Un peligroso llanero solitario

Por Juan Bolívar Díaz
22_01_2017 HOY_DOMINGO_220117_ Opinión9 A
No solo el contenido, sino también el lenguaje corporal, ese rostro adusto, casi sostenidamente enojado, demuestran por qué Trump no fue el candidato de las academias, de los científicos, de los grandes centros del pensamiento y de la comunicación, ni de las élites políticas y sociales que han hecho grande a su país, con sus aciertos y errores, y por qué llega a la presidencia con aprobación de apenas 40 por ciento y rechazo histórico del 55 por ciento de sus compatriotas. Su antecesor Barak Obama se juramentó por primera vez con 78 por ciento de aprobación y ha concluido con 60 por ciento.
El mundo y la conciencia civilista de Estados Unidos tienen razón para estar preocupados por el ascenso de este llanero solitario, que pretende cambiar de un plumazo el curso de la historia, despreciando hasta a sus aliados, y pretendiendo borrar la globalización en gran medida fruto de sus propios éxitos, para lo cual se ha comprometido a ignorar y deshacer tratados internacionales y por lo menos un siglo de la humanidad.
Contrario a lo que todo el mundo entiende, el discurso de Donald Trump presenta unos Estados Unidos al borde del colapso, víctima del resto del mundo, obligado a encerrarse en sus compras y contrataciones, como si su vasta industria pudiera sobrevivir dentro de sus fronteras, como si sus riquezas no estuvieran teñidas por el sudor y hasta la sangre de los trabajadores malpagados por los capitales transnacionales predominantemente norteamericanos. Lo ve perdido en el crimen cuando este disminuyó drásticamente en las últimas tres décadas.
Con una fortuna personal de 10 mil millones de dólares y un gabinete predominantemente de millonarios, blancos y casi todos hombres, pretende redimir el empleo que le ha arrebatado la globalización y la inmigración, ignorando los efectos de la automatización de un régimen que ha concentrado la riqueza en el uno por ciento de la humanidad, que posee lo mismo que el restante 99 por ciento, donde 8 hombres, seis de ellos estadunidenses controlan la mitad de la riqueza universal, como acaba de mostrar Oxfam Internacional, al compás de un capitalismo salvaje que ha hecho una crisis de la que los norteamericanos son los menos afectados. Promete reducir los impuestos a los más ricos y comienza revocando la ampliación de programas de salubridad de los más pobres.
El discurso es equívoco y peligroso también al plantearse el solitario exterminio del radicalismo islámico, sin la menor consideración de sus aliados históricos, como si su ejército estuviera depauperado, aunque el gasto militar norteamericano, sobre los 600 mil millones de dólares anuales, supera el del conjunto de los siguientes seis países, como plantea Eric Schmitt, en un análisis para The New York Times.
Donald Trump ha prometido demagógicamente restringir al máximo la inmigración y hasta deportar a 11 millones de inmigrantes, pero sin decir si los estadounidenses están dispuestos a sembrar y recoger la agricultura del sur y el oeste y asumir los duros trabajos mal pagados de la limpieza urbana, del transporte y los servicios domésticos y de los edificios.
Habrá que esperar para ver si el choque con la realidad de los grandes intereses norteamericanos en todo el mundo y de las élites y las urbes hacen despertar a Trump de sus sueños redentoristas-fundamentalistas. Recuérdese que al fin de cuenta no ganó en una sola ciudad de más de un millón de habitantes y que sacó casi tres millones de votos menos que su principal contrincante en la elección.
Mientras tanto, hay motivos para preocuparse por la llegada del huracán Trump a este mundo con pocos líderes extraordinarios. Cualquiera se refugia en el humanismo y la renovación espiritual que empuja, casi solo, el Papa Francisco.

Donald Trump:la incertidumbre

Por Juan Bolívar Díaz

boceto trump

La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos se inscribe dentro del “reinado de la incertidumbre” al que atribuimos en este mismo espacio, el 26 de junio pasado, el voto de la mayoría de los concurrentes al referendo que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Escribimos entonces que el imperio de la incertidumbre “se traslada a Estados Unidos, donde ya no se puede descartar que pueda alcanzar el poder el señor Donald Trump”, y lo atribuíamos al desconcierto que ha producido la crisis del orden económico internacional “que no ha perdonado ni al estado de bienestar logrado por los europeos y norteamericanos tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial”.

Estados Unidos ahora, como el Reino Unido en junio, quedó dividido en dos mitades, y en ambos casos el resultado fue contradictorio al voto de las grandes urbes y los centros del poder, como si fuera el campo y las zonas menos desarrolladas contra las ciudades concentradoras de la riqueza y el bienestar, y los jóvenes pierden de los mayores.

En el caso norteamericano es más significativo, ya que Hillary Clinton superó en 430 mil votos a Trump, con porcentajes de 47.7 a 47.4, aunque el republicano consiguió la presidencia gracias al sistema de delegados estatales. Ella ganó con amplias ventajas en los estados más modernos e influyentes y en todas las grandes ciudades: Más del 60% en California, Massachusetts y Maryland, con más del 55% en Nueva York (59%), Nueva Jersey, Connecticut y Washington. Perdió Florida 48 a 49 %, pero arrasó en la ciudad de Miami, en el condado Miami Dade 64%. Y en el Distrito de Columbia, donde está la capital Washington, Trump apenas alcanzó un increíble 4%.

Por estratificación de edades el resultado también es relevante: Clinton ganó 55 a 47% en el segmento de 18-29 años, y 50 a 42% en el de 30-44%. Trump alcanzó 53% en la población mayor de 45 años.

En Estados Unidos, como en Europa la crisis económica del capitalismo ha cobrado sus costos a las clases medias, sobre todo fuera de los grandes centros del poder, mientras las riquezas se concentran cada vez más en el 1 por ciento de la humanidad, 72 millones de personas. La población más afectada reacciona contra el “establishment”, responsable de la reducción o congelación de su bienestar.

Como adelantan las protestas juveniles en las urbes, y hasta el resurgimiento de un movimiento separatista en California, y como ha quedado dividido Estados Unidos, Trump no tendrá un camino florido, y por más que controle el Congreso, no llegará muy lejos en sus radicalismos y tendrá que aterrizar.

Las reacciones de los mandatarios de Alemania y Francia y de las agencias de las Naciones Unidas indican el reconocimiento del triunfo de Trump pero también las advertencias de respeto a la diversidad universal y a los principios y compromisos de las relaciones internacionales.

Probablemente no llegue a haber un muro en la frontera con México, y mucho menos que este país tenga que pagarlo. Más difícil será deshacer los tratados comerciales internacionales que afectarían al establishment norteamericano, o romper con la OTAN, pero como Trump tendrá que hacer algo de lo prometido, los inmigrantes latinoamericanos, incluyendo los dominicanos, pagarán los platos rotos, sin desestabilizar al vecino México y serán revocados los deshielos con Cuba.

Todo apunta al incremento del reinado de la incertidumbre en el mundo. El desorden económico no garantiza seguridad para nadie. Por suerte tenemos al Papa Francisco, que se empeña en remozar a la Iglesia y llega a pedir perdón por los católicos que dan la espalda a los pobres. Algo es algo en esta desolación.