Otro crédito para Danilo Medina

Por Juan Bolívar Díaz
CARRETERA

El presidente Danilo Medina se ha ganado otro reconocimiento con la decisión de desestimar el proyecto que había anunciado desde el año pasado de construir una nueva carretera entre Santiago y San Juan de la Maguana cuya realización conllevaba no solo un altísimo costo económico, sino también ecológico.

De acuerdo a lo informado por el Ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, el Gobierno invertirá en el mejoramiento de la comunicación vial ya existente entre diversas comunidades en la dirección norte-sur, privilegiando la restauración de la vieja carretera que une el cruce de Ocoa con Piedra Blanca, lo que facilitaría la conexión de las dos regiones sin tener que pasar por Santo Domingo, San Cristóbal ni Baní, con la ventaja adicional de que beneficiará a importantes núcleos de productores agrícolas.

El ministro Castillo motivó la desestimación de la nueva carretera por su alto costo, unos 500 millones de dólares, como habían advertido expertos, tanto en público como en privado. Una inversión de esa magnitud iba a dejar el Gobierno con poca capacidad para atender infinidad de pequeñas y medianas obras de toda naturaleza reclamadas por las comunidades. Tampoco se justificaba un nuevo endeudamiento de esa magnitud para una obra que a juicio de muchos tardaría años en arrojar rentabilidad, a no ser la que obtendrían los propietarios de terrenos en la ruta, algunos de los cuales compraron tan pronto se habló del proyecto, según denunciara el año pasado la Sociedad Ecológica del Cibao.

Por otra parte, la decisión le ahorra una profunda herida a por lo menos dos parques nacionales de la cordillera Central, verdadera madre de gran parte de las corrientes fluviales que van quedando en el país, y que pondría en peligro la presa de Sabaneta, una de las grandes inversiones nacionales en materia fluvial.

Hay que celebrar que el presidente Medina haya tenido el valor de renunciar a una obra que él mismo consideraba como un gran legado, escuchando las advertencias, por lo menos las financieras, de quienes a lo largo de décadas se han opuesto a esa costosa agresión ecológica.

Falta que muchos asimilen la lección que conlleva esta rectificación y comprendan que este es un país pobre, 42 por ciento bajo la línea de la pobreza, de muy baja inversión social, donde la mitad de las viviendas aún no disponen de agua potable y una alta proporción vive muchas horas cada día sin energía eléctrica, con las ciudades sin alcantarillado sanitario, donde se reproducen fácilmente epidemias como la chikungunya por deficiencias tan elementales como la escasez de medicamentos en los hospitales.

Ya es tiempo que entendamos que hay que invertir mucho más en la gente, que es una iniquidad que el 90 por ciento de los pensionados reciban apenas 5,117 pesos mensuales y que el 69.7 por ciento de los empleados formales tengan ingresos menores a 19,290 pesos, cuando el umbral de la pobreza se fija en 21,493 pesos. Y que la tercera parte de los empleados del Estado todavía tienen salario de 5,117 pesos.

Nuestros niveles de educación y salud han sido cuestionados sistemáticamente en todas las evaluaciones internacionales, porque nuestros gobiernos priorizan la inversión en cemento que inauguran pomposamente, aunque sean un fracaso en retorno como el Metro de Santo Domingo que con dos líneas apenas mueve el 7 por ciento de los usuarios de transporte del Gran Santo Domingo. Ahí está el aeropuerto internacional de Barahona, inaugurado hace 20 años, donde apenas aterriza un avioncito dos o tres veces por semana. Y la fantasmal carretera Barahona-San Juan, o la Santo Domingo-Samaná donde pese a pagarse un peaje histórico de 900 pesos, hay que subsidiarla del Presupuesto Nacional.

Urge cambiar la cultura del cemento que llevó a distinguidos munícipes del Consejo Regional del Nordeste a pedir un aeropuerto para San Francisco de Macorís, a 30 minutos del internacional del Cibao, y a una hora del Catey de Samaná y del de Puerto Plata.

 

Por un debate racional

 

Por Juan Bolívar Díaz

El inspirado gobierno del licenciado Danilo Medina debería auspiciar un debate absolutamente racional, abierto y plural antes de decidir una ruta específica para mejorar y abaratar la comunicación terrestre entre la pujante región del Cibao y el relegado Sur, merecedor de una mayor atención, a fin de identificar la opción más ventajosa no sólo desde el punto de vista económico social-sino también por el impacto ambiental.

 Hay cada vez mayores y serias objeciones a un nuevo trazado vial. Pero no se trata de una oposición al objetivo fundamental, sino de propuestas alternativas que suponen, por lo menos a juicio de sus portadores, menores costos en términos medio ambientales y económicos. De manera que no se les debe estigmatizar como “oposición al progreso” o “resabios de ecologistas radicales”, ni tampoco como obstrucción a una decisión gubernamental.

 Lo primero que debe hacer el gobierno es ejecutar una política de absoluta transparencia. Eso comienza por informar cuál es la ruta escogida, y dar a conocer los estudios de impacto ambiental y económico social que deben preceder una obra de esa magnitud e importancia, que según se ha dicho costaría 345 millones de dólares, aunque expertos indican que podría rondar los 500 millones de dólares.

 Lo segundo sería auspiciar un taller de trabajo abierto, convocando a los profesionales e instituciones que han formulado alternativas para que las expongan. Pero no para llenar un expediente cuasi democrático, sino para tomar nota y luego decidir sobre lo que parezca más racional, es decir más conveniente para toda la sociedad dominicana que va a pagar el costo.

 Nos inscribimos entre quienes favorecen la ruta Constanza-Padre las Casas, que han sostenido profesionales de la categoría de Frank Moya Pons y Osiris de León. Esta semana conocimos un excelente análisis-propuesta del doctor en geografía José Ramón Martínez Batlle, quien auxiliándose de fotos satelitales ha diseñado varios trazados para concluir en que esa es el más conveniente desde el punto de vista ambiental y socio-económico.

La conexión por Constanza sería más conveniente porque enlaza zonas ya bajo cultivos y porque sería más céntrica para dar paso hacia las dos regiones, dado que el intercambio comercial es de los justificativos de la inversión. Tendría mucho menor costo ya que el tramo nuevo a construir sería más corto, y más rentabilidad porque facilitaría la circulación a una más amplia proporción poblacional.

Desde la perspectiva ecológica no hay discusión posible. Por Constanza no habría que ocasionar un nueva herida a la Cordillera Central, ni afectar dos de los más importantes parques nacionales reservorios de fuentes acuíferas fundamentales, ni tumbar bosques por más de 40 kilómetros, como implica la alternativa que se viene barajando.

 Hace décadas que se contempla la posibilidad de una nueva ruta norte sur y los gobiernos le han dado larga por los costos que implica. No hay ninguna razón que ahora obligue a  una precipitación. Este es un país pobre con demasiadas necesidades aún en los servicios más elementales de agua, energía, alcantarillados, educación, salud y vivienda, por lo que debemos medir toda inversión.

 Acabamos de pasar por un nuevo paquete impositivo y el Fondo Monetario Internacional ya está sugiriendo otro, advirtiendo del riesgo  en que ha caído la economía nacional a causa de graves déficits, como el fiscal 8.5 por ciento y el de balanza de pagos sobre el 7 por ciento del producto bruto interno, así como una deuda pública que ya alcanza el 45 por ciento del mismo PIB, incrementada en 5 puntos en el último lustro. Estamos obligados a imponernos un régimen de real austeridad y racionalidad.

 

Racionalidad en toda inversión

Por Juan Bolívar Díaz
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 Aunque el presidente Danilo Medina e importantes sectores sociales están entusiasmados con la construcción de una nueva carretera para unir las regiones norte y sur del país, una obra de esa magnitud no debería iniciarse sin estudios serios sobre sus costos económicos, ecológicos y sociales y sin ser sometida a la criba de una absoluta racionalidad que determine si es prioritaria o corresponde a otra etapa del desarrollo nacional.

 Nadie debe oponerse por capricho a una legítima aspiración de importantes sectores que lucen convencidos de la prioridad de esa obra, pero tampoco sus promotores deben rechazar una ponderación fría y objetiva de su procedencia, sobre todo si se presentan alternativas de menores costos económicos y ecológicos.

 Es cierto que aquí como en todo el mundo hay ecologistas a ultranza que no entienden que todo desarrollo, toda infraestructura vial, urbanística, industrial o mineral, conlleva un costo para la naturaleza. Pero no son los criterios ecologistas los que han predominado aquí ni en el mundo, razón por la cual estamos matando la tierra.

 Sobran en el país las inversiones irracionales o inoportunas, que fueron objeto de rechazo, no porque fueran malas en sí mismas, sino porque no se correspondían con la etapa de desarrollo nacional. Como muestras tenemos el Metro de Santo Domingo, la mayor inversión de nuestra historia, utilizado por 50 mil personas diariamente, el medio por ciento de la población nacional. Ahí está el aeropuerto internacional de Barahona, que dos décadas después apenas recibe un par de avionetas por día. En Santo Domingo tenemos bulevares y parques donde no se para ni se sienta nadie de día o de noche.

 Un ejemplo de carretera costosa y de escasa utilidad podría ser la que une a Barahona con San Juan de la Maguana, que atraviesa una sierra fundamental, y se puede recorrer completa sin encontrar un solo vehículo en sentido inverso. En la región tienen  pendientes múltiples otras obras más beneficiosas para la mayoría.

 La carretera para unir más directamente a Santiago con San Juan ha sido manoseada durante décadas y aplazada una y otra vez por los costos que implica. Dicen que ahora unos 350 millones de dólares, pero algunos especialistas la elevan hasta 500 millones, con el agravante de que cortaría tres grandes parques nacionales del principal sistema montañoso de la isla y podría afectar fuentes hidrológicas fundamentales.

 Aún con esos costos no se le debe descartar absolutamente, pero también hay que justificarla en términos de utilidad, y midiendo la diferencia que implicaría otras opciones presentadas como la vía Jarabacoa-Constanza-Padre las Casas, cuya habilitación total tendría un costo mucho menor. Y el tiempo mayor de desplazamiento se justifica en el menor costo económico-ecológico.  Lo que no se puede justificar es que haya gente impulsada por la ventaja de desplazarse de norte a sur para recorridos turísticos o visitas familiares, cuando en ambas regiones y a lo largo de la ruta hay tantas obras de desarrollo por emprender, algunas que llevan décadas en construcción, como la circunvalación de Santiago.  Esa carretera implica una nueva herida a la cordillera central,  que a la vuelta de dos o tres décadas desangrará importantes reservas naturales con la construcción de cientos de casas campestres para ricos, decenas de caminos y acometidas y una gran devastación forestal.  Se afirma que hay quienes están invirtiendo en los predios implicados para hacer nuevos y grandes negocios inmobiliarios.

 Hay que volver a recordar que la CEPAL estimó hace poco en 42 por ciento la pobreza en el país, que la última encuesta Enhogar de la ONE estableció que apenas el 44 por ciento de nuestras viviendas tienen agua corriente, que nuestras ciudades no tienen alcantarillados sanitarios y que la carencia de energía eléctrica lacera el alma nacional y sus capacidades productivas. Es racionalidad lo que nos falta. Ojalá el presidente Danilo Medina dé otro palo y la subordine a la escala de prioridades.