero preocupado y sin ánimo. El Jefe de nuestro Grupo de Asesoría Militar (MAAG) acaba de regresar de San Isidro (…) Encontró una atmósfera de miedo, cantidad de oficiales llorando. (El exjefe de la Policía) Belisario Peguero también en estado histérico, urgiendo retirada. Benoit (…) solicita formalmente tropas de los EE.UU. Le dijo al jefe del MAAG que si no reciben ayuda tendrán que abandonar la lucha (…) El country team es unánime: que ha llegado el momento de desembarcar a los marines (…) Si Washington desea, pueden desembarcar con el propósito de proteger la evacuación de los ciudadanos norteamericanos. Recomiendo el desembarco inmediato”.

Una hora y 23 minutos después comenzó la ocupación militar de la ciudad de Santo Domingo. La invasión militar ahogaba el movimiento constitucionalista. Gleijeses relata los momentos de ofensiva y ablandamiento, de negociaciones y de imposiciones, incluyendo la fracasada Fórmula Guzmán y la instauración del Gobierno de García Godoy, que terminaría entregando todo el poder a los militares aliados de Estados Unidos y excluyendo a los constitucionalistas.

Antonio Guzmán resulta uno de los personajes que quedan mejor parados en esta historia. Con gran dignidad aquel hacendado, sin mayor formación intelectual ni política, prefirió no ser Presidente de la República a tener que encarcelar o deportar  a quienes los interventores consideraran peligrosos comunistas.

La obra de Gleijeses ilustra y alecciona sobre una de las más groseras e innecesarias intervenciones militares de los Estados Unidos que retrasó por décadas el esfuerzo dominicano por superar el legado autocrático de los primeros 120 años de la República y por crear las bases de una sociedad democrática.

El contexto histórico

La puesta en escena literaria de esta obra es apasionante. El autor procura evidenciar las miserias que han afectado el cuerpo social dominicano desde sus orígenes más remotos. Casi la mitad de sus 520 páginas están dedicadas a sostener el contexto histórico en que se producen los acontecimientos de 1965. La síntesis del período colonial y del primer siglo de la República permite entender el legado de violencia, exclusión y autocracia y las confusiones culturales y hasta raciales que todavía castran el desarrollo nacional, con el predominio de caudillos prestos a ofrendar la nación en el altar del mejor postor, ya fuere España, Francia, Gran Bretaña o los Estados Unidos.

Deja en evidencia cómo la nación dominicana ha oscilado tanto tiempo entre el caudillismo presidencialista de signo totalitario, o por lo menos autocrático, que impone una voluntad omnímoda, y el intento de edificar un régimen de diversidad y pluralidad que tantas veces deriva en anarquía o garata interminable o choca con los intereses hegemónicos que reivindican la cultura de la imposición y el arrebato que no ha perdonado la existencia ni siquiera de los dominicanos más abnegados, desde los fundadores mismos de la República hasta los héroes de Luperón, Constanza, Maimón, Estero Hondo, incluyendo a Manolo Tavárez, Francisco Caamaño y muchos más.

El relato pasa por la ocupación militar norteamericana de 1916-24 y su herencia autocrática personificada en Rafael Leónidas Trujillo y su nefasto régimen, cuya liquidación cuando ya resultaba insostenible, origina una nueva etapa de estrecho tutelaje norteamericano que asfixia las ansias libertarias y democráticas del pueblo dominicano.

 

A 30 años de un histórico libro

Por Juan Bolívar Díaz

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Un día como mañana, 16 de febrero de 2010, se cumplirán treinta años de la primera edición del libro testimonial “Caracoles; la guerrilla de Caamaño”. Cuando se publicó, habían transcurrido apenas siete años de los acontecimientos que se describen en esa obra.

