RD país de emigrantes más que de inmigrantes

Por Juan Bolívar Díaz

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La Primera Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI-2012), publicada esta semana por el gobierno dominicano demuestra que se ha exagerado la inmigración haitiana, equivalente al 4.7 por ciento de la población, por lo que este es netamente un país de emigrantes, con más del 15 por ciento de los nacionales en el exterior.

Los resultados de esta rigurosa investigación deberán contribuir a establecer políticas inmigratorias eficientes y justas, incluyendo la regulación de los inmigrantes temporales y de los de ascendencia extranjera, especialmente de los haitianos sometidos a un régimen de ghetto o apartheid.

Base para política migratoria. En pleno Palacio Nacional y por boca del Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Temístocles Montás, se anunciaron los resultados de la ENI-2012, llamados a constituir una base importante para las políticas migratorias del país.

Allí estaban también representantes de la Unión Europea y el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), que auspiciaron la investigación, cuya muestra abarcó 63 mil viviendas y lugares visitados, con 20 mil 499 entrevistas completas entre el 31 de julio y el 30 de septiembre del 2011.

En la presentación, el director de la ONE, Pablo Tactuk, plantea que el estudio ha generado información, “a través de la cual, por primera vez en la historia nacional, será posible proporcionar informaciones acerca del volumen real de personas nacidas en el extranjero y residentes en el país”.

La representante del UNFPA, Sonia Vásquez  dice  que sus resultados permitirán tomar decisiones que orienten las políticas públicas de manera más certera y se encaminen a propiciar un desarrollo armónico al servicio del bienestar y el respeto a los derechos humanos que, sin distinción, corresponden a cada uno de los habitantes  de esta parte de la isla”.

La encuesta revela estadísticas sobre las características y forma de vida de los inmigrantes, incluyendo condiciones de educación, salud, seguridad social, ubicación geográfica, documentación y empleo. Contrario a lo que se creía el 92.6 por ciento de los haitianos dice tener actas nacimiento, el 51.9 cédula de identidad y el 37.8 por ciento pasaportes emitidos en Haití.

De los datos se puede  interpretar que la inmigración haitiana tiene alta movilidad. El 22.8 por ciento dijo haber venido dos o más veces, el 32.3 por ciento planea regresar a su nación. Un alto 82.7 por ciento llegó después del año 2000, con 38.6 entre el 2010 y 2012 cuando el flujo se elevó tras el terremoto que destruyó su país. El 35.7 por ciento trabaja en el sector agropecuario, 25.9 en la construcción, 16.5 en el comercio y 10.4 por ciento en otros servicios. Los datos deberán contribuir a establecer limitaciones a nuevos inmigrantes y a la regularización de los ya internados.

Los domínico-haitianos. La encuesta permite una aproximación a los descendientes de haitianos en el país, 209 mil 912, que no llegan a la mitad de los domínico-americanos en Estados Unidos. Arroja una dimensión del ghetto o apartheid que está generando ya el despojo de las actas de nacimiento a millares de ellos y otras discriminaciones como la negativa a emitirles cédulas de identidad. Los datos muestran las condiciones de pobreza, de educación y vida en general de los descendientes de haitianos, mejor que los nacidos en Haití, pero peor que la de los demás descendientes de extranjeros.

Debe tenerse en cuenta que el 25.6 por ciento de los descendientes de haitianos tienen actas de nacimiento del país de sus padres, y 23.5 por ciento tienen cédula dominicana, lo que implica que unos serían unos 109 mil los nacidos en el país con problemas de identificación.

Los resultados de esta encuesta deberían provocar una mayor racionalidad del debate sobre “el problema haitiano” a partir de datos de origen técnico confiable y ejecutado por personal especializado, que desmitifican una serie de presunciones subjetivas, en particular una mayor aceptación de ese 2.1 por ciento de  domínico-haitianos, un de las centenares de mezclas de nacionalidades aceptadas en el mundo. Para ellos tiene que haber políticas de inclusión, no de exclusión, puesto que se quedarán aquí para siempre y sus descendientes no pueden ser condenados al ostracismo en su propia tierra.

La cuantificación de los domínico-haitianos pone en situación más difícil la política de desnacionalización que ejecuta la Junta Central Electoral con efecto retroactivo, cuya denuncia se incrementa semana tras semana tanto en el país como en los ámbitos internacionales, y que según fuentes confiables podría generar restricciones de importaciones agrícolas en países de la Unión Europea.

Región de alta migración. La proporción de inmigrantes en la República Dominicana, 5.4 por ciento de la población nacional, y 7.9 por ciento si se incluyen sus descendientes en el país, está por encima del promedio mundial, que es de 3.1 por ciento, con 214 millones, y de la región latinoamericana y caribeña que es del 3.3 por ciento, según las cifras que maneja la representante del UNFPA.

