¡Ay Bienvenido, te tocó a ti!

Por Juan Bolívar Díaz
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Todavía resuena, y quedará en la memoria de muchos, la exclamación con que la joven ingeniera Francina Hungría recibió a su madre tras la agresión del desalmado criminal que la ha dejado casi ciega: “ay mamá, me tocó a mí”.

La frase fue una nítida expresión de la inseguridad que vive una alta proporción de la ciudadanía ante una delincuencia en apogeo, cada vez más decidida a imponer su dominio sin la menor piedad, sea ante una hermosa joven, una venerable anciana o incluso un hombre en plenitud de facultades.

El asalto a la ingeniera Hungría y el calvario en que ha quedado sumida han conmovido a la población, despertando un sentimiento de solidaridad con ella y su familia y de absoluto y renovado reclamo de políticas que puedan revertir el proceso de descomposición social y de inseguridad en que se va sumiendo la sociedad dominicana.

Como siempre salen a flote los demonios de quienes promueven el crimen para combatir la criminalidad, de los que auspician la política del exterminio, de quienes confieren a la autoridad policial la facultad de matar primero y averiguar después, imponiendo la ley de la selva en las calles de barrios y pueblos de todo el país.

Recorrió el mundo la recomendación de tres diputados dominicanos al Jefe de la Policía de que incremente la política de ejecución de delincuentes que ha cobrado más de tres mil vidas en la última década, pese a lo cual la existencia  en el país se hace cada mes más insegura. Por la simple razón de que es imposible garantizar seguridad con la ilegalidad, violentando el Estado de derecho, con pistolas y ametralladoras. Y mucho menos cuando una considerable proporción de los actos delincuenciales son protagonizados por los propios agentes policiales, por militares y sus asociados.

La exclamación de Francina resonó esta semana por lo menos en Teleantillas, convertida en ¡ay Bienvenido te tocó a ti!, cuando un joven trabajador campesino fue asesinado por agentes policiales que “lo confundieron” con un delincuente y le cortaron la vida de cinco balazos.

Bienvenido Chalas tenía apenas 22 años y disfrutaba del aprecio de sus familiares y vecinos de la comunidad de Los Cacaos. Bajó a San Cristóbal en una motocicleta con su tío Angel Santana, quien aunque recibió un balazo en la espalda ha quedado en condiciones de testimoniar. Ante las cámaras televisivas relató que un “agente del orden” les disparó y ya heridos ambos, procedió a rematar a Bienvenido, que había caído: Le disparó cuatro veces más hasta estar seguro de que era cadáver. Eso pese a las súplicas de ambos y su empeño en sostener que eran hombres de trabajo y respetuosos de la ley.

Daño colateral podrían decir los diputados partidarios de que la Policía mate sin  dejarse ver de los periodistas. Fuego equivocado fue también el que la semana anterior arrancó la vida de 28 años de Yesenia Herrera, fruto de la balacera protagonizada entre “agentes del orden” y de la Dirección de Control de Drogas cuando creyeron que se realizaba un asalto.

¿Quién le devuelve la vida a Yesenia y a Bienvenido? ¿Cómo decirles a sus familiares que ellos son cuota inevitable de la barbarie? Nadie que sueñe con un Estado de derecho puede aceptar el consuelo de ¡ay Bienvenido te tocó a ti”. Y qué pena que el asesinato de Bienvenido, como el de Yesenia, no hayan causado conmoción ni roto tantos silencios. ¡Ay Bienvenido no esperaré a que me toque a mí o uno de mi comunidad afectiva!

 

Corrupción e impunidad alientan la delincuencia

Por Juan Bolívar Díaz
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Los niveles de corrupción e  impunidad que se registran en el país son un aliento permanente a la delincuencia en los jóvenes excluidos de las oportunidades de una vida digna pero también en los organismos llamados a combatirla como la Policía Nacional, la dirección de Control de Drogas y las Fuerzas Armadas.

