Compromiso con los héroes de Abril

Por Juan Bolívar Díaz
26_04_2015 HOY_DOMINGO_260415_ Opinión9 A

Fue particularmente reconfortante concluir en Uno+Uno esta semana un ciclo de cinco paneles sobre la trascendencia de la Revolución Constitucionalista con la participación del ingeniero Ludovino Fernández Fernández, del teniente coronel Francis Caamaño Acevedo y del mayor Juan Lora de León, sendos hijos de los máximos héroes militares de 1965: Rafael Fernández Domínguez, Francisco Caamaño Deñó y Juan María Lora Fernández.

Es relevante que coincidieron en sus apreciaciones sobre la justeza de la gesta histórica de la que estamos conmemorando medio siglo, sobre los ideales y propósitos que guiaron a sus propulsares, civiles y militares, y especialmente cómo han asumido el sacrificio de sus padres. Los tres fueron bien expresivos, pero la condición de civil del ingeniero Ludovino Fernández, hijo del ideólogo militar de la lucha por la restauración del orden constitucional interrumpido por un golpe de Estado, le permitió mayor franqueza.

Fernández, reflejando la integridad y grandeza que adornan también a su madre Arlette Fernández, contó cómo fue educado y criado con alegría, sin tristezas ni resentimientos, empoderado del legado histórico de su padre, pero expresó insatisfacción por el Estado de la nación cincuenta años después, y sus esperanzas de que le demos un cambio para acercarnos a los ideales de tantos que murieron tratando de cambiar el atraso histórico nacional.

La Revolución Constitucionalista fue la gesta más trascendente del siglo pasado, y la de mayor gloria después de la independencia y la restauración de la República. Fue la expresión de varias generaciones que habían luchado contra la opresión y la anarquía y contra la ocupación norteamericana de 1916-24 que nos legó la peor tiranía de América que durante 31 años conculcó todos los derechos y libertades.

Fue la conjunción del valor y la decisión de líderes civiles y militares, mujeres y hombres de diversos estratos sociales, con ideales democráticos, socialistas y socialcristianos que pretendían la restauración del gobierno democrático de Juan Bosch, pero también el reino de la libertad, el imperio del orden y la justicia social. La masiva y valerosa participación popular fue indicativa de los anhelos del pueblo dominicano.

La ignominiosa nueva invasión militar de Estados Unidos cercenó el salto democrático que pretendían los dominicanos, que no se rindieron pese a la infinita superioridad militar del invasor y durante más de cuatro meses escribieron una epopeya patriótica que asombró al mundo con ejemplos de integridad y sentimiento patrio.

Los que sobrevivimos de aquella gesta, en cualquier campo que nos encontremos, tenemos una responsabilidad histórica con la memoria de los héroes y heroínas de abril, no sólo con Caamaño, Fernández y Lora, con Juan Miguel Román, Yolanda Guzmán, Oscar Santana, Ilio Capocci, Jacques Viau o el padre Arturo, para recordar algunos de los más relevantes y diversos, sino con la infinita legión de héroes anónimos.

Hay que recordar el compromiso derivado del valor de todos los combatientes civiles y militares, incluyendo a los que pagarían su osadía en la represión que siguió al acuerdo de paz, y a aquellos seis sacerdotes que evadieron la huida de sus superiores y lucharon en la zona Constitucionalista con el aliento del Nuncio Enmanuel Clarizio. También a los periodistas de Ahora, La Nación y Patria, que compensaron con creces el silencio y la complicidad de los periódicos dominantes. Y los locutores, intelectuales y artistas que mantuvieron en alto la moral de los constitucionalistas. Sin olvidar la voz tronante de José Francisco Peña Gómez, con sus cotidianas arengas patrióticas, y la integridad de Antonio Guzmán, quien renunció a la presidencia que se le ofrecía al no aceptar establecer campos de concentración para los presuntos comunistas.

Con todos y todas pervive el compromiso de superar las dolencias históricas de la nación, que sí podemos, lo que comienza ahora luchando para proscribir el pesimismo, la indiferencia y la resignación que afecta a gran parte de la sociedad dominicana ante la corrupción, la impunidad y la corrosión institucional.

 

Han preferido el desorden para explotar inmigrantes

Por Juan Bolívar Díaz

Informe especial. La regularización de haitianos en RD. Por enésima vez el Gobierno inició esta semana un proyecto para regular la inmigración dispuesta hace décadas por leyes, decretos y acuerdos pero jamás ejecutada por la prevalencia de intereses empresariales y hasta de organismos estatales que han preferido el desorden para disponer a su antojo de una mano de obra incondicional.

