Patriotas que salen caros

Por Juan Bolívar Díaz
14_06_2015 HOY_DOMINGO_140615_ Opinión9 A

Un informe entregado esta semana por las nuevas autoridades del Ministerio de Energía y Minas ha puesto nuevamente sobre el tapete el enorme reparto del Estado en que se ha fundado el dominio político en los últimos años y en particular los caros que han resultado los mayores exponentes del patriotismo nacionalista.

En apenas un año de iniciadas sus operaciones bajo la administración del recién renunciante Pelegrín Castillo, dirigente de la Fuerza Nacional Progresista, ese ministerio ya registraba un enorme desorden financiero, con gastos desmedidos, atrasos salariales y de cuentas por pagar. El personal fijo y bajo contrato que ya ascendía a 368 costaba 26 millones 39 mil pesos mensuales, que de inmediato el nuevo ministro Antonio Isa Conde ha reducido a 21 millones, lo que implica un ahorro de 60 millones de pesos anuales.

La dimensión de los salarios queda de manifiesto en que el promedio era de 70,759 pesos mensuales, en un país donde el 85 por ciento de los asalariados formales recibe menos de 20 mil pesos mensuales, y donde 40 por ciento de los empleados estatales apenas alcanzan los 5,117 pesos por mes.

Pero el ministerio de Pelegrín Castillo tenía 29 asesores con promedio de 161 mil pesos y otros tres promediaban 556,166 pesos mensuales. En los primeros 4 meses de este año ya el ministerio había consumido el 56 por ciento de su presupuesto para todo el año, lo que proyectaba un déficit al cierre del año de 145 millones de pesos, 69 por ciento sobre su asignación.

En vez de responder sobre lo informado, el exministro Castillo se refirió a los ingresos del Fondo 1974 que la Ley de Combustibles destina al fomento de energías renovables, ripostando que nunca recibió los 1,200 millones de pesos correspondientes al mismo, porque quedaban en el Ministerio de Industria y Comercio para pagar una nominilla de 4 mil compañeritos de partido.

La respuesta de Pelegrín es indicativa de que persiste el pago de las nominillas políticas por numerosas instituciones del Estado denunciado y documentado en el 2008 no solo como un abuso contra el patrimonio público, sino también un ventajista y rentable reparto con fines políticos partidistas.

Ese reparto ha sido persistente en los organismos encargados a los aliados políticos del partido gobernante, como el Ministerio de Minas, el de Relaciones Exteriores hasta hace un año, el quebrado Banco Nacional de la Vivienda, la Lotería Nacional, la Dirección de Bienes Nacionales, anteriormente en el Instituto de Recursos Hidráulicos y otros donde se han denunciado escándalos y donde las auditorías de la Cámara de Cuentas han revelado irregularidades.

Pero los nacionalistas particularmente han salido caros, si tomamos en cuenta cómo otro adalid, José Ricardo Taveras, administró varios años la Dirección General de; Migración, donde tan solo entre 2012 y 2013 gastó discrecionalmente 925 millones de pesos, provenientes de tasas que aumentaba a su conveniencia, sin pasar por la Cuenta Unica del Tesoro. Y entre 2011 y 13 destinó 36.6 millones de pesos a comidas y bebidas para el personal de la dirección ejecutiva que disfrutaba de altos salarios, dietas, gastos de representación, viáticos, combustibles y gratificaciones.

Sería injusto ignorar que el Gobierno del presidente Danilo Medina ha hecho esfuerzos por reducir la malversación y el derroche del gasto público, pero en general ha respetado el inmenso reparto del Estado en que se fundó el liderazgo de su antecesor. Es particularmente relevante que haya evadido el cumplimiento de la Ley 105-13 de Regulación Salarial del Sector Público que el 8 de agosto cumplirá dos años de que Medina la promulgara, tras años de consultorías nacionales e internacionales y de consensos y discusiones legislativas.

Habremos de seguir soñando que un día algún gobierno ponga fin al derroche que ha situado la nación entre los diez líderes en malversación en las evaluaciones de 144 países incluidos en el Indice de Competitividad del Foro Económico Mundial. Alguna vez será.

El genocidio civil sacude a la JCE

Por Juan Bolívar Díaz
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Nadie puede asegurar cuántos son los descendientes de extranjeros  que han sido víctimas del genocidio civil que desde el 2007 ejecuta la Junta Central Electoral (JCE), pero un inventario realizado en 168 oficialías del Estado Civil arroja 22,673 nacidos entre el 1982 y el 2010 que podrían ser afectados, 84 por ciento de origen haitiano.

