Han preferido el desorden para explotar inmigrantes

Por Juan Bolívar Díaz

Informe especial. La regularización de haitianos en RD. Por enésima vez el Gobierno inició esta semana un proyecto para regular la inmigración dispuesta hace décadas por leyes, decretos y acuerdos pero jamás ejecutada por la prevalencia de intereses empresariales y hasta de organismos estatales que han preferido el desorden para disponer a su antojo de una mano de obra incondicional.

El propósito expresado en la reunión del Consejo Nacional de Migración, presidido por el presidente Danilo Medina, comienza mal motivado fundamentalmente en el interés de despojar de la nacionalidad a 244 mil descendientes de extranjeros nacidos en el país, en vez de centrarse en 524 mil inmigrantes indocumentados.

Polémica motivación. Con algarabía, reunido en el Palacio Nacional, bajo la conducción del presidente Danilo Medina, el Consejo Nacional de Migración instituido en la Ley General de Migración 285-04, pareció cobrar vida por vez primera casi una década después y replantea un Plan Nacional de Regularización que en año y medio apenas ha formalizado a 210 inmigrantes.

El Gobierno tendría una oportunidad de revivir su consigna electoral de “hacer lo que nunca se ha hecho”, que en este caso sería aplicar una sentencia inconstitucional e inhumana que despojaría de la nacionalidad por lo menos a los 244 mil 151 descendientes de extranjeros, 209 mil 912 (86 por ciento) de ascendencia haitiana, que residen en el país, según estimó este año la Oficina Nacional de Estadística.

Hay quienes temen que el nuevo intento de regulación sea tan fallido como los anteriores al centrarse en la persecución de los descendientes de extranjeros nacidos y reconocidos como dominicanos durante ocho décadas en vez de poner su atención en los 524 mil 632 inmigrantes, de los cuales 458 mil 233 (87 por ciento), serían haitianos, según la Primera Encuesta Nacional de Inmigrantes de abril pasado.

Aunque parezca irónico el plan de regularización podría ser reenfocado cuando el asedio internacional por la barbaridad del genocidio civil, que este martes se traslada al Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, obligue al Gobierno a rectificar o que lo disponga la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Según lo que se informó al final de la reunión del Consejo de Migración, integrado por una docena de ministros y altos funcionarios, el Presidente mantiene una puerta abierta a la “solución humana” del problema, por lo que busca “una respuesta coherente y humanitaria”. Con esto puede relacionarse el encargo a la Junta Central Electoral para que en plazo de diez días informe del “impacto de la sentencia sobre los extranjeros inscritos en el sistema registral”. Debería informar también sobre la viabilidad de identificarlos entre millones de actas retroactivamente hasta 1929, y de ubicarlos para anularles registro y cédulas con 25 por ciento de los libros desaparecidos.

Plan de regularización. La reunión del martes decidió elaborar, en plazo de 60 días, el Plan de Regularización de Extranjeros, aunque en julio del año pasado la Dirección General de Migración sometió un proyecto a consideración del entonces presidente Leonel Fernández, tras haber comenzado por decisión administrativa, a registrar trabajadores inmigrantes en abril del 2012.

El proyecto de Migración, elaborado en virtud de la Ley de Migración del 2004, contiene 89 artículos, con una extensa y redundante presentación de 26 páginas. Parece que ahora tendrá que ser modificado, a la luz de la sentencia del Tribunal Constitucional que pone en primer plano la situación de los desnacionalizados.

En la primera página de su introducción el proyecto de Plan Nacional de Regularización indica que “concierne exclusivamente a extranjeros con estatus migratorio irregular que se encuentren en la República Dominicana, y su finalidad es la de crear un espacio de oportunidad de regularización a aquellos extranjeros que se acojan a sus condiciones, requisitos y procedimientos”.

La Ley de Migración fue objeto de un largo proceso de discusión durante una década, hasta su promulgación por el presidente Hipólito Mejía en vísperas de su salida del Gobierno en agosto del 2004. Pese a los reclamos, su Reglamento 631-11 vino a ser promulgado más de siete años después por el presidente Leonel Fernández el 19 de octubre del 2011.

Sólo 210 regularizados. Con prisa, en base al reglamento de la ley, Migración dio un plazo público a las empresas agropecuarias y de la construcción para que a partir de abril del 2012 se abstuvieran de emplear inmigrantes indocumentados y se acogieran a un plan de regularización. Pero desde el principio los términos fueron considerados impracticables por las organizaciones empresariales, especialmente de la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) y la Asociación de Constructores y Promotores de Viviendas (Acoprovi).