La emigración dominicana es proporcionalmente de las más altas del mundo y del continente, sobrepasando el 15 por ciento de la población nacional, estimada en 9 millones 716 mil 940 personas. Sólo en Estados Unidos se han cuantificado sobre 900 mil, y más de un millón 400 mil incluyendo los descendientes,  según el censo federal del 2010. En Puerto Rico se estimaron en 68 mil residentes legales, pero se cree que los ilegales podrían ser otros tantos, para unos 140 mil, aunque allí se exagera hasta 300 mil. En Europa hay más de 200 mil dominicanos, sólo en España se estiman en 160 mil.

Decenas de miles de dominicanos están regados por el mundo, incluyendo a naciones tan lejanas como Australia y Japón. En Venezuela se llegaron a censar 50 mil, y en algunas islas del Caribe, como las Antillas Holandesas (Aruba, Curazao y San Martin) los inmigrantes dominicanos alcanzan hasta el 12 por ciento de la población.

Haití tiene alrededor del 20 por ciento de su población, en el exterior, más de 2 millones, en primer lugar en Estados Unidos, más los 458 mil registrados ahora aquí y decenas de miles en Canadá y Francia. En los últimos años se están extendiendo a Brasil, Perú, Venezuela y otras naciones sudamericanas.

El Caribe, por su proximidad a Norte América, es de las regiones de más alta migración del mundo. Sólo en Estados la población de origen puertorriqueño, 4.6 millones de personas, supera la de la isla, 3.7 millones, y los cubanos 1.7 millones, según el censo federal del 2010. Los de origen mexicano, 31 millones, representan el 28 por ciento de la población residente en México.-

524 mil 632 inmigrantes

Los resultados arrojados por la Primera Encuesta Nacional de Inmigrantes realizada por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) causaron sorpresa general por las cifras tan exageradas que se han manejado en los últimos años sobre la inmigración extranjera, de hasta un millón y medio de haitianos.

Los residentes extranjeros son 524 mil 632, de los cuales 458 mil 233,  el 87 por ciento, nacieron en Haití. Los restantes 66 mil 399 proceden de Estados Unidos, España, Puerto Rico, Italia, China y otras naciones. 53.9 son jóvenes entre 20 y 34 años.

La segunda mayoría de inmigrantes es de nacidos en Estados Unidos, con 13 mil 514, de los cuales una parte deben ser descendientes de dominicanos. Los nacidos en España son 6 mil 720, siguiendo los 4 mil 416 de Puerto Rico, 4 mil 40 italianos, 3 mil 643 de China y 3 mil 599 franceses. De Venezuela, Cuba y Colombia han llegado 3 mil 434, 3 mil 145 y 2 mil 738 personas respectivamente.

Contando la población descendiente de extranjeros, nacida en el país, la encuesta totaliza 244 mil 151 personas, de los cuales 209 mil 912 son de origen haitiano y los restantes 34 mil 239 de otras nacionalidades.

Los inmigrantes y sus descendientes nacidos en el país totalizan 768 mil 783 personas, de los cuales los de origen haitiano son 668 mil 145, cifra que sigue muy por debajo de las cantidades que se manejan en el debate público sobre la inmigración proveniente del vecino país.

 

Que no nos empujen al mar

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No ha habido ningún funeral en Catedral, ni se decretaron días de duelo. Ninguna autoridad ha declarado, siquiera por rubor, consternación ante la inmensa tragedia en la que por lo menos 52 dominicanos perecieron el fin de semana anterior en el naufragio de la yola en la que transportaban sus sueños de progreso hacia los Estados Unidos, vía Puerto Rico.

Tampoco se proclamó un alerta general ni se movilizaron aviones ni helicópteros cuando al amanecer del sábado 4 de febrero se produjo el naufragio ahí mismo, saliendo apenas de la bahía de Samaná, del que se supo en pocas horas por las habilidades de algunos que lograron sobrevivir, que serían en total 13. Como se afirma que la yola llevaba más de 70 hombres y mujeres, se presume que las víctimas fatales serían cerca de 60.

Lo más desgarrador fue cuando la tarde del miércoles la marea arrojó hacia la costa 23 cadáveres ya descompuestos, y dirigentes comunitarios y la pobre Alcaldía del municipio tuvieron que hacer una colecta para proporcionar combustible a las yolitas de pescadores que protagonizarían el rescate. Depositados en fundas plásticas, sin fotografías que permitieran identificarlos, esos despojos humanos fueron  rápidamente depositados en una tumba colectiva.

La tragedia de la bahía de Samaná retrató de cuerpo entero tanto la miseria como la insensibilidad de la sociedad dominicana que sigue empujando hacia el mar a muchos de los que quieren salir de la pobreza y las privaciones y que lo venden todo o se endeudan ellos y sus familias para correr la aventura de las yolas, a través de las cuales decenas de miles han realizado sus sueños. Pero no se sabe cuántos los han hecho naufragar para siempre.

El Centro Bonó fue tal vez la única institución que dio una mirada profunda al drama de Samaná con una declaración titulada “No dejemos que nos sigan empujando al mar”, con la que no sólo condena a quienes por comisión u omisión permiten el impune y millonario tráfico de indocumentados, sino que también desentraña sus raíces en la pobreza que según la CEPAL afecta al 47.8 por ciento de la población nacional, con casi 20 por ciento de indigentes.

