Por Juan Bolívar Díaz
Ni los economistas ni los comunicadores ni los políticos dominicanos han ponderado nunca suficientemente lo que han representado y siguen significando los aportes de los emigrantes dominicanos, alrededor de millón y medio que tuvieron que abandonar el país en el último medio siglo en búsqueda de empleos, capacitación y vida, de la esperanza que perdieron en sus posibilidades de desarrollo dentro de la geografía nacional.
A ellos se les ignora al ponderarse cuando el crecimiento y la estabilidad económica nacional de los últimos 60 años, y mucho más cuando se trata del progreso material, del relativo mejoramiento de las viviendas y de la urbanización, del progreso visible en las urbes dominicanas, aunque carezcamos de alcantarillas, y en calidad de servicios básicos, como agua potable, electricidad, educación y salubridad sigamos en la pre modernidad.
Sólo en generación de divisas, las remesas de los residentes en el exterior ascendieron el año pasado a 3 mil 488 millones de dólares, proyectándose sobre 4 mil millones para este 2015, ya que al cierre del tercer trimestre, el Banco Central las cuantificaba en 3 mil 734 millones de dólares. Si se les suma lo que esos emigrantes traen personalmente en regalos y efectivo y sus envíos de mercaderías y alimentos, es posible que alcancen el aporte del principal sector económico nacional, el turismo, que este año sobrepasará los 5 mil millones de dólares, 4 mil 280 en el 2014.
A diferencia del turismo, las remesas no reclaman nada incluido, ni alimentos ni bebidas, ni comisiones ni pagos en el exterior. Tampoco requieren inversiones ni costos financieros de infraestructuras. Son un aporte neto, democrático e inclusivo, que se desparrama por toda la geografía nacional, alcanzando a los segmentos más pobres, mejorando sus viviendas y condiciones de vida.
Sólo hay que pensar lo que hubiese sido de este país sin los más de 30 mil millones de dólares que han remesado en los últimos diez años los dominicanos y dominicanas que se fajan en el exterior, que trabajan horas extras a menudo en los peores empleos, para enviar sus remesas sin importar las oscilaciones de la economía internacional, aún cuando son adversas.
!Oh ironías de la vida! Aquellos que esta sociedad ha expulsado por no haberle podido proporcionar un empleo y calidad de vida, se han convertido en su tabla de salvación. Pero al mismo tiempo son ignorados a no ser por los políticos en campaña electoral que les requieren financiamiento y votos.
Para colmo, los funcionarios diplomáticos y consulares sólo los ven como fuente de explotación, cobrándoles altísimas tarifas para cualquier servicio. Y muchos de sus compatriotas los tratan con desdén, se burlan de sus nuevos ingredientes culturales, los catalogan como narcotraficantes y prostitutas y hasta los discriminan si se trata de alquilarles dentro de un condominio. No quiera nadie que le llamen dominicanyork o dominica-española.
Alguna vez tendremos que hacerle un monumento al emigrante heroico y reconocer que ellos son parte fundamental de la dominicanidad. Aún los que quedan atrapados fuera viviendo de añoranzas y nostalgias o acariciando hijos, nietos y bisnietos.
Los encontramos por todas partes del mundo, nos salen al abrazo en el Alto Manhattan, en la Gran Vía y en La Rambla, y hasta en los bares centroamericanos, las plazas del sur profundo o en el rincón menos esperado del mundo.
En diciembre, cuando vuelvan por decenas de miles a reencontrarse con los suyos y lo suyo, digámosles que somos la misma carne e idéntico espíritu, que valoramos a los emigrantes como lo más importante que hay sobre la tierra, los seres humanos.