Año y medio después, apenas 210 trabajadores agrícolas han recibido el carnet de regularización, según informe de la Dirección de Prensa de Migración publicado el 24 de octubre por el Diario Libre. Fuentes de la JAD indican que casi todos los regularizados son de una sola empresa, la bananera Plantaciones del Norte, de capital extranjero, que puede invertir una suma considerable para acogerse al reclamo y cumplir requisitos de los países de destino de sus exportaciones. Otros 500 estarían en proceso, estos de otra empresa también extranjera, que gestiona el Ingenio Barahona.

La JAD ha estimado que las condiciones económicas para la regularización son tan onerosas que no las pueden pagar los jornaleros haitianos y apenas una parte de las 258 empresas agroindustriales y 200 pecuarias, siendo imposible para unos 10 mil pequeños y medianos productores del sector que emplean entre 10 y 20 jornaleros haitianos, una alta proporción del total. Lo mismo ha sostenido la Acoprovi sobre sus miembros.

Un buen negocio. A mediados del 2012, como quedó impreso en nuestro análisis “Habrá que aterrizar el Reglamento de Migración”, se estimó que la regularización de cada jornalero haitiano costaría entre 20 y 30 mil pesos, es decir entre 500 y 750 dólares de entonces. Migración estableció una tarifa de 15 mil pesos, que luego reduciría a 12 hasta dejarlo ahora en 8,500 pesos, pagaderos en efectivo a ese organismo, sólo por emitir el carnet final. A los indocumentados en el país se les obligaba a volver a Haití para iniciar el proceso. Entre 5 y 15 mil pesos adicionales se irían en legalizar acta de nacimiento, obtener certificado médico, pasaporte y visa, traducción y legalización de documentos. El pasaporte haitiano costaba 80 dólares y la visa dominicana en teoría 90 dólares, pero los consulados en Haití cobraban hasta 200.

Un agravante total para las empresas es que el Plan de Regularización les obligaba a pagar una fianza por cada trabajador temporal contratado, que sería ejecutada si al final del contrato no entregaban el jornalero a Migración para su repatriación. Eso sólo sería posible si las empresas establecieran un campo de concentración vigilado en cada finca o construcción. Ya era demasiado con que pagaran el costo de carnetizar un inmigrante que en cualquier momento podría desaparecer.

Eso puede ser un buen negocio para la Dirección de Migración y los consulados dominicanos en Haití, pero absolutamente impracticable. Convertía el interés de regularizar en una maraña de requisitos y recaudaciones que por cierto no entrarían a la Tesorería Nacional, sino que quedaban como “recursos propios” del organismo, que de regulador pasaba a recaudador.

Preferirían el desorden. Son muchos los intentos de regularizar la inmigración haitiana a lo largo de un siglo. Desde los implementados por la tiranía de Trujillo, hasta la actual etapa democrática. Pero siempre parece prevalecer el “dejar hacer, dejar pasar” que ha creado tantas fortunas de funcionarios civiles y militares, de políticos y traficantes.

Fue el Consejo Estatal del Azúcar el que durante décadas contrató miles de haitianos para el corte y tiro de la caña, especialmente en los doce años de Balaguer, parte de los cuales se irían quedando en el país. Los gobiernos de Antonio Guzmán y Jorge Blanco siguieron los contratos. Por cierto que correspondió al doctor Milton Ray Guevara, secretario sin cartera de Guzmán y ahora presidente del Tribunal Constitucional, negociar con Duvalier una renovación del negocio de los braceros haitianos.

Mientras denunciaba la “invasión haitiana” el gobierno de Joaquín Balaguer reclutaba en Haití obreros para abrir las zanjas para la ampliación del acueducto de Santo Domingo en los años noventa, y el de Fernández para el metro y hasta para la remodelación del edificio de la Cancillería. Una vez se escuchó al ingeniero Diandino Peña decir que si querían terminar la ampliación de la Cancillería antes de una cumbre regional, tenía que utilizar haitianos. Lo mismo dijo luego sobre la conclusión del metro de Santo Domingo.

Las industrias privadas de la caña y el azúcar y de la construcción también se han nutrido históricamente de una mano de obra incondicional, incapacitada para reclamar y más barata que la nacional. Los dominicanos que se han ido hasta en yola para Puerto Rico dominan allí el mercado laboral de la construcción, que aquí han venido dejando en manos de los haitianos.

