Otra vergüenza nacional

Por Juan Bolívar Díaz
VERGUENZA

Los reportajes publicados esta semana por el diario newyorkino Wall Street Journal sobre el pago de comisiones en la compra dominicana de los famosos ocho aviones tucanos adquiridos en Brasil en el 2008, constituyen una nueva vergüenza nacional que de ninguna forma puede ser pasada por alto, por más que en este país hayamos perdido la capacidad de asombro.

No es que el periódico esté descubriendo el hilo en bollito, pues hace tiempo que se sabe que autoridades norteamericanas y brasileñas están investigando lo que aquí fue un secreto a voces desde que se anunció la compra y especialmente cuando fue aprobada por el Senado de la República, ocasión en que el rumor del soborno alcanzó dimensiones de río desbordado en tiempo de huracán.

Lo que ocasiona real vergüenza es la indiferencia con que las autoridades nacionales, de todos los estamentos, y el Congreso Nacional, han tomado la denuncia, y la complicidad o resignación con que se acepta en amplios espectros de los medios de comunicación, de los partidos políticos y de las instituciones sociales, donde aparentemente crece la convicción de que el destino nacional es la corrupción.

Desde el principio hubo debate sobre la procedencia de la compra. Evidentemente porque no era una prioridad nacional invertir casi un centenar de millones de dólares en ocho aviones que en última instancia no íbamos a poder mantener en el aire las 24 horas del día para impedir que el país siguiera siendo puente del narcotráfico. En última instancia porque el costo de la lucha contra el narcotráfico no se le debe cargar a un país pobre, sino a los ricos, responsables de la demanda que fomenta el primer o segundo más grande negocio de la historia humana.

El tufo de la corrupción se olfateó desde que no hubo una licitación transparente y se optó por aviones poco eficientes para la prevención del uso ilegítimo del territorio nacional y cuando abundaron las informaciones de que Chile y Colombia habían adquirido naves similares a mucho menor costo.

Ahora el Wall Street Journal informa que en Brasil hay ocho funcionarios de la empresa vendedora imputados del delito de corrupción, que eso es el pago de comisiones. Relevante por involucrar a una empresa que cotiza en bolsas de valores internacionales, donde algunas normas son fundamentales.

Para colmo de la vergüenza, se identifica por su nombre a un oficial militar al que se habría pagado una comisión de 3.5 millones de dólares, sin hacerse lo mismo con un senador, que según los informes en manos de los investigadores, habría repartido entre sus colegas una parte de esa comisión. Pero aquí, ya el mismo día de la publicación del diario de Nueva York una fundación radicaba una demanda judicial, precisando los montos de otras comisiones derivadas del mismo negocio.

En justicia no hay suficiente fundamento para dar por procedente la demanda radicada por la Fundación Primero Justicia, que eleva el pago de comisiones a 13 millones de dólares e involucra hasta al entonces presidente de la nación. No se puede descartar que se busque aprovechar la circunstancia para pasar una factura al expresidente Leonel Fernández. Pero los hechos obligan a una investigación judicial propia, de la nación dominicana, sin depender de lo que soliciten las autoridades brasileñas. Investigación que no debe dejar piedra sobre piedra hasta esclarecer esta vergonzosa denuncia internacional.

Los más interesados en esa investigación deberían ser los involucrados, comenzando por el Senado de la República, a quien corresponde el primer paso. Pero es probable que ellos no lo crean necesario y mucho menos procedente. Cuentan con la indiferencia generalizada, y con el olvido. Pensarán que otros escándalos de corrupción con sumas muchas veces mayores han quedado en la impunidad y el olvido. Por suerte en este caso la sanción final no dependerá de las deterioradas instancias judiciales nacionales.

 

¿Todo está consumado?

Por Juan Bolívar Díaz

Cuando me hablaron de ese documento no lo podía creer. Pero un estimado amigo me hizo llegar una copia para sacudir mi incredulidad y desde entonces lo he leído como diez veces tratando de no despertar a la realidad, pero la letra es fría y contundente. Tengo en las manos el oficio 5787 del 11 de septiembre en curso, mediante el cual se solicita la cancelación de las actas de nacimiento y cédulas de identidad de las primeras 126 víctimas de la “limpieza” del registro civil que ejecuta la Cámara Administrativa de la Junta Central Electoral con el apoyo de la mayoría del pleno de los jueces.

