La pregunta volvieron a formularla esta semana varios comunicadores: por qué no da entrevistas el Presidente Leonel Fernández, sorprendidos por la contradicción de que siendo el mandatario tan buen comunicador, evada sistemáticamente el encuentro con los reporteros dominicanos.
Ruedas de prensa formales, como se acostumbra en el mundo democrático, son muy escasas las concedidas por el doctor Fernández en casi diez años de gobierno. Ninguna en este período que ya se acerca a su primera mitad.
En los últimos seis años ha preferido convocar tres o cuatro almuerzos con directores de medios de comunicación para tratar temas que le interesaban.
A veces para intentar desvirtuar cuestionamientos de la opinión pública, cuando tomaban dimensión escándalos como el del contrato con la Sun Land para colocar bonos por 130 millones de dólares en el mercado internacional a espaldas del Congreso, o cuando se descubrieron las nominillas o pagos ilegales a 42 mil 434 dirigentes de comités de base de su partido por un monto mensual de 143 millones 120 mil pesos.
Hay que convenir en que en esos esporádicos encuentros el primer mandatario se servía con la cuchara grande del manjar comunicativo, dando verdaderos recitales demostrativos de su capacidad discursiva, y muy pocos consideraban el escenario apropiado para cuestionamientos de fondo. Faltaba el atrevimiento de los buenos reporteros, y las crónicas que se desprendieron fueron generalmente superficiales.
No había cámaras para difundir contradicciones.
Muchos no han podido entender el muro de silencio que ha erigido el gobernante que durante años fue profesor de comunicación social de la Universidad Autónoma, asesor jurídico del Colegio de Periodistas durante los dos años que me tocó presidirlo entre 1989 y 1981.
Lo hizo con mucha generosidad, ya que nunca cobró un centavo y jamás falló en una diligencia durante la larga litis con la Asociación de Diarios por violación de la primera Ley de Profesionalización y Colegiación de los Periodistas.
Sin embargo, no parece tan difícil entender la opción preferencial. Si diera ruedas de prensa, ya hubiese tenido que informar, por ejemplo, quién ganó la licitación internacional convocada el 19 de octubre pasado para construir la segunda línea del Metro de Santo Domingo.
Él se comprometió en varios discursos y en la campaña del 2008 a que haría mediante concesión privada, ya que el Estado carecía de los recursos necesarios.
El plazo para cerrar la licitación vencía el 4 de diciembre pasado y casi siete meses después el gobierno ha considerado innecesario informar resultados, aunque la mayor inversión en la historia del país se está ejecutando a la velocidad de múltiples tramos, sin importar que esté dislocando el tránsito en esta ciudad de por así caótica.
Si Leonel diera ruedas de prensa ya hace tiempo que a algún loco reporterito se le hubiese ocurrido preguntarle por qué no hace transparentes los ingresos y gastos de su fundación Global, como estaría obligado a hacer todo presidente de la democracia contemporánea que reclama transparencia y sanciona los conflictos de intereses..
El presidente prefiere hablar a los periodistas extranjeros porque a ellos los puede impresionar con su conceptualización sobre la era de la información y la sociedad del conocimiento y de la transparencia. Esos no podrán encararle que su gobierno se caracteriza por el ocultismo, por vivir de espaldas a la opinión pública, y por violar la mil veces concertada ley que destina a la educación un mínimo del 4 por ciento del producto interno, quedándose alrededor de la mitad, para poder hacer otras obras visibles, como Trujillo y Balaguer, no como predicó Juan Bosch.
El presidente Fernández no es sólo mudo, sino también sordo. Al final de su primer período de gobierno nos dijo, a tres periodistas amigos, que él no veía televisión nacional.
De esa manera ni se mortifica. Y nadie puede esperar que va a cambiar de rumbo, por más algarabía que se produzca.
Hay que convenir que al fin de cuentas le ha dado beneficios políticos, con buenos niveles de aceptación.
La cultura autoritaria, el presidencialismo y el lambonismo de esta sociedad lo auspician.
Y para colmo sus contrincantes políticos no logran crear ilusión de cambios anhelados.
Ya no hay Juan Bosch ni Peña Gómez.