El resultado de la investigación dispuesta por el Coordinador de la Comisión de Oficialías de la Junta Central Electoral, José Ángel Aquino, llevó a este miembro titular del organismo a plantear un proyecto de ley para solucionar el escándalo, lo que provocó el enojo de su presidente, Roberto Rosario, y un preocupante conflicto público.

De 67 nacionalidades.  Aunque el inventario de madres extranjeras no residentes que registraron hijos entre  1982 y  2010 implicó a personas de 67 nacionalidades, el 84 por ciento afecta a descendientes de haitianos, proporciones coherentes con las “más de 60 nacionalidades” y el 87 por ciento de origen haitiano, que arrojó la reciente Encuesta Nacional de Inmigrantes. De un total de 22,663 casos, los de ascendencia haitiana son 19,015.

La segunda mayoría es la estadounidense, con 521, el 2.29 por ciento,  y 470 de China para 2.07 por ciento. De Venezuela se registran 218, de España 198, de Holanda 117 y  de Cuba 101.

La mayor parte están en el Sureste, asiento fundamental de la industria azucarera que atrajo las primeras inmigraciones haitianas. Por provincia, La Romana encabeza con 7 mil 55, el 31 por ciento, seguida del Distrito Nacional, con 2,809, el 12 por ciento y San Pedro de Macorís con 2, 392 casos para un 10.5 por ciento. La Altagracia registra 1,986, el 9 por ciento, Monte Plata 1,528, el 7 por ciento y la provincia de Santo Domingo el 5 por ciento, con 1,071 casos.

El informe detalla los casos por municipios, lo que permite apreciar más claramente el influjo de los ingenios azucareros y que se trata de viejos inmigrantes, dada la decadencia de la producción azucarera en las últimas dos décadas. Resaltan los municipios cañeros como Guaymate, con 3,521 casos, casi igual que los 3,534 de La Romana. San Pedro de Macorís con 2,032, San Rafael del Yuma con  662, Bayaguana 884, Esperanza 847, El Seibo 810, Santo Domingo Este 789, Sabana Grande de Boyá 601, Higüey 324, Hato Mayor 269, Sosúa 214, y Bajos de Haina 183.

Alcances del inventario.  Ante las denuncias nacionales e internacionales sobre el creciente despojo de la nacionalidad, en el año 2010 el doctor José Angel Aquino, en su calidad de coordinador de la Comisión de Oficialías de la JCE, auspició un formulario a las 168 oficialías del Estado Civil para recabar información sobre el número de hijos que pudieran ser afectados por la Resolución 12-07, de diciembre de 2007 de la JCE, la cual ratificó la Circular 17 de su Cámara Administrativa, que el 17 de marzo de ese año prohibió a los oficiales civiles expedir copias de actas de nacimiento “relacionadas con padres extranjeros que no han probado su estatus legal de residencia”.

La circular 17, que inició el genocidio civil, fue emitida a espaldas del Pleno de la JCE, bajo la firma de Roberto Rosario que presidía la Cámara Administrativa, y con la aprobación de Aquino y del doctor César Francisco Féliz, miembros. Ante las múltiples protestas, la disposición fue llevada 9 meses después al Pleno que la ratificó a unanimidad, aunque poco después los miembros Aura Celeste Fernández y Eddy Olivares pidieron su derogación, en sendos documentos, por  considerarla inconstitucional e ilegal.

El 12 de diciembre de 2012 Aquino dirigió una comunicación a seis  funcionarios de la JCE, encabezados por la directora del Registro Civil, dando cuenta del inventario, que totalizó los 22,673 casos en disputa. Detalla que 12,914 de las inscripciones de hijos de madres extranjeras, más de la mitad, se hicieron sin documento alguno, 3,597 con pasaportes, 2,895 con fichas (del Consejo Estatal del Azúcar), 2,749 con cédulas, 496 con carné y 22 con seguro social. Recoge el nombre del inscrito, de la madre y el padre, con sus respectivas nacionalidades y documentos, si los tenían, fecha, así como número del libro, folio y acta.

Trasciende el conflicto.  La iniciativa de Aquino lo ha distanciado de la posición radical de Rosario, y lo ha acercado a la que sustentó solitario el miembro titular Eddy Olivares. Ambos rechazaron la decisión de enviar los 22,673 casos a Migración y han coincidido también en cuestionar aspectos fundamentales de los términos de condiciones para adquirir equipos, materiales y servicios para la emisión de una nueva cédula de identidad para la totalidad de la ciudadanía. Rosario cuenta con el apoyo de los magistrados Féliz y Altagracia Graciano de los Santos.

