Las costosas pifias del Gobierno

Por Juan Bolívar Díaz

             El resultado de los comicios de la semana pasada abre una nueva etapa a la República Dominicana al liquidar definitivamente el mito balaguerista, frustrando el último intento de regreso del gran caudillo de la historia nacional y golpeando duramente los arrebatos que han caracterizado la acción política y gubernamental en el país.

            El agrónomo Hipólito Mejía, el candidato más atractivo y representativo del promedio de los dominicanos, fue beneficiario de una avalancha de votos para poner fin a una prolongada e insulsa campaña electoral, y economizar la agonía y los gastos de una segunda vuelta que no cambiaría las preferencias expresadas a lo largo de casi un año.

            Para el partido de gobierno, que ha vuelto al tercer lugar como fuerza política, el balance no podía haber sido peor después de una gestión con numerosos reconocimientos, pero con grandes insatisfacciones que fueron sistemáticamente diagnosticadas y puestas de manifiesto en los comicios de hace dos años, cuya respuesta fue de prepotencias y arrebatos.

Avalancha de votos

            El candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) fue beneficiario de una avalancha de votos que se produjo en los días finales de la campaña electoral, superando las expectativas de todas las encuestas, aunque no la percepción de analistas sociales y políticos que advirtieron que podía producirse por el cansancio de tan prolongada lucha y los temores a que se le adicionaran otros 45 días.

            El PRD y sus seis partidos aliados lograron el 49.87 por ciento del sufragio, quedando a sólo 0.13 por ciento, equivalente 4 mil 178 votos de la mayoría absoluta requerida para la elección presidencial.

            Superando a los dos contrincantes de segundo y tercer lugar, que juntos sumaban 49.54 por ciento, y duplicando a cada uno de ellos por separado, la proporción alcanzada por los ganadores eran insuperable y pensar siquiera en una segunda vuelta era una necedad política y un intento de arrebato que conllevaría un gran costo para quien lo intentara. Esa era una ventaja imposible de superar a menos que hubiese habido una bipolarización y el segundo terminase siquiera con un 45 por ciento.

            El resultado de la consulta popular puso en la picota de nuevo el requerimiento de la mayoría absoluta, disminuida al 40 por ciento en varios países, y al 45 por ciento o una ventaja sobre el 10 por ciento en relación al de segundo lugar en Argentina, donde la modificación se produjo en circunstancias asombrosamente parecidas, después que en 1973 Héctor Campora consiguiera el 49.5 por ciento en primera vuelta y su contrincante declinara reclamar la segunda.

            Pero lo más asombroso fue que las votaciones y el cómputo tuvieron lugar con el mínimo de dificultades, sin que nadie se haya atrevido a impugnar nada, contrariando todo un esfuerzo orquestado para desacreditar el proceso organizativo y a restar legitimidad a los resultados. La gran triunfadora fue la Junta Central Electoral que hizo trizas no sólo todos los alegatos de fraude, sino que también sus pregonadas incapacidades e ineficiencias.

            Al final se concluyó un padrón con el mínimo de errores, se puso a disposición de todo el mundo un mesa antes de los comicios, se tuvo lista toda la logística electoral como dos semanas antes, se atendió casi todos los reclamos y sugerencias de los partidos y las instituciones de la sociedad civil, y se acreditó a todo el que quiso observar, nacional o extranjero. Hubo la máxima transparencia y los jueces electorales deberían ser desagraviados de tantos insultos como fueron víctimas.

            La abstención superó expectativas de que rondaría por el 20 por ciento, dado el nuevo empadronamiento, y se igualó al 24 por ciento de la segunda vuelta de 1996, dos puntos más que en la primera, pero por debajo del porcentaje histórico que es de 27 por ciento. La penalización del “colegio cerrado” elevó la abstención, pues fueron muchas las personas que se negaron a hacer filas por tres y cuatro horas para votar. Incluso una parte desertó de las colas, luego de haberse inscrito.

Adios a Balaguer

            De los comicios de este 16 de mayo emerge un presidente fuera de serie, con rasgos de sencillez, espontaneidad y franqueza que rompe la tradición política. Hipólito Mejía fue el gran subestimado de la campaña, aunque todas las encuestas, aún las fabricadas, le mantuvieron en primer lugar y algunas al borde de la mayoría absoluta.

            La propaganda oficial llegó a presentarlo como retrasado mental y burro, en uno de sus más graves errores de bulto. El presidente electo es lo más parecido al promedio de los dominicanos, con sus virtudes y deficiencias, respaldado por la más fuerte y antigua organización política. Y se hizo acompañar de Milagros Ortiz Bosch -ahora primera mujer electa vicepresidenta en el país-, enaltecida por las encuestas de los últimos años con la mejor imagen entre los políticos dominicanos.

            Mejía arrancó bien desde el principio, cuando ganó la convención de su partido con tres cuartos de los votos. El y Milagros eran con mucho la mejor oferta del PRD, por lo menos de acuerdo a las encuestas. No pasó lo mismo en el principal contendor, quien obtuvo la candidatura con una precaria mayoría, cuestionada desde dentro de su propio partido, y mucho más desde fuera, donde las encuestas otorgaban dobles simpatías electorales al vicepresidente Jaime David Fernández.

