Despedida al general Valdez Hilario

Por Juan Bolívar Díaz

Hago un alto en el camino para rendir homenaje al general Rafael Adriano Valdez Hilario, un militar de vocación y sentido del honor cuya responsabilidad y sensibilidad me obligó a revalorizar la carrera militar después de la deshonra de la tiranía de Trujillo y la autocracia de Balaguer.

Cargando el peso nonagenario, el general descansó definitivamente en la conmemoración de la Restauración de la República. Descanso que se había ganado y merecía desde que se le agotó la capacidad para hablar, convirtiendo en una tortura su persistente empeño por comunicarse con los demás, la mayor prenda de la condición humana.

Ya lo había despedido en mayo del 2011 cuando escribí: “Ahora que todavía está consciente debemos reconocer a don Rafael Adriano Valdez Hilario como el general de la transición democrática nacional”.

Me refería al estelar papel jugado por Valdez en el primer año y medio del gobierno del presidente Antonio Guzmán, cuando se inició la transición a la democracia, proceso que tres décadas y media después está todavía inconcluso debido a los atavismos autoritarios, a los arrebatos y a la imposición que han signado la vida institucional de la nación.

Recuerdo aquel período 1978-79 cuando la sociedad dominicana se ilusionaba con dejar atrás las etapas de la dictadura y la anarquía y Valdez se constituía en un soldado garante de la transición, con firmeza y visión de futuro, despidiendo al generalato que pretendía retener el pasado autoritario encarnado en un caudillo y doblegando la soberbia de los que se creían por encima de las instituciones nacionales. Y cuando a él mismo le relevaron, muy temprano, de la jefatura de las Fuerzas Armadas pidió su retiro  con dignidad y vocación institucional, porque eso es lo que mandaba su ley orgánica.

Rafael Adriano Valdez abrió las puertas de los recintos militares a los comunicadores precursores de la democratización del país y proclamó la reconciliación de las Fuerzas Armadas con la población y el liderazgo civil, invitando al libre ejercicio de la comunicación, a la crítica constructiva, al respeto por la diversidad. Él, que se inició en la vida militar en plena tiranía y sufrió en silencio la intervención militar extranjera, se sabía protagonista de un salto histórico.

Aún en la cuasi dictadura de Joaquín Balaguer, Valdez Hilario ejerció con honorabilidad diversas posiciones militares y en funciones como la de director del Instituto Agrario Dominicano. Lo mismo haría posteriormente como embajador de la nación en Haití y Chile y como legislador.

Fue más generoso que la mayoría de sus compañeros de armas y más valiente que el liderazgo político cuando en el 2003 pidió públicamente al presidente Hipólito Mejía que reivindicara a los militares marginados y relegados por haber sido partidarios del gobierno y la Constitución democrática de 1963. Me consta que lamentó la cobarde  ingratitud de los beneficiarios políticos de la gesta constitucionalista de 1965, de la que él no fue parte.

Ahora que se ha marchado, su figura se agiganta en el recuerdo de quienes fuimos testigos y cronistas de la alborada democrática, por lo que me inclino reverente ante sus familiares, especialmente  sus tres hijas y su abnegada compañera de la segunda mitad de su vida, Rosario de la Mota. Su humilde mansedumbre, su altiva dignidad y su sentido del honor brillarán en la memoria de quienes escriban la historia de las Fuerzas Armadas dominicanas. ¡Salve Rafael Adriano Valdez Hilario, el mayor general de la transición democrática!

Aciertos en la política exterior

Por Juan Bolívar Díaz

No solo la laboriosa y honorable proporción de origen palestino y árabe que es  parte significativa de la dominicanidad debe sentirse satisfecha por la visita del primer ministro de Palestina Mahmoud Abbas, recibido con los honores que merece por el Gobierno del presidente Leonel Fernández, sino toda la sociedad dominicana.

 Satisface también el anuncio de que el Estado Palestino abrirá en Santo Domingo una embajada y que esta será sede central en la promoción de las relaciones de esa nación con la región del Caribe y toda América Latina. Eso ha sido posible gracias a la firme determinación del Gobierno dominicano de reconocer los derechos del pueblo palestino.

 Ha sido una valiente decisión, dada la obsoleta dependencia de la política exterior dominicana de las posiciones e intereses de los Estados Unidos,  más allá de toda equidad y racionalidad, y ninguna mezquindad puede impedir ese reconocimiento.

 Por las raíces de árabes y palestinos en el país y sus múltiples contribuciones al crisol racial y de nacionalidades que constituyen la dominicanidad, pero también por elemental justicia internacional, tenemos que seguir dando apoyo a los justos reclamos para que el Estado Palestino sea una realidad plena  en el escenario internacional.

 Nada puede justificar que más de seis décadas después de constituido el Estado de Israel en territorios que entonces eran de dominio palestino, se esté condicionando el reconocimiento del Estado Palestino a que a los israelíes les dé la gana de aceptar las infinitas resoluciones y clamores internacionales  para que haya lugar para todos bajo el sol. Sólo los intereses económicos, las miserias y el oportunismo de la política electoral determinan la posición de los gobernantes norteamericanos.

El reconocimiento del Estado Palestino tiene que ser acompañado de la promoción de la convivencia en paz de  los rivales del Medio Oriente y no al revés.