La confrontación se ha manifestado en los medios de comunicación y ante comisiones congresionales, originando la creación de una comisión de diputados para indagar el conflicto, en medio de alientos de los militantes del antihaitianismo que hace tiempo quieren la cabeza de Olivares, y ahora también la de Aquino.

Esta semana el Pleno de tres de la JCE rechazó que “se hayan presentado a nuestras instalaciones la cantidad de 22,673 personas a solicitar la expedición de actas de nacimiento y que las mismas se les hayan negado”. Dicen que ninguna dependencia de la JCE dispuso el inventario y que éste “ha sido únicamente responsabilidad” del magistrado  Aquino”, ignorando su  condición de coordinador de la Comisión de Oficialías y que al remitir el inventario a los magistrados, el 24 de abril, Aquino dijo que fue hecho por los oficiales del Estado Civil y los formularios “fueron revisados y remitidos a nuestro despacho por la Dra. Dolores A. Fernández Sánchez, Directora Nacional de Registro del Estado Civil”.   Aquino no ha dicho que los 22,673 casos se han presentado a solicitar copias de actas, sino que están expuestos a ser afectados.

  Cuántos son los excluidos.  Nadie ha podido precisar con certeza a cuántas personas de ascendencia extranjera, nacidas en el país y registradas como dominicanas se les ha negado copias de su acta de nacimiento desde que se emitió la Circular 17 en  2007, aunque se concuerda en que son miles. Menos se ha podido saber cuántos son los potencialmente expuestos, además de los 22,673 del inventario, ya que el mismo solo cuantificó a partir de 1982, y han aparecido afectados sobre 50 y hasta 60 años de edad, aunque como la generalidad es pobre, pocos son los que requieren una copia de su acta de nacimiento, teniendo cédula, después de los 40 años. Si para emitir la nueva cédula se requiere el acta de nacimiento, entonces serían varias decenas de miles los afectados. El comunicado del Pleno afirma que “solo se ha suspendido la expedición de 4,338 actas del estado civil, de las cuales solo unas 1,088 corresponden a casos de madres extranjeras no residentes, considerados irregulares o viciados”. Pero no indica cuántas están bajo investigación, sin suspensión formal, pero negadas de facto.

Ya el 16 de julio de 2008, en un “Comunicado a la Opinión Pública” que se incluye textualmente como Anexo IX.12 en el Volumen III del Informe Política Social: Capacidades y Derechos, de la Oficina de Desarrollo Humano del PNUD, 2010, la JCE informó que tenía bajo investigación 9,028 expedientes que “afectan las actas del Estado Civil, de los cuales “3,115 actas de nacimiento investigadas en virtud de la Circular 17 emitida por la Cámara Administrativa de esta institución”. Una fuente bien informada de la propia JCE sostiene que casi cinco años después serían unos 7 mil a quienes se les ha negado la expedición de copias de sus actas de nacimiento.

Los propios grupos de solidaridad con los afectados por la desnacionalización tampoco han podido precisar cantidad. En  2011 el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes cuantificó 1,584 en un estudio que abarcó solo las comunidades de Don Juan y Quisqueya de San Pedro de Macorís, Monte Plata, Guaymate y Neiba.

Proyecto de solución
Aquino había sido, junto a Rosario, un fervoroso defensor de la Circular 17 y de la Resolución 12-07, pero el inventario y la magnitud de las denuncias, nacionales e internacionales, le hicieron consciente del alcance del genocidio civil. Debió considerar también que habrían otros miles inscritos antes de 1982, por lo que elaboró un “Anteproyecto de Ley sobre Registro de Nacimientos de Hijos (as) de Madres Extranjeras No Residentes en la República Dominicana”, con la esperanza de “contribuir a buscar una solución”, planteando que “Resulta imperiosa la necesidad de discutir propuestas e ideas que definan este tema de manera integral, tomando en cuenta su aspecto legal y humano, con el propósito de evitar la ocurrencia de casos de apatridia y garantizar el derecho a un nombre, identidad y nacionalidad de los afectados”.

El anteproyecto crearía un procedimiento para conceder la nacionalidad dominicana al titular de las actas de nacimiento suspendidas, previo aporte de documentos que demuestren sus vínculos con el país y que la JCE realice las investigaciones correspondientes. Es un híbrido con intención de resolver el conflicto, pero ha sido rechazado por los dominico-haitianos y sus defensores, bajo el criterio de que no se les puede conceder lo que ya habían obtenido por derecho, porque daría visos de legalidad al despojo de que han sido víctima y podría prestarse a discriminaciones.