El propósito expresado en la reunión del Consejo Nacional de Migración, presidido por el presidente Danilo Medina, comienza mal motivado fundamentalmente en el interés de despojar de la nacionalidad a 244 mil descendientes de extranjeros nacidos en el país, en vez de centrarse en 524 mil inmigrantes indocumentados.

Polémica motivación. Con algarabía, reunido en el Palacio Nacional, bajo la conducción del presidente Danilo Medina, el Consejo Nacional de Migración instituido en la Ley General de Migración 285-04, pareció cobrar vida por vez primera casi una década después y replantea un Plan Nacional de Regularización que en año y medio apenas ha formalizado a 210 inmigrantes.

El Gobierno tendría una oportunidad de revivir su consigna electoral de “hacer lo que nunca se ha hecho”, que en este caso sería aplicar una sentencia inconstitucional e inhumana que despojaría de la nacionalidad por lo menos a los 244 mil 151 descendientes de extranjeros, 209 mil 912 (86 por ciento) de ascendencia haitiana, que residen en el país, según estimó este año la Oficina Nacional de Estadística.

Hay quienes temen que el nuevo intento de regulación sea tan fallido como los anteriores al centrarse en la persecución de los descendientes de extranjeros nacidos y reconocidos como dominicanos durante ocho décadas en vez de poner su atención en los 524 mil 632 inmigrantes, de los cuales 458 mil 233 (87 por ciento), serían haitianos, según la Primera Encuesta Nacional de Inmigrantes de abril pasado.

Aunque parezca irónico el plan de regularización podría ser reenfocado cuando el asedio internacional por la barbaridad del genocidio civil, que este martes se traslada al Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, obligue al Gobierno a rectificar o que lo disponga la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Según lo que se informó al final de la reunión del Consejo de Migración, integrado por una docena de ministros y altos funcionarios, el Presidente mantiene una puerta abierta a la “solución humana” del problema, por lo que busca “una respuesta coherente y humanitaria”. Con esto puede relacionarse el encargo a la Junta Central Electoral para que en plazo de diez días informe del “impacto de la sentencia sobre los extranjeros inscritos en el sistema registral”. Debería informar también sobre la viabilidad de identificarlos entre millones de actas retroactivamente hasta 1929, y de ubicarlos para anularles registro y cédulas con 25 por ciento de los libros desaparecidos.

Plan de regularización. La reunión del martes decidió elaborar, en plazo de 60 días, el Plan de Regularización de Extranjeros, aunque en julio del año pasado la Dirección General de Migración sometió un proyecto a consideración del entonces presidente Leonel Fernández, tras haber comenzado por decisión administrativa, a registrar trabajadores inmigrantes en abril del 2012.

El proyecto de Migración, elaborado en virtud de la Ley de Migración del 2004, contiene 89 artículos, con una extensa y redundante presentación de 26 páginas. Parece que ahora tendrá que ser modificado, a la luz de la sentencia del Tribunal Constitucional que pone en primer plano la situación de los desnacionalizados.

En la primera página de su introducción el proyecto de Plan Nacional de Regularización indica que “concierne exclusivamente a extranjeros con estatus migratorio irregular que se encuentren en la República Dominicana, y su finalidad es la de crear un espacio de oportunidad de regularización a aquellos extranjeros que se acojan a sus condiciones, requisitos y procedimientos”.

La Ley de Migración fue objeto de un largo proceso de discusión durante una década, hasta su promulgación por el presidente Hipólito Mejía en vísperas de su salida del Gobierno en agosto del 2004. Pese a los reclamos, su Reglamento 631-11 vino a ser promulgado más de siete años después por el presidente Leonel Fernández el 19 de octubre del 2011.

Sólo 210 regularizados. Con prisa, en base al reglamento de la ley, Migración dio un plazo público a las empresas agropecuarias y de la construcción para que a partir de abril del 2012 se abstuvieran de emplear inmigrantes indocumentados y se acogieran a un plan de regularización. Pero desde el principio los términos fueron considerados impracticables por las organizaciones empresariales, especialmente de la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) y la Asociación de Constructores y Promotores de Viviendas (Acoprovi).

Año y medio después, apenas 210 trabajadores agrícolas han recibido el carnet de regularización, según informe de la Dirección de Prensa de Migración publicado el 24 de octubre por el Diario Libre. Fuentes de la JAD indican que casi todos los regularizados son de una sola empresa, la bananera Plantaciones del Norte, de capital extranjero, que puede invertir una suma considerable para acogerse al reclamo y cumplir requisitos de los países de destino de sus exportaciones. Otros 500 estarían en proceso, estos de otra empresa también extranjera, que gestiona el Ingenio Barahona.