La República Dominicana volvió a quemarse en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI) publicado esta semana con una nota de 32 sobre 100, compartiendo con Ecuador el séptimo escalón más bajo entre 32 países americanos y en la posición 118 entre 176 de todos los continentes.

Con rampante corrupción.  El Índice de Percepción de la Corrupción de TI entregado por Participación Ciudadana, que es su capítulo nacional, ratificó al país entre los más corruptos de América y del mundo, aunque no en los últimos escalones como quedó en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial de septiembre pasado.

El país aparece entre los que a juicio de la prestigiosa institución tienen niveles “rampantes” de corrupción, mayor al de 117 de los 176 países evaluados a nivel mundial. Entre 32 de América comparte con Ecuador la nota de 32 puntos en un escalafón de 100, lo que en la nomenclatura escolar dominicana equivale a quemadura absoluta.

Sólo seis de los países americanos incluidos en la evaluación registran un mayor índice de corrupción. Haití y Venezuela son los peores con nota de 19, seguidos por Paraguay, Honduras, Guyana y Nicaragua, que obtienen puntuación de 25, 28 y 29. Canadá, con 84 puntos, y Estados Unidos con 73 encabezan la transparencia en el continente, seguidos de Chile, Uruguay, Puerto Rico, Costa Rica y Cuba, que registran entre 72 y 48 puntos. A nivel mundial los países mejor evaluados son Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelandia, que alcanzan 90 puntos. Canadá tiene la mayor puntuación entre los americanos, con 84.

El Índice de TI data de 1995, pero este año tiene nueva metodología, por lo que no se pueden establecer comparaciones con los años anteriores. Refleja cómo son vistos los países en términos de transparencia por  el mundo de los negocios, académicos y organismos internacionales.

Aunque en esta evaluación la República Dominicana resulta quemada, aparece relativamente mejor que en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial publicado en septiembre pasado, donde ocupó el escalón 144 tanto en despilfarro del gasto gubernamental como en favoritismo de los funcionarios públicos, y el 142 en desvío de los fondos públicos, entre 144 países evaluados.

Criminalidad y corrupción.  El índice de TI, como también el del Foro Económico Mundial, marca una correlación entre criminalidad y corrupción, tanto a nivel universal como en América. Las naciones donde hay menor corrupción son a la vez las de menores niveles de criminalidad. A nivel internacional Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelandia, en América Canadá, Estados Unidos, Chile, Uruguay y Costa Rica, encabezan tanto la transparencia como la seguridad ciudadana.

En cambio Venezuela, Haití, Honduras, Nicaragua, República Dominicana, Guatemala y México, que encabezan la corrupción en ambos índices, tienen a su vez  las más altas tasas de criminalidad del continente, aunque hay excepciones como El Salvador y Jamaica, cuya criminalidad es alta pero tienen más control de la corrupción.

Los profesionales de la conducta y los cientistas sociales suelen sustentar la correlación entre corrupción y criminalidad, mayor cuando las instituciones son débiles, ineficientes o parte de la corrupción misma y en consecuencia predomina la impunidad, que se convierte en el mejor caldo de cultivo de la criminalidad.

Si el sistema político y los funcionarios estatales están permeados por la malversación y la corrupción, sobre todo cuando es visible y no conlleva responsabilidad, en los demás estamentos sociales se relaja el concepto de la ley y de la honestidad, generalizándose y normalizándose  la apropiación de lo ajeno y colectivo.

Esa apropiación se manifiesta de forma diferente en relación a la posición que ocupan los delincuentes en la sociedad. Los altos ejecutivos públicos y privados no tienen que apelar a las armas ni a la violencia física para acumular riquezas de forma ilegítima. En la base de la sociedad, los individuos tienden a utilizar la violencia a menudo para la simple subsistencia o para la acumulación en actividades ilegítimas como el narcotráfico.

El efecto demostración.  Desde los años sesenta los teóricos de la comunicación abundaron sobre el efecto demostración de la riqueza a través de la televisión y los impresos en los sectores depauperados. Ello cobra mayor vigencia cuando se trata de la riqueza mal habida y acelerada que exhiben los funcionarios y dirigentes políticos. Es tanto que en países donde se ha disparado la delincuencia, los grupos de altos ingresos tienden a ocultar los llamados “signos exteriores de riqueza” para reducir sus riesgos.