Lo peor es que no son los indigentes los que asumen la aventura de las yolas, sino los desesperanzados, los que no se conforman con el chiripeo, los salarios de sobrevivencia y las boronas en forma de fundas, cajitas o tarjetas para mantener la pobreza.

A menudo se van y se mueren los que muestran más empeño en salir adelante, los de mayor energía, dejando aquí los conformistas, los deprimidos y los reducidos a vivir de limosnas políticas.

Hemos desarrollado una gran insensibilidad y vemos esas tragedias como inevitables, como simple consecuencia de la irreflexión, aunque sabemos que el negocio deja cientos de millones de pesos cada año y ha sido fuente de grandes acumulaciones. Contradictoriamente es el millón de dominicanos y dominicanas emigrados en las últimas cuatro décadas, el que mantiene la estabilidad de la economía nacional. Sin los tres mil millones de dólares que remesan cada año, el naufragio hubiese sido total.

Hagamos un responso por estos náufragos, y expresemos solidaridad con sus acongojados familiares, pero acogiendo el llamado del Centro Bonó a no permitir que nos sigan pisoteando el presente y el futuro, “exigiendo el cumplimiento de la ley y el pleno ejercicio de los derechos, luchando por un país de oportunidades equitativas para todos y todas”.

El valor de nuestros emigrantes

Por Juan Bolívar Díaz
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Todavía no se ha estudiado suficientemente el valor de los emigrantes dominicanos que en el último medio siglo se expandieron por el mundo en busca de mejores condiciones de vida, manteniendo profundas raíces con sus orígenes nacionales, aunque sometiendo a sus descendientes a la simbiosis transcultural.

Ellos han sido vitales para el sostenimiento y el relativo desarrollo de la sociedad dominicana.

Desde luego que no han sido pocos los aportes de los investigadores dominicanos y académicos extranjeros, especialmente de los integrados a instituciones como el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de Nueva York o al Voluntariado de Madres Dominicanas en España (Vomade), para sólo citar dos de las más conocidas.

Pero aún así la mayoría de los dominicanos tiene una gran ignorancia sobre lo las dimensiones, aportes y significados de la diáspora dominicana, a la que de ordinario se tiende a subestimar y hasta estigmatizar, como si todos y todas fueran narcotraficantes, trabajadoras sexuales o desclasados inadaptados.

El diario El Caribe recogió el 14 de junio un informe del Consejo Nacional para las Comunidades Dominicanas en el Exterior (CONDEX) que estima en cerca de dos millones los nacionales que residen en el exterior, lo que equivale al 20 por ciento de lo que sería la población de la República Dominicana. De ellos 1 millón 334 mil estaban radicados en Estados Unidos en el 2008. En Nueva York los y las dominicanas constituyen la segunda concentración latina y en Puerto Rico la primera colonia extranjera.

En Borinquen la comunidad dominicana era oficialmente de 69 mil 864, según censo del 2006, pero hay mucho más indocumentados, por lo que se les estima hasta en 300 mil. En España las estadísticas oficiales los cuantificaban hace tres años en 80 mil 973, pero Vomade los cifra sobre cien mil. El informe del CONDEX recoge el dato oficial de 18 mil 591 del Instituto Italiano de Estadísticas, y 11 mil 600 en Holanda.

Dominicanos hay por millares en casi todas las islas del Caribe, en Centroamérica, y en múltiples naciones de Europa y Sudamérica, y se les encuentra en lugares tan distantes como Irak o Japón, y tan fríos como Alaska, Suecia o Rusia. En todas partes se fajan en cualquier tipo de trabajo, laborando horas extra para enviar remesas a los que dejaron aquí, y soñando con acumular para volver a los suyos.

Las estadísticas oficiales indican que desde el 2008 las remesas de los migrantes dominicanos pasan de los 3 mil 100 millones de dólares por año, una cifra fundamental en el precario equilibrio de las finanzas nacionales. Sin ese aporte que llega al 20 por ciento de la población nuestra pobreza sería mucho mayor.

En otra perspectiva, si esos casi dos millones de dominicanos no hubiesen emigrado, las tensiones sociales hubiesen hecho explosión, sobre todo si se tiene en cuenta que una alta proporción de ellos y ellas son de los que más acunaban el inmenso deseo de progresar y cambiar el curso de sus vidas.

Honor especial hay que reservar a esas decenas de miles que desde los años setenta tuvieron la valentía de emigrar en yolas hacia Puerto Rico, jugándose la vida en búsqueda de progreso. No se sabe cuántos perdieron la partida, pero los sobrevivientes son suficientes para testimoniar el profundo valor de esa migración.

Lo penoso y negativo es que al emigrar los que más deseos de progreso sustentaban, dejaron campos, pueblos y barrios poblados con los más conformistas. Los mejores son los que no se resignan a la pobreza. !Loor a los emigrantes dominicanos!