La JAD ha estimado que las condiciones económicas para la regularización son tan onerosas que no las pueden pagar los jornaleros haitianos y apenas una parte de las 258 empresas agroindustriales y 200 pecuarias, siendo imposible para unos 10 mil pequeños y medianos productores del sector que emplean entre 10 y 20 jornaleros haitianos, una alta proporción del total. Lo mismo ha sostenido la Acoprovi sobre sus miembros.

Un buen negocio. A mediados del 2012, como quedó impreso en nuestro análisis “Habrá que aterrizar el Reglamento de Migración”, se estimó que la regularización de cada jornalero haitiano costaría entre 20 y 30 mil pesos, es decir entre 500 y 750 dólares de entonces. Migración estableció una tarifa de 15 mil pesos, que luego reduciría a 12 hasta dejarlo ahora en 8,500 pesos, pagaderos en efectivo a ese organismo, sólo por emitir el carnet final. A los indocumentados en el país se les obligaba a volver a Haití para iniciar el proceso. Entre 5 y 15 mil pesos adicionales se irían en legalizar acta de nacimiento, obtener certificado médico, pasaporte y visa, traducción y legalización de documentos. El pasaporte haitiano costaba 80 dólares y la visa dominicana en teoría 90 dólares, pero los consulados en Haití cobraban hasta 200.

Un agravante total para las empresas es que el Plan de Regularización les obligaba a pagar una fianza por cada trabajador temporal contratado, que sería ejecutada si al final del contrato no entregaban el jornalero a Migración para su repatriación. Eso sólo sería posible si las empresas establecieran un campo de concentración vigilado en cada finca o construcción. Ya era demasiado con que pagaran el costo de carnetizar un inmigrante que en cualquier momento podría desaparecer.

Eso puede ser un buen negocio para la Dirección de Migración y los consulados dominicanos en Haití, pero absolutamente impracticable. Convertía el interés de regularizar en una maraña de requisitos y recaudaciones que por cierto no entrarían a la Tesorería Nacional, sino que quedaban como “recursos propios” del organismo, que de regulador pasaba a recaudador.

Preferirían el desorden. Son muchos los intentos de regularizar la inmigración haitiana a lo largo de un siglo. Desde los implementados por la tiranía de Trujillo, hasta la actual etapa democrática. Pero siempre parece prevalecer el “dejar hacer, dejar pasar” que ha creado tantas fortunas de funcionarios civiles y militares, de políticos y traficantes.

Fue el Consejo Estatal del Azúcar el que durante décadas contrató miles de haitianos para el corte y tiro de la caña, especialmente en los doce años de Balaguer, parte de los cuales se irían quedando en el país. Los gobiernos de Antonio Guzmán y Jorge Blanco siguieron los contratos. Por cierto que correspondió al doctor Milton Ray Guevara, secretario sin cartera de Guzmán y ahora presidente del Tribunal Constitucional, negociar con Duvalier una renovación del negocio de los braceros haitianos.

Mientras denunciaba la “invasión haitiana” el gobierno de Joaquín Balaguer reclutaba en Haití obreros para abrir las zanjas para la ampliación del acueducto de Santo Domingo en los años noventa, y el de Fernández para el metro y hasta para la remodelación del edificio de la Cancillería. Una vez se escuchó al ingeniero Diandino Peña decir que si querían terminar la ampliación de la Cancillería antes de una cumbre regional, tenía que utilizar haitianos. Lo mismo dijo luego sobre la conclusión del metro de Santo Domingo.

Las industrias privadas de la caña y el azúcar y de la construcción también se han nutrido históricamente de una mano de obra incondicional, incapacitada para reclamar y más barata que la nacional. Los dominicanos que se han ido hasta en yola para Puerto Rico dominan allí el mercado laboral de la construcción, que aquí han venido dejando en manos de los haitianos.

La convicción general es que tanto en el sector estatal como en el privado han preferido mantener el desorden migratorio, antes que pagar las consecuencias de la regularización. Ahora confunden pretendiendo que la inmigración ilegal se controlará despojando de la nacionalidad a los nacidos en el país hasta hace 80 años. Para agravar antes de solucionar el desorden.