El aliento a la delincuencia se produce también de forma directa a través de los choferes, vigilantes, guardaespaldas, empleados domésticos, mensajeros, mozos y otros trabajadores cuando contactan directamente el derroche en que viven sectores privilegiados, sobre todo cuando se dan cuenta de que no ha sido fruto del trabajo, sino de la corrupción. Afecta especialmente a los llamados “ninis”, los jóvenes que ni estudian ni trabajan y que no tienen mayores razones para respetar las reglas de una sociedad que no les da oportunidades de alcanzar un nivel de vida digno y que permite o auspicia la concentración de los bienes por vía de la apropiación de lo colectivo.

El mismo efecto se reproduce entres militares y policías que en el caso dominicano reciben salarios de hambre que los inducen a “buscárselas” como puedan, incluso asociándose a la delincuencia común, para sostener a sus familias. Los que se deslumbran con las riquezas fáciles obtenidas por los funcionarios y políticos con los que están en contacto, dan el salto a actividades más lucrativas como el narcotráfico.

Estudiosos como la antropóloga Tahíra Vargas sostienen que la asociación de fuerzas policiales son la delincuencia ha alcanzado tasas tan altas que implican una total reestructuración de las fuerzas policiales para hacer frente a la creciente criminalidad, cuyos niveles reales no se miden más allá de los homicidios, porque la desconfianza en la policía determina que muchos de los asaltos, robos y violaciones no se denuncien. El país apareció también en el último escalón del índice del Foro Económico Mundial en el renglón confianza en la institución policial entre 144 países.

La ejecución como respuesta.  En estos días como cada vez que la delincuencia comete una barbaridad como el atentado que ha dejado en agonía visual a la joven ingeniera Francina Hungría, cobra vigor la pretensión de que el problema se resuelve con ejecuciones sumarias de delincuentes o endurecimiento de las penas, como si la máxima de 30 años fuera poca.

Esta semana se llegó al extremo de que en una sesión oficial, varios diputados dieron recomendaciones al Jefe de la Policía Nacional sobre la forma de eliminar delincuentes y hubo alguno que hasta le recriminó por haber capturado vivo a uno de los asaltantes de la joven Hungría, lo que dejó en evidencia el primitivismo con que se pretende controlar la delincuencia.

La ejecución sumaria, en supuestos “intercambios de disparos”, se generalizó en las últimas dos décadas. En 1999 hubo alarma cuando se llegó a contar 250 muertos a manos de la Policía, en el 2001 descendieron a 171, pero ya para el 2005 fueron 437 y 455 en el 2008, según estadísticas de la Procuraduría General. Luego han oscilado entre 200 y 300, promediando sobre 250 por año, lo que totalizaría más de tres mil, pero en vez de contener la delincuencia y la inseguridad estas han aumentado.

Esa política policial ha barbarizado la sociedad dominicana cobrando centenares de vidas de inocentes, por ejemplo la del padre José Antonio Tineo en 1999, la jovencita Arlene Pérez, asesinada de un disparo policial en el 2004 la noche en que su novio la dejaba en su casa de Arroyo Hondo, el comerciante y pastor evangélico de Jarabacoa Manuel Adalberto Jiménez, y los cinco choferes asesinados por una patrulla en el parque Mirador del Sur el 30 de diciembre del 2008.

Inversión para la seguridad

En más o menos medida todos los gobiernos han auspiciado el primitivo método de la ejecución sumaria como forma de enfrentar la delincuencia, contribuyendo a una institución policial al margen de la ley, donde no han faltado quienes han degenerado al sicariato. Todos han planteado, ahora también, una reforma policial que ha quedado en papeles o en la superficialidad

Ni siquiera han podido abordar el problema fundamental de unos sueldos que no incentivan la función policial y la honestidad y que no atraen a miles que quisieran un empleo decoroso. La tabla anexa muestra los irrisorios niveles de salarios de la PN, que no se diferencian de los de las Fuerzas Armadas y de la Dirección de Control de Drogas.