            El estilo de político que es Hipólito Mejía, quien no ha vivido de esa actividad, y niega persistentemente los parámetros de comportamiento del político profesional, con una imagen de honestidad y valentía, está llamado a iniciar una nueva etapa que deje atrás los contra-valores tradicionales, sobre todo a la luz del final de la era de Balaguer, y del tropiezo sufrido por los intentos de reproducirlo desde el PLD.

            Estas elecciones deberían poner fin al mito balaguerista del eterno regreso, de la resurrección política. El gran caudillo concluye su carrera con menos de un cuarto del electorado y está llamado a ser relevado definitivamente por un liderazgo que dentro de su partido representa nuevas expresiones de la lucha política.

            Este relego de Balaguer al tercer lugar en la votación es importante para su desmitificación. Si hubiese tenido que enfrentarse a la necesidad de la mayoría absoluta, y con elecciones tan transparentes como estas, posiblemente Balaguer no hubiese sido presidente más de una vez. Así lo avalan su 41 por ciento de 1986, el 35 por ciento del 90 y el descarado fraude electoral de 1994. Y ni hablar de las imposiciones de los años 70.

            Para el avance de los dominicanos y dominicanas a una cultura democrática, podría ser importante que Balaguer termine con el rechazo del electorado, que no se le diera una nueva oportunidad de inclinar la balanza y decidir quién sería el próximo presidente, como hace 4 años. Así los métodos autoritarios, las políticas de inversión, y los arrebatos que lo caracterizaron y que fueron reproducidos en parte desde el PLD y su gobierno, quedan en el descrédito. Ya no son sinónimo del éxito político y la permanencia en el poder.

Terrible para el PLD

            El electorado ha perpetrado terribles lecciones al PLD y su gobierno, incapaces de descifrar el preaviso de los comicios congresionales y municipales de 1998. En vez de analizar las causas de aquel grave tropiezo, se dedicaron al arrebato y acentuaron su autovaloración elitista y prepotente.

            Las primeras reacciones tienden a reproducir los criterios del 98: los “malcomíos” no piensan, contradiciendo su propia valoración de la gran superación de la pobreza en estos cuatro años. Pues fueron esos mismos electores quienes le dieron el poder hace 4 años, cuando eran más los que no comían. Para el presidente Fernández los pueblos suelen tener comportamientos “incomprensibles”, por lo que según Reynaldo Pared “llorarán lágrimas de sangre” por haber despreciado este gobiernazo.

            Más allá de estas simplicidades y del absurdo de la “conspiración mediática”, contra un gobierno que controlaba diarios y televisoras, que compró la conciencia de cientos de periodistas, el PLD deberá analizar a fondo las causas que lo han devuelto a un tercer lugar, con menos de un cuarto del electorado.

            Ello a pesar de haber realizado un gobierno con numerosos aciertos y reconocimientos, el cual será mejor evaluado cuando se apaguen las pasiones desatadas por su prepotencia y por las luchas partidarias. Un gobierno que acentuó la estabilidad y el crecimiento económico, que mejoró y modernizó la administración pública, y redujo la corrupción, que inició la reforma de las empresas públicas y que insertó el país en el ámbito internacional.

            Pero fue también un gobierno que improvisó en la inversión pública, que privilegió las obras que se ven, los “megaproyectos”, concentrados en las dos principales urbes del país, especialmente en la capital. Y con olímpica ignorancia de los sectores populares. Por ejemplo, en su principal inversión, los puentes y elevados de los corredores de las avenidas capitalinas 27 de febrero y Kennedy, símbolos de la improvisación. En ninguna de las dos tomaron en cuenta a los peatones ni a los choferes y pequeños propietarios desplazados.

            La reforma de la Corporación de Electricidad fue contraproducente políticamente, en tanto empeoró la crisis energética y encareció el servicio. La del Consejo Estatal del Azúcar estuvo demasiado manchada por la apropiación previa de terrenos en beneficio de quienes el pueblo estigmatizó como “comesolos”, que resultaron incapaces de llevar a las masas pobres mayores beneficios del crecimiento económico..

            Sin embargo, hay quienes estiman que el mayor daño fue derivado de la imagen autoritaria y elitista del PLD. Perdieron el tiempo en una sola pelea, desde el proyecto de presupuesto y reformas sometido al Congreso en diciembre de 1996 al intento de restar legitimidad a las elecciones.

            Pasaron por los intentos de reproducir el continuismo, intentando una reforma constitucional a base de compra de legisladores, y por los enfentamientos con el PRD, con la Suprema Corte de Justicia, con la Junta Central Electoral, en la Liga Municipal Dominicana, en la Cámara de Cuentas, con los medios de comunicación críticos y con numerosos sectores de la sociedad civil.

            Los peledeístas convirtieron a todos los disidentes en perredeístas y le dieron el poder al PRD.