En principio el anteproyecto  tuvo apoyo de la Comisión de Oficialías de la JCE, pero la oposición radical de Rosario logró que lo desestimaran, lo mismo que hizo el Pleno de la Junta en sesión del 21 de febrero pasado, que dispuso “Unico: Desestimar el Anteproyecto…y documentar los 22,673 casos de extranjeros que han sido identificados en los Libros Registros de nacimiento y remitirlos a la Dirección General de Migración, para que esta institución tome la decisión al respecto”, según reza la certificación escrita y firmada por el secretario general de la JCE, Hilario Espiñeira Ceballos.

 

Habrá que aterrizar el Reglamento de Migración

Por Juan Bolívar Díaz
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El demandado Reglamento de la Ley General de Migración 285-04, que tomó siete años para su aprobación, contiene normas tan difíciles de implementar que están obligando a una flexibilización de facto al entrar en vigencia ocho meses después de su promulgación el 19 de octubre pasado.

Los costos que se está imponiendo a la contratación de los trabajadores inmigrantes (entiéndase haitianos), que se estiman entre 20 y 30 mil pesos por persona, son tan elevados que no podrán ser cubiertos por ellos ni por la mayoría de sus contratantes, lo que podría frustrar el objetivo fundamental de la regularización.

Regular, no penalizar.   El Reglamento 631-11 tomó más de siete años para su elaboración, desde la promulgación de la Ley General de Migración 285-04 en agosto del 2004 al terminar el gobierno de Hipólito Mejía,  y fue promulgado por el presidente Leonel Fernández el 19 de octubre del 2011, en medio de un clamor generalizado sobre la necesidad de regular la inmigración haitiana incentivada por el tráfico de personas e intereses empresariales.

La Dirección General de Migración (DGM) había establecido un plazo para ponerlo en vigencia, el cual venció el 1 de junio último, pero entonces tropezó con la realidad de que es prácticamente inaplicable, procediendo a negociar con las principales asociaciones de productores agropecuarios y de la industria de la construcción, que son los mayores contratantes de mano de obra haitiana.

Se han negociado nuevos plazos por lo menos con la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) y la Asociación de Constructores y Promotores de Viviendas para que intenten regularizar los trabajadores que emplean esos sectores, una alta proporción de los inmigrantes indocumentados. Los dirigentes empresariales no se han opuesto a las regulaciones, pero reclaman principalmente que no se les penalice. Quieren ver el Estado “como facilitador, no como verdugo”.

Por su parte el director de Migración, José Ricardo Taveras, hubo de reconocer esta semana ante el Grupo de Comunicaciones Corripio, que el reglamento no podrá ser aplicado a rajatablas, sino por etapas, con flexibilidad, aunque reclamando que los contratantes inicien gestiones para regularizar sus trabajadores inmigrantes, y hasta ha prometido reducir algunos de los costos, pero por lo menos los dirigentes de la JAD creen que la reducción deberá ser radical para que la mayoría de los contratantes, miles de pequeños y medianos productores, puedan acogerse a la regularización.

Un costo muy elevado.  El presidente ejecutivo de la JAD, Osmar Benítez, sostiene que apenas parte de unas 258 empresas agroindustriales y 200 pecuarias podrían pagar los elevados costos que conlleva la regularización de los jornaleros, lo que resultaría imposible para más de 10 mil pequeños y medianos productores agrícolas que emplean entre 10 y 25 jornaleros, sólo por temporadas de siembra o cosecha. Lo mismo sostienen dirigentes de las asociaciones de constructores.

La JAD ha estimado que el costo por regular cada trabajador haitiano oscilaría entre 20 y 30 mil pesos, suma que recaería sobre los contratantes, agravando los costos ya elevados de los productores agropecuarios y por lo tanto sus dificultades competitivas aún en el mercado nacional. Con el agravante de que luego de regularizar un trabajador, el contratante no tiene mecanismo para obligarlo a permanecer a su servicio, a no ser que conviertan las fincas o las construcciones en campos de concentración. Las deserciones conllevarían otro costo, pues si no los pueden repatriar, la DGM ejecutaría la fianza de garantía que debe pagar por cada contratado.