Con 32 mil 947 miembros, 52 generales, a octubre pasado, el jefe de la PN ganaba 74 mil pesos, los coronales de 20 a 21 mil, los tenientes de 11 a 12 mil, sargentos  7 a 9 mil y cabos y rasos apenas sobre 6 mil pesos mensuales. La primera inversión tendría que ser en salarios, pero eso parece difícil de entender en una sociedad donde abunda la hipocresía y la ficción.-

 

El incremento de la violencia

Por Juan Bolívar Díaz
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Es frecuente escuchar alarma de dominicanos y dominicanas por la horrorosa violencia homicida que sacude a México, sin darse cuenta que la tasa de homicidios de la República Dominicana es proporcionalmente muy superior, registrando un incremento sostenido en los últimos tres años.

La tasa de homicidios se mide por cada cien mil habitantes, la nuestra pasó de 24 en el 2009 a 25 en el 2010 y alcanzó 26 el año pasado. Mientras la de México se situaba en 18, a pesar de la terrible guerra contra el narcotráfico en las zonas fronterizas con Estados Unidos, especialmente en el norte y el golfo de México. La violencia mexicana se concentra en Ciudad Juárez, con tasa infernal de 147, Acapulco con 127, Torreón, Chichuahua y Durango.  Pero cae abruptamente en gran parte de ese país de 110 millones de habitantes, incluyendo la mega capital, que concentra unos 22 millones de habitantes, donde la tasa de homicidios es de 10 por cien mil, cerca de la tercera parte de los que registra el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo, donde se concentra una alta proporción de la criminalidad dominicana.

Sin que lo advirtamos suficientemente, estamos en el promedio de América Latina que es justamente 26 por cien mil, en el segmento medio. Por encima de nosotros están Honduras, que lidera el mundo, con tasa de 82, El Salvador con 66,  Jamaica 60, Venezuela 49, Guatemala 41 y Colombia 33. Pero superamos con creces a casi todas las naciones de Sudamérica, algunas de las cuales, como Argentina y Uruguay, están por debajo de 5. Las cifras son del 2011 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que ha resaltado que en América Latina se produce el 40 por ciento de los homicidios mundiales, lo que se atribuye principalmente a las extremas desigualdades económico-sociales.

En nuestro caso es relevante que el incremento de la violencia haya sido tan alto duplicándose en lo que va del siglo, ya que en el 2000 se registró 13.09 por cien mil habitantes. A pesar de los programas que se han puesto en vigencia y de las promesas de las autoridades que múltiples veces han proclamado “tolerancia cero” con la delincuencia y el narcotráfico.

Llama la atención que durante los años 2006 y 2007 nuestra tasa de homicidios cayó en 3 y 4 puntos, cuando descendió a 23.56 y 22.07, en relación al 26.40 que había alcanzado en el 2005 y que ha sido hasta ahora la más elevada. Ese descenso se relaciona con la implementación del programa Barrio Seguro, y la caída con el hecho de que no se hizo la inversión requerida para darle continuidad ni profundizarlo.

La violencia sólo se mide en homicidios, porque si pudiéramos cuantificar los heridos y golpeados, los asaltos, atracos, violaciones físicas y de domicilios, encontraríamos razones más que suficientes para la alarma. A lo mejor serviría para convencer a nuestras autoridades sobre la necesidad de invertir en la seguridad, en la disminución del crimen, en la educación para la convivencia y la tolerancia.  Esa inversión es mucho más necesaria por cuanto tenemos al turismo como la principal fuente de divisas y una de las mayores de empleo.

Una de las tareas que no hemos emprendido es la de una campaña sistemática por todos los medios de comunicación para rechazar la violencia e incentivar la convivencia. No sería tan costosa si el Estado la elabora y pide la colaboración de la radio y la televisión. Podría pagarse un precio módico por mensaje, para incentivar su multiplicación. Alcanzaría con la décima parte de la publicidad que hace el gobierno para promover sus obras.