La convicción general es que tanto en el sector estatal como en el privado han preferido mantener el desorden migratorio, antes que pagar las consecuencias de la regularización. Ahora confunden pretendiendo que la inmigración ilegal se controlará despojando de la nacionalidad a los nacidos en el país hasta hace 80 años. Para agravar antes de solucionar el desorden.

Intentos de regularizar la inmigración

14 de abril de 1939
Ley de Migración No. 95.
12 de mayo de 1939
Reglamento 279 de la Ley de Migración.
22 de diciembre de 1966
En vigor el Acuerdo sobre Contratación de Obreros Temporales Haitianos entre RD y Haití.
28 de marzo de 1987
Decreto 152-87 Sobre Apertura de la Frontera Domínico-Haitiana.
15 de Octubre de 1990
Decreto 417-90 que dispone la “Regularización Migratoria de Jornaleros de Nacionalidad Haitiana.
13 de Junio de 1991
Decreto 233-91 dispone la repatriación de todos los trabajadores extranjeros menores de 16 años y mayores de 60 que trabajan en la caña de azúcar.
19 de Junio de 1998
En vigor el Memorandum de Entendimiento para Asuntos Migratorios. Gobiernos de RD y Haití.
23 de Febrero del 2000
Declaración Sobre Condiciones de Contratación de Trabajadores. Gobiernos de RD y Haití.
15 de Agosto del 2004
Ley General de Migración 285-04.
19 de Octubre del 2011
Reglamento 631-11 de la Ley General de Migración.

 

El infinito desorden de las pensiones

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Desde hace años he venido denunciando las iniquidades e inequidades que se dan en las pensiones que paga el Estado, deplorando los persistentes privilegios y reclamando un mínimo de justicia para miles de maestros, enfermeras y trabajadores azucareros que tras décadas de trabajo mendigan en las calles por el derecho que les otorgan la Constitución y las leyes.

 En este mismo espacio el 30 de septiembre catalogaba como “Una casta de privilegiados” a los pensionados por la Superintendencia de Bancos hasta con 650 mil pesos mensuales, siguiendo una práctica instituida en numerosos organismos descentralizados y autónomos. También deploraba que cientos  de personas hayan sido pensionadas con asignaciones entre 25 y 50 mil pesos mensuales, sin haber trabajado para el Estado, muchos sin necesitarlas, como parte de la política de compra de lealtades, adhesiones o silencios, mientras el 87 por ciento de los jubilados estatales recibe el mínimo de 5 mil 117 pesos.

 En un artículo anterior, del 22 de julio, denunciaba la flagrante violación de la Ley 379-81 que establece el “Régimen de Jubilaciones y Pensiones del Estado Dominicano para los Funcionarios y Empleados Públicos”, cuyo artículo 2 indica que “En ningún caso el monto de la pensión será menor al sueldo mínimo nacional vigente ni mayor a la cantidad que resulte de la suma de ocho de esos sueldos”. Con las expectativas del nuevo Gobierno concluía en “cuánto mérito acumularía Danilo Medina si le entra como a la conga a tantos privilegios, inequidades e iniquidades”.

 Durante años hemos denunciado cómo el Congreso Nacional, el Poder Judicial, la Cámara de Cuentas, Junta Central Electoral, Banco Central, Universidad Autónoma de Santo Domingo y otras instituciones estatales buscaron diversos mecanismos, algunos sin fundamento legal, para establecer pensiones privilegiadas al margen de la universalidad que plantea la Ley 87-01 que creó el Sistema de Seguridad Social.

Esta legislación establece el principio de la solidaridad, mediante aportes individuales a un fondo para pensionar a indigentes, lo que evaden la mayor parte de los funcionarios públicos mejor pagados. El experto en administración Cándido Mercedes ha sostenido que si esos privilegiados hubiesen estado en el nuevo régimen de seguridad social el promedio de los aportes individuales no sería 17 mil 993 pesos, sino 21 mil 575, y los fondos acumulados casi duplicarían los 182,547 millones de pesos actuales.

El decreto 616-12 del presidente Medina ha dispuesto la suspensión de contribuciones estatales a los planes complementarios que se multiplicaron en organismos públicos, y la Superintendencia de Pensiones ha mostrado disposición a hacer valer las leyes, lo que constituye un aliento a la esperanza de rectificación.

  Pero las revelaciones de los últimos días no dejan dudas sobre el infinito desorden en que han devenido las pensiones públicas y la relativización de la ética. Ahora sabemos que muchos de los pensionados privilegiados, a veces previa liquidación no contemplada en la ley, siguen cobrándolas, aunque reciben un salario por funciones públicas, incluyendo a jueces de las altas cortes.