La mayor tarifa es la que ha establecido la propia DGM por emitir el carnet de identificación migratoria, hasta ahora de 15 mil pesos pagaderos en efectivo, que Taveras promete reducir a 14 mil. El pasaporte de los haitianos sale a 80 dólares, y la visa dominicana teóricamente a 90 dólares, aunque los consulados cobran hasta 200. Pero con un mínimo de 170 dólares en pasaporte y visa, equivalente a 6 mil 630 pesos, ya el costo supera los 20 mil pesos. Cuando le suman los costos de obtener actas de nacimiento, cédula de identidad, certificados médicos y de buena conducta con su  traducción y legalización, más la póliza de garantía, el costo individual sobrepasa los 30 mil pesos, y sin incluir los sobornos en la frontera, el contrato de trabajo y su registro en el Ministerio de Trabajo.

Una extrema dependencia.   Al parecer los responsables del Reglamento de Migración, imbuidos de un espíritu nacionalista, desconocieron la extrema dependencia nacional de la mano de obra haitiana, que comenzó con la industria azucarera a comienzos del siglo pasado, pero que se extendió en las últimas cuatro décadas a casi toda la producción agropecuaria, ya sea de exportación como el banano y el cacao, o de consumo nacional como el arroz, café y hortícolas, así como a la próspera industria de la construcción, pública y privada, en que se ha basado la modernización y el crecimiento económico dominicano.

Aunque el código laboral establece que la proporción de empleados tiene que ser de un mínimo de 80 por ciento dominicanos y máximo 20 por ciento de extranjeros, en la agroindustria, la pecuaria y la construcción alcanza proporciones inversas, con hasta 80 por ciento de haitianos, según lo reconoció el año pasado el ministro de Agricultura.

Los dominicanos comenzaron aborreciendo el trabajo de la caña, luego de toda la agricultura, más tarde de la construcción, y recientemente hasta de las ventas ambulantes. Contradictoriamente los dominicanos que emigran en yolas a Puerto Rico, arriesgando sus vidas, allí laboran en la agricultura y la construcción, lo que sustenta el criterio de que los bajos salarios y las difíciles condiciones laborales en el país son determinantes.

Los campesinos han preferido emigrar a las barriadas urbanas y optar por trabajos como el motoconcho, incentivados por fenómenos como el “Nueva York Chiquito” y el cemento sembrado en las grandes concentraciones urbanas. La realidad es que les resulta más fácil y menos costoso obtener financiamiento para un motor o un cacharro de cuatro ruedas que para la producción agropecuaria.

Mientras el país se hacía cada año más dependiente de la mano de obra haitiana, se desarrolló un hipócrita discurso nacionalista, sin los mínimos esfuerzos para controlar ni regular la inmigración, hasta el punto que tomó dos décadas actualizar la Ley de Migración y su reglamento, para ahora descubrir que por lo menos este último no tiene posibilidades de aplicación efectiva, dando pretexto a los empleadores para mantener niveles de explotación de una mano de obra excedente e incapacitada para el menor reclamo.

Procedimiento ineficiente. La reglamentación parte de una concepción de inmigración a naciones desarrolladas, remitiendo a contratar trabajadores en sus países de origen, tratando de ignorar que ya hay cientos de miles internados aquí y que trabajan fundamentalmente en la agropecuaria y la industria de la construcción, sectores económicos que dependen de la mano de obra haitiana, en el agro entre un 60 y 80 por ciento, y en la construcción sobre el 60 por ciento.

La sección XI, artículos 69-79 establece el “Procedimiento para ser admitido como persona No Residente en la Sub-categoría de trabajador temporero individual o en contingente”, el cual remite a Haití a los que ya trabajan aquí para que puedan proveerse de actas de nacimiento, cédula de identidad, pasaporte, visa para ingresar al país, certificados médicos y de buena conducta debidamente traducidos al castellano, apostillados y legalizados por un consulado dominicano.

Se estima que no llega al 10 por ciento la proporción de los inmigrantes haitianos provistos de pasaporte y visado dominicano, y es también muy alto el porcentaje de los que no tienen cédula ni acta de nacimiento, lo que implica no sólo que tienen que volver a Haití para iniciar su regularización, sino agotar allí un largo y costoso proceso de papeleo superior a sus posibilidades.

Hay quienes consideran que el procedimiento hubiese sido más viable si asumiera la realidad y estableciera mecanismos de regularización desde aquí en colaboración con las autoridades consulares haitianas. O si se procediera a registrar y regularizar, con carnet de identidad nacional, a los que los contratantes documenten como empleados. Eso implicaría reconocer que una alta proporción de los inmigrantes haitianos carecen de documentos oficiales de identidad. Contribuiría al objetivo fundamental que no se supone sea penalizar, sino regular para controlar y reducir los flujos de inmigrantes y hasta para iniciar un proceso de repatriación racional de los excedentes, al mismo tiempo que se garantiza una mano de obra en alta proporción ya imprescindible.