No deberíamos esperar que pasemos a competir con la violencia centroamericana, catalogada hoy como la región más violenta del mundo.

 

Metas fundamentales para el 2012

Juan Bolívar Díaz
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Como al comenzar un año hacemos propósitos de enmienda y nos trazamos metas y proyectos, el momento es propicio para que rebasemos el ámbito individual y formulemos también objetivos fundamentales para el conjunto social dominicano. Y que lo hagamos con firme voluntad de cambiar, de transformar nuestras miserias en virtudes, nuestras carencias en logros específicos, nuestras debilidades en energías, para superar atrasos ancestrales.

Debemos ser conscientes de que las bases fundamentales de la nación fuerte, próspera, justa y equitativa se van a ir edificando grado a grado, a lo largo de muchos años, con un gran concierto colectivo que habremos de orquestar, superando nuestras pequeñas individualidades. También que para alcanzarlo tendremos que ir ganando muchas pequeñas batallas, de lo poco a lo mucho.

Esta nación requiere una gran revolución social fruto de energías positivas y constructivas, fundada en el imperio de la ley, en el cumplimiento de las normas que nos hemos dado como sociedad, partiendo de la intimidad familiar, en las calles y carreteras, en las escuelas y los centros laborales, hasta alcanzar la amplia diversidad del tejido social.

Para alcanzar esa dimensión el primer objetivo que deberíamos imponernos este año es superar el terrible pesimismo que paraliza tantas energías, convencernos de que como pueblo podemos crear una nueva sociedad, que no nos caerá del cielo, sino que tendremos  que construirla ladrillo a ladrillo, armonizando la diversidad de intereses y promoviendo los talentos de todos.

La responsabilidad recae especialmente en las nuevas generaciones de dominicanos y dominicanas que tienen que partir de la realidad de que este es el único país en donde no somos extranjeros, que los aviones y las yolas no alcanzan para todos, sobre todo cuando progresivamente se cierran las puertas de inmigración.

A los miles que hemos mandado a estudiar al extranjero hay que reclamarles que vengan a fajarse aquí con humildad y espíritu constructivo.

Rechacemos la resignación y gritemos con fuerzas que podemos cambiar, que vamos a comenzar por transformar la educación, como prioridad fundamental, sin aceptar pasivamente que nos falten 29 mil 954 aulas y que solo podemos construir un diez por ciento durante este año, como nos informaba HOY el jueves 5, en la misma edición que daba cuenta que el gobierno no sabe qué hacer con los 180 apartamentos de lujo que edificó en un sector de clase alta.

Este año tenemos que dar saltos a una nueva cultura de ahorro, estableciendo valladares al dispendio y la corrupción para superar la vergüenza de ser campeones mundiales en malversación de los recursos públicos.

Es fundamental para contener la creciente delincuencia y criminalidad que genera inseguridad social.

Este año nos daremos un nuevo gobierno y aunque las propuestas no nos convenzan, alguna de ellas predominará y será la oportunidad para que desde ahora todos exijamos rectificaciones, con un clamor tan intenso y apabullante que no pueda ser ignorado sin que se fracture profundamente el tejido político.

Es fundamental que reconozcamos que no sólo han fallado nuestros políticos, sino todos los sectores sociales, por comisión o por omisión, por complicidad o por indiferencia, por oportunismo o por cobardía.

Año nuevo, vida nueva. Tenemos la oportunidad de empezarla. Ojalá que una gran proporción se decida. ¡Dios mío!

 

Reparemos las ventanas rotas

Por Juan Bolívar Díaz

Los tantos que creen que el auge de la criminalidad y la consiguiente inseguridad en el país se deben al “garantista” código procesal penal, o a que la pena máxima está limitada a 30 años de prisión, deben leer acerca de la “teoría de las ventanas rotas”, desarrollada por dos cientistas sociales norteamericanos, James Wilson y George Kelling, en los años ochenta cuando Nueva York estaba asediada por el crimen.

