Déficit de cultura democrática

Por Juan Bolívar Díaz
16_11_2014 HOY_DOMINGO_161114_ Opinión9 A

No pasan de la veintena los presidentes que han logrado gobernar durante dos períodos en la historia de la democracia latinoamericana de las últimas tres décadas, tras el derrumbe de las dictaduras que asolaron estos pueblos, cuando unos 140 fueron elevados al poder por mandato popular en los 20 países de la región, calculando un promedio de 7 elecciones. En la mayoría de los casos se han ido felices a disfrutar su éxito con sus familiares, en el mundo académico o a trabajar en el sector privado.

El período democrático dominicano arrancó en 1978, con diez elecciones, pero solo 6 presidentes, pues Joaquín Balaguer y Leonel Fernández agotaron tres períodos cada uno, con infinito abuso del poder para reelegirse, y el primero no sigue repostulándose porque lo venció el tiempo. Don Antonio Guzmán, recordado como el mejor mandatario de la etapa, prefirió suicidarse cuando no pudo conseguir un segundo período en un partido que entonces militaba en el postulado de que la reelección era la madre de las dictaduras y cercenadora de la democracia.

Patético es el caso de Leonel Fernández, integrante del exclusivo club de los que en la democracia mundial han gobernado tres períodos: José Velasco Ibarra, Franklyn D. Rossevelt, Konrad Adenauer, Margaret Thatcher, Felipe González, Hugo Chávez, Silvio Berlusconi y Daniel Ortega. El nuestro parece haberse propuesto alcanzar a Velasco, campeón con cinco períodos y a Rossevelt y González, que lograron cuatro, ya que ha reiterado que su partido gobernará hasta el bicentenario de la República, en el 2044, treinta años más. Él dice que su partido es una “fábrica de presidentes”, aunque en la práctica promueve un solo modelo.

Toda la historia nacional es un himno al continuismo, bajo el eterno predicamento de que “el poder no se cede”. Por eso entre Santana, Báez, Lilís, Horacio, Trujillo, Balaguer y Leonel se han ido dos terceras partes de los 170 años de la República. Los dos últimos cuentan también dos tercios del período post tiranía de Trujillo. El otro tercio de la República corresponde a unos 60 gobernantes, en su gran mayoría sin haber completado un período, incluyendo a los dos mayores civilistas de nuestra historia Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch, ambos coincidencialmente solo gobernaron 7 meses, aunque con un siglo de distancia.

No hay en el mundo democrático de hoy nadie que luego de tres períodos de gobierno esté batallando como Fernández por volver, y en medio de circunstancias bien adversas como alta tasa de rechazo. En la oposición, Hipólito Mejía, quien fue electo presidente hace 14 años y fracasó luego dos veces intentando regresar, también parece lanzarse a una difícil batalla para volver, por igual con alta tasa de rechazo. Su caso es también único en la actual democracia universal.

En la pobre cultura democrática dominicana no se concibe el relevo ni la renovación, aunque la historia regional referida demuestra que eso no es lo predominante, que el poder sí se cede y se traspasa a los compañeros. Balaguer le cerró el paso a todos los suyos que intentaron sucederle, dando vigencia al postulado que se atribuye a Horacio de que “después de mí el diluvio, o que entre el mar”. Y su partido devino en insustancial.

Pero no vayan a creer que eso solo ocurre en la política, tampoco se retiran los directores de los diarios, obispos y rectores, así como dirigentes sociales. Tenemos líderes sindicales con más de medio siglo en los cargos. Y ni siquiera las glorias del béisbol, como Juan Marichal, Sammy Sosa, Pedro Martínez, Manny Ramírez o Moisés Alou anunciaron a tiempo su retiro. Terminaron cuando ya nadie los contrató y algunos mendigaron otra oportunidad de forma penosa.

El continuismo y la negación de la alternabilidad no solo está en la cumbre del poder, sino que es expresión de una pobre cultura democrática, de un presidencialismo a ultranza y del rentismo, el clientelismo y la corrupción que lastran el desarrollo de nuestra institucionalidad democrática. Es que no queremos entender que la vida es una continua renovación y desconocemos los planteamientos bíblicos del Eclesiastés: Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo. Todo surgió del polvo y al polvo todo volverá.

