Fue particularmente reconfortante concluir en Uno+Uno esta semana un ciclo de cinco paneles sobre la trascendencia de la Revolución Constitucionalista con la participación del ingeniero Ludovino Fernández Fernández, del teniente coronel Francis Caamaño Acevedo y del mayor Juan Lora de León, sendos hijos de los máximos héroes militares de 1965: Rafael Fernández Domínguez, Francisco Caamaño Deñó y Juan María Lora Fernández.
Es relevante que coincidieron en sus apreciaciones sobre la justeza de la gesta histórica de la que estamos conmemorando medio siglo, sobre los ideales y propósitos que guiaron a sus propulsares, civiles y militares, y especialmente cómo han asumido el sacrificio de sus padres. Los tres fueron bien expresivos, pero la condición de civil del ingeniero Ludovino Fernández, hijo del ideólogo militar de la lucha por la restauración del orden constitucional interrumpido por un golpe de Estado, le permitió mayor franqueza.
Fernández, reflejando la integridad y grandeza que adornan también a su madre Arlette Fernández, contó cómo fue educado y criado con alegría, sin tristezas ni resentimientos, empoderado del legado histórico de su padre, pero expresó insatisfacción por el Estado de la nación cincuenta años después, y sus esperanzas de que le demos un cambio para acercarnos a los ideales de tantos que murieron tratando de cambiar el atraso histórico nacional.
La Revolución Constitucionalista fue la gesta más trascendente del siglo pasado, y la de mayor gloria después de la independencia y la restauración de la República. Fue la expresión de varias generaciones que habían luchado contra la opresión y la anarquía y contra la ocupación norteamericana de 1916-24 que nos legó la peor tiranía de América que durante 31 años conculcó todos los derechos y libertades.
Fue la conjunción del valor y la decisión de líderes civiles y militares, mujeres y hombres de diversos estratos sociales, con ideales democráticos, socialistas y socialcristianos que pretendían la restauración del gobierno democrático de Juan Bosch, pero también el reino de la libertad, el imperio del orden y la justicia social. La masiva y valerosa participación popular fue indicativa de los anhelos del pueblo dominicano.
La ignominiosa nueva invasión militar de Estados Unidos cercenó el salto democrático que pretendían los dominicanos, que no se rindieron pese a la infinita superioridad militar del invasor y durante más de cuatro meses escribieron una epopeya patriótica que asombró al mundo con ejemplos de integridad y sentimiento patrio.
Los que sobrevivimos de aquella gesta, en cualquier campo que nos encontremos, tenemos una responsabilidad histórica con la memoria de los héroes y heroínas de abril, no sólo con Caamaño, Fernández y Lora, con Juan Miguel Román, Yolanda Guzmán, Oscar Santana, Ilio Capocci, Jacques Viau o el padre Arturo, para recordar algunos de los más relevantes y diversos, sino con la infinita legión de héroes anónimos.
Hay que recordar el compromiso derivado del valor de todos los combatientes civiles y militares, incluyendo a los que pagarían su osadía en la represión que siguió al acuerdo de paz, y a aquellos seis sacerdotes que evadieron la huida de sus superiores y lucharon en la zona Constitucionalista con el aliento del Nuncio Enmanuel Clarizio. También a los periodistas de Ahora, La Nación y Patria, que compensaron con creces el silencio y la complicidad de los periódicos dominantes. Y los locutores, intelectuales y artistas que mantuvieron en alto la moral de los constitucionalistas. Sin olvidar la voz tronante de José Francisco Peña Gómez, con sus cotidianas arengas patrióticas, y la integridad de Antonio Guzmán, quien renunció a la presidencia que se le ofrecía al no aceptar establecer campos de concentración para los presuntos comunistas.
Con todos y todas pervive el compromiso de superar las dolencias históricas de la nación, que sí podemos, lo que comienza ahora luchando para proscribir el pesimismo, la indiferencia y la resignación que afecta a gran parte de la sociedad dominicana ante la corrupción, la impunidad y la corrosión institucional.