Europa, el viejo continente, la expresión primigenia de la llamada civilización occidental y cristiana, está sacudida y fuertemente dividida por una invasión de refugiados políticos y económicos en proporciones sin precedentes, realmente alarmantes, que constituyen una auténtica calamidad humana.
Oleadas de inmigrantes asiáticos y africanos desafían el mar en frágiles embarcaciones que naufragan una y otra vez, arrojando una carga de cadáveres sobre las playas. Ya 71 aparecieron asfixiados en un camión abandonado en una carretera de Austria. El cuerpo exánime de un niño de tres años, recogido por un guardia costero ha estremecido la conciencia de millones de europeos que no saben qué hacer con tanta calamidad.
Suman 351 mil los migrantes que han alcanzado territorio europeo en los primeros 8 meses del año, 60 por ciento superior al mismo período del 2014, de los cuales decenas de miles hubieron de ser salvados de los naufragios. Aunque dramáticamente otros 2,643 fueron rescatados cuando ya se habían ahogado en el portal europeo.
Dos terceras partes, 234 mil, han entrado por Grecia y casi el resto, 114 mil, por Italia. La mayoría quieren llegar a Alemania, la tierra prometida europea, lo que han logrado unos 300 mil, de los cuales 114 mil han solicitado refugio político, en un fuerte desafío para esa sociedad, donde grupos nacionalistas han protagonizado más de 300 ataques a hogares de acogida y centros de refugio. Aunque muchos más alemanes han mostrado sensibilidad y solidaridad con ayuda hasta excedente para los recién llegados.
El Gobierno alemán reclama, con justicia, que todos los países de la Unión Europea reciban proporciones de los inmigrantes, advirtiendo que peligran los acuerdos de libre tránsito y las esencias de la Unión Europea. La crisis llevó esta semana al cierre del euro túnel que une a Gran Bretaña con el continente, cuando oleadas humanas lo invadieron, buscando ensanchar esa alternativa. Estaciones de trenes y carreteras también han sido objeto de restricciones.
El drama es mayúsculo, como si los europeos estuvieran pagando las invasiones colonialistas, la dominación política, extracción de recursos y explotación esclavista que ejercieron por siglos sobre los países tercermundistas. O la creación de naciones artificiales, en alianzas con grupos dominantes que han monopolizado las riquezas locales.
Una gran parte de los que ahora asaltan la frontera del bienestar europeo son víctimas directas de las guerras y desestabilización que han sacudido en las últimas décadas a Irak, Afganistán, Siria, Líbano, Libia, Túnez, Medio Oriente, con armamentos, financiamiento, animación y participación directa europea y norteamericana. La tercera parte son mujeres, niños y niñas verdaderas víctimas de la violencia, incluida las últimas bárbaras expresiones del Ejército Islámico.
Media también un enorme tráfico con la pobreza de muchos otros países africanos, cuyos habitantes hacen lo que siempre ha hecho la humanidad, moverse en dirección al bienestar. Pero Europa naufraga con esa proporción de inmigrantes, nueva expresión de que un mundo tan desigual, violento y excluyente no ofrece garantía para nadie.
Estadistas y humanistas expresan preocupaciones, porque “la humanidad se estrella en las costas europeas”. El Papa advierte contra la tentación de “la globalización de la indiferencia”. No hay espacios para la xenofobia ni se concibe la expulsión de tan grandes contingentes humanos. Queda la necesidad de soluciones de fondo, compartidas, solidaridad humana, nuevas políticas que promuevan la paz y la inclusión y mayor inversión económica en el mundo de la pobreza.