 Comenzó en el sistema de transporte subterráneo que era el lugar más inseguro de aquella ciudad. Los cientistas siguieron los experimentos del profesor Phillip Zimbardo, de la Universidad de California, que había originado la teoría de que si se rompe el vidrio de una ventana en un edificio y no se repara, pronto la gente lo verá como normal, se romperán otros y pronto el edificio devendrá en una ruina.

 Hacía años que el Metro newyorkino era una ruina con enormes pérdidas. Sucios, ruidosos y malolientes, tanto las estaciones como los vagones. Calor horrendo en el verano y frío glacial en el invierno. Las máquinas de boletos dañadas y muchos entraban sin pagar, arrojando pérdidas. Reinaba allí la ley de la selva, por lo que la tasa de criminalidad del subterráneo duplicaba la del resto de la urbe.

 La conclusión fue brillante. Reparemos todas estas ventanas rotas para imponer un nuevo orden. No comenzaron reprimiendo ni aumentando penas, sino limpiando, pintando, cambiando vagones deteriorados por otros con aire acondicionado y calefacción, colocando nuevas máquinas, multiplicando la vigilancia con policías eficientes y bien pagados. Entonces se elevaron las multas para el que se metiera “de chivo” o ensuciara y se habilitaron estafetas para pagarlas.

El resultado fue ”milagroso”.  La gente reparó también su comportamiento y de un año a otro las tasas de criminalidad en el Metro cayeron abruptamente. Fue entonces que el alcalde Rudolph Guiliani reprodujo el método en toda la urbe y empezó a reparar ventanas, edificios y barrios enteros de la ciudad y mejoró la policía hasta establecer su autoridad. Cosechó también una extraordinaria reducción de la delincuencia y Nueva York recuperó la seguridad.

Es lo que tenemos que hacer en la República Dominicana. Reparar todas las ventanas rotas de nuestro edificio social y no perdernos en consideraciones falsas. Antes muchos creían que el auge de la delincuencia era importado de Nueva York por los dominicanos deportados, lo que logramos disipar apelando a las estadísticas. Sólo son una ínfima minoría de los delincuentes. Esta sociedad genera sus propios criminales, en su inmensa mayoría sin salir del país.

Si por dureza de penas fuera, aquí la policía ha matado cuatro o cinco  mil delincuentes y presuntos delincuentes, incluyendo muchísimos inocentes, en los últimos quince años, sin darle siquiera oportunidad a defenderse. Y la criminalidad alarma cada semana más. Son pocas las sentencias de 30 años que se dictan, por lo que el problema no está en ese límite.

Nuestra incapacidad para reparar las ventanas rotas es obvia cuando se discute si tenemos que comprar tecnología o perros amaestrados para impedir que los presos tengan celulares en las cárceles. Asumimos que no tenemos autoridad en  capacidad para lograrlo. Porque los custodios los incautan para venderlos de nuevo o alquilarlos a los mismos prisioneros. Y en vez de ampararnos en los códigos, se plantea que ignoremos las garantías que establece la misma Constitución.

Tenemos que comenzar a reparar todas las ventanas rotas del edificio social, comenzando por la Policía y las Fuerzas Armadas, a imponer la ley en las calles, a trancar siquiera una parte de la corruptocracia nacional, a respetar el patrimonio público, a reducir los signos exteriores de riqueza mal y bien habida. Si autoridades civiles y militares, gobernantes y políticos de todos los partidos son ladrones y asaltantes, no habrá razón para que los cientos de miles de jóvenes sin oportunidades respeten las reglas del juego social dominicano.

Esas campanas doblan por todos

Por Juan Bolívar Díaz

Es tan creciente la criminalidad de todo género en el país que corremos el riesgo de resultar insensibilizados y acostumbrarnos a los horrores, como los registrados el martes 2 de este caliente agosto, cuando los periódicos registraron 14 muertes violentas, incluyendo dos feminicidios y dos suicidios. Pero en la medida en que perdamos la capacidad de asombro perderemos la batalla por la seguridad y la civilidad.