Intentos de regularizar la inmigración

14 de abril de 1939
Ley de Migración No. 95.
12 de mayo de 1939
Reglamento 279 de la Ley de Migración.
22 de diciembre de 1966
En vigor el Acuerdo sobre Contratación de Obreros Temporales Haitianos entre RD y Haití.
28 de marzo de 1987
Decreto 152-87 Sobre Apertura de la Frontera Domínico-Haitiana.
15 de Octubre de 1990
Decreto 417-90 que dispone la “Regularización Migratoria de Jornaleros de Nacionalidad Haitiana.
13 de Junio de 1991
Decreto 233-91 dispone la repatriación de todos los trabajadores extranjeros menores de 16 años y mayores de 60 que trabajan en la caña de azúcar.
19 de Junio de 1998
En vigor el Memorandum de Entendimiento para Asuntos Migratorios. Gobiernos de RD y Haití.
23 de Febrero del 2000
Declaración Sobre Condiciones de Contratación de Trabajadores. Gobiernos de RD y Haití.
15 de Agosto del 2004
Ley General de Migración 285-04.
19 de Octubre del 2011
Reglamento 631-11 de la Ley General de Migración.

 

Resalta la aprobación del presidente Medina

Por Juan Bolívar Díaz
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La encuesta Gallup-HOY publicada esta semana ratifica la percepción general sobre el buen desempeño del presidente Danilo Medina en los primeros cinco meses de su mandato, aún cuando tres cuartas partes de la población desaprueba la reforma fiscal puesta en vigor.

También resalta que la gran mayoría de los perredeístas consideran que Miguel Vargas Maldonado es el más responsable de la crisis que afecta al Partido Revolucionario Dominicano, resultando el político con mayor rechazo del universo de los encuestados, seguido por los expresidentes Hipólito Mejía y Leonel Fernández.

Éxito del presidente Medina.  Lo más relevante de la encuesta Gallup-HOY publicada esta semana ha sido la alta aprobación de la forma en que Danilo Medina se ha desempeñado como Presidente de la República en los cinco primeros meses de su mandato, a pesar de haber implementado una reforma fiscal que tiene el  rechazo de  tres cuartas partes de la población. El prorrateo de la aplicación del alza impositiva luce un gran acierto.

La percepción generalizada antes de la encuesta era que el mandatario tenía buena aprobación, como suele ocurrir al comienzo de los períodos de gobierno, pero resulta relevante que alcance el 81.3 por ciento de los encuestados y que el 76.4 por ciento considere que Medina ha dado una idea clara de lo que se propone hacer.

El haber acatado el clamor nacional por el cumplimiento de la ley que instituye el 4 por ciento del producto bruto interno para la educación es de los factores que genera tan alta aprobación, ya que el 87 por ciento valoró como positiva la gestión educativa, seguida por el 71 por ciento a la de salud y el 67 por ciento en el campo económico, aunque “se quema” con apenas 50 por ciento de aprobación frente a la corrupción, con el 46 por ciento en relación al narcotráfico y la seguridad ciudadana y 42 por ciento frente al costo de la vida.

Llama la atención que el 72 por ciento de los encuestados encuentre el gobierno de Medina muy diferente o diferente al de su antecesor Leonel Fernández, pese a provenir del mismo partido y haber mantenido en sus puestos a la mayoría de los altos funcionarios del régimen que concluyó en agosto. Aún así el 60.5 por ciento considera el nuevo gobierno “mejor de lo esperado”.

La imagen personal de cercanía con la gente, la austeridad y frugalidad que ha impreso al Gobierno, especialmente en su entorno, la sencillez con que se moviliza y hasta la humildad de que ha hecho gala se señalan como factores positivos del mandatario, lo que se ratifica en el 82 por ciento de los encuestados que expresó opinión favorable de su persona.

 Contrastes en lo económico.  No es sólo que el 76% de los encuestados desaprueba el nuevo paquete fiscal, incluyendo hasta 68 por ciento de los que se definieron como peledeístas, sino  también que dos terceras partes, 67 por ciento, considera que la situación económica está empeorando, con un 77 por ciento que cree muy mala y mala la condición de la economía, y 57 por ciento aprecia que las cosas van por mal camino.

Otros indicadores de insatisfacción económica se encuentran en el 94 por ciento que estima que el  costo de la vida va en aumento y en el 79 por ciento que cree lo mismo sobre el desempleo. También es alta, 80 por ciento, la apreciación de que se incrementa la inseguridad y el narcotráfico, elementos de primer orden en las preocupaciones de la ciudadanía. Para los encuestados los tres mayores problemas que más afectan el país son: el costo de la vida para el 97 por ciento, la inseguridad, con el 90 por ciento, y 82 por ciento el narcotráfico.

Es relevante que con tan altas tasas de insatisfacción en materias claves como la economía y la seguridad ciudadana, el Presidente  obtenga tan alta aprobación. Ello implica la responsabilidad de quien gobernó los ocho años anteriores y las manifestaciones contra el expresidente Leonel Fernández  por su responsabilidad en el déficit fiscal de casi 200 mil millones de pesos durante el año pasado.

