Es insólita la frecuencia con que nos encontramos con encartes y suplementos publicitarios que parecen hechos para los países con inmensa mayoría de pobladores blancos, pero dirigidos a esa amalgama de razas, a ese crisol policrómico que es la sociedad dominicana, donde lo que predomina es el mestizaje.
En estos días observábamos un suplemento de un centro comercial, encartado en periódicos de amplia circulación, cuyas instalaciones están precisamente en barrios y poblaciones donde lo que predomina es la población mestiza y negra. Sin embargo, de unas 116 fotografías de modelos de ambos sexos que contenía, sólo una correspondía a una mujer mestiza, por cierto que de cabello lacio. Ni ella representaba el promedio de la dominicana. Las otras 119 eran blancos y rubios, obviamente adquiridos de paquetes publicitarios hechos para naciones nórdicas. Un negro no había ni de muestra.
Conversando con alguien vinculado al mundo publicitario escuché que hay empresas que no permiten la presencia de un negro ni de un mestizo en su publicidad, a no ser esas indias de pelo lacio y finos rasgos que se contonean sabrosamente en algunos de los spots publicitarios que promueven productos de consumo masivo.
Sea responsabilidad de los anunciantes o de los publicistas, se parte del criterio de que ese es el modelo al que aspira la generalidad de los dominicanos y las dominicanas. Y no les falta algo de razón, porque en nuestra sociedad hay un profundo complejo racial y una dramática confusión cultural que rechaza todo lo que tiene raíz en la negritud, aunque reconocemos que todos llevamos el negro detrás de la oreja.
Pero esa publicidad es nociva ya que refuerza la confusión cultural y el complejo racial que reduce las potencialidades de una alta proporción de nuestra población. Un pueblo que no se reconoce, que reniega de sus raíces culturales y raciales, es un conjunto de acomplejados y por lo tanto genera serias dificultades para desarrollar y explotar sus potencialidades.
La confusión se expresa en el hecho de que todavía los organizadores del Festival Nacional de Atabales que se celebra exitosa y masivamente cada noviembre desde hace tres décadas en Sainaguá, San Cristóbal, tienen dificultades para cubrir sus costos, porque anunciantes y publicistas rehúsan asociar sus productos con esa manifestación cultural.
Son muchos los que creen que los atabales son de origen haitiano, ignorando los asentamientos de negros que hubo en la parte oriental de la isla que luego empezó a identificarse como nación dominicana. Pretenden ignorar también que los atabales se tocan en todos los puntos cardinales del país, incluyendo las zonas de mayor presencia blanca, y que están asociados a las celebraciones religiosas católicas.
La publicidad que excluye a los negros y mestizos en un país donde los blancos son apenas un doce por ciento es en esencia racista, excluyente y discriminatoria, inaceptable en un mundo que hace tanto esfuerzo por superar esos atavismos, donde se legisla para proteger a las minorías raciales, religiosas y culturales o a los grupos humanos en desventaja como las mujeres, los indígenas y los discapacitados.
En términos raciales y culturales nuestra población está urgida de reconocerse y aceptarse, abandonando los eufemismos de indios, indios claros, indios oscuros, indios canelos y liberarse de los equívocos de pelo malo o bueno, o de las falsas expectativas de hacer avanzar la raza. Es fundamental para el desarrollo humano y social.
Los empresarios y los publicistas deberían proscribir la publicidad excluyente y discriminatoria. Mientras tanto, ya es tiempo que los educadores y los líderes sociales y políticos y, desde luego, los gobernantes hagan conciencia de lo nocivo que es reforzar las concepciones de inferioridad racial y contribuyan a erradicarlas.-