Razones de una derrota

Por Juan Bolívar Díaz

            Las erráticas estrategias básicas del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y su gobierno, entre ellas fundamentalmente la de pretender reproducir los escenarios de 1994-96, fueron las causas eficientes del descalabro sufrido por esa organización política en los recientes comicios presidenciales.

            Con un sello fundamentalmente antiperredeista desde su nacimiento mismo, el PLD fue incapaz de despojarse de ese maleficio y adaptarse a una situación en la que ya no hay grandes diferencias partidarias más allá del sectarismo y la descalificación de los competidores.

            Un complejo de superioridad intelectual y moral, ese sentimiento de “distintos a los dominicanos”, mientras se mantenían como una logia cerrada, ha impedido a los peledeistas echar raíces en las grandes mayorías de los electores, desde las masas populares hasta los segmentos medios y altos.

El debate dominante

            Ha llamado la atención de analistas nacionales y extranjeros, que de los resultados de las recientes elecciones lo que más se haya discutido sean las razones por las que perdió el PLD. Mucho menos se ha escrito sobre las causas de la victoria del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Y muy poco sobre la liquidación del mito del eterno retorno de Joaquín Balaguer.

            La sorpresa puede derivarse no sólo del hecho de que el PLD haya perdido las elecciones, sino de que cayera al tercer lugar después de ejercer el poder durante cuatro años, algo casi insólito en la historia política nacional, donde los partidos que alcanzaban el límite de un período solían quedarse por mucho tiempo, a través de buenas y malas artes.

            En una buena proporción de los analistas políticos hay coincidencia en que el gobierno del doctor Leonel Fernández acumuló méritos y virtudes como para haber tenido mejor suerte al someterse al juicio del electorado. Pero también que puso en práctica malas artes políticas -como la compra de conciencias, al exclusión y la ruptura institucional- que en este período de crecimiento democrático de los dominicanos no podían dar los resultados del pasado.

            Aunque los errores estratégicos del peledeismo y su gobierno han sido sistemáticamente señalados por analistas y comentaristas de todas las categorías, llama la atención que todavía muchos de sus líderes y teóricos no han logrado entenderlo, ni muestran las mínimas capacidades autocríticas.

Por eso se están buscando las más superfluas explicaciones a la derrota, casi todas exteriores, provenientes de una sociedad hostil cuando no incapaz de entender las virtudes de los gobernantes de los últimos 4 años. Los que son capaces de reflexionar no se atreven a formular autocríticas por temor a romper el consenso grupal peledeista y a ser estigmatizados como enemigos o divisionistas.

            El PLD está corriendo el riesgo de repetir la experiencia de 1998, cuando pasó por alto las lecciones de los comicios legislativos y municipales, negándose a discutir aún a lo interno, las causas de esa derrota, manteniendo las condiciones que hicieron posible el descalabro de este mayo del 2000.

            Ahora han aparecido auto-críticos, aunque todavía aislados, como Carlos Dore, quien en un artículo publicado en el Listín Diario (23 de mayo) demanda un debate del resultado electoral, partiendo de que “hay que hacer conciencia de la magnitud de la derrota que el PRD le infringió al partido morado”. El sociólogo demanda que la discusión sea abierta y franca, y que incluya a no peledeistas, como forma de combatir la percepción de que el PLD “se siente distinto y superior al pueblo”.

            Pero la generalidad de los peledeistas que analizan el balance electoral , en público como en privado, insisten básicamente en las conspiraciones de grupos de poder o en la animadversión de comunicadores sociales, a los que de paso atribuyen un poder desproporcionado sobre los electores. La mejor síntesis escrita es la de Roberto Rodríguez Marchena, quien en el Listín Diario del 26 de mayo atribuye la derrota a la “inmadurez, la prevalencia de concepciones mágicas de la sociedad dominicana, Partidos y Sociedad Civil, incluídos”.

            Este articulista llega a afirmar que “Leonel pierde por haber intentado las reformas”. Danilo, haber insistido en la necesidad impostergable de ellas”. Para luego consignar su impresión de que “importantes sectores de la sociedad dominicana, no sólo empresarios, creyeron que el ritmo y profundidad de las reformas, el reposicionamiento internacional, en la carpeta peledeista, fragilizaba sus negocios, su vida, su espiritualidad y que eran posible otra vía, más light, menos demandante, la que acordaron con el PRD”.