Sobre el desguañangue del PRD.  La encuesta Gallup-HOY también arroja luz sobre el desguañangue de que es objeto el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), víctima de arrebatos, odios, resentimientos y hasta violencia desenfrenada, por la inoperancia en que han devenido sus organismos, dirección unipersonal y renuencia a acogerse al dictamen democrático.

Las simpatías por el PRD han caído a los niveles más bajos de mucho tiempo, 22.4 por ciento, sólo comparable a lo registrado tras la derrota del intento reeleccionista de Hipólito Mejía en el año 2000, o al 23% que alcanzó en los comicios de 1990, tras la división protagonizada entre José Francisco Peña Gómez y Jacobo Majluta. Se recuperó para 1994 por un liderazgo como el de Peña Gómez, del que ahora carece.

La caída del aprecio por el PRD, que marca la encuesta realizada entre el 18 y el 21 de enero, antes de la violencia del domingo 27 que debe haberlo hundido más, es espectacular en relación a los votos que obtuvo en la elección presidencial de mayo último, cuando Hipólito Mejía consiguió el 47 por ciento, luchando contra una coalición de 14 partidos y contra el gobierno de Leonel Fernández, con todo y caballo de Troya.

Independientemente de los aliados, el PRD fue el partido más votado con 42.13 por ciento, casi cinco puntos más que el PLD, que obtuvo 37.73 por ciento. Lo superó en más de 200 mil votos, en 28 de las 31 provincias. En medio de sus luchas intestinas ha caído casi a la mitad en las preferencias, mientras el PLD marca 14 puntos más, para 51.7 por ciento.

Los resultados de la Gallup-HOY confirman la percepción general de la responsabilidad de Miguel Vargas Maldonado e Hipólito Mejía en la crisis perredeísta, pero sobre todo del primero. Ambos encabezan las opiniones desfavorables, Vargas con 65 y Mejía 63 por ciento, superando a Leonel Fernández que registra 52 por ciento.

Cuando se preguntó quién era más responsable de la crisis del PRD, el 26 por ciento señaló a Vargas y el 20 por ciento a Mejía, pero entre quienes se identificaron como perredeístas el resultado fue devastador para el primero con 54 por ciento, mientras sólo el 9 por ciento señalaba al segundo, y el 34 por ciento a ambos.

También apunta contra Vargas Maldonado el 73 por ciento del universo y el 85 por ciento de los perredeístas que dijeron que las expulsiones del expresidente Mejía y otros dirigentes profundizan la crisis, y el 58 por ciento que plantea una convención para solucionar la crisis, que es lo que reclama la mayoría de los dirigentes perredeístas. Pero el presidente perredeísta llegó al extremo esta semana de decir a la agencia Efe que aunque el período para el que fue electo concluye en julio, se prolongará hasta el año próximo porque “hemos tenido catorce meses de ingobernabilidad en el partido”.

Es apenas el comienzo

Los méritos alcanzados por el presidente Medina se ratifican en la actuación de la mayoría de sus funcionarios, especialmente de los provenientes de su propio equipo, imbuidos de la mística que él ha impreso al Gobierno y que ha obligado a recogerse a los ratificados. Ministros claves como los de la Presidencia, Salud y Obras Públicas están respondiendo con presteza a los requerimientos ciudadanos.

Los concursos transparentes y equitativos para la asignación de la construcción de miles de aulas, y para las importaciones de productos agropecuarios, el inicio de la campaña contra el analfabetismo, y hasta la revisión de contratos otorgados en la transición, como unos de obras públicas que han implicado una economía de 90 millones de dólares, y la atención a pequeñas demandas de las comunidades se cuentan entre los factores que marcan el buen inicio del Gobierno.

Pero tampoco es extraño que un gobierno tenga buen arranque, de lo que está consciente el propio presidente Medina, pues cuando se le felicitó por ello recientemente, respondió con mucha convicción que “lo importante no es como se comienza, sino como se termina”.

Viendo hacia atrás se recuerda la aureola de “mano de piedra Durán” que se le otorgó en 1978 al campechano don Antonio Guzmán, por los éxitos iniciales. Salvador Jorge Blanco hasta se paraba en los semáforos y en las frituras, pero perdió la brújula a medio término con la poblada por los ajustes económicos de abril de 1984. Hipólito Mejía tuvo una primera mitad exitosa, cercano a la gente común, construyendo miles de pequeñas obras por todo el país, y su partido  barrió en las elecciones congresuales y municipales de medio término, para inmediatamente embarcarse en la reforma constitucional reeleccionista que lo sepultó. Leonel Fernández vivió años cosechando de lo que sembró al volver al poder en el 2004.