En esa jornada terrible hubo tres asesinatos impactantes, dos de los cuales están en vías de esclarecimiento y sanción. El que más horror causó fue el de la profesora Lenny Féliz y Féliz, quien apareció muerta a martillazos tras dos semanas desaparecida. Tres compañeros de profesión están siendo procesados por el crimen. Que tres “educadores” se asocien para matar a una compañera indefensa es demostrativo de la pérdida de brújula que sufre esta sociedad.

Impactó también el asesinato del teniente de la Fuerza Aérea Robinson Suárez, escolta del diputado y precandidato presidencial Pelegrín Castillo, ocurrida  en el corazón de esta capital, agravada porque al menos en dos ocasiones anteriores guardaespaldas de su misma familia habían sido objeto de violencia similar. Se amortiguó el golpe porque rápidamente las autoridades capturaron a un herido en el enfrentamiento a tiros que cobró la vida del militar, y luego a otros implicados.

Pero el más complicado y trascendente fue sin duda el asesinato del periodista José Agustín Silvestre, tras su secuestro en La Romana, a plena luz del día y delante de testigos por cuatro hombres que lo transportaron en un vehículo para matarlo a balazos y tirarlo al borde de una carretera.

Hay múltiples agravantes en este espantoso crimen: el periodista había formulado graves denuncias de compra de autoridades civiles, militares y judiciales por parte del narcotráfico, y hasta había exhibido cheques en su programa de la televisión romanense, en emisoras capitalinas y en su periódico La Voz de la Verdad.

El secuestro y muerte de Silvestre se produjo cuando se trasladaba a San Pedro de Macorís donde se le conocería juicio sobre una demanda interpuesta por el Procurador Fiscal de La Romana, quien se consideraba difamado por las denuncias del comunicador. Puede ser que tuviera todo el derecho y hasta razón, pero quedó el agravante de que su recurso llevó ilegalmente a prisión a Silvestre hace dos meses y sólo fue liberado por denuncias y reclamos hasta internacionales.

El reciente abusivo encierro y que no le dieran protección cuando denunciaba intentos de matarlo, explican las repercusiones de su asesinato, aparentemente más alarmantes en el exterior que en nuestro adormecido país. El caso ha sido publicado por los más acreditados diarios del mundo, incluyendo al New York Times y El País de España, y las protestas y reclamos de justicia han llovido desde Amnistía Internacional, la Comisión de Libertad de Prensa de la Unesco, Reporteros sin Fronteras,  hasta la Sociedad Interamericana de Prensa y la Federación Latinoamericana de Periodistas.

Pero en el país las protestas y demandas han sido tímidas en la mayoría de los medios de comunicación, que apenas se han hecho eco de comunicados del Colegio de Periodistas y la Federación de Trabajadores de la Prensa. Algunos lo explican en que Silvestre “no era periodista”, que “apañaba narcotraficantes”, llegándose a sostener sin probarlo que había sido deportado de Estados Unidos, y otros pretextos.

No recuerdo si conocí a José Agustín Silvestre, pero tengo entendido que ejerció el periodismo durante más de 20 años. Cualquiera que fuera su récord no merecía la ejecución de que fue víctima. Tratándose de un denunciante en medios de comunicación, no tiene que “ser de los nuestros” para que exijamos firmemente que se busque y sancione a quienes lo mandaron a matar y a los asesinos.

Lo es trascendente que mataron a un comunicador y eso reabre un expediente hace tiempo cerrado. Nos concierne a todos los que defendemos y ejercemos la libertad de expresión. Cuando mataron a Enrique Piera en 1970, muchos no nos alarmamos porque “no era de los nuestros”, y semanas después una bomba destruyó mi automóvil, y luego mataron a Goyito García Castro y a Orlando Martínez. Hace cuatro décadas aprendí a no preguntar por quién doblan las campanas. Están doblando por todos.