Propósitos para el nuevo año

Por Juan Bolívar Díaz

He querido aceptar la invitación del Obispo Emérito de la Iglesia Episcopal/Anglicana Dominicana, Telésforo Isaac, querido amigo desde los tiempos en que nos propusieron el ecumenismo y lo practicamos con entusiasmo y coherencia, para hacer mi meditación de comienzo de año, dejando atrás las rémoras, errores y mezquindades del tiempo superado para proyectarnos espiritualmente durante los próximos meses.

Isaac me premia frecuentemente enviándome sus artículos mediante esa inmensa posibilidad de hoy que es el correo electrónico. Debería tener un espacio fijo en algún periódico. Dejo que se exprese por este medio: “A principio del nuevo año secular, muchas personas hacen promesas, determinan objetivos, y fijan metas. Esto es muy buen ejercicio mental, aunque no se logra todo lo pensado y planeado. Hay sin embargo, un aspecto de la existencia individual y colectiva que no debe ser pasado por alto: es el semblante de la vida espiritual, el examen del alma, el reconocimiento de la condición de la existencia, y la relación que hay como ser humano, criatura de Dios, y ente social por naturaleza y necesidad.”

Este auténtico pastor de alma, descendiente de inmigrantes casi siempre indocumentados, nos recuerda que “El principio de año es tiempo propicio para la meditación, tiempo para preguntarnos, ¿Quiénes somos, cuál es la condición real de la vida? ¿Cómo se puede existir en esta sociedad y ser persona íntegra, sincera, amorosa, servicial, y de buen testimonio? ¿De qué manera se puede ser padre y madre ejemplares, vástagos disciplinados, ciudadanos cabales, emprendedores honestos, empleados/obreros justos? En fin, hagamos ruegos y compromisos de ser hombres y mujeres viviendo a la sombra del Omnipotente Creador, del Majestoso Salvador y del Santificado Espíritu Santo”.

Confieso que el pragmatismo salvaje, la ley de la conveniencia, el individualismo, el hedonismo y la corrupción que se han impuesto en nuestro país son tan apabullantes que propósitos como los enunciados por mi amigo Telésforo lucen como utopías, fruto de idealistas que se resisen a vivir la realidad de la vida.

Contra ese sentimiento frustratorio tenemos que rebelarnos, sobre todo los pastores de alma, los líderes de todos los estamentos sociales y muy especialmente quienes ejercemos la función social de la comunicación, quienes pretendemos ser candil de la calle, para lo cual es imprescindible que sepamos alumbrar nuestro propio camino, nuestros espacios personales, familiares y sociales.

El periodismo y la comunicación nacional precisan un gran reencuentro con los valores y principios éticos del oficio, que nos mandan investigar, profundizar sobre los problemas nacionales y universales de nuestro tiempo, para ayudar a quienes nos ponen atención a tomar las decisiones convenientes a su desarrollo integral, personal y social.

Desde que estudié comunicación, los maestros me enseñaron que no hay mensajes neutros, que toda comunicación conlleva un compromiso, primero con la verdad y la objetividad, y luego con la suerte de la comunidad. Nos está prohibida la manipulación, la exclusión de las opiniones y posiciones de los demás, el desprecio por la diversidad.

Se nos inculcó que el origen etimológico de la palabra de comunicación es del latín comunis, lo que implica hacer común las cosas, los bienes, las riquezas materiales y espirituales, las luchas, sueños y esperanzas. Por lo que el bien común constituye la hipoteca social del periodismo y la comunicación.

Comprendo que esta reflexión, que se constituye en propósito para el nuevo año, provocará risas y hasta burlas en algunos casos, pero me he atrevido a plantearlas siguiendo las pautas de monseñor Isaac, porque estoy seguro que acariciarán el alma de la mayoría de mis lectores.

 

Gratitud por reconocimientos

Por Juan Bolívar Díaz

Me siento en el deber de expresar mi gratitud a la Fundación Corripio por haberme otorgado su premio anual de estímulo a las comunicaciones sociales, esta vez en la categoría Periodismo, que recibí el martes 29. Celebro haber compartido el rconocimiento con las dirigentes del Instituto Oncológico Heriberto Pieter, el jurista Rafael Alburquerque y el actor Iván García. Agradezco a la familia Corripio que mantiene estos premios anuales, como al jurado que me hizo objeto del galardón.

Nunca me he autopromovido para ningún reconocimiento. Más bien durante dos o tres décadas, he sido jurado de premios periodísticos administrados o auspiciados por instituciones académicas, como la Universidad Católica Santo Domingo o el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, o internacionales como Unicef o Visión Mundial, y hasta de empresas industriales y de seguros.

Los reconocimientos son estímulo para la superación y el compromiso con la sociedad, y más cuando reafirman la hipoteca social del periodismo, que conlleva la obligación de perseguir la realidad, investigarla, descubrirla y exponerla, aunque los resultados no se correspondan con nuestras expectativas, o cuando van contra el sentir de amplios conglomerados o importantes intereses empresariales o políticos. Por simple ejemplo, soy militante en la denuncia de las ejecuciones policiales de muchachos pobres en los barrios, sean supuestos o reales delincuentes.

Durante más de dos décadas inculqué a mis alumnos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en múltiples charlas, que la objetividad es una meta a perseguir, colocando la realidad por encima de lo que hay en nosotros. Pero nunca para cruzarnos de brazos, sino para buscar transformarla en beneficio de la sociedad.