 

La irracionalidad de EU en la invasión de 1965

Por Juan Bolívar Díaz

El libro de Bernardo Vega “Negociaciones Políticas durante la Intervención Militar de 1965”, contiene valiosa documentación que ratifica la irracionalidad e incoherencia política que determinaron la última invasión norteamericana al país y que prosiguieron en las conversaciones con los constitucionalistas para saldar la crisis.

Documentos oficiales y las grabaciones de las conversaciones del presidente Lyndon Johnson, de Juan Bosch y otros protagonistas, muestran los extremos a que llegó el intervencionismo de Estados Unidos y la dignidad de los constitucionalistas, en especial de Antonio Guzmán, Juan Bosch y Francisco Caamaño.

 Legajo de documentos.  De casi un centenar de libros publicados sobre la revolución constitucionalista y la consiguiente invasión norteamericana, el de Vega es el más minucioso y documentado sobre las negociaciones de las autoridades de Estados Unidos para salirse del pantano en que se metieron al invadir militarmente el país el 28 de abril de 1965.

Las fuentes de esta obra abarcan las notas sobre las reuniones sostenidas por el presidente Lyndon Baines Johnson y sus conversaciones sobre la crisis dominicana, los textos de los cables cruzados entre el gobierno de Washington y su embajada en Santo Domingo y las grabaciones de las conversaciones telefónicas de los dirigentes  constitucionalistas con su líder Juan Bosch, exiliado en Puerto Rico.

El FBI grabó 267 conversaciones telefónicas de Bosch, las cuales eran transcritas, traducidas al inglés y enviadas al presidente Johnson. El espionaje telefónico abarcó a otras personalidades involucradas, así como a diplomáticos y periodistas. Ese inmenso legajo de documentos demuestra la subjetividad  y los prejuicios que sustentaban la política norteamericana de los años sesenta, cuando  la revolución cubana engendró un pánico que obnubilaba mentes preclaras, llamadas a dominar un escenario tan pequeño como el dominicano.

La documentación señala que cuando Johnson atiende la solicitud de su embajador en Santo Domingo, William Tapley Bennet, para desembarcar marines en el país, presidía una reunión en la Casa Blanca, que discutía la situación en Vietnam, donde 53 días antes habían desembarcado tropas americanas. Esto pesaría en la imposición en Santo Domingo, pues Johnson adujo que no permitiría que “Fidel Castro tome la isla”, argumentando “qué podemos hacer en Vietnam, si no podemos limpiar a la República Dominicana”.

Boicot de Mann y Palmer.  La obra evidencia que Johnson quedó preso de sus propios prejuicios y de su subsecretario Thomas Mann, quien junto al general Bruce Palmer, jefe de las tropas en Santo Domingo, y los embajadores William Bennet y Martin, boicotearon sobre el terreno la negociación para establecer “la Fórmula Guzmán”. Promovían el aplastamiento militar de los constitucionalistas e incentivaban la resistencia de los militares de San Isidro, y del seudo gobierno de Antonio Imbert a las negociaciones que conducían Fortas y el jefe de los asesores de seguridad McGeorge Bundy.

El lanzamiento de la operación limpieza por las tropas militares de Imbert y Wessin y la muerte del coronel Rafael Fernández Domínguez por parte de las tropas  nada neutrales de Palmer, se produjeron en dos momentos en que se estaba a punto de cerrar el acuerdo con los constitucionalistas. En ambas ocasiones llevaron a Guzmán a condicionar o retirarse de las negociaciones y la segunda selló su fracaso.

La división en el gobierno, las incoherencias y la subjetividad en los altos mandos norteamericanos eran tan contradictorios que las opiniones del poderoso Pentágono parecieron más conciliadoras que las del Departamento de Estado, cuyos funcionarios casi todos, desde el titular Rusk a los embajadores,  se fueron contra los constitucionalistas. Para Vega  “los campos de batalla estaban bien definidos. Rusk,  Ball y Vaughn, del Departamento de Estado, apoyaban la propuesta de tierra arrasada de Mann. Mientras el jefe del Pentágono, Robert MacNamara, y su asistente Cyrus Vance, más el principal asesor de seguridad Bundy y el asesor personal Fortas, favorecían la solución negociada.

El legajo documental no aclara quién alentaba a Palmer y los embajadores sobre el terreno que en momentos claves parecían tener una agenda diferente a la de la Casa Blanca. Cuando avanzaban las negociaciones de la Fórmula Guzmán y se presentaron evidencias de que las tropas americanas apoyaban a las de Imbert, Johnson se encolerizó con el general y gritó: “No puedo creer que Palmer esté violando mis órdenes”.