Los que habían gobernado en 1973 mantenían vigencia en el poder político de la nación, tal como lo hacen todavía. Joaquín Balaguer estaba entonces en una pausa de su oficio de Presidente de la República y los genocidas ostentaban impunidad y riquezas como si nada hubiera pasado. Marcaba ese libro la primera vez que se publicaba en República Dominicana el testimonio de un guerrillero sobreviviente en el que acusaba y condenaba a los autores de tanto crimen y corrupción. Evidentemente era, para ese momento, un reto audaz al poder político predominante en el país y al sistema de represión creado y patrocinado por Estados Unidos.

Las funciones editoriales fueron asumidas por la Editora El País, empresa que publicaba el periódico El Sol, dirigido por Juan Bolívar Díaz. Dadas las limitaciones tecnológicas, las portadas del libro se imprimirían en la Editora Alfa & Omega, encabezada por Miguel Cocco. Debe reconocerse al paso del tiempo la lectura previa de la obra por Arnulfo Reyes Gómez. Ellos, junto al autor, superaron grandes obstáculos, así como neutralizaron los temores de algunos vacilantes que consideraban el contenido de esa obra como innecesaria provocación a los sanguinarios personajes de “los doce años” de Balaguer. Se desarrolló entonces una campaña periodística de expectativa coordinada por Quiterio Cedeño con imágenes fotográficas tomadas por Pedrito Guzmán a lugares y personajes vinculados con la insurrección guerrillera. Así se preparó al pueblo dominicano para recibir las vivencias y percepciones de uno de los sobrevivientes de la gesta encabezada por el Presidente de la República en armas, Francisco Caamaño Deñó.

La tirada en formato de revista fue de ochenta mil ejemplares que se vendieron al precio de un peso dominicano cada uno. Un record editorial nunca alcanzado por otra obra escrita en nuestro país. En aquellos momentos, la moneda nacional equivalía casi a un dólar de Estados Unidos. Esa enorme edición se agotó en apenas nueve días. Las instalaciones del periódico El Sol fueron protegidas por guardianes ante el masivo reclamo. Así lo exigían las intenciones de compra simultánea de parte de miles de personas.

“Caracoles…” fue, también, el primer libro vendido al pregón. En las principales intersecciones de avenidas de Santo Domingo, aquellas donde habitualmente se vendían periódicos, los canillitas voceaban el libro con provocadoras referencias a Balaguer y a sus Generales. Los transeúntes compraban la obra en cantidades, dado el bajo precio establecido. La ultraderecha, con Bonillita a la cabeza, se desgañitaba gritando que esa obra había sido patrocinada por Fidel Castro. Su argumento era la imposibilidad de que alguien publicara un libro tan extenso al precio de un peso dominicano. Para la tradicional ultra derecha golpista, no podía producirse obra alguna en la que no se obtuvieran ganancias económicas. La memoria histórica para ellos nada vale como tampoco daban importancia al deseo del autor de que perviviera para siempre el esfuerzo realizado por un reducido grupo de patriotas que prefirieron arriesgar su vida antes que soportar el oprobio balaguerista.

Treinta años después de la primera edición, ese testimonio escrito del movimiento insurreccional se mantiene incólume como referencia veraz y obligada de los sucesos acontecidos a principios de 1973, contra el régimen despótico y criminal de Joaquín Balaguer que el Gobierno actual mantiene como arquetipo.

Es un homenaje a los combatientes Francisco Alberto Caamaño Deñó, Mario Nelson Galán Durán, Ramón Euclides Holguín Marte, Eberto Geordano Lalane José, José Ramón Payero Ulloa y Alfredo Pérez Vargas, quienes dieron su vida luchando por construir un país mejor. Preservar la memoria histórica y continuar con el empeño tenaz de estos compañeros es una tarea que Claudio Caamaño Grullón y yo, como sobrevivientes de aquella gesta, hemos asumido cual misión de vida.

Vaya este recordatorio de la primera edición de “Caracoles; la guerrilla de Caamaño” para recordar que, aunque nos gobiernen personas sin decoro, hay siempre otros muchos que tienen el decoro que a aquellos les falta.