 El diputado peledeísta Francisco Matos amenazó  con revelar una lista de 380 funcionarios públicos que cobran sueldo y pensión. Pero personas bien informadas  afirman que pasan de diez mil y que hay quienes reciben tres sueldos públicos, porque cobrando en un cargo, están pensionados por la universidad estatal u otro organismo autónomo o descentralizado y en el Gobierno central.

 El presidente Medina debería completar la rectificación del decreto 616, disponiendo cruzar las nóminas estatales para eliminar las dobles pensiones y suspenderlas a quienes siguen cobrando al Estado, práctica no solo absurda e inmoral, sino también violatoria de la Ley de Función Pública y de la Ley 379-81 cuyo artículo 11 prohíbe más de una pensión y prescribe que  si un pensionado vuelve al servicio público tiene que dejar de cobrarla. También debe cumplirse el máximo de ocho salarios mínimos y suprimir todas las que se han otorgado a personas que no tienen derecho a la misma, salvo enfermos o discapacitados. Y que en cambio se conceda pensiones  a todos los que reúnen los requisitos y que las andan mendigando. Es justicia lo que se pide.

Es justicia lo que se pide

Por Juan Bolívar Díaz
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De estos sí que se puede decir que “aún no ha sido escrita la historia de su congoja, su viejo dolor unido al nuestro”, tomando prestado el inicio del excelente poema que Norberto James Rawlings escribiera para cantar las penurias de sus ancestros, los cocolos que se asentaron a principio del siglo pasado en San Pedro de Macorís y sus alrededores, en Puerto Plata y algunos otros enclaves de la caña de azúcar, dulce y amarga.

Nadie puede asegurar con certeza cuántos son, porque ni ellos mismos lo saben, tal vez ya cansados de contarse y contar su impiadoso abandono en lo que queda de los bateyes que ya eran miserables aún cuando el azúcar era la primera industria nacional y mayor fuente de divisas del país. Pero unas veces se cuantifican en 13 mil, otras en 18 y hasta 22 mil.

De lo que no dejan dudas es de su condición de despojos, bagazos a los que durante décadas se les sacó la última gota de jugo en el trapiche de la explotación azucarera. Llevan varios años exhibiendo su miseria a la vista de todo el que quiera ver y escuchar hasta donde puede llegar la insensibilidad y el abuso.

En los últimos meses han arreciado su lucha, conscientes de que lo que no se consigue en campaña electoral es difícil lograr después de los comicios. Por eso el miércoles varios miles de ellos  marcharon hasta el Palacio Nacional y planean declararse en vigilia permanente frente al edificio de lo que queda del viejo Instituto Dominicano de Seguros Sociales, donde el clientelismo mantiene cientos de botellas.

Lo que esos reductos humanos vienen reclamando no es que les regalen una de las 600 mil tarjetas de “Solidaridad” que el Gobierno ha distribuido, sino que les paguen las pensiones para las que cotizaron durante años y décadas y que como las de muchos otros trabajadores han quedado en el vacío tras la instauración del nuevo Sistema Nacional de Seguridad Social.

Llevan años presentando sus papeles, entregando expedientes a los burócratas del IDSS que el jueves en el Listín Diario publicó una página con un listado de 206 extrabajadores de los difuntos CEA, CORDE Y CDE, a quienes el 12 de enero pasado se les aprobó tramitarles pensiones, ahora centralizadas en el Ministerio de Hacienda. Incluyeron otra lista de 44 ya enviados al organismo.

El asunto es que los cañeros llevan mucho tiempo esperando sus pensiones y en  Hacienda les dicen que no hay dinero. Hace un año testimoniaron a Hoy que sólo  estaban incorporando nuevos pensionados en sustitución de los que iban muriendo, lo que en la práctica supone que se sienten a velar a los que están a punto de morir de inanición y abandono.

No es posible entender tanta indolencia, tal vez porque casi dos tercios de los cañeros reclamantes son haitianos o descendientes de ellos. Hay también cocolos y dominicanos. Independientemente de sus orígenes, el trabajo y el sudor los sembró al territorio nacional donde han de ser enterrados, pues no tienen horizonte ni cobija en ninguna otra parte de este planeta.