El documento suscrito por el doctor Servio Tulio Almánzar Botello, en su calidad de director nacional  de Registro del Estado Civil, está dirigido al doctor Julio César Castaños Guzmán, presidente de la JCE, y a los demás miembros del organismo.

El segundo párrafo consigna “que se refieren a la cantidad de 126 personas hijas de nacionales haitianos que fueron declaradas en el Registro Civil Dominicano, sin que los padres hayan adquirido la nacionalidad dominicana o su residencia legal en el país” y por lo tanto sin que pudieran presentar una cédula conforme las leyes 6125 y 8-92.

Señala los requisitos constitucionales para adquirir la nacionalidad  para concluir  que a estos hijos de haitianos no les corresponde porque sus padres han estado en tránsito en el país. No presenta documentación para saber hacia dónde transitaban. Seguro que muchos de ellos hacia “la otra vida” puesto que en su gran mayoría se quedaron para siempre aferrados a esta tierra de inmigrantes y emigrantes.

Por ningún lado se encuentra referencia alguna al Reglamento 279 de la Ley de Migración No. 95 de 1939 que establece en diez días el período de tiempo en que a una persona se le podía considerar en tránsito. Se supone que rigió hasta el 2004 cuando fue aprobada una nueva ley de Migración la 285-04, aunque ésta no ha podido ser puesta en vigencia porque cuatro años después aún no se aprueba su correspondiente reglamento.

Resulta que estas 126 personas nacieron en tiempos en que se supone regía la legislación de 1939  y cuando era de general aceptación el precepto constitucional de que los nacidos en el territorio nacional son dominicanos, independientemente del estatus migratorio de sus padres. Por eso los oficiales del Estado Civil los inscribían.

El oficio de Almánzar Botello  reconoce esa realidad, aunque expresa que “una mala apreciación o aplicación de la ley, un error de inobservancia o la mala fe de un Oficial del Estado Civil, al inscribir o registrarse un nacimiento, sin que se cumpla con el voto de la ley, no puede generar derechos de nacionalidad a favor de la persona inscrita”.

Por eso recomienda que retroactivamente se prive de la nacionalidad a estos 126 ciudadanos y ciudadanas, casi todos nacidos en la provincia de San Pedro de Macorís, el 56 por ciento en los años noventa, el 29 por ciento en los ochenta y el diez por ciento entre el 2000 y el 2001. Hay tres nacidos entre 1973 y 75 y el caso más relevante es el de Andrés (en el listado solo aparece el primer nombre) quien nació en Hato Mayor el 19 de agosto de 1948.

Se estima que suman cientos de miles los dominico-haitianos, pero la forma de “descubrirlos” es cuando van a solicitar una copia de sus actas de nacimiento, lo que hacen mayormente los que están en edad escolar, de sacar cédula o pasaporte o de contraer matrimonio. Por eso los que tienen 80 y 90 años no tendrán más sufrimiento que el moral, el de saber que administrativamente, sin que medie un dictamen judicial, se les puede privar de la nacionalidad para pagar por la ilegalidad de sus padres. Aunque una sentencia del 2005 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, vinculante para la República Dominicana, establece que “el estatus migratorio de una persona no se transmite a sus hijos”.

Andrés es la víctima de más edad de este despojo colectivo en marcha, que no sabemos si finalmente será aprobado por el pleno de la JCE. Sería interesante conocerlo y saber cómo a sus 60 años se le ocurre andar buscando copia de su acta de nacimiento. Ahora le despojarán hasta de la cédula de identidad, pero no quedará apátrida, ya que el director del Registro Civil recomienda que los 126 expedientes sean enviados al Consulado de Haití para que los inscriban como ciudadanos haitianos.

Si este genocidio civil se empieza a consumar, el escándalo repercutirá por todo el universo, ya que es difícil registrar algo similar. Hay muchas legislaciones para restringir la inmigración, pero no para el despojo masivo de la nacionalidad ya otorgada. Aunque un reconocido politólogo me contradijo afirmando que conoce al menos un precedente, cuando la persecución de judíos en la Alemania de Alfred Hitler.