Nunca he predicado la neutralidad ni la independencia, sino la objetividad, como capacidad para percibir la realidad y exponerla sin manipulaciones, sin tratar de acomodarla a nuestros intereses o anhelos, por más sublimes que estos sean. Para luego luchar por transformaciones acordes con los sueños de la sociedad, que es plural por naturaleza. Los neutrales y los independientes viven al margen de la justicia social, no utilizan el poder de la comunicación para mejorar la repartición de los panes y los peces ni para crear instituciones que soporten la libertad, la democracia y la inclusión social.

Yo soy miembro de la generación de los sesenta, de los jóvenes que nos propusimos cambiar esta sociedad, que trataba de superar la tiranía trujillista de tres décadas, y un legado autocrático, de exclusión que fue siempre caldo de cultivo de la dictadura o de la anarquía. La guerra fría y la invasión norteamericana de 1965 frenaron el proceso, prolongando la autocracia y la exclusión en otras dimensiones.

Fui de los primeros dominicanos graduados de periodistas y luché por el reconocimiento de la profesión, por la defensa de los intereses de los periodistas, por la plena libertad de expresión y difusión, por el establecimiento de un código de ética por parte de los mismos periodistas.

Gran parte de esos anhelos están aún pendientes de materialización. Otros, como el código de ética, lucen casi imposible dada la perversión bastante generalizada de la comunicación y el periodismo nacional, pero hay que seguir enarbolándolos, por principio y a la espera de coyunturas más propicias para el mejoramiento social.

Por eso, cuando me entregan un reconocimiento como el de la Fundación Corripio, lo recibo con alegría y gratitud. Si me premian por un ejercicio profesional de calidad, comprometido con la sociedad, por la promoción de la democracia, y por labor docente, están reconociendo a cuantos desde el Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales, el Colegio de Periodistas y la Asociación de Periodistas Profesionales proclamamos y defendimos la hipoteca social de la comunicación. Agradezco también el acto de solidaridad del que fui objeto por cientos de colegas y amigos el 21 de agosto, tres días antes del accidente automovilístico del que aún lucho por recuperarme.

Los dilemas del periodismo

 

Por Juan Bolívar Díaz

Con motivo del Día del Periodista que celebramos en el país cada 5 de abril, la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Madre y Maestra convocó a cuatro profesionales para debatir sobre los dilemas y perspectivas del periodismo contemporáneo a la luz de los desafíos que suponen las nuevas tecnologías. Resumo a continuación mi exposición ante estudiantes y profesores de esa academia.

Cuando me inicié en esta profesión hace 45 años ya avanzaba el proceso de concentración de los medios, convertidos en una de las más dinámicas industrias contemporáneas. En México, donde tuve el privilegio de cursar la carrera, la cadena García Valseca tenía 38 diarios y televisa ya era un gran monopolio. En Europa todavía había regulaciones y la televisión y la radio eran en alta proporción estatales. Aunque en Estados Unidos había múltiples consorcios de medios, todavía se mantenían algunos límites a los monopolios,  lo que duró hasta comienzo de este siglo-milenio.

Los pragmáticos editores y propietarios de medios sólo se preocupaban por las nuevas tecnologías y las reingenierías empresariales. Pero los académicos y profesionales del periodismo enfrentaban los retos de una comunicación  demasiado al servicio de los poderes económicos y políticos, de la publicidad y la manipulación.

Asistimos al gran debate sobre el nuevo orden informativo internacional, con todo y el informe de la Comisión McBride de la Unesco, a consecuencia del cual esta institución fue extorsionada económicamente y obligada a capitular en las preocupaciones por un mayor equilibrio y libertad en las comunicaciones, tanto entre pueblos como entre profesionales y propietarios.

El progresivo fracaso del socialismo real fortaleció las tendencias neoliberales, que se impusieron en la economía, la política y la comunicación, derribando regulaciones y creando las condiciones para los abusos que generarían la gran crisis del capitalismo a partir del 2008.

En América Latina las dictaduras militares y la década pérdida en términos económicos, trastocaron el orden continental. El reinado de Reagan y la Tatcher aceleró el derrumbe del socialismo y el advenimiento de un mundo unipolar donde predomina un capitalismo salvaje.

La revolución tecnológica impuso su dominio en las comunicaciones, con todo su esplendor y sus sombras. Multiplicación infinita de la capacidad de comunicar, pero también de la banalidad y la superficialidad y elevación del costo de comunicar para beneficio de los grandes consorcios empresariales.

Los desafíos del periodismo siguen siendo los de siempre, desde el periódico mural a la internet: un intento de comunicación, de investigación de la realidad para difundirla a través de los medios disponibles. Periodismo para liberar de la ignorancia, para combatir la opresión, para sostener los sueños de justicia, la emancipación de los grupos y comunidades excluidas, para promover la fraternidad y la paz.

La misión del periodista es comunicar, hacer común las luchas por la superación humana, incidir en la sociedad mediante la investigación, deshaciendo entuertos y manipulaciones, contrastando las realidades sociales, explicando, educando para la libertad.

La Internet representa un gran desafío para los periódicos, que tendrán que abrirse cada vez más a la necesidad de comunicación, auspiciando un periodismo investigativo y libertario que en cualquier caso se realizará en la radio, televisión y en Internet. En esta con progresiva  atracción publicitaria, en la medida en que los periódicos sigan perdiendo lectores. Pero la interactividad no sustituirá el periodismo.

No morirán los periódicos ni los libros. Perderán terreno, muchos desaparecerán, pero otros se readaptarán auspiciando un mejor periodismo. En los periódicos habrá menos espacio para la superficialidad y la banalidad que ya se ejercerá con exceso en las redes. Y el periodismo seguirá siendo una de las mejores profesiones, un gran compromiso con la superación de la sociedad y las personas humanas.-