 

Lecciones en Costa Rica y Panamá

Por Juan Bolívar Díaz
11_05_2014 HOY_DOMINGO_110514_ Opinión9 A

La ciudadanía ha dado dos lecciones ejemplarizantes en los recientes comicios presidenciales celebrados en Costa Rica y Panamá, los dos países menos poblados de la región centroamericana, ratificando los beneficios de la alternabilidad en el poder, optando por nuevas propuestas que rompen el bipartidismo tradicional y rechazando la manipulación y la corrupción como mecanismos para prolongarse en el gobierno.

A diferencia de la persistente recurrencia al providencialismo continuista que caracteriza la historia dominicana, los centroamericanos han venido optando en las últimas décadas, tras superar los gobiernos militares y las guerras civiles, por una democracia fundada en la alternabilidad. Sólo el premio Nobel de la Paz Oscar Arias y Daniel Ortega han conseguido más de un mandato constitucional entre los seis países de la región.

El pasado jueves inició su período de gobierno en Costa Rica el presidente Luis Guillermo Solís, llevado al poder por el Partido Acción Ciudadana, una formación política que en la última década se constituyó en alternativa al viejo y desgastado liderazgo político, con un programa de centro izquierda que enfatiza el combate a la pobreza y la superación de la desigualdad. Se trata de una nueva organización política montada sobre las insatisfacciones de los sectores más activos de la sociedad.

La lección de Panamá fue más contundente todavía cuando el pasado domingo resultó electo presidente Juan Carlos Varela, fruto de una alianza política en rechazo abierto a la corrupción. Hasta que se contaron los votos, sin ninguna dilación ni titubeo, el escogido figuraba como tercero en las preferencias marcadas por las encuestas y la opinión pública.

En Panamá fue vencido el abuso de los recursos del Estado, empleados descaradamente por el presidente saliente Ricardo Martinelli, quien no tuvo rubor en extender hasta el recinto de votación su campaña por la candidatura de la continuidad, que incluía a su propia esposa como candidata a la vicepresidencia. El electorado ejerció el castigo a la corrupción que no han podido sancionar las instituciones panameñas, manipuladas por un presidente repetidas veces involucrado en maniobras fraudulentas de todas las dimensiones.

El rechazo se extendió al Partido Revolucionario Democrático, la herencia del legendario Omar Torrijos, devenido en otro instrumento de la corrupción política, el cual aparecía como favorito en la mayoría de las encuestas. La población premió a Varela, quien no obstante haber sido electo vicepresidente en la boleta de Martinelli, tuvo suficiente fuerza moral para rechazar la corrupción que envolvió al régimen.

La lección que han dado costarricenses y panameños cuadra perfectamente a los dominicanos, cuyo Estado encabeza las evaluaciones internacionales del Foro Económico Mundial y de Transparencia Internacional en materia de corrupción, de malversación y de privilegio en el ejercicio político. Es probable que estos sorpresivos golpes electorales no erradiquen la corrupción y el clientelismo, pero contribuyen a poner límites. Y si los nuevos gobernantes no responden a las expectativas, que ellos y sus partidos sean a su vez sancionados en la próxima oportunidad, hasta que se imponga la decencia y el respeto a las aspiraciones sociales.

La lucha por fuertes instituciones democráticas es de larga duración, pero nunca será exitosa si predomina la inmovilidad y la resignación que afectan a amplios núcleos de la sociedad dominicana, conscientes de los riesgos que genera la inequidad y la iniquidad de la pésima distribución del ingreso, de la corrupción, del clientelismo y del rentismo en una gestión gubernamental que eterniza el atraso y la pobreza.

Ojalá que los dominicanos registren estos ejemplos ciudadanos de administración del poder del voto. El sistema político nacional precisa algunas lecciones para que comprenda que tiene que corregirse y si su putrefacción es irreversible, que surjan nuevas expresiones orgánicas de los anhelos sociales.