Valga la circunstancia para reconocer la amplitud de la política exterior del presidente Fernández, que abandonó el tradicional aislamiento dominicano ante el mundo árabe y que nos hace recordar que África también existe, reivindicando la soberanía nacional. Está pendiente la realidad de la República Popular de China, a pesar del cariño y la gratitud por el pueblo de Taiwán que debió  conseguir reconocimiento como nación de haberlo buscado en vez de empeñarse en pretender que su minúsculo territorio y población eran la inmensa China de 1,300 millones de habitantes.

Por la visión y vocación internacionalista del presidente Fernández su política exterior es de las mayores prendas de sus tres períodos gubernamentales. Y es una lástima que haya sido opacada parcialmente por los excesos de embajadores botellas en los organismos internacionales, por las decenas de vicecónsules, por los viajes excesivos a ritmo mensual, por las desproporcionadas misiones y delegaciones y el gasto desmesurado.

Tampoco le han ayudado a obtener el justo reconocimiento los desbordamientos de alabarderos y turiferarios que ven al presidente Fernández liderando el esfuerzo por concretar la paz entre judíos y palestinos, en lo que han fracasado numerosos líderes de las naciones determinantes, o los que pretenden que le sobran los méritos para obtener el Premio Nobel de la Paz. Lo que nadie debe discutirle es el mérito de haber abierto al mundo las relaciones de la República Dominicana.

 

El general de la transición democrática

Por Juan Bolívar Díaz
http://hoy.com.do/image/article/617/460x390/0/BDE0BCAE-252E-4BFA-B1D9-C829EBBE6D76.jpeg

“Ayer protegí celosamente nuestro ecosistema. Hoy a mis 92 años  te invito a convivir en armonía con nuestro planeta. Aunemos esfuerzos”. Con este texto escrito sobre una bolsa de tela se hizo presente el mes pasado entre sus amigos el general de la transición democrática. En un lado de la bolsa el militar inspecciona manglares, del otro el ciudadano en mangas de camisa se rinde ante la belleza de unas orquídeas.

 En la pasada Navidad le visité y quedé impresionado por el esfuerzo que hizo para comunicarme sus sentimientos, pero las cuerdas vocales se negaron a obedecerle y  pude percibir el asomo de una lágrima, testimonio de que todavía mantiene alerta sus facultades cerebrales. Pero sin duda que se está agotando el general.

  Lo evoco en aquellos días de la transición democrática de 1978 cuando como secretario de las Fuerzas Armadas del gobierno del presidente Antonio Guzmán le correspondió la responsabilidad de iniciar la profesionalización de los militares, sacándolos de la actividad política donde los había instrumentado Joaquín Balaguer.

 El general Rafael Adriano Valdez Hilario entregaba bandejas de despedida a aquellos duros militares que encarnaron el poder represivo de los doce años, con firmeza y serenidad, consciente del histórico papel institucional que le tocaba desarrollar. No había en él prepotencia ni provocación, pero tampoco titubeos ni temor.

 A fin de cuentas ya había pasado por coyunturas difíciles, como la del ajusticiamiento de Trujillo, cuando fue apresado, torturado y puesto en retiro por su amistad con el entonces secretario de las Fuerzas Armadas, Pupo Román, involucrado en el tiranicidio. Sería reivindicado por el general Rodríguez Echavarría a quien se unió en la jornada del 19 de noviembre de 1961 que liquidaría los remanentes de la tiranía.

 Lo había conocido someramente a principios de los setenta cuando tomó muy en serio su designación como director del Instituto Agrario Dominicano y se comprometió  con la aplicación de las leyes que reivindicaban al agricultor, impulsando asentamientos arroceros que todavía hoy representan el mayor éxito del agrarismo dominicano.

 Pero fue en la transición democrática que lo conocí y aquilaté. Nos acercó la circunstancia de que el diario El Sol, que yo dirigía, lo salvó del retiro maquiavélico que le trataba de imponer Balaguer unos días antes de la juramentación de Guzmán, cuando trascendió que sería el secretario de las Fuerzas Armadas del nuevo régimen. Una denuncia firme y oportuna le permitió asumir el cargo y cumplir un rol estelar.

 No entendí por qué fue relevado del cargo apenas año y medio después. Pareció que no se prestó a las trapisondas que se impulsaron desde el Palacio Nacional para reducir el liderazgo de José F. Peña Gómez, cuando ya algunos vislumbraban que sería un obstáculo al continuismo. Con la dignidad que le caracterizó en su carrera militar de cuatro décadas, Valdez Hilario solicitó al presidente que lo pusiera en retiro, en atención a la ley orgánica de las Fuerzas Armadas y considerando que había cumplido su misión.

 Don Adriano fue dos veces embajador en Haití y otra en Chile y sus últimas funciones públicas fueron de diputado por dos períodos consecutivos, entre 1994 y el 2002 en representación del Partido Nacional de Veteranos y Civiles.

 Como prueba de su nobleza queda la carta que dirigió al presidente Hipólito Mejía en mayo del 2003 encareciéndole la reivindicación de los militares que asumieron en 1965 la defensa de la Constitución y la soberanía nacional, aunque él fue del bando contrario “obedeciendo designios ideológicos y de dominación”.

 Ahora que todavía está consciente debemos reconocer a don  Rafael Adriano Valdez Hilario proclamándolo como el general de la transición democrática nacional.