Erráticas estrategias

            El más resaltante error estratégico del PLD fue el seguir dependiendo del favor de Joaquín Balaguer y su Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) para mantenerse en el poder, lo que fue advertido en numerosos análisis a lo largo de estos cuatro años. Ni siquiera la negativa reformista a negociar un pacto de mutua conveniencia para las elecciones congresionales y municipales logró convencer a los gobiernistas que la coyuntura de 1996 era irrepetible.

            Las encuestas, las declaraciones públicas, los análisis más razonables mostraban que los reformistas no iban a sacarle las castañas del fuego al PLD, que ni Balaguer ni los dirigentes de su partido iban a trabajar para fortalecer al partido morado y relegarse ellos mismos a la tercera posición. No pudieron entender que esos dos partidos competían por los mismos electores, y que para la supervivencia del PRSC era fundamental el desgaste y fracaso del gobierno.

               En vez de tratar de ganarse los espacios reformistas, los estrategas gubernamentales dependieron del favor de una poderosa cúpula balaguerista pero sin inserción partidaria, incapaces todos de entender que el escenario del 2000 sería muy diferente al de 4 años antes.

Esa dependencia le impidió crecer a costa del reformismo y determinó que el PLD volviera a caer al tercer lugar. Produjo también un mimetismo determinante de que las políticas peledeistas resultaran en “más de lo mismo”, como diagnosticó el padre Jorge Cela, al cierre del primer año.

Otras estrategia que resultó desastrosa fue la de enfrentar sistemáticamente al PRD y estigmatizar como perredeistas toda insatisfacción, crítica y diagnóstico desfavorable, no importa que proviniera de las encuestas más acreditadas, incluso la que representa en el país Bernardo Vega, hasta fines de 1999 embajador en Washington, y quien calificara el gobierno de Leonel Fernández como el mejor de la historia nacional.

Comenzaron por condenar al PRD cuando no aprobó el paquete impositivo que acompañó el presupuesto de 1997, calificándolo de atrasado, y opuesto al progreso, ignorando que tales calificativos tocaban al grueso de la sociedad, que a través de sus representantes objetó numerosos aspectos del proyecto, como fue manifiesto en la vista pública del 2 de enero de 1997, cuando sólo representantes del gobierno y de la Fundación Economía y Desarrollo respaldaron el paquete. Una avalancha de instituciones lo objetaron.

La interminable pelea con el PRD y la alianza con politiqueros de poca monta llevaron al gobierno al desbordamiento institucional, como ocurrió con la Junta Central Electoral y la Liga Municipal Dominicana, al retroceso implícito en el enfrentamiento a la Suprema Corte y el intento de revocar la inamovilidad de los jueces, a la compra de conciencia en la Cámara de Diputados y hasta con la familia del desaparecido José Francisco Peña Gómez.

Los mega-proyectos

El gobierno del PLD intentó un nuevo camino en la inversión pública al comienzo de su gestión. Además de concluir importantes obras dejadas inconclusas por Balaguer, inició miles de pequeñas construcciones reclamadas, lo que lo llevaba a un acercamiento con las comunidades de base e instituciones de la sociedad civil.

Pero antes del primer año la estrategia fue cambiada. Convencidos de que necesitaban marcar su propia impronta en varilla y cemento, con obras visibles, se embarcaron en los mega-proyectos, las grandes inversiones. Como los recursos no alcanzaban, tuvieron que paralizar las obras comunitarias y prioritarias, y hasta dejar de pagar las deudas con los constructores.

La nueva estrategia conllevó un rompimiento con la sociedad civil. Se incumplirían los acuerdos con las comunidades y sus organizaciones, lo que generaría fuertes críticas y disensiones. El gobierno respondía cooptando dirigentes comunitarios y perredeizando las divergencias y despreciando los reclamos sociales.

Mientras pregonaba el éxito de su política económica y el mayor crecimiento del mundo el gobierno confiaba en que el simple desparrame de sus mega-proyectos, -muchos de ellos improvisados, e incluso sin ser reivindicados por nadie, como el nuevo aeropuerto capitalino-, cambiaría el curso de la pobreza nacional. Obviamente no fue la percepción de los electores.-