La situación es más irritante por cuanto el presidente Leonel Fernández sigue otorgando cientos de pensiones de 40 y 50 mil pesos a periodistas, artistas y deportistas que nunca han trabajado para el Estado ni cotizaron al IDSS, muchos de los cuales tienen estatus de acomodados miembros de las clases medias y hasta a algunos ricos.

Toda la sensibilidad nacional debe unirse ahora a los cañeros para respaldar su reclamo. Que el Gobierno destine los dos mil millones de pesos que el año pasado expropió de los fondos de recursos laborales a financiar pensiones para estos infelices,  que en la mayoría de los casos serán efímeras, para que mueran con un poquito menos de miseria. Pues lo que aspiran es a pensiones de 5 mil pesos mensuales.

Un significativo reconocimiento

Por Juan Bolívar Díaz
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Con frecuencia doy gracias a Dios, a la vida y a cuantas personas me han impulsado y sostenido por los múltiples reconocimientos que he recibido a consecuencia del ejercicio de la profesión del periodismo, pero ninguno ha sido tan significativo como el que me ofreció esta semana la Unión de Trabajadores de la Caña, que agrupa a unos 50 mil obreros de los cañaverales de todo el país, entre los cuales hay 2 mil 700 que esperan ser pensionados.

Se trata de hombres y mujeres abandonados a su suerte como el bagazo de la caña después de  décadas abonando con el sudor y la sangre lo que durante más de un siglo fuera la principal empresa del asombroso crecimiento nacional, el mismo que ha convertido a Santo Domingo en una metrópoli que dispara el orgullo de muchos.

Más de un centenar de cañeros provenientes de decenas de bateyes se hicieron presentes en el auditorio del Colegio de Periodistas, muchos de ellos con más espíritu que cuerpo, arrastrando mutilaciones, encorvados y con la mirada perdida, implorando la atención de la sociedad a cuya riqueza contribuyeron.

Lo que originó el reconocimiento fue el “Réquiem por Andrés Charles” que escribí en HOY el 9 de agosto del 2009, despidiendo a “un perdido enamorado de la caña, aristócrata del sudor bajo el ardiente sol de los cañaverales”, quien acababa de morir tras un postgrado itinerante por los bateyes del Este, del Norte y del Centro del país. Luego de 59 años de labores, sin que hubiese tarea a la que le sacara el cuerpo, murió en la espantosa miseria, tras un accidente laboral, pues nunca pudo conseguir la pensión para la que había cotizado al Instituto Dominicano de Seguros Sociales.

Como este adalid del trabajo hay más de 18 mil antiguos cotizantes del IDSS que reclaman una pensión para la cual no aparecen los recursos, aunque el Gobierno y los empresarios, con la complicidad pagada de sindicalistas, se acaban de apropiar diez mil millones de pesos “excedentes” de los fondos de riesgos laborales. A pesar de que el mayor riesgo laboral en el país es el abandono en la vejez.

Justo el día antes del reconocimiento de los cañeros pudimos compartir con los dirigentes de la Federación de Asociaciones de Trabajadores Pensionados en el Almuerzo Semanal del Grupo de Comunicaciones Corripio, y escuchar de ellos las precariedades en que sobreviven más de 80 mil pensionados del Estado que reciben 5 mil 117 pesos por mes, equivalentes a 170 pesos por día, que en gran proporción apenas alcanzan para las medicinas que requieren sus cuerpos cansados.

Se trata de maestras, enfermeras, médicos, trabajadores eléctricos y de todos los oficios y profesiones, para quienes no alcanza el nuevo régimen de seguridad social. También de choferes  y obreros de la construcción a quienes empresarios y funcionarios han robado los fondos que por ley están destinados a asistirlos en el tramo final de la productividad.

Mucho más grave es la situación de un número de trabajadores municipales, que no pudieron precisar, con pensiones de mil y mil quinientos pesos al mes.

El reverendo Emilio López, presidente de la Federación, sostuvo que cada mes mueren alrededor de 100 pensionados, muchos de ellos literalmente de hambre, lo que dramáticamente permite que otros que esperan ser pensionados logren el objetivo, ya que el Ministerio de Hacienda lo único que hace es llenar las plazas vacantes que dejan quienes se cansan de la vida.

Por todos ellos fueron las lágrimas que me atacaron al encuentro  con los  cañeros, arrastrando sus miserias y congojas. Me retro llevaron a Doña Ana, Realidad, El Salto, Margarita, Alejandro Bass y Consuelito, los bateyes en que discurrieron mi infancia y adolescencia. Por eso fue tan significativo el reconocimiento, pues me renovó el compromiso con la justicia social y la dignidad humana.