Por Juan Bolívar Díaz
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos se inscribe dentro del “reinado de la incertidumbre” al que atribuimos en este mismo espacio, el 26 de junio pasado, el voto de la mayoría de los concurrentes al referendo que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Escribimos entonces que el imperio de la incertidumbre “se traslada a Estados Unidos, donde ya no se puede descartar que pueda alcanzar el poder el señor Donald Trump”, y lo atribuíamos al desconcierto que ha producido la crisis del orden económico internacional “que no ha perdonado ni al estado de bienestar logrado por los europeos y norteamericanos tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial”.
Estados Unidos ahora, como el Reino Unido en junio, quedó dividido en dos mitades, y en ambos casos el resultado fue contradictorio al voto de las grandes urbes y los centros del poder, como si fuera el campo y las zonas menos desarrolladas contra las ciudades concentradoras de la riqueza y el bienestar, y los jóvenes pierden de los mayores.
En el caso norteamericano es más significativo, ya que Hillary Clinton superó en 430 mil votos a Trump, con porcentajes de 47.7 a 47.4, aunque el republicano consiguió la presidencia gracias al sistema de delegados estatales. Ella ganó con amplias ventajas en los estados más modernos e influyentes y en todas las grandes ciudades: Más del 60% en California, Massachusetts y Maryland, con más del 55% en Nueva York (59%), Nueva Jersey, Connecticut y Washington. Perdió Florida 48 a 49 %, pero arrasó en la ciudad de Miami, en el condado Miami Dade 64%. Y en el Distrito de Columbia, donde está la capital Washington, Trump apenas alcanzó un increíble 4%.
Por estratificación de edades el resultado también es relevante: Clinton ganó 55 a 47% en el segmento de 18-29 años, y 50 a 42% en el de 30-44%. Trump alcanzó 53% en la población mayor de 45 años.
En Estados Unidos, como en Europa la crisis económica del capitalismo ha cobrado sus costos a las clases medias, sobre todo fuera de los grandes centros del poder, mientras las riquezas se concentran cada vez más en el 1 por ciento de la humanidad, 72 millones de personas. La población más afectada reacciona contra el “establishment”, responsable de la reducción o congelación de su bienestar.
Como adelantan las protestas juveniles en las urbes, y hasta el resurgimiento de un movimiento separatista en California, y como ha quedado dividido Estados Unidos, Trump no tendrá un camino florido, y por más que controle el Congreso, no llegará muy lejos en sus radicalismos y tendrá que aterrizar.
Las reacciones de los mandatarios de Alemania y Francia y de las agencias de las Naciones Unidas indican el reconocimiento del triunfo de Trump pero también las advertencias de respeto a la diversidad universal y a los principios y compromisos de las relaciones internacionales.
Probablemente no llegue a haber un muro en la frontera con México, y mucho menos que este país tenga que pagarlo. Más difícil será deshacer los tratados comerciales internacionales que afectarían al establishment norteamericano, o romper con la OTAN, pero como Trump tendrá que hacer algo de lo prometido, los inmigrantes latinoamericanos, incluyendo los dominicanos, pagarán los platos rotos, sin desestabilizar al vecino México y serán revocados los deshielos con Cuba.
Todo apunta al incremento del reinado de la incertidumbre en el mundo. El desorden económico no garantiza seguridad para nadie. Por suerte tenemos al Papa Francisco, que se empeña en remozar a la Iglesia y llega a pedir perdón por los católicos que dan la espalda a los pobres. Algo es algo en esta desolación.