Palmer llegó con la decisión de aplastar a “esos comunistas”. En sus memorias dijo que mientras se realizaban las negociaciones, “consolidamos nuestras posiciones militares y apoyamos sin ninguna equivocación a los leales”, es decir, las tropas de Imbert y Wessin. Mann era la personificación del halcón con glaucoma político, definido por Arthur Schlesinger como un colonialista que creía que “los demócratas progresistas eran, o liberales de cerebro débil, o pro comunistas”.

Vega documenta que personajes influyentes como Cyrus Vance, McGeorge Bundy, Robert MacNamara, Ellsworth Bunker y otros, terminaron reconociendo que no hubo un real riesgo comunista en el país. Pero Mann permaneció justificando la invasión militar y sostuvo en su historia oral que no se podía permitir otra base soviética en la isla de Santo Domingo.

Empero, la responsabilidad última y mayor fue del presidente Lyndon Johnson, obsesionado con detener el comunismo en Vietnam, quien en una de sus conversaciones  con Fortas concluyó en que “lo único que podemos vender es el anticomunismo”, justificando su reclamo en las negociaciones de que Antonio Guzmán se comprometiera a deportar a todos los comunistas o recluirlos en Samaná o en la isla Saona.

Bernardo Vega encontró lo que señala como autocrítica del mandatario norteamericano, cuando en un monólogo con Fortas dice: “No hay nada en el mundo que quiera hacer que no sea hacer lo que creo es correcto. No siempre sé lo que es correcto. A veces acepto el juicio de otros y me extravío como con el envío de tropas a Santo Domingo. Pero… Nadie más, yo hice eso. No puedo culpar a ningún maldito humano y no quiero que ninguno se dé crédito por eso”.

Así como García Godoy fue avistado desde el principio como el hombre ideal para la transición, los norteamericanos advirtieron que su ficha, su hombre para el mediano y largo plazo era Balaguer, como resultó. Al comienzo de la crisis Johnson escogió a Balaguer como su hombre y dispuso que lo llevaran al poder, como habría de cumplirse bajo el paraguas de la intervención. El líder reformista como Imbert y los militares, aparecen como fichas serviles de los invasores. Mientras Bosch y Caamaño encarnan la dignidad nacional, y sobre todos queda Antonio Guzmán, quien aparece como la más alta figura, más firme que Bosch en rechazar la deportación o aislamiento de los que los invasores consideraran comunistas.

Bernardo Vega concluye que “si Estados Unidos no hubiese intervenido el país  nuestra historia hubiese sido muy diferente. Pero una vez decidida y efectuada la intervención, si Johnson hubiese aprobado la “Fórmula Guzmán” lo ocurrido en los meses subsiguientes probablemente hubiese sido bastante diferente. García Godoy dejó intactas a unas fuerzas armadas admiradoras de Balaguer y profundamente opuestas al PRD, a Bosch y a los soldados de la revolución. Nunca se aprovechó la presencia de la FIP para desmontar el liderazgo ultraderechista de las mismas. El objetivo deliberado de Johnson, estimulado por Mann, desde el primer día de la guerra civil, fue colocar a Balaguer en el poder. Eso hubiese sido más difícil bajo la Fórmula Guzmán”.-

Llanero solitario tejano

Dos terceras partes del libro de Vega documentan el curso y fracaso de las negociaciones con el liderazgo constitucionalista. La otra se refiere a las negociaciones posteriormente conducidas por el secretario general de la Organización de Estados Americanos y el embajador norteamericano Ellsworth Bunker que culminarían con la instalación del gobierno provisional de Héctor García Godoy.

Queda sobradamente documentado que Johnson se metió en el pantano de Santo Domingo, en base a informaciones falsas y subjetivas, y cómo la crisis lo absorbió dándole seguimiento hasta en las madrugadas. Pero no aparece el menor indicio del supuesto control comunista o castrista de la revolución constitucionalista, ni siquiera que alguien del estado mayor o del gobierno de Francisco Caamaño fuera comunista. Aunque el embajador William Tapley Bennet dio cuenta de que “la CIA había reportado dos comunistas, ocho después y luego cincuenta y dos, y ahora sesenta y cinco”.

Entre el 25 de abril y el 11 de mayo, cuando se iniciaron las negociaciones para establecer un gobierno que encabezaría Antonio Guzmán, Johnson participó en 42 reuniones con sus asesores y altos ejecutivos y sostuvo 225 conversaciones telefónicas con los mismos, 69 de ellas con su asesor personal para negociar con Juan Bosch, Abes Fortas, quien sin ostentar cargo oficial casi domina el escenario. Aparece como el más iluminado para entender el proceso. Sólo el día 18 de mayo, según el récord, Johnson recibió 38 llamadas telefónicas, 36 de ellas con relación a la crisis dominicana.

El presidente disponía los más nimios detalles.  El subsecretario de Estado George Ball testimonió: “Lo que yo no anticipé fue la creciente absorción por parte del presidente Johnson en el problema dominicano, al punto de que asumió la dirección de la política de día a día y devino, de hecho, en el oficial encargado del escritorio dominicano”. Lo mismo dijeron su embajador John Bartlow Martin y el secretario de Estado Dean Rusk.

 

El general de la transición democrática

Por Juan Bolívar Díaz
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“Ayer protegí celosamente nuestro ecosistema. Hoy a mis 92 años  te invito a convivir en armonía con nuestro planeta. Aunemos esfuerzos”. Con este texto escrito sobre una bolsa de tela se hizo presente el mes pasado entre sus amigos el general de la transición democrática. En un lado de la bolsa el militar inspecciona manglares, del otro el ciudadano en mangas de camisa se rinde ante la belleza de unas orquídeas.

 En la pasada Navidad le visité y quedé impresionado por el esfuerzo que hizo para comunicarme sus sentimientos, pero las cuerdas vocales se negaron a obedecerle y  pude percibir el asomo de una lágrima, testimonio de que todavía mantiene alerta sus facultades cerebrales. Pero sin duda que se está agotando el general.

  Lo evoco en aquellos días de la transición democrática de 1978 cuando como secretario de las Fuerzas Armadas del gobierno del presidente Antonio Guzmán le correspondió la responsabilidad de iniciar la profesionalización de los militares, sacándolos de la actividad política donde los había instrumentado Joaquín Balaguer.

 El general Rafael Adriano Valdez Hilario entregaba bandejas de despedida a aquellos duros militares que encarnaron el poder represivo de los doce años, con firmeza y serenidad, consciente del histórico papel institucional que le tocaba desarrollar. No había en él prepotencia ni provocación, pero tampoco titubeos ni temor.

 A fin de cuentas ya había pasado por coyunturas difíciles, como la del ajusticiamiento de Trujillo, cuando fue apresado, torturado y puesto en retiro por su amistad con el entonces secretario de las Fuerzas Armadas, Pupo Román, involucrado en el tiranicidio. Sería reivindicado por el general Rodríguez Echavarría a quien se unió en la jornada del 19 de noviembre de 1961 que liquidaría los remanentes de la tiranía.

 Lo había conocido someramente a principios de los setenta cuando tomó muy en serio su designación como director del Instituto Agrario Dominicano y se comprometió  con la aplicación de las leyes que reivindicaban al agricultor, impulsando asentamientos arroceros que todavía hoy representan el mayor éxito del agrarismo dominicano.

 Pero fue en la transición democrática que lo conocí y aquilaté. Nos acercó la circunstancia de que el diario El Sol, que yo dirigía, lo salvó del retiro maquiavélico que le trataba de imponer Balaguer unos días antes de la juramentación de Guzmán, cuando trascendió que sería el secretario de las Fuerzas Armadas del nuevo régimen. Una denuncia firme y oportuna le permitió asumir el cargo y cumplir un rol estelar.

 No entendí por qué fue relevado del cargo apenas año y medio después. Pareció que no se prestó a las trapisondas que se impulsaron desde el Palacio Nacional para reducir el liderazgo de José F. Peña Gómez, cuando ya algunos vislumbraban que sería un obstáculo al continuismo. Con la dignidad que le caracterizó en su carrera militar de cuatro décadas, Valdez Hilario solicitó al presidente que lo pusiera en retiro, en atención a la ley orgánica de las Fuerzas Armadas y considerando que había cumplido su misión.

 Don Adriano fue dos veces embajador en Haití y otra en Chile y sus últimas funciones públicas fueron de diputado por dos períodos consecutivos, entre 1994 y el 2002 en representación del Partido Nacional de Veteranos y Civiles.

 Como prueba de su nobleza queda la carta que dirigió al presidente Hipólito Mejía en mayo del 2003 encareciéndole la reivindicación de los militares que asumieron en 1965 la defensa de la Constitución y la soberanía nacional, aunque él fue del bando contrario “obedeciendo designios ideológicos y de dominación”.

 Ahora que todavía está consciente debemos reconocer a don  Rafael Adriano Valdez Hilario proclamándolo como